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Aldemaro Romero
Por. Alberto Naranjo
Miércoles 26 de
septiembre de 2007
Pretendí
escribirle una nota a nuestro admirado Aldemaro Romero, pero las
limitaciones de espacio en El Mundo me pusieron a pensar. En este
instante, además, me rondan muchas cargas afectivas, producto de nuestra
sólida amistad, del mutuo respeto, y de otras tantas cosas que me hacen
vacilar un poco. Luego de innumerables mutilaciones, el espacio no daba
para más. De modo que resolví hacer un resumen decente, a título
personal, y dividirlo en dos o quizás tres entregas semanales.
Comparto el criterio de aquellos que piensan que las hazañas musicales
de Aldemaro podrían llenar un puñado de hojas de cualquier enciclopedia
o diario de circulación nacional. En nuestro caso, tenemos que ceñirnos
estrictamente a las normas editoriales, y escribir algo con los ojos
bien secos y sin ningún trapo negro encima.
Por ahora, espero compartir con ustedes este avance y dejarlos en
suspenso. Algo así como en los antiguos seriales de aventuras de nuestra
adolescencia, sábado tras sábado, en la función de matiné (¿te acuerdas
Rodolfo?), pues justo en el momento más inesperado desaparecía la acción
y se reflejaba ese repulsivo letrero escrito en letras blancas sobre un
fondo negro: CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA EN ESTE CINE (así, en
mayúsculas), uno de tantos recuerdos ingenuos que compartimos con
Aldemaro y con otra gente de la tercera edad.
Saludos, y gracias.
Creador de una sonoridad única, con un estilo personalísimo e
intransferible, Aldemaro Romero permanece hoy en la historia de la
música universal como el más prolífico y distinguido exponente de una
música de la que, él mismo, es responsable en un alto porcentaje de
ideas. A lo largo de siete décadas distintas de ininterrumpida carrera y
entreverando varios recursos musicales en las diversas facetas de la
música venezolana, a través del filtro de la suya propia, siempre
dominante, consiguió producir una música que lleva el sello de la más
indiscutible originalidad, en gran parte, por su proverbial vocación
autodidacta. No falta quien haya tratado de emularlo, pero para
infortunio de sus reproductores, por bien intencionados que sean, la
sonoridad de Romero es inimitable, a imagen y semejanza de la de Duke
Ellington, ya que el afamado tópico de que el principal instrumento del
Duke no era el piano sino su orquesta entera ya no se discute.
Uno de cinco hermanos, Aldemaro Romero Zerpa nació el 12 de marzo de
1928 en Valencia, Carabobo. Su padre Rafael Romero ejercía la música en
distintas áreas y su madre Luisa Zerpa, estricta y religiosa, procuraba
que todo estuviera en orden, especialmente el calor hogareño,
distribuido entre Don Rafael, Luisa, Rosalía, Rafael, Godofredo y
Aldemaro. En 1942 la familia se instaló en Caracas. Para entonces, el
joven Aldemaro se había iniciado musicalmente con su padre, desoyendo
sus sanas advertencias para que estudiara ingeniería, por aquello de que
''la profesión de músico es inestable''.
También
descartó los deseos de su madre para que se convirtiera en sacerdote,
pues lo suyo era fundamentalmente musical. Aún así, al concluir el 6º
grado de primaria se enroló en el Liceo Cecilio Acosta, por mera
complacencia a sus progenitores, pero al poco tiempo abandonó los
estudios para enterarse de su propio destino musical. '''Lo demás lo
estudié por mi cuenta, oyendo, como aprenden los niños a hablar'', nos
relató una vez. Aunque tomó algunas clases de piano con Moisés Moleiro y
de teoría y solfeo con Pedro Antonio Ramos, su estricta formación, más
para bien que para mal, la aprendió en solitario y tras el análisis de
partituras de grandes maestros de la música. A Romero aquel rigor
académico le aburría y pronto se cansó de ello, y aunque no sabía leer
muy bien música, comenzó a interpretar géneros bailables con la Sonora
Caracas.
Con su fértil intuición y un buen trecho andado, Romero se puso a
componer y más tarde investigó los secretos de la orquestación a fin de
escribir sus arreglos. Así las cosas, en 1949 se integró a la orquesta
de Luis Alfonzo Larrain y luego fue cofundador de la agrupación
Rafa-Víctor (Galindo-Pérez) . A fines de la década viajó en compañía de
Alfredo Sadel a la ciudad de Nueva York, un espacio que determinaría el
antes y el después de su carrera.
Durante la segunda mitad
del pasado siglo Aldemaro Romero se ganó sus cartas de nobleza,
prevaleciendo como un original creador cultural del mundo occidental, y
evolucionando en breve lapso con una prisa pocas veces vista en diversos
planos musicales, desde las primitivas tocatas pianísticas en cabarés,
pasando por brillantes orquestaciones de música popular hasta alcanzar
un riguroso léxico académico.
Romero respaldó a Alfredo Sadel en un puñado de canciones grabados para
el sello RCA-Victor en Nueva York (1952-53) y México (1956). De igual
modo, recibió una oferta del sello para grabar un disco de música
instrumental venezolana con una gran orquesta de salón, Dinner in
Caracas (1955), que en su época llegó a vender un millón de copias
en el ámbito mundial y que hasta el sol de hoy continúa vendiéndose.
Siguieron discos de similar factura dedicados a Colombia, Ecuador, Perú
y Bolivia, como también Sketches in Rhythm (1958, relanzado como
Almendra, 1992), en la mejor onda del Latin Jazz Big Band.
Luego de alcanzar prestigio internacional Romero regresó a Venezuela.
Aún faltaba la gratitud del propio entorno. Así las cosas, en la década
de los 60 reorganizó su orquesta de baile, contó con su espacio de
televisión, y ayudó a formar el Círculo Musical; novedoso servicio a
domicilio que permitía a cada suscriptor seleccionar el disco de su
agrado entre varios tipos de música. Con los 70 llegó la Onda Nueva,
asunto de revitalizar y universalizar la música tradicional venezolana,
con tres festivales internacionales a cuestas (1971-73). Entre 1968 y
1976, además, escribió seis obras sinfónicas que fueron interpretadas en
Londres y Los Angeles. En vista de la displicencia de las para entonces
autoridades académicas venezolanas para interpretar sus obras, hacia
1979 decidió inventarse su propia agrupación. Nació la Orquesta
Filarmónica de Caracas, con un amplio repertorio internacional, en la
que dieron sus primeros pasos bisoños directores como Eduardo Marturet y
Rodolfo Saglimbeni. Pero la dulce experiencia llegó a su fin luego de
que una bien aceitada concertación entre varios frentes consiguiera
eliminarle la subvención gubernamental. Por fortuna, los vientos de
cambio generacional de los 90 trajeron una fresca savia generacional que
se encargó de derribar per sempre los muros de contención
edificados alrededor del Maestro.
Aldemaro Romero murió el 15 de septiembre de 2007 en Caracas. Tenía 79
años. Aunque hurtó las visitas a los médicos durante una década, acabó
postergando una sentencia a todas luces vista. Con el plazo a la espalda
creó un centenar de obras sinfónicas, ideadas con la urgencia de la
partida, la mayor parte de ellas aguardando su estreno. Los arboles
mueren de pie, según dicen. A este punto, recordamos la canción del
inmortal rockero Warren Zevon, I'll Sleep When I'm Dead (dormiré
cuando esté muerto). Amén.
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