Louis Armstrong

 

 

 

          Seguramente, Stach no lo recuerda, pero fue uno de los primeros amigos del autor de estas notas. Le conocí cuando tenía cuatro años, es decir, alrededor de 1928, y él, un Buda moreno, robusto y beligerantemente feliz, tocaba a bordo de un vapor de ruedas que hacía excursiones entre Nueva Orleans y St. Louis.  No viene a cuento por qué, pero el caso es que yo hacia aquel viaje muy a menudo, y para mí la dulce iracunda de la trompeta de Armstrong, la exuberancia de sus muecas, su carraspera, son como  la Magdalena de Proust (Marcel), hacen que las lunas sobre el Mississippi  vuelvan a brillar, evocan las luces fangosas de los pueblos junto al río y el sonido, como bostezos de caimanes, de las sirenas fluviales; vuelvo a escuchar el bramido del río mulato y oigo siempre, el compás que marca el pie del Buda sonriente mientras se adentra en “The Sunny Side of the Steet”, y veo las parejas de recién casados en viaje de novios, ofuscados por el whisky de contrabando, sudando a pesar del talco, bailando en el salón del barco.  Stach fue bueno conmigo, me dijo que tenía talento, que debía actuar en espectáculos de vodevil. Me dio un bastón de bambú y un sombrero de paja con una cinta verde, y todas las noches anunciaba desde la tarima de la orquesta: “Damas y caballeros, ahora voy a presentarles a uno de los niños más guapos de los Estados Unidos, que bailará claqué.”  Después pasaba entre los pasajeros, que me llenaban el sombrero de monedas.  Esto sucedió todo el verano. Me volví rico y engreído.  Pero en octubre el río embraveció, la luna palideció, los clientes disminuyeron, los viajes terminaron, y con ellos mi carrera.  Seis años después, cuando estaba interno en una escuela de la que quería escaparme, le escribí a mi ex benefactor, entonces ya famoso, preguntándole si, en el caso de que fuera a Nueva York, podría conseguirme un empleo en el Cotton Club o en cualquier otra parte.  No hubo respuesta; a lo mejor no recibió la carta.  No importa.  Yo seguía queriéndole. Todavía le quiero.

 

Truman Capote (1924-1984). Nacido en Nueva Orleans, está considerado como uno de los mejores escritores norteamericanos del siglo. Este corto relato fue tomado del libro Retratos.

 

 

Herencia Latina