NOSTALGIA
ARSENIO RODRIGUEZ
(1911-1970)
El genio detrás del son
Por Manny González
Para percatarse de la inmensa contribución que Ignacio Loyola Rodríguez Scull –conocido mundialmente como Arsenio Rodríguez, “El ciego maravilloso”– le brindó a la música tanto cubana como internacional, tenemos que escribir primero sobre el origen del son, oriundo de la región oriental de la isla cubana, principalmente Santiago, y la cordillera montañosa de Sierra Maestra.
Ese género musical surgió a fines del siglo XIX, y quedó en manos de Nené
Manfugás popularizarlo en los carnavales de Santiago. Nené ejecutaba un
instrumento rústico, de tres cuerdas dobles, asentadas en una caja de madera que
llamaban tres, instrumento que se convertiría, hasta el día de hoy, en el
símbolo del son.
Originalmente, los instrumentos que se utilizaban para interpretar el son eran
el tres, la guitarra, el bongó, las maracas, la clave –normalmente ejecutados
por el cantante– y, finalmente, la marímbula y la botija, precursoras del
contrabajo, instrumento que con el pasar del tiempo las substituyó. En sus
inicios, la estructura musical del son se basaba en la repetición constante de
un estribillo de cuatro compases (o menos), cantado por un coro, en una cadencia
conocido como montuno.
En el año 1909, el son se propagó por todo el territorio cubano, y en la década
del 20, los cuartetos que provenían de las zonas rurales se transformaron en
sextetos. Aunque originalmente era un baile de las clases pobres de los solares
habaneros, siendo rechazado ásperamente por los sectores acomodados e incluso
prohibido por el gobierno, que lo consideraba inmoral por sus estribillos
cadenciosos y sensuales, el son pasó a convertirse primero en el género nacional
de la isla y después del mundo entero debido a su gran difusión discográfica. En
1930, la orquesta de Don Aspiazu, con su cantante Antonio Machín, convirtió al
son-pregón El manicero, de Moisés Simón, en un éxito mundial.
Arsenio nació el 30 de agosto de 1911 en Guira de Macurije, provincia de
Matanzas, Cuba, y pocos lo conocieron por su verdadero nombre, Ignacio Loyola
Rodríguez Skull. Pasó su infancia en el pueblo habanero de Güines, donde
aprendió las ricas raíces de la música cubana autóctona. Esa formación
repercutió siempre en su obra, tanto por su manera de hacer repicar el tambor
como por los solos que interpretaba en su inseparable instrumento, el tres.
Descendiente de esclavos congoleses, Arsenio quedó ciego a los siete años –otros
dicen que a los trece– después de sufrir un golpe en la cabeza de una pértiga de
carreta y una pavorosa patada del caballo que la tiraba.
Junto a sus hermanos, aprendió desde niño a tocar tambores de congas callejeras
–rituales litúrgicos afro y rumbas profanas–, percusión y bajo, aunque la
influencia de famosos tresistas como Manfugás (el progenitor del instrumento),
Isaac Oviedo y Eliseo Sirviera hizo que el tres se convirtiera en su instrumento
principal.
Comenzó a componer desde muy joven. A comienzos de los años 30 formó El Sexteto
Boston, y en 1937 se unió a un septeto, Bellamar, liderado por el trompetista
José Interain. Ese mismo año se escucharon radiofónicamente sus primeras
composiciones, Bruca maniguá, Ven acá, Tomás y Funfuñando, cantadas por
Miguelito Valdés con la Orquesta Casino de la Playa.
Los conjuntos surgieron en 1940, cuando Arsenio decidió ampliar el formato del
septeto y le añadió dos trompetas, un piano y la tumbadora. Fue un cambio que
revolucionó la música cubana, ya que hasta ese entonces, debido a un edicto
establecido por el presidente Gerardo Machado, se prohibía el uso de las congas
en las orquestas cubanas. La guitarra dejó de utilizarse en los conjuntos (con
excepción de la Sonora Matancera, ya que ése era el instrumento que tocaba su
director, Rogelio Martínez), quedando el tres como el instrumento emblemático de
las agrupaciones soneras. En poco tiempo, otro genio musical, el flautista
Antonio Arcaño, incorporó por primera vez las tumbadoras en su charanga.
De izquierda a derecha, parados: Joe Torres; René Touzet; Rey Tico; Modesto Durán y Tito Berrios. Sentados: Orlando López “Mazacote”, Arsenio Rodríguez, y su hermano Raúl. (Foto cortesía de Orlando López “Mazacote”)
En el conjunto de Arsenio, el tres se ejecutaba con un estilo distinto, porque
permitía que el piano elaborara ‘tumbaos’ de gran vitalidad –que influyeron
mucho en la formación de La Sonora Ponceña– y que la trompeta desarrollara
improvisaciones que, si bien le pertenecían a temas cubanos, partían mayormente
del swing americano. Con esta perspectiva, el Conjunto de Arsenio formó la base
que otras célebres agrupaciones copiaron, creándole una nueva sonoridad al son,
y una simetría que es la base de lo que hoy se llama salsa.
“El padre del conjunto” no sólo revolucionó el son con el agregado provisto por
el tono profundo de la conga y el poder de la sección de trompetas, sino que
introdujo también el son montuno, una sección de montuno donde se destacaban
partes cantadas improvisadas (soneos) a cargo de la voz líder (sonero) sobre un
coro repetido con frecuentes solos entrelazados de trompeta, tres y piano.
Y si eso no fuera poco, durante ese mismo período, Rodríguez fue responsable,
junto con Arcaño y Dámaso Pérez Prado, de desarrollar el ritmo del mambo.
Recuerdo que Pérez Prado, cuando el mambo estaba en su apogeo, se encontró con
Arsenio en Los Angeles, California, y después de un fuerte abrazo, le dijo:
“Maestro, usted lo inventó… pero yo lo hice famoso”.
Otra innovación clave que le aportó Arsenio al son fue fusionarlo con guaguancó
–un estilo afrocubano tradicionalmente ejecutado con voces y percusión– y
adaptarlo al formato del conjunto, al mezclar algunos de los elementos formales
y melódicos de ambos. Indiscutiblemente, esas “afro-cubanizaciones” del son
están entre las contribuciones más duraderas e importantes de Rodríguez, ya que
el formato del conjunto, el son montuno y el mambo son los tres elementos
esenciales de lo que hoy en día llamamos salsa.
En los años 40 se grabaron muchos de su más famosas composiciones: A Belén le
toca ahora, La Yuca de Catalina, Juventud Amaliana y quizás su obra más famosa,
el inolvidable bolero La vida es un sueño, escrito en uno de sus momentos más
difíciles, después de un intento sin éxito por recuperar la vista en 1947.
En Cuba, entre los miembros de su banda hubo varias figuras que fueron claves en
el desarrollo del son, como los vocalistas Miguelito Cuní, Marcelino Guerra y
René Scull, los pianistas Lilí Martínez y Rubén González y los trompetistas
Féliz Chappotín y Chocolate Armenteros. En 1953, Arsenio se mudó a Nueva York,
dejando su conjunto en Cuba bajo la dirección de Chappotín, quien llegó a ser,
por derecho propio, otra leyenda de la música cubana.
Por más de diez años, la popularidad de Rodríguez en Nueva York, aunque bien
fuerte, no fue lo que había sido en Cuba. Aún así, eso no mermó su don para
escribir acerca de asuntos cotidianos, como lo reflejan sus composiciones La
gente del Bronx y Cómo se goza en el barrio.
A fines de los ’50, grabó “Primitivo” y apareció junto a sus hermanos Quique y
César Rodríguez en “Palo Congo” (Blue Note) disco fue editado bajo el nombre del
conguero Sabú Martínez, pese a que Rodríguez compuso casi todos los temas y tocó
el tres y la percusión. Ese álbum incluye cantos de Palo Congo, la religión
afrocubana de origen congolés. Arsenio también grabó Tribilín cantore en 1958.
Arsenio siempre buscó que su música evolucionara y que su sonido mejorara, por
lo que a mediados de los 50 lanzó el álbum “Sabroso y caliente”, en el que por
primera vez le agregó flauta y timbales al diseño del conjunto. Hasta su muerte,
“El Ciego Maravilloso” continuó experimentando con diferentes instrumentaciones,
agregándole a veces a su banda uno o más saxos.
En el apogeo de las pachangas (Rodríguez grabó dos discos con ese ritmo,
titulados “La pachanga” y “Son pachanga”). En mayo de 1961, el escritor Banny
Quintero entrevistó a Arsenio, y éste le explicó que la pachanga salió cuando a
su formato de conjunto le agregaron flauta y violín.
“Lo que una vez se llamó Chivo*, luego Capetillo, después mambo, más tarde
Cha-cha-chá y ahora, cansados de tantos acordes disonantes, con ganas de oír
otros ritmos, han virado para buscar el llamado Chivo (o Capetillo), pero con
menos armonización que la del son montuno”, explicó. “Cuando lo llamé mambo, se
lo cogió Pérez Prado; y cuando lo volví a llamar son montuno, le pusieron flauta
y violín lo trajo Fajardo a Nueva York y los llevó la Aragón por el mundo entero
y después me entero que fue ese ritmo el de Palmieri y de Pacheco y que nació en
El Bronx. ¡Qué cosas tiene la Pachanga! Para terminar, después de pedir perdón
por la inmodestia, dijo que él, Arsenio Rodríguez, seguía siendo el padre de la
criatura, lo que ahora se llamaba ‘Pachanga’.”
A principios de los 60, Rodríguez grabó “Quindembo/AfroMagic”, un álbum
innovador y experimental en el que escribió y cantó todas las pistas. Esta
grabación –en la que mezcló influencias del jazz con el son y elementos
religiosos afrocubanos autóctonos– incluyó el término ‘quindembo”, una palabra
congolesa que significa “mezcla de muchas cosas”.
En 1963, Arsenio, alicaído por la carencia de un clima propicio para su trabajo,
decidió abandonar Nueva York y mudarse a Los Angeles, donde por años fue
director de la orquesta de planta en el popular Club Virginia’s, y donde las
letras de sus sones relumbraban por su tres y gracias a la voz del cantante
Oscar López.
Aunque lejos de su patria, Arsenio fue una de las más importantes figuras en la
historia de la música cubana, ya que junto a clásicos como Bienvenido Julián
Gutiérrez, Ignacio Piñeiro y Benny Moré, llevó el son a sus más altos niveles.
Compositor prolífico, escribió cerca de 200 canciones, entre ellas, los sones
Bruca maniguá, Güira de Macurijes, Fuego en el 23, Laborí, Tumba palo cocuyé, No
me llores, Lo dicen todas, El reloj de la pastora, Se acabaron los guapos en
Yateras, Dame un chachito para guele, Tocoloro pájaro que nunca vuela y Yo no
engaño a las nenas, convertidos hoy en piezas antológicas, así como los boleros
La vida es un sueño, Zenaida, En su partir, Feliz viaje, Acerca el oído y Nos
estamos alejando, entre otros. En sus años finales, continuó experimentando,
desarrollando un estilo que llamó “swing son”. Su última grabación fue “Arsenio
dice” (1968), lanzada por Tico.
Tresista sin igual, sus innovaciones cambiaron totalmente el marco de la música
bailable latina, influyendo tremendamente a muchos de los jóvenes artistas
hispanoamericanos que vivían en Nueva York, como Willie Colón y Larry Harlow (entre
los pioneros artistas del sello discográfico Fania), efecto que hizo posible lo
que eventualmente sería su base musical.
Harlow, quien produjo más de 106 álbumes y 50 discos de su propia autoría para
ese sello, le dedicó a Arsenio uno de ellos, “Tributo a Arsenio Rodríguez”, en
el que Ismael Miranda se destaca como cantante principal. Los músicos y
productores de Tico's All-Star también hicieron lo mismo en la grabación
titulada “Recordando a Arsenio”.
Para el Cieguito Maravilloso, el son era indiscutiblemente la parte esencial de
su vida. El llevaba en la sangre el acento y espíritu de su nación mediante
ritmos y melodías que hoy forman su idiosincrasia sonora. No por azar, su nombre
figura entre los grandes del son.
Ignacio Loyola Rodríguez Scull (Arsenio Rodríguez) falleció de pulmonía el 30 de
diciembre de 1970 en Los Ángeles, California.
* El ‘Chivo’ es el precursor del son y se tocaba en la provincia de Oriente,
Cuba, con un tres (guitarra) que se encuerdaba con tripas de jutía, las que se
ponían a secar hasta que se pusieran duras; un latón de carburo que servía como
bongó o tumbadora; una tinaja con un hueco en uno de los costados que servía de
contrabajo (se soplaba); y dos trocitos de madera llamados ‘claves’.