Ray Barreto entre la guajira y el blues


Pedro de la Hoz La Habana

Tomado de la revista electrónica: La Jiribilla de Cuba.

www.lajiribilla.com


Alguna vez dijo que la guajira y el blues tenían mucho más en común que lo que pudiera parecer a simple oídas. De modo que para despedirlo, nada mejor que evocar esas raíces, de una y otra orilla de la Corriente del Golfo que con su ejercicio artístico contribuyó a enlazar. Porque entre Nueva Orleans, La Habana y San Juan, Ray Barreto supo hallar caminos de identidad para proyectarse como un ángel tutelar de la zona latina del jazz.

 

El maestro Ray Barretto.

Escribo esta nota bajo el impacto de su muerte en la madrugada del viernes 17 de febrero de 2006. Aunque se sabía de sus padecimientos cardíacos, revelados el último enero, la noticia del deceso del conguero no solo sobrecogió a los medios musicales neoyorquinos, sino también a los de Cuba, donde no pocos profesionales del sector la sintieron.

Tata Güines, por ejemplo, expresó que "Barreto era una verdadera fiera con las tumbadoras; parecía un cubano de solar con un frac en el cuerpo a la hora de sacarles sonido a los parches".

Arístides Soto “Tata Güines".

Otra gloria del tambor cubano.

"A Barreto habrá que estudiarlo para conocer de qué manera aprovechó lo que aprendió de los maestros cubanos para darle nuevos colores al jazz latino", dijo Juan Carlos Rojas, El Peje, baterista del cuarteto de Chucho Valdés. 

Nacido el 29 de abril de 1929, de padres puertorriqueños en el Bronx neoyorquino, vivió desde la infancia el fuego cruzado de los aires latinos y el tránsito del swing al bebop en el jazz.

Gustaba tanto de Duke Ellington y Count Basie como de los parches de Chano Pozo. Precisamente el día que escuchó por primera vez “Manteca”, la obra que el cubano grabó con Dizzy Gillespie, decidió su estilo: lo suyo sería el jazz latino, aún cuando se anticipara al movimiento salsero.

Sus primeras armas musicales las hizo al término de la Segunda Guerra Mundial en un club de las fuerzas norteamericanas ocupantes de Alemania, pero su trayectoria profesional comenzó con el Eddie Bonnemere Latin Jazz Combo unos años después.

La prueba de fuego la pasó cuando Tito Puente lo llamó para remplazar nada menos que a Mongo Santamaría en 1957. De esa experiencia diría: "La candela estaba en aprenderse ese repertorio y estar a la altura de Mongo, sin que pensaran que lo iba a imitar. Fue mi mayor escuela".

Tanta razón tuvo, que a partir de entonces se convertiría en uno de los tumbadores más solicitados en sesiones de grabación y presentaciones en vivo en Nueva York, lo mismo con Max Roach, Charlie Parker, Gene Ammons, Eddie "Lockjaw" Davis, Cannonball Adderley, y Freddie Hubbard, que con Cal Tjader, y el mismísimo Gillespie.

Su relación con la música cubana se acentuó mucho más al formar su propia orquesta con formato de charanga en 1961. Ese mismo año grabó “Pachanga with Barreto” y al año siguiente otro verdaderamente memorable, “Charanga moderna”.

Al escucharlo se siente un punto de inflexión respetuoso con la tradición cubana: desde los logros de la Aragón y Fajardo y sus Estrellas, Barreto consiguió, como líder, amalgamar un concepto cosmopolita de los aires cubanos.

Creo que esa zona de Barreto merece ser relanzada  e investigada, aún más que la que siguió explorando con los años. Su paso por la Fania entre 1968 y 1975, sus colaboraciones con Celia Cruz y sus incursiones  ya forman parte de la leyenda.

Hace pocas semanas se le dio el título de Master of Jazz, el cual ostentan solo los elegidos.

Su verdadera medida está en su sentido de la fusión, de su clarividencia para trasparentar en las tumbadoras —y en sus proyectos artísticos— una identidad que nos pertenece.