CHANO Y MIGUELITO: HERMANOS DE RUMBA
(Dos
artículos)
Por: ©Bladimir Zamora Céspedes | La Habana Tomado de la excelente Revista cubana: La Jiribilla http://www.lajiribilla.cu/2003/n135_12/135_13.html
Siendo ya un consagrado del tambor, a Chano solo se le reconocía como intérprete, cuando en realidad en el ejercicio constante de la rumba, siempre andaba tarareando estribillos de su autoría, a los cuales todo parece indicar que el mismo no daba especial importancia. Es Miguelito Valdés, dando prueba de su mantenida amistad, quien le advirtió de ello. La mayor parte de los testimonios que se han podido recoger sobre la trayectoria de Chano Pozo son contradictorios entre sí, por las naturales variantes que se originan cuando la principal fuente es la tradición oral y la empedernida vocación de aquel que llamaran El tambor de Cuba de moverse en los brumosos terrenos de la marginalidad. Hay, sin embargo, algunos aspectos, algunos hechos o situaciones, que están muy claros. Entre ellos está su larga y fecunda amistad con Miguelito Valdés. Aunque Chano había nacido en un solar del Vedado llamado Pan con Timba, desde los ocho años comenzó a vivir en el solar África del barrio de Pueblo Nuevo, situado entre las calles Zanja, Soledad, San José y Oquendo. Este barrio linda con Cayo Hueso, donde había venido a vivir la familia de Miguelito Valdés, procedente de Belén. Miguelito vivía en el pasaje Aurora, entre las calles Oquendo y Soledad, a solo cuatro cuadras del solar África, razón por la cual no fue difícil que los dos muchachos caminadores de todos los rincones de Centro Habana se conocieran. Otra cosa bien diferente fue que tuvieran mucha empatía — como la tuvieron— y no tardaran en ser muy amigos. Hicieron un dúo de rumbeadores. Miguelito cantaba y Chano le acompañaba con el tambor. Y al estilo de tantos y tantos músicos populares de aquella época, iban por bares y cafeterías haciendo su música con la aspiración de poder traer algunas monedas de regreso a la casa. Así estuvieron bastante tiempo, hasta que Miguelito fundó en 1928, el Septeto Jóvenes del Cayo y Chano tuvo que buscarse otras parejas para rumbear. Hay quien dice que en ese momento se fracturó la amistad entre ellos. En mi opinión Miguelito no lo incorporó a esa agrupación por la manera intranquila y al margen de la ley, que Chano manifestaba de continuo. Tanto es así que no tardó el adolescente en ser confinado en un reformatorio llamado Torrent, allá por Guanajay. A los dieciocho años salió Chano del reformatorio y se puso a trabajar en lo que apareciera, lo mismo repartía periódicos que limpiaba zapatos como su padre, pero su obsesión seguía siendo la rumba. Eran los inicios de la década del 30 del siglo pasado y su figura comenzó a hacerse legendaria tocando su tambor quinto, al frente de las más connotadas comparsas de la capital cubana: la de su propio barrio Pueblo Nuevo, llamada El Barracón; La Sultana, de Colón; El Alacrán, del Cerro y La Jardinera, de Jesús María. También tocaba en solares y fiestas particulares. Tal fama había conseguido, que en 1937 fue llamado por el compositor y director Gilberto Valdés, para que se integrara a una orquesta sinfónica con la cual ofrecería unos conciertos en el Anfiteatro de La Habana. Poco después lo llamó Obdulio Morales para que formara parte de su orquesta Los Melódicos, que se presentaba en el Hotel Presidente y este mismo compositor y director lo llamó para que en 1938 fuera uno de los tamboreros de su revista musical llamada Batamú, presentada con mucho éxito en el Teatro Martí. Siendo ya un consagrado del tambor, a él solo se le reconocía como intérprete, cuando en realidad en el ejercicio constante de la rumba, siempre andaba tarareando estribillos de su autoría, a los cuales todo parece indicar que el mismo no daba especial importancia. Es Miguelito Valdés, dando prueba de su mantenida amistad, quien le advirtió de ello. Estaba el joven cantante en ese momento, formando parte de la Orquesta Casino de la Playa, en la cual también figuraba el pianista Anselmo Sacasas. Miguelito llevó a Chano a casa de este, para que cantara varias de esas piezas que le habían brotado entre la calle y el tambor y el pianista las transcribiera. Una vez listas las partes de piano, Miguelito llevó a Chano ante Ernesto Roca, representante de la Editorial Peer Internacional, para registrar sus obras y en octubre de 1939, grabó la primera rumba de Chano con la Casino de la Playa: «Blen, Blen, Blen». Lo más natural hubiera sido que el soberbio tamborero participara de la grabación, pero por ser muy negro no lo llamaron, toda vez que al salir la grabación al mercado, habría que incluirla en el repertorio y en los salones aristocráticos en los que se presentaba con frecuencia la agrupación, no estaba bien visto un negro como Chano. El autor de esta ya emblemática pieza de nuestra música tendría todavía que seguir limpiando zapatos, aunque muy pronto Miguelito le grabaría otras piezas con esta orquesta: «Arriñañara», «Guagüina Yerabo» y «Sangafimba». Y después de salir de la Casino y poco antes de partir hacia EE.UU., en 1940, Miguelito aprovechó para grabar con la Orquesta Riverside otra rumba de Pozo: «Anana Boroco Tinde». Mientras Chano era contratado como conserje de la emisora RHC- Cadena Azul y luego era llamado por Leonardo Timor (padre), para que participara en la Orquesta Havana Casino, llegando a componerle piezas especialmente para él; Miguelito Valdés parte para EE.UU. y el 12 de mayo de 1940 hizo su debut con la Havana Royal Orquesta de Xavier Cugat, en el Sert Room del Hotel Waldorf Astoria. El 27 de mayo realiza las primeras grabaciones con Cugat y no dudó en incluir «Blen, Blen, Blen». Haciendo entonces una versión menos radical, más al alcance de los oídos de los bailadores norteamericanos.
La Orquesta de Dizzy Gillespie con Chano Pozo en
La primera mitad de la década del 40 fue de gran éxito y reconocimiento para Chano en los medios capitalinos, llamado de nuevo por Gilberto Valdés para participar en otro espectáculo en el Anfiteatro de La Habana, que se denominó «Tambó en Negro Mayor». Integró la banda que acompañó a Miguelito Valdés en un concierto en la RHC- Cadena Azul, a fines de 1941, cuando el cantante estuvo de visita en La Habana. Tocó el tambor en grabaciones de Osvaldo Estívil con la Orquesta del Hotel Nacional. En 1943 formó parte del elenco que ofreció un homenaje a Rita Montaner en el Teatro Campoamor. En el 1944 el tresero Humberto Cané lo llamó a un Conjunto Todos Estrellas que por tres meses actuó en el Casino Nacional y luego Chano se quedó con la agrupación, llamándole Conjunto Azul para actuar en la RHC. Pero en noviembre de 1945 Chano fue gravemente herido en un pleito que él armó en la Sociedad de Autores y quedó con vida gracias a una eficaz operación del médico Benigno Souza, y no tuvo problemas con la justicia por el apoyo de amigos poderosos. Aunque incluso en 1946 grabó números con el Conjunto Azul y llegó a tener éxito, las cosas no le funcionaban bien. El año anterior se había encontrado con Mario Bauzá y todo indicaba que de esa conversación saldría la idea de que Chano podría tener ventura entre la colonia de músicos cubanos de Nueva York, «para lo que Miguelito Valdés y yo, ayudaremos en lo posible», le llegó a decir Bauzá.
Miguelito Valdés junto al cadáver de Chano Pozo. Foto de La Jiribilla En diciembre de 1946 Miguelito volvió a La Habana, participando en grabaciones, emisiones de la Mil Diez, el show de Tropicana y a todos esos sitios se hizo acompañar por su amigo Chano Pozo. Antes de volver a marcharse le aconsejó que se fuera a Nueva York, donde él podría ayudarlo más. Todo parece indicar que el autor de «Manteca» llegó a esa ciudad norteamericana en enero de 1947. Entre las primeras agrupaciones en las que pudo trabajar, fue la orquesta del propio Miguelito, aunque el colmo de su repercusión fuera su introducción en la banda de Gillespie, llevando a ella la percusión cubana para forjar los perfiles definitivos del Latin Jazz. Pero ni en esos momentos el importante compositor, instrumentista y cantante Miguelito Valdés, dejó de ser el fraterno amigo de Chano Pozo, a quien siguió cantando sus rumbas incluso después de que le mataran en diciembre de 1948. Segundo Artículo
LA CUMBRE Y EL ABISMO
Chano Pozo con Los Dandies.
Foto de la Revista La Jiribilla Por: Leonardo Padura | La Habana Tomado de la excelente Revista cubana: La Jiribilla http://www.lajiribilla.cu/2003/n135_12/135_16.html
¿Quién era, en realidad, aquel negrito feo y guapetón que gracias a su habilidad innata para golpear el tambor escaló uno a uno todos los peldaños que conducen a la inmortalidad? De la Timba a la inmortalidad: tras las huellas del más grande percusionista cubano de todos los tiempos.
Fernando Ortiz
Ahora estoy convencido de que Caridad Martínez, la mulata blanconaza y esbelta que vivió varios años con Chano Pozo, jamás conoció a su hombre. Me lo revela el hecho de que Cacha llegó a declarar aquel sombrío 3 de diciembre de 1948, vísperas de Santa Bárbara; que Chano salió de la casa «más alegre que nunca», con la mente asediada, únicamente, por las ilusiones de su próximo debut en el Strand. Pero, en realidad, Chano Pozo, establecido ya en la cumbre de su carrera artística, con tanto dinero en los bolsillos como jamás se imaginó que existiera en el mundo, era ese preciso día un hombre triste y melancólico, maltratado por la nostalgia y con muy pocos deseos de pensar en el futuro. Mientras cubría el camino entre su apartamento neoyorquino y el Río Cafe and Lounge de la calle 113, el más grande de los tamboreros cubanos miraba sin entusiasmo las infinitas luces de la opresiva ciudad, algunas de las cuales servían para resaltar su propio nombre: « ‘Manteca’, Chano Pozo con la banda de Dizzy Gillespie». Mas, con los pies heridos por el frío de Nueva York, Chano Pozo no pudo impedir que su corazón se le hubiera ido hasta La Habana: A esta misma hora, Chano, en Cayo Hueso, Pueblo Nuevo y Belén, los altares tapizados de rojo están llenos de ofrendas y velas, esperando el 4 de diciembre y los tambores ya están llorando su salvaje plegaria de 'bienvenida al guerrero Changó, tu padre, dueño del rayo y la espada. Pero esta 'noche faltará tu tambor, Chano... En Nueva York, solo tú piensas en Changó. Aún quedaban dos horas para la media noche cuando Chano Pozo entró en el Río Cafe and Lounge y, después de saludar a unos amigos, se dirigió a la victrola pues, de tanto pensar, había encontrado una forma de saludar el día de la Santa Bárbara. .. Chano Pozo nunca pudo imaginar que, antes de la media noche, lo sacarían de aquel local envuelto en dos manteles rojos y con siete balazos en el pecho. VIAJE A LA SEMILLA
Cayo Hueso, la verdad, ya no es
Cayo Hueso. De la antigua y reconocida fiereza de este barrio capitalino solo
quedan los ecos de su fama miserable y violenta; de sus más renombrados y
tétricos solares sobrevive ahora, si acaso, una vetusta fachada incapaz de
apresar lo que hubo en sus entrañas. En la actualidad uno puede desandar a
cualquier hora del día ―o de la noche―, sus más famosas calles sin temor a que
una navaja sigilosa le atraviese un pulmón o que lo encuadrillen en una esquina
y le quiten hasta los calzoncillos. Ahora en Cayo Hueso hay edificios grandes,
limpios, hasta lujosos, y el Parque de Trillo es un lugar para que los muchachos
corran y se diviertan. En este barrio Chano salió con las comparsas, aquí se hizo abakuá, del fundamento «muñanga», que es uno de los juegos de este barrio. Y de otra cosa que estoy seguro es de que vivió ahí, en la otra esquina, en el solar El África.
«Y el África era un solar de
ampanga, mi compadre. Por las noches se alumbraba con un solo bombillo y las
tendederas y guindalejos daban más oscuridad todavía. Aquello era una jungla y
de contra allí vivían como 200 negros… ¿Se le podía llamar de otra forma mejor?
Era el África misma. Y fíjate si era malo, que allí no entraba la policía. No se
atrevían. Pero lo mejor que tenía era sus cinco salidas: uno entraba por una
puerta y podía salir por donde quiera. » UN HOMBRE AFORTUNADO
―Después de todo Chano fue un
hombre con mucha suerte ―afirman, puestos de acuerdo por única vez, familiares,
amigos y conocidos del excepcional tamborero cubano. Hay que tener tremendísima
suerte para salir de donde él salió y llegar hasta donde él llegó.
UN ROSTRO EN LA
MUCHEDUMBRE ¿Quién era, en verdad, Luciano Pozo González?
Chano Pozo era todo lo que dicen
los cronistas, sus familiares, sus amigos, pero mucho más: Chano era el
marginalismo habanero de su época, y era La Habana misma, maltratada y alegre,
ruidosa y adolorida. ―Aunque yo era muy chiquito me acuerdo de Chano en la casa de Rita ―relata Cala, fotógrafo de oficio, bongosero de corazón, conocido entre los jazzistas cubanos como el blanco con manos de negro. Yo era amigo de la familia y como me gustaba tanto la música, me colaba en las fiestas que daban los fines de semana. Y había que ver tocar a ese hombre: sacaba música hasta del piso, porque se tiraba en el suelo y con esas manazas que tenía empezaba a repiquetear en las lozas. Del carajo... Según tengo entendido fue Rita quien lo metió en Radio Cadena Azul y Chano siempre se lo agradeció. Aunque era muy bruto, fue sentimental y agradecido. ―Por esa época, ya a principios de los años 40, Chano Pozo era un personaje famoso en Cuba, porque tenía la Orquesta Azul y era el músico exclusivo de la emisora ―me cuenta Adrían Zanabria, veterano bailador de comparsas habaneras. Yo me acuerdo de que Chano siempre andaba para arriba y para abajo con Manana, que era como todo el mundo le decía a Agustín Gutiérrez, el que fue bongosero del Septeto Habanero y también del Septeto Nacional. Chano y Manana formaban una pareja terrible y yo los vi hacer cosas que parecen de locos. Un día yo los fui a buscar a El Ataúd, para irnos de rumba, y antes de salir Chano cubrió la cama con billetes de cinco y diez pesos, porque ya tenía mucha plata, y después, como estaba sudado, se tiró de espaldas en la cama y le dijo a Manana: «Negüe, lo que se me quede pega’o en el lomo es pa’ gastarlo hoy». Manana le desprendió 95 pesos de la espalda, y para gastar eso en un día, ¡ay mi madre!, como había que hacer cosas en esta Habana. Pero entonces fue que vino lo mejor. Chano abrió el escaparate donde tenía como 20 trajes, de las mejores telas, y se puso a hablar con los trajes. Él hacía así, se mordía el nudillo del dedo este, el anular, y le hablaba entre dientes a los trajes. Él les decía: A ver, a ti no te voy a sacar hoy porque estás muy pesa’o últimamente. Y tú ―le decía al otro― tú ni me mires, descara’o, que te enfangaste to’ el otro día. Y a ti, ¿qué te pasa? Na’, na’ no te pongas triste, que tú eres el que va a salir hoy― y escogía ese. Para mí que Chano no estaba muy bien de la cabeza, ¿eh? «Pero todo eso que se dice, que si Hornedo, que si Amado Trinidad, dígale a la gente que no: el hombre que más ayudó a Chano Pozo en este mundo fue Miguelito Valdés. Fíjate: Miguelito fue el que le grabó las canciones a Chano en los EE.UU., como aquella que decía Blem, blem, blem, y nunca le hizo maraña con el dinero, como pasó aquí en Cuba, en la Asociación de Derechos de Autor, que le tumbaron dinero a Chano y luego hasta le metieron un tiro en la barriga. Pero además Miguelito fue el que inventó lo de la academia de baile que Chano y Manana hicieron en El Ataúd, y el mismo Miguelito les mandaba para acá a las americanas que querían aprender a bailar rumba, aunque de verdad lo que ellas querían era otra cosa: vaya, por lo claro, venían a fumar y a joder aquí. Y también fue Miguelito Valdés quien le consiguió a Chano su primer contrato en los EE.UU. y lo mandó a buscar para que Chano Pozo triunfara allá y se hiciera, de verdad, el tumbador más grande que ha dado este país».
Chano Pozo y Los Dandies. EL CAMINO DE LA GLORIA Y DE LA MUERTE «Me acuerdo como si fuera hoy el día que Chano salió para los EE.UU. A mí se me hizo tarde y tuve que ir corriendo para el puerto, porque se iba por barco para llevarse el convertible rojo que se había comprado con un dinero que le mandó Miguelito Valdés. Él pensaba estar allá por poco tiempo, y por eso se fue hasta con Cacha, la mujer que él tenía por esa época —dice Petrona y observa entonces el altar que está a su lado. Pero yo sabía que Chano no iba a volver. Lo sabía. Unos días antes él se hizo un registro y le salió que tenía que hacerse santo, hacerse Changó, antes de cruzar el mar. Pero mi hermano era muy desobediente y dijo que cuando regresara él se lo hacía. Pero yo sabía que Chano no iba a volver. Changó no perdona». «Cuando Chano llegó a EE.UU., yo tenía ya mi propia orquesta —relata Dizzy Gillespie, el excepcional trompetista que junto a Charlie Parker y Chano Pozo desarrolló hasta sus últimas consecuencias la revolución del be bop. Pero el problema es que no encontraba un buen tamborero. Entonces fui a ver a Mario Bouzá, quien ha sido mi padrino musical, incluso el que me consiguió un puesto en la banda de Cab Calloway cuando la banda de Cab era la mejor de New York. Entonces le pregunté a Mario, que era una autoridad en música afrocubana, si conocía algún tamborero bueno de verdad. Tengo un muchacho para ti, pero no habla inglés, me dijo. Así fue como tomé a Chano Pozo y no me arrepentí nunca. Cuando lo vi tocar siete tambores a la vez supe que había encontrado un genio de la música. Y, por cierto, no hizo falta que hablara inglés: logramos entendernos perfectamente, por el lenguaje de nuestros ancestros». Al sumarse a la banda de Dizzy Gillespie empieza para Chano Pozo el camino hacia la consagración y la fama. Junto al gran trompetista norteamericano emprende una gira por varias ciudades del país y graba, entre otros éxitos, una pieza clásica del jazz latino: «Manteca». Es la apoteosis de los tambores cubanos que enriquecían, definitivamente, la concepción rítmica de la música estadounidense. Chano se había convertido «en una celebridad —ha escrito Ciro Bianchi Ross, en un lúcido reportaje. ‘Manteca’ le había reportado ya una buena suma de dinero, cobrada horas antes de ser asesinado. Después de unas vacaciones cumplimentaría un contrato en Billy Berg, el famoso cabaret-restaurante de Hollywood, que a su vez le serviría de antesala para su debut en el Strand. Las pantallas de los trailes del teatro Strand ya lo anunciaban… » «Con Chano Pozo habíamos tenido un éxito inmediato —recuerda, conmovido, Dizzy Gillespie. Pero lo que es más importante: Chano cambió el gusto de la música en los EE.UU. y a mí me alegra haber tenido algo que ver con ese fenómeno. Chano, con sus siete tambores cubanos, fue el factor decisivo en el proceso de introducir e integrar la música afrocubana en el jazz norteamericano. Chano Pozo fue un innovador y un nuevo punto de partida.» «¿Cómo no iba a ser así, mi amigo? Ese hombre podía hacer con sus tambores lo que le diera la gana... Fíjate, cuando Cristóbal Colón llegó a Cuba, ya Chano Pozo era, hacía rato, el mejor tumbador que ha dado este país, y yo sé que, todavía no ha vuelto a nacer otro como él» —sentencia, sin posibilidades de discusión, Cala. «Pero Chano no se sentía bien en los EE.UU., seguro que no —afirma Idelfonso Inclán, El chino, masajista de boxeadores famosos, entre los que se cuentan Kid Chocolate y Kid Gavilán. Él quería regresar porque sabía que se la debía a Changó y porque su ambiente estaba en La Habana y cuando hizo la gira por el sur de los EE.UU. vio que allí lo trataban como a un negro cualquiera y no como él se merecía o pensaba que se merecía. Como él y yo nos conocíamos desde el año 30 y salimos juntos en los Dandys, él fue varias veces al gimnasio Stigman, donde yo trabajaba para Sugar Robinson, a que le diera masajes y siempre lo noté muy tenso. Y, por cierto, yo estaba presente el día que se conocieron Chano y El Cabito.» TRISTE, SOLITARIO y FINAL Chano Pozo estudió la pizarra de la victrola. Introdujo una moneda en la ranura y marcó el D-3. Por la bocina del reproductor empezaron a desfilar, atropelladamente, las notas salvajes y agresivas de una melodía nacida en el corazón de África, cinco siglos atrás. «Manteca» inundó el Rio Cafe and Lounge y Chano Pozo, su autor, cerró los ojos: Ahora estás en La Habana y tocas la bienvenida al manto púrpura encendido de tu irascible padre africano. No sientes que tus pies tiemblan y empiezan a golpear el piso, una y otra vez, y otra vez. Las puertas del Rio Cafe and Lounge volvieron a abrirse y un hombre penetró en el local. Las manos, ocultas en el bolsillo de su gabán. Eusebio Muñoz, alias El Cabito, un ex combatiente marcado por la psicosis de una guerra en la que fungió como francotirador, observó a su desprevenida víctima. —Fue por mujeres —opina Cala. —Por desobediente, Changó se lo advirtió —me dice Petrona Pozo. —Drogas, seguro —afirma Roberto Cortés. —Dinero, un lío entre hombres —asegura Herminio Sánchez, repitiendo la versión que Caridad Martínez, Cacha, dio a los periodistas. Pero Cacha no conocía a su hombre. Sin embargo, su versión —confirmada por una cantante cubana radicada en Nueva York—, fue la más difundida: El Cabito le debía 15 dólares a Chano y Chano se los había reclamado en público. No obstante, al morir, el tamborero cubano tenía 15 mil dólares en el banco y más de 1 500 en los bolsillos. Pero El Cabito, había sido ofendido entre los hombres. —La verdad es que fue un lío de drogas ―recuerda El Chino Inclán: El Cabito le vendió a Chano una hierba que no era buena y Chano le metió una galleta en público y luego no quiso disculparse. Entonces El Cabito juró que lo iba a matar como un perro. —Pero no fue marihuana —asegura, a su vez, Adrían Sanabria. El lío era más gordo, era coca, y solo se pueden pensar dos cosas: o Chano no supo usarla o de verdad El Cabito lo quiso estafar. Mientras, de frente a la victrola, Chano ponía a circular por sus venas toda la historia sagrada y guerrera de su sangre africana: Tus manos dispersaban las penumbras del solar El África, tus pies pulían el cemento sucio de El Ataúd, tu voz profunda rompía las paredes enclenques de Pan con Timba. Cuando Chano Pozo giró, el recién llegado extrajo su revólver y disparó una vez. El ídolo de la música cubana cayó al suelo, con el corazón perforado. El Cabito se acercó al cuerpo que se movía ahora con el ritmo espasmódico de la muerte y, sin prisa, le disparó seis veces más…
Chano Pozo yacía en un bar de Nueva
York, pero, en realidad, había muerto en su Habana, aunque la ciudad que lo hizo
a su imagen y semejanza debió esperar ocho interminables días para cubrir con su
tierra el cuerpo del más grande y triste de los tamboreros cubanos.
De izquierda a derecha: Francisco "chino" Pozo, mujer sin identificar, Cacha y Celina en el velorio de Chano Pozo. Foto de la Revista La Jiribilla.
|
||