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Cristóbal Díaz Ayala y su pasión por la música popularColeccionista extraordinario y estudioso de la música, Cristóbal Díaz Ayala acaba de recibir el “Lifetime Achievement Award” de la Association for Recorded Sound Collectors de Estados Unidos
En primer plano Don
Ricardo Alegría, a su derecha el
historiador y musicólogo Cristóbal Díaz
Ayala y su esposa Maris.
Por Carmen Dolores Hernández Tomado de La Revista Del periódico El Nuevo Día de Puerto Rico
Los títulos de varios libros de Cristóbal Díaz Ayala, uno de los estudiosos más reconocidos de la música popular antillana, atestiguan el alcance de esa pasión: “Música cubana: del Areyto a la Nueva Trova”; “Cuando salí de La Habana: Cien años de música cubana por el mundo” y la edición de “La marcha de los jíbaros: Cien años de música puertorriqueña por el mundo”.
Hace unos años, Díaz Ayala donó su magnífica colección de música popular –discos, libros, cartelones de cine- a la Florida International University, donde ya está a la disposición del público. Cada año, esa universidad ofrece dos bolsas de viaje de $1,500 cada una para que un investigador trabaje un tema representado en la colección. Este año un puertorriqueño, Josean Ramos, obtuvo por primera vez una de las becas para estudiar las carátulas en la industria disquera puertorriqueña.
¿Cómo te empezaste a interesar por la discografía?
A los 18 años, cuando cayó en mis manos un libro en francés, “Le hot jazz”, el primero que se escribió en serio sobre el jazz: allí había resúmenes de la discografía. Mucho más tarde, me hice amigo de Richard Spottswood y lo ayudé con su bibliografía: “Ethnic Music on Records: A Discography of Ethnic Recordings Produced in the United States, 1893-1942” y me interesé aún más. Las grabaciones le dan aceptación social a la música. El disco primero y luego la radio ayudaron a que la música popular cobrara importancia.
En tu libro señalas que la primera grabación de música puertorriqueña se hizo en 1900; hace poco compartiste la música del disco. ¿Cómo lo conseguiste?
Yo sabía de esa grabación de “La Borinqueña” de Félix Astol por Chalía Díaz Herrera, pero cuando escribí el libro no la tenía. Ese disco era el unicornio azul de la música puertorriqueña. Cuando ya estaba terminado el libro, me lo llevé en una subasta. Por eso aparece en la portada.
Has hecho una investigación exhaustiva sobre las semejanzas y diferencias musicales entre las Antillas.
Hay que darles también crédito a los colaboradores de la revista “La canción popular”, que han sacado muchos datos a lo largo de los años. En la tradición musical antillana está la argamasa que nos une y la distancia que nos separa. Somos parecidas, pero no iguales.
Se habla de la transformación de la música latina en EEUU, ¿se puede hablar de que se ha transformado, a su contacto, la música de ese país?
Mi tesis es que los intercambios empiezan tan temprano como cuando empieza el jazz en Nueva Orleans, hacia 1900, con un trío en que la corneta lleva la melodía y el clarinete y el trombón le hacen la contramelodía, completan la armonía. ¿De dónde salió eso? Desde 1875 existía el danzón cubano, en cuya parte final se hacía eso mismo con un ritmo distinto. ¿Y cómo llegó el danzón a Nueva Orleans? A través del disco. Los regimientos de soldados negros norteamericanos que vinieron a Cuba durante la Guerra Hispanoamericana se llevaron consigo la manera de hacer la música.
Pienso que el bolero lo había hecho nos enseñó a ser latinoamericanos.
El bolero, el cine mexicano –que era un bolero- son antecedentes del Boom. Yo recuerdo cuando la liturgia del domingo tenía dos etapas: se iba a misa por la mañana y al cine por la tarde, a menudo a ver lo que la Iglesia prohibía. Y lo que une toda esa bolerística es el humilde Cancionero Picot [que publicaba un puertorriqueño en México, como explica Díaz Ayala en su libro].
¿Cómo y cuándo nace el bolero?
Nace en Cuba con Pepe Sánchez; primero se dice que en 1875 pero creo que es más viejo. Empezó chiquito y fue creciendo. Se pensaba que la primera grabación de un bolero fue “Tristeza”, en 1907 en México, con el título de “Un beso”, por una frase de la primera estrofa. Ese es el canon, pero en un catálogo viejo encontré que en 1905 se grabaron en La Habana cinco boleros. Uno fue “La Dorila”, famosa criolla dominicana del siglo XIX, que Sindo Garay oyó allí y se llevó a Cuba. En 1905 la cantaron no como criolla, sino como bolero. Tiene el número más bajo de los cinco discos: posiblemente fue el primero en grabarse. Para mí fue una alegría porque yo soy antillano: cubano, puertorriqueño, dominicano.
¿Cuáles fueron los grandes hallazgos de esta investigación?
Fueron tres: en primer lugar corroboré que la tesis de Jorge Javariz, expuesta en “La marcha de los jíbaros”, es correcta. Nueva York fue un centro crucial para la composición y grabación de la música popular puertorriqueña. Luego me interesó la manera en que la danza fue sustituida por otros géneros musicales, principalmente el bolero. Y quise destacar la proeza del bolero descriptivo –con estructura de cuento – que se inventaron aquellos jíbaros en Nueva York. Yo cuento la proeza, pero la hicieron ellos allá.
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