Discografía puertorriqueña

 

Mucho más que una discografía, este libro sigue la trayectoria de la música popular puertorriqueña a lo largo de la primera mitad del siglo XX

 

 

 

 

Por Carmen Dolores Hernández

Tomado de La Revista

El Nuevo Día

San Juan, Puerto Rico

 

Los discos (ahora superados por otros tipos de grabaciones) son a la música lo que los libros a la literatura: los medios de preservar las creaciones de épocas pasadas y de disfrutar ampliamente las del presente. Por eso las discografías equivalen, justamente, a las bibliografías.

 

Y si bien la música llamada “clásica” dada su temprana internacionalización tiene su pervivencia y amplitud de recepción aseguradas por medio de grabaciones que trascienden lugares y épocas, no pasa lo mismo con las músicas nacionales, cuya discografía puede ser precaria. En países como el nuestro, en donde la industrialización de los medios auxiliares de las producciones culturales –el libro, el disco, la película o el video- es (y, sobre todo, era) endeble, una serie de circunstancias puede afectar el proceso: la falta de estudios y técnicas de grabación y la ausencia de redes de distribución, entre otras.

 

A pesar de ello la discografía puertorriqueña es abundante y variada. En este libro Cristóbal Díaz Ayala ha hecho una recopilación completa de las grabaciones de nuestra música, incluyendo la de artistas puertorriqueños dentro y fuera de la Isla; las piezas de compositores puertorriqueños y las grabaciones hechas en San Juan por músicos como los cubanos Guillermo Portabales y las Hermanas Márquez. La discografía ofrece el número de matriz (el que le dio la casa disquera a la grabación original); la fecha de grabación; el número de catálogo de la casa disquera; el lugar de la grabación; el título de la canción o de la pieza musical; el género; el compositor (se señala su procedencia cuando no es puertorriqueño) y los intérpretes. El intérprete principal (sea cantante o director de grupo o de orquesta) encabeza la lista de los discos suyos que se incluyen. La discografía comprende las grabaciones hechas tanto en San Juan como en Nueva York durante los primeros 42 años del siglo XX.

 

Se trata de un instrumento invaluable para musicólogos y estudiosos, pero el libro es más que eso. El ensayo inicial sobre la música popular puertorriqueña la caracteriza en sus géneros, en sus influencias, en sus intérpretes y en las grabaciones. Señala y analiza una de sus más fascinantes particularidades: gran parte de esa música –incluyendo canciones patrióticas como “Lamento borincano”, de Rafael Hernández- se grabó y dio a conocer en Nueva York (de 1900 a 1942 se hicieron allí 3,015 grabaciones de música o intérpretes puertorriqueños; de 1910 a 1942 se hicieron 572 en San Juan: la discrepancia en fechas de inicio se debe a que en esta ciudad se empezó a hacer grabaciones más tarde). No sólo fue Nueva York la ciudad donde se hizo la primera grabación conocida de una canción puertorriqueña (“La borinqueña” de Félix Astol cantada por la soprano cubana Chalía Herrera en 1900 para el sello Zonophone), sino que allí las grabaciones acusan una mayor diversidad de géneros. En las de Puerto Rico predominan las danzas, que se consideró el género prototípico de la música nacional hasta la década del treinta. El cambio y enriquecimiento del repertorio obedece no sólo al hecho de que la población boricua en Nueva York aumentó significativamente a partir de los años veinte (en los treinta había unos 45,000 puertorriqueños) sino también a que un buen número de músicos boricuas residía en aquella ciudad, sobre todo los que se habían unido a la banda militar del afroamericano James Reese Europe durante la I Guerra Mundial y se quedaron allí cuando éste fue asesinado. De ellos, muchos eran negros, lo cual explica también la introducción de nuevos géneros en el repertorio de la música puertorriqueña. Rafael Hernández fue, desde luego, instrumental en este proceso gracias a sus composiciones de danzones, sones, guarachas y boleros.

 

Escrito en un estilo coloquial que lo hace accesible a cualquier lector interesado en el tema -¿y quién, en Puerto Rico, no se interesa por la música?- el ensayo introductorio incluye datos curiosos como el de la primera mención de nuestra Isla en los anales de la canción popular (la canción “El café de Puerto Rico” o “Tango del café”, que se incluyó en una revista musical española de 1888: “Certamen nacional”). Informa asimismo sobre las grabaciones de música puertorriqueña que hiciera la casa Edison en Nueva York en 1909; las que el antropólogo John Alden Mason hiciera de nuestro folklore en 1914 y 1915 cuando vino a hacer investigaciones en la Isla; las grabaciones de la casa Victor en San Juan en 1917, que incluían “las primeras canciones infantiles grabadas comercialmente en lengua española”; las de Martínez Vela, empresa local que empezó a grabar en 1938 bajo el sello de “Marvela”; la conexión de la tienda González Padín con el mercado musical desde los años veinte y la fascinante historia del Cancionero Picot, publicado desde el 1930 por el puertorriqueño residente en México, Oscar Villafañe, dueño de la Sal de Uvas Picot, cancionero que fue instrumental para la difusión continental de los cancioneros boricua, cubano y mexicano.

 

 

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