CULTURA Y NACIONALIDAD

 

 

 

Por: ©Néstor Emiro Gómez

Miembro Fundador de HL.

 

  ¿Es posible encerrar la cultura dentro de los límites estrictos que le señalan las fronteras geográficas de un país? O, para expresarlo de otra manera: ¿Sería posible la existencia de una cultura exclusivamente dentro de las fronteras nacionales: una cultura nacional?  Son preguntas muy difíciles de responder, sin que se corra con el riesgo de ofender la sensibilidad patriótica de cualquier colectividad. Inquietudes que, en torno a la  búsqueda de respuestas que nos permitan descifrar el engranaje que estos interrogantes plantean, pueden resentir nuestro sentimiento nacionalista. Muy a pesar de ello, existe la necesidad perentoria de abordar el estudio serio de esta realidad, aunque ella nos muestre que funciona de una manera diferente a como siempre hemos pensado que es, o nos gustaría que fuera. Ahora bien, la forma más sencilla para facilitar el entendimiento de esta problemática, sería empezar por analizar con la mayor precisión posible, los elementos que conforman y definen los conceptos de Cultura y Nación.

 

   La palabra Cultura (del latin cultura) significa etimológicamente cultivo.  Las primeras manifestaciones del interés por conocer e investigar sobre las diferencias de comportamiento y  modos de vida  en las distintas sociedades, aparecen en Grecia, cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo. La Historia atribuye a Heródoto la responsabilidad de haber sido el primero en relatar sus experiencias de viajes que realizó por todo el antiguo imperio Persa, los alrededores de Asia y el norte de África, en un trabajo donde consigna su pensamiento sobre las que él creía eran las causas que originaban la diversidad cultural: causas raciales y ambientales.

 

    Por más de dos mil años las ideas de Heródoto ejercieron una notable influencia sobre la mayoría del pensamiento occidental.  Mientras que, en oportunidades, muchas personas fundamentaban las diferencias culturales en las distintas expresiones raciales o en el episodio bíblico de la torre de Babel. Solo hasta finales de la edad media, se renueva un súbito interés por aprender y profundizar en el conocimiento de las costumbres de otros pueblos, por el prolongado contacto que casi todos los países del oeste europeo, mantuvieron con las nuevas sociedades descubiertas durante los viajes de exploración alrededor del mundo, en su afán por conseguir nuevas fuentes de materias primas y riquezas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

             Apollo

            

En Inglaterra el término cultura llegó a generalizarse desde los tiempos de la edad media. Ya para el siglo XVIII, muchos científicos y filósofos europeos pensaban que la cultura evolucionaba en etapas progresivas del desarrollo humano. Personas de la alta sociedad de la Inglaterra Victoriana del siglo XIX, usaban el término cultura en su sentido original de «cultivar». Con ello trataban de descalificar el comportamiento no refinado y los gustos asociados con las clases bajas. Sobre esta consideración, el término victoriano de cultura se refería a los gustos refinados, al entrenamiento intelectual y a los buenos modales de las clases altas. Sin embargo, antropólogos, sociólogos e historiadores de ese mismo periodo preferían utilizar el vocablo «Civilización», del latín connotación de «ciudadano», como una descripción científica de lo que las clases altas llamaban cultura. En este sentido, civilización significaba también, el pináculo de la evolución cultural.

 

LA CULTURA FRENTE A LOS DESCUBRIMIENTOS CIENTIFICO DEL SIGLO  XIX

 

      Los nuevos descubrimientos científicos ocurridos a principios y mitad del siglo XIX abonaron el terreno para fortalecer las incipientes teorías sobre la evolución cultural. El geólogo escocés Charles Fyell por una parte, y los arqueólogos daneses Christian Thomsen y J.J. Worswaac por la otra, con sus descubrimientos arqueológicos que demostraban que la tierra y el género humano eran muchísimos más antiguos de lo que se creía hasta entonces, sirvieron de fundamento para que el naturalista británico Sr. Jhon Lubbock hiciera su propuesta sobre la evolución de las sociedades humanas a través de largas etapas de desarrollo cultural, cada una de ellas distinguida con sus respectivos avances tecnológicos. Lubbock pensaba que las primeras etapas de la humanidad estaban representadas por las llamadas sociedades primitivas. Le seguían las etapas de la edad de bronce y luego la de la edad de hierro.

 

   Ahora bien, coincidiendo con el descubrimiento de la teoría de la evolución biológica del naturalista británico Charles Darwin para 1860, el filósofo social británico Herbert Spencer da a conocer su propia teoría de la evolución biológica y cultural. Spencer argumentaba que todos los fenómenos mundiales, incluyendo las sociedades humanas, cambiaban con el tiempo, avanzando hacia la perfección. Afirmaba que la evolución humana se caracterizaba por una lucha llamada de “Supervivencia de calidad”, en las cuales las razas y sociedades más débiles debían ser reemplazadas, con el tiempo, por  razas y sociedades mucho más fuertes y avanzadas.

Aunque la teoría racista y etnocentrista de la evolución cultural promovida por Spencer no estaba de acuerdo con la teoría de Darwin, aquella llegó a ser conocida con el nombre de Darwinismo social. Este Darwinismo social ayudó a las naciones europeas a justificar su dominación sobre diversos pueblos alrededor del mundo y a través del colonialismo.

   Otra teoría sobre la evolución cultural que irrumpió a finales del siglo XIX, fue la impulsada por el antropólogo Lewis Henry Morgan, quien junto con Edward Tylor fue uno de los fundadores de la antropología moderna. En su trabajo esperaba demostrar que todos los aspectos de la cultura como la estructura familiar, formas de matrimonio, parentescos, derechos de propiedad, formas de gobierno y sistemas de producción alimenticia cambiaban junto con la evolución de la sociedad.  Morgan llamaba a sus etapas evolutivas periodos étnicos y los caracterizaba como salvajismo, barbarismo y civilización. No creía que su teoría podría ser utilizada para promover el racismo, el etnocentrismo y la explotación, pero al igual que todos los de su tiempo, consideraba la civilización occidental como la forma más alta de la cultura. Morgan creía que tanto la raza, nacionalidad, lenguaje y cultura estaban todas relacionadas y que los europeos eran el pueblo biológica y culturalmente más avanzado.

    Las teorías racistas y etnocéntricas de la evolución cultural, no recibieron mayor apoyo de los antropólogos de comienzos del siglo XX. Por el contrario, en los albores de este mismo siglo, en Norteamérica, el antropólogo americano nacido en Alemania Franz Boas desarrolló una nueva teoría sobre la cultura conocida como Particularismo Histórico.  Esta nueva teoría proclamaba la unicidad de cada una de las culturas, trazando nuevas direcciones a la antropología. Otros antropólogos creían que las innovaciones culturales, como las invenciones, tenían un origen único y pasaban de sociedad en sociedad. Esta teoría fue conocida como Difusionismo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Oreste

   Por esta misma época los antropólogos habían perfeccionado métodos de investigación para estudiar las culturas de sociedades pequeñas individualmente.  Así compararían sus hallazgos con otros estudios para desarrollar teorías universales de la cultura. Esta forma de estudio fue conocida como Etnología, derivada de la palabra griega Ethnos que significa “nación” o “raza”. Trabajando como etnólogo, Boas sentía que la cultura de una sociedad se debía entender como el resultado de una historia única y no como el producto de muchas culturas pertenecientes a un estado más amplio de evolución o tipo de culturas.

     

    Aunque el particularismo histórico llegó a convertirse en una tendencia dominante en el estudio de la cultura en la antropología americana, a través de la influencia de muchos estudiantes de Boas,  un buen número de antropólogos de comienzo de 1900 las rechazó, en favor del difusionismo. De acuerdo con las ideas que pregonaban los difusionistas, todo desarrollo cultural importante se debía a invenciones de unos pocos, gente especialmente dotada, que luego propagaban a otras culturas. Así, por ejemplo, los antropólogos británicos Grafton Elliot Smith y W. J.Perry sugirieron incorrectamente, sobre la base de una información inadecuada, que la agricultura, la cerámica y la metalúrgica se habían originado en Egipto y difundido por el mundo. De hecho, sabemos que todos estos desarrollos culturales ocurrieron separadamente en diferentes épocas y en muchas partes del mundo.

 

      Otra alternativa teórica al problema de la cultura propuesta en los comienzos del siglo XX fue la planteada por el sociólogo francés Emile Durkheim, quien señalaba que las creencias religiosas funcionaban como refuerzo de la solidaridad social. Durkheim mostró gran interés en la relación entre la función de la sociedad y la cultura, fenómeno conocido como funcionalismo, cuya temática alcanzó mucha importancia en Europa y especialmente en la antropología británica. El funcionalismo veía la cultura como una colección de partes integradas que trabajaban juntas para mantener a la sociedad engranada y funcionando.

 

      A los funcionalistas se les criticaba el manejo circular de su argumentación, pues explicaban la cultura por la demostración que le permite a una sociedad funcionar, pero no explicaban el significado u origen de cualquier tradición cultural particular.

 

      En estas circunstancias, aparece entonces un renovado interés por otorgarle mayor importancia a lo material, económico y ecológico en los fundamentos de la cultura. Un grupo de antropólogos americanos, en los comienzos de los años 1930s, comenzó a destacar la necesidad de descubrir como el ambiente natural, la tecnología y las formas de producción y distribución de las necesidades de las personas influenciaban todas las partes de la cultura. Su propuesta hacia énfasis en que la cultura material, y particularmente aquellos aspectos relacionados con la construcción de viviendas, determinaban la forma de la cultura como un todo. El antropólogo norteamericano Alfred Kroeber, uno de los primeros en proponer la teoría económica y ecológica de la cultura, creó un mapa de grupos nativos americanos que dividió de acuerdo con lo que él llamó áreas culturales. Según Kroeber, todos los grupos incluidos dentro de la misma área cultural compartían formas similares de vida porque ocupaban las mismas regiones ecológicas. Por lo tanto, dependían de muchos de los mismos recursos naturales tales como fuentes de alimentación y desarrollo, similitud de clases de tecnología y organización social.  Por ejemplo, las poblaciones nativas del área cultural de la costa noroeste, como los Kwakiutl y Haida, tienen un número de similitudes culturales.

 

       El antropólogo americano Julián Steward encontró en una investigación hecha entre 1930 y 1960, que tipos similares de cultura se desarrollaban bajo condiciones ambientales similares, incluso en lugares geográficamente separados. Steward atribuía estas similaridades culturales a la correspondencia en sus esencias culturales —aquellos aspectos de la cultura que podían recibir influencia por vías semejantes en la cuales personas diferentes se adaptan a ambientes naturales parecidos. En su argumento insistía en que las similaridades culturales y de organización social entre grupos sociales alrededor del mundo, tenia mucho que ver con las semejanzas ecológicas de los lugares en los cuales vivían. El trabajo de Steward y muchos de sus estudiantes se conoce como ecología cultural.

 

DEFINICION Y CARACTERISTICAS DE LA CULTURA

 

       El concepto moderno de Cultura abarca una idea cuya extensión es sumamente amplia. En Antropología, son los patrones de comportamiento y de pensamiento que las personas que viven en grupos sociales aprenden, crean y comparten. La cultura distingue a un grupo humano de los otros. También distingue a los humanos de los animales. La cultura de un pueblo incluye sus creencias, normas de comportamiento, lenguaje, rituales, arte, tecnología, estilos indumentarios, formas de producir y cocinar los alimentos, la religión y los sistemas económicos y políticos.  La cultura es el más importante concepto en antropología (El estudio de todos los aspectos de la vida humana, pasados y presentes).

 

     El término se utiliza, principalmente, para referirse a todo cuanto el hombre aprende  como miembro de una sociedad determinada. Este énfasis conque se destaca la adquisición de habilidades y conocimientos por medio del aprendizaje en el concepto de cultura, se debe a la necesidad de deslindar diferencias con otros dos tipos de cualidades  que todo ser humano posee, y que son originados por razones completamente distintas a las del aprendizaje. El primero de estos tipos de cualidades humanas a que hacemos referencia corresponde a las que el hombre obtiene a través de la genética, tales como  las características de orden racial. El otro tipo de propiedades que el hombre incorpora a su naturaleza humana es el conformado por todas las cualidades generadas con el nacimiento, como la disposición para experimentar emociones, sentimientos, talento, etc. Supongamos el caso de alguien que haya nacido en una región del este asiático; y, aún siendo un bebé, fuera trasladado a vivir y desarrollarse en algún país de Centro o Suramérica. ¿Qué ocurriría con esta persona en su nuevo hábitat? Seguramente conservaría sus características raciales (genéticas) y sus aptitudes particulares (talento o vocación). En cambio, perdería todo el bagaje cultural propio del sitio donde nació, para adquirir la cultura del lugar donde establece su nueva vida. Una de las primeras manifestaciones de la cultura que obtendría, sería el idioma.  Luego vendrían las normas de comportamiento social, los hábitos alimenticios, las costumbres, las creencias, la ideología y todos los demás elementos de la cultura.  Lo cual nos está demostrando con gran contundencia, la fuerte dependencia que estos  elementos que integran la cultura, tienen del medio ecológico y social donde se desarrolla el individuo.

 

      En estas circunstancias cabe destacar las cuatro más importantes características que definen la esencia de la cultura, de la siguiente manera:

 

1o) Es Simbólica,  2o) Es Aprendida,  3o) Es Compartida y  4o) Es Adaptativa.

 

La Cultura es Simbólica: Las personas tienen la cultura primariamente porque se pueden comunicar y entender con los símbolos que le facilita el lenguaje. Los símbolos no son más que formas abstractas de referirse y entender las ideas, objetos, sentimientos o comportamientos. Ellos permiten desarrollar pensamientos complejos e intercambiar ideas entre las personas. El lenguaje y otras formas de comunicación simbólica, tales como el arte, habilitan a las personas para crear, explicar y grabar nuevas ideas e información. Los símbolos pueden tener una conexión directa o, no tener ninguna, con los objetos, ideas, sentimientos, o comportamientos a los que se refieren.  La mayoría de las personas encuentran algún significado en, por ejemplo, la combinación de los colores de la bandera de su país. Pero esos colores, en sí mismo, no tienen nada que ver con la tierra, el concepto de patriotismo, el himno nacional o la bandera misma. Los seres humanos tienen capacidad innata para construir, entender y comunicarse  a través de los símbolos, inicialmente, utilizando el lenguaje. Investigaciones han mostrado, por ejemplo, que los infantes tienen una estructura básica del lenguaje un tipo de gramática universal construida en el interior de sus mentes.  Lo cual significaría que ellos están predispuestos para aprender el lenguaje hablado por las personas de su medio social.  Además, el tracto vocal humano tiene capacidad para crear y articular una amplísima variedad de sonidos con los cuales puede formar millones de palabras distintas.

 

La Cultura es Aprendida: Los seres humanos no nacen con la cultura. Ellos tienen que aprenderla. Todas las personas deben aprender a hablar y a entender un lenguaje y a someterse a las reglas de una sociedad. En muchas organizaciones sociales toda la población debe aprender a preparar su alimentación y a construir sus viviendas.  En otras sociedades las personas deben adquirir habilidades para ganar dinero, con el cual puedan mantener su  subsistencia.  En Todas las sociedades humanas los niños aprenden la cultura de los adultos. Este proceso se conoce con el nombre de enculturación o transmisión cultural.

 

      La enculturación  constituye un largo proceso. Precisamente, el aprendizaje de los pormenores del lenguaje humano, en su mayor parte, es una enculturación que se toma muchos años. Las familias generalmente protegen y esculturan a sus hijos en sus hogares, desde su nacimiento hasta los 15 años o más. Después de lo cual, ellos pueden establecerse solos y formar sus propios hogares. Aun así, cada persona continua aprendiendo durante toda su existencia.

 

La cultura es compartida: El carácter unitario de todo grupo humano organizado en una sociedad debe estar fundamentado principalmente, en la identidad de intereses de la colectividad. Tales intereses suponen una motivación originada en factores económicos políticos y culturales. El propósito  es que las sociedades puedan organizarse de tal manera que permitan a las personas vivir y trabajar juntos en forma ordenada. El proceso de  mantenimiento de este orden social generalmente se produce, algunas veces, a través de mecanismos coercitivos como el sometimiento a una legislación  establecida para señalar pautas y control del comportamiento social. Otras veces, mediante la aplicación de prácticas y técnicas impuestas por la tradición histórica y las condiciones ecológicas.  Ejemplo de ello serian la necesidad de comunicación en el mismo lenguaje, vestir en estilos similares, alimentarse con comidas semejantes, desarrollar las mismas costumbres, tener las mismas creencias, celebrar las mismas festividades, generar y consumir las mismas preferencias artísticas, formular los mismos principios  de educación institucional, etc. Es decir, todos los elementos que se constituyen en el fundamento de la cultura y que le atribuyen su esencia de ente colectivo o bien comunitario. Razón precisa y oportuna para destacar  los hechos culturales como acciones que, por su propia naturaleza, requieren ser compartidas por todos los miembros del grupo social.   

 

   Más aun, una dinámica cultural no solo puede existir dentro de un conglomerado social establecido como estado nacional, sino que, en ocasiones, es también  posible que trascienda más allá de sus fronteras para ser compartida con otros países. Como lo hemos registrado antes, ya el antropólogo norteamericano Julian Steward (1902-1972) había confirmado esta conclusión en su trabajo de investigación  durante los años 60s, afirmando que: «Tipos similares de cultura se desarrollaban bajo condiciones ambientales similares, incluso en lugares geográficamente separado».  De aquí que la cultura resulte ser, en consecuencia, una virtud humana que no posee restricciones de propiedad, de exclusividad, ni mucho menos limitaciones impuestas por linderos geográficos convencionales.  

  Sin embargo, en pleno siglo XXI, en el siglo de la tecnología, todavía existen tendencias que se niegan a aceptar la realidad de los resultados alcanzados por la investigación científica y prefieren darle crédito a concepciones obsoletas alimentadas por el etnocentrismo: creencia de que la cultura de una determinada sociedad es más sensible o superior a la de las otras sociedades. Son tendencias que enarbolan argumentos con la pretensión de demostrar la validez de la idea descabellada sobre la “apropiación cultural” y, en casos más extremos, la absurda teoría del “robo cultural”. ¿Cómo podría concebirse alguna posibilidad de apropiación o robo de un elemento que por su propia naturaleza necesita y debe difundirse y, por lo tanto, también ser compartido socialmente? ¿Qué tipo de mentalidad podría imaginar siquiera que una entidad como la cultura, que se promueve colectivamente puede otorgársele la categoría de propiedad privada y ser exclusividad de un grupo social específico?

Sería tanto como pensar que el lenguaje con que nos comunicamos en Latinoamérica, los avances tecnológicos, la religión, las artes en sus distintas modalidades, etc., deberían ser patrimonio único y exclusivo de los países donde se generaron o fueron descubiertos. Y lo que los demás países han hecho adoptando y también desarrollando hechos culturales similares, ha sido una manera de apropiarse o  de robarse esas expresiones de la cultura. Tamaña afirmación, no sería más que el producto de un razonamiento  ridículo y fuera de todo contexto real y lógico.    

 

La Cultura es Adaptativa: La cultura ha sido un recurso muy importante para el género humano, en su lucha por la supervivencia frente a los cambios naturales del medio ambiente. La adaptación cultural ha hecho que el hombre sea una especie exitosa en la tierra. El desarrollo de la tecnología, la medicina y la nutrición han permitido a la humanidad reproducirse y sobrevivir en un proceso histórico de crecimiento

 

FACTORES QUE INCIDEN EN LA FORMACIÓN DE LA CULTURA

 

    Una de las inquietudes que más ha despertado interés dentro de la investigación sociológica y antropológica, es el conocimiento de la forma como opera  el proceso de la formación cultural. No obstante existir un extenso debate sobre las razones o causas que originan cierto tipo de rasgos culturales, sin ningún vínculo aparente con las condiciones ambientales, y mas bien atribuidas a la capacidad de decisión del ser humano, no puede ponerse en duda, ni siquiera minimizarse la poderosa y definitiva influencia que la naturaleza y las condiciones ambientales ejercen sobre la formación de la cultura. En efecto, la historia de todos los pueblos del mundo ha señalado con suficiente elocuencia cuán importante han sido los recursos naturales como la fauna, la flora, el clima, las condiciones del suelo, la ubicación geográfica, etc., en la conformación de sus culturas

No se producen los mismos efectos de comportamiento en los hombres cuando viven en las altas montañas, que cuando radican en las costas oceánicas.  Ni tampoco cuando tienen que someterse a los rigores de un clima frió, a diferencia de las condiciones de vida que ofrece un clima caliente. Los grupos sociales llegan a formar un estilo de vida que, necesariamente, debe  reflejar el medio-ambiente donde se desarrollan.

 

   Sin embargo, la acción de la naturaleza sobre el ser humano no se produce de una manera mecánica, unilateral, ni automática. Tampoco es absolutamente determinista. Más bien se trata de una dinámica interactiva entre el hombre y su entorno ecológico. De esta manera, mientras el entorno ecológico le proporciona al hombre elementos como la vegetación, la fauna, condiciones del suelo, ubicación geográfica, etc., que determinan ciertas ventajas o limitaciones para su desarrollo  económico, social, político y cultural, éste, a su vez,  ejerce una gran influencia sobre ella a través de los avances tecnológicos, aplicación de sistemas de trabajo, métodos y organización de la producción, cuyo dominio y conocimiento demandan la necesidad de crear organismos de formación, capacitación, control y difusión ideológica. En tal sentido, está claro que el medio ambiente no es la única fuerza que se constituye en motor generador de la cultura porque, además de los elementos tangibles de la cultura, aquellos que nos brindan las condiciones específicas de la naturaleza, también forman parte integrante de la cultura, de las ideas.  Las costumbres, las tradiciones, las creencias, las leyes, el gobierno, las organizaciones de la vida diaria, son orígenes que aparentan no tener una conexión directa con el medio ambiente. Las causas de su existencia parecerían estar más estrechamente relacionadas con la capacidad humana para crear y tomar decisiones, que con las condiciones de la naturaleza. Es probable que el medio ambiente pueda limitar las opciones de participación de nuestras decisiones, pero no se constituye en motivo suficiente para explicar  como y porque se desarrolla la diversidad cultural. Resulta evidente, por tanto, la existencia de dos factores esenciales y poderosos que inter-actúan en el proceso de la formación y determinación  cultural: el medio ecológico y el entorno histórico-social.

 

DEFINICIÓN DE LOS LÍMITES DE UNA CULTURA

 

     Ahora bien, ¿hasta dónde podrían extenderse la acción o efecto de estos factores esenciales para establecer un límite en la uniformidad del comportamiento social que permitiera identificarlo como perteneciente a un mismo grupo cultural? De acuerdo con el análisis y consideraciones desarrolladas en los párrafos anteriores, la respuesta obvia seria, hasta donde las condiciones del medio ecológico y el entorno histórico-social presentaran situaciones muy similares. No obstante, es muy importante aclarar que, aunque existan condiciones ambientales e histórico-sociales muy semejantes en lugares diferentes, el proceso de la formación cultural no se va a producir de una manera determinista; es decir, que una condición específica deba provocar, necesariamente,  siempre el mismo efecto. Precisamente, porque se trata de una relación que no obedece a una dependencia determinista, sino a una expresión concreta de las condiciones específicas de desarrollo, es que preferimos utilizar la denominación similaridad cultural o cultura compartida, para referirnos a aquellas manifestaciones culturales que provienen de ambientes y condiciones de lugares distintos, pero donde predominan las mismas características raizales o raíces semejantes. En consecuencia, suponiendo que la cultura admitiera la posibilidad de aplicársele unos limites, éstos estarían determinados por la extensión que lograran alcanzar la similaridad de las condiciones ecológicas y el entorno social del grupo humano en referencia, y no por razones de tipo convencional, ni mucho menos por la voluntad y el capricho de los seres humanos. Ellos serían el producto de la acción y las condiciones de la propia naturaleza.  

 

 

 

CRITERIOS DE FIJACIÓN DE LOS LÍMITES NACIONALES

 

    Muy diferente, por su parte, ha sido el  proceso histórico ocurrido en la  conformación de los límites territoriales o fronteras de una comunidad identificada colectivamente como nación. Inicialmente se pensaba que el fundamento básico para la construcción social unitaria eran los factores  étnicos y culturales. Posteriormente, apareció el concepto de estado, erigiéndose en un instrumento  político superior de una comunidad cuyos intereses y aspiraciones  debían desarrollarse en un espacio común, con una misma lengua, costumbres, creencias, tradiciones e historia. Pero a partir de los cambios histórico-sociales ocasionados por el triunfo de la revolución francesa, comienza a ponerse en práctica la idea del llamado estado-nación, cuya característica  más destacada fue la de fomentar una política colonialista, imponiendo sus rasgos de identidad y ampliando sus fronteras nacionales hasta los más remotos rincones del mundo. Con el estado-nación desparece el criterio de lo étnico y cultural como elemento de unificación social, para otorgarle mayor importancia a la multiculturalidad. Después de grandes vicisititudes históricas, finalmente encontraremos el concepto de nación, según el cual, ésta seria el resultado y la expresión del consenso y la voluntad de una comunidad para vivir juntos y alcanzar unos objetivos comunes. Sin embargo, es evidente que la realidad histórica nos sigue mostrando la contradicción de esta tesis, por cuanto ella debería partir de la premisa democrática de no permitir ir contra la voluntad del pueblo, pero en la práctica, sabemos que son muchísimas las situaciones provocadas por coyunturas históricas y presiones exteriores como la guerra, que han desembocado en la fijación de limites y fronteras nacionales impuestas por la fuerza. De acuerdo con ello, resulta muy sencillo comprender y deducir  que los principales elementos que determinan la fijación de los límites nacionales son de orden  político y territorial

 

    En consecuencia, podemos entender ahora, con mayor claridad, porque cualquier intención o esfuerzo que pretenda colocar límites a las expresiones culturales, de acuerdo con los lineamientos que nos trazan las fronteras nacionales de un país, no corresponde a la verdadera naturaleza y características reales de la cultura. Simple y llanamente porque, si alguna configuración limítrofe pudiera aplicarse a la cultura, estos jamás podrían fundamentarse en los mismos criterios que fijan la demarcación de las fronteras de un país. Esta gran diferencia radica en que mientras  los criterios que fijan los límites  de la nacionalidad son de orden territorial y político, los que definen el alcance de los límites culturales operan de forma natural y espontánea; en consonancia con las condiciones ambientales y sociales específicas del lugar donde se desarrolle un grupo humano determinado.

 

   Son razones más que suficientes para entender porque existen países diferentes que comparten una misma cultura o tienen culturas muy semejantes. Incluso, razones que explican porque, en un mismo país, se pueden presentar manifestaciones culturales con grandes diferencias entre ellas. Tanto en el primero como en el segundo caso, vamos a encontrar multitud de ilustraciones que pueden corroborar plenamente la veracidad de estas  afirmaciones. Sin embargo, solo estaremos en capacidad de distinguir esta realidad, en la medida en que reconozcamos las características de nuestra propia cultura  y seamos concientes de la existencia de comportamientos sociales diferentes al nuestro.  ¿Cuántas personas no han vivido toda una vida convencida de que su cultura es única o exclusiva?  Precisamente, porque han permanecido inmersas solamente en su entorno social sin haber entrado en contacto alguno o siquiera sospechar que existen otros tipos de sociedades con culturas que presentan rasgos similares a la suya o son  totalmente diferentes a ella. Para esta clase de personas el mundo queda reducido solo a las cosas que lo rodean y a lo que conocen, creyendo incluso que todo lo demás, o no existe o no tiene ninguna importancia. Este tipo de posiciones son las que han generado tendencias conocidas en la Antropología cultural como Etnocentrismo. Es decir, cuando se tiene la creencia de ser el  centro que ha originado  toda la cultura. Pero, ¿cuantas veces no nos hemos quedado sorprendidos al visitar otros países que se han desarrollado con nuestras mismas raíces y hemos constatado que lo que pensábamos podía existir nada más que en nuestro medio cultural, también se encuentra formando parte de la cultura de otra nación diferente a la nuestra?

 

   Es  verdaderamente asombroso  descubrir que en otros países existan construcciones arquitectónicas, usos y hábitos alimenticios, historias, leyendas, creencias, expresiones folclóricas, artesanías, música, etc.,  muy similares a las nuestras. Tomemos, por ejemplo, el caso de  Colombia y Venezuela que comparten expresiones de una misma cultura, en la llamada región de los llanos. La similitud que presentan algunos países de la región andina, los cuales se identifican en muchos aspectos de sus respectivas culturas. Igual, la  analogía que ocurre con muchos de los países centroamericanos. Y que se podría decir de la forma tan especial como comparten sus culturas las islas que conforman la antillas mayores: Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Sencillamente que se trata de una profunda identificación  con distintos grados de participación de las mismas raíces, lo cual permite darle una configuración cultural regional con matices muy semejantes.

 

   Aquí cabe destacar que una de las tantas manifestaciones donde se expresa con mayor vigor esta identidad cultural regional caribeña, es en la música  Ella ha sido el elemento cultural que históricamente ha representado la más profunda unidad entre los pueblos  del área bañada por el mar Caribe. La configuración de una completa síntesis apoyada en la inmensa riqueza rítmica que nos trajeron los africanos, y desarrollada en un proceso de mestización  con aportes europeos y alguna contribución aborigen. Así lo ha dejado evidenciado Miguelito Valdés en una entrevista concedida a Pedro Flores en el programa “Nostalgia” de la TV de Puerto Rico en los años 70s, cuando enfatiza que:«Y cuantas veces, don Pedro, yo voy viajando por el mundo y canto. Imagínate, yo canto las cosas de acá  como El Cumbanchero, y eso que son cosas que han sido escritas para mí. Y me dicen: ¡ ah ! así es que usted es puertorriqueño. Digo: chico, la misma cosa.» Y que luego corrobora Chucho Valdés en el documental “Yo Soy Del Son A La Salsa” cuando declara: «Y este intercambio musical entre nosotros los cubanos que hacemos el son o la llamada salsa y los músicos de acá como Tito (Puente), Johnny Almendra y Dave Valentín es una cosa muy interesante, porque esto comprueba que existe una cultura que se llama la cultura del caribe. La cultura caribeña. En parte más, por los países que tenemos las mismas raíces. De las raíces españolas, por ejemplo, fuimos colonias españolas y tenemos también la tradición de los africanos que vinieron acá  como esclavos. Esto hizo un legado rítmico y musical que nos pertenece a todos».  En fin, tanto éstos como muchísimos más pronunciamientos en el mismo sentido se constituyen en el reconocimiento de la existencia de una realidad que está por encima  de cualquier comentario mal intencionado que pretenda en vano romper la fortaleza de esta unidad. 

 

CULTURA Y TALENTO

     

      Completamente diferente a la naturaleza propia de la cultura, el talento es una cualidad  de los seres humanos que nace con la persona que lo posee. Mientras que la cultura es una virtud que se adquiere por medio del aprendizaje, el talento es un atributo innato. Por esa misma razón, una dotación de talento que la propia  naturaleza humana le regala a un ser mortal, no puede ser compartida con nadie sino que solo puede ser disfrutada por la persona a quien le ha sido otorgada. Lo cual significa que el talento es una propiedad humana enteramente individual, a diferencia de la cultura que se distingue, precisamente, por ser un ente colectivo. En tales condiciones es oportuno precisar que el sentido de pertenencia, asimilado en términos de propiedad privada, no es aplicable al concepto de cultura, ni siquiera en los casos en que se haga referencia a algún estado nacional. No existe la exclusividad cultural, ni una cultura nacional.

       Para nuestro propósito, no representa mayor importancia abordar el debate sobre el origen genético o no, de las aptitudes, habilidades o destrezas especiales que poseen las personas y que conocemos con el nombre de talento. De mucho más interés resulta ser la  aclaración de la diferencia que existe entre talento y superdotación. El primer caso se refiere a una serie de actividades que se ocupan de un área determinada de la gestión humana general, donde la capacidad y realización estarían por encima del promedio de la población considerada normal. En el caso de la superdotación, se trataría de destrezas cognitivas centradas en determinadas conductas y tareas del quehacer humano, con una producción general más elevada y no tan específica. Por eso, en ocasiones, se habla de la posesión especial de talento para las matemáticas, para la poesía, para la literatura, para la pintura, la música, etc.; es decir, en una actividad particular.

 

 

Las mininas (Picasso)

   Pues bien, si se trata del tipo de actividad creativa que utiliza recursos cuya finalidad consiste en impactar mental, emocional y sentimentalmente, entonces estaríamos frente a una clase de actividad conocida como arte. De esta manera lo dejó consignado el célebre escritor ruso León Tolstoi (1828-1910), en su famoso libro ¿Qué es el arte?, cuando escribió lo siguiente:

 

    « Los sentimientos que el artista comunica a otros pueden ser de distinta especie, fuertes o débiles, importantes o insignificantes, buenos o malos; pueden ser de patriotismo, de resignación, de piedad; pueden expresarse por medio de un drama, de una novela, de una pintura, de un baile, de un paisaje, de una fábula. Toda obra que los expresa así es obra de arte».

 

Desde que los espectadores o los oyentes experimentan los sentimientos que el autor expresa, hay obra de arte.

 

Evocar en sí mismo un sentimiento ya experimentado y comunicarlo a otros por medio de líneas, colores, imágenes verbales, tal es el objeto propio del arte. Esta es una forma de la actividad humana, que consiste en transmitir a otro los sentimientos de un hombre, consciente y voluntariamente por medio de ciertos signos exteriores.»

 

L. Tolstoi

 

  Podríamos resumir las ideas de Tolstoi diciendo que el arte es un legítimo y auténtico medio de expresión que se utiliza para comunicar ideas, emociones y sentimientos a través de recursos como la palabra (literatura), líneas y colores (pintura) y el sonido (música), en un proceso creativo completamente individual. Hemos llegado a un punto que nos permite ver con gran claridad, cual es la diferencia que hay entre arte y cultura. Acabamos de señalar que el arte es un proceso creativo completamente individual, que corresponde al desarrollo  de la capacidad del talento del artista. En cambio, la cultura tiene una dimensión de carácter colectivo y participa en el proceso creativo del arte solo como recurso.

 

LA MÚSICA COMO ARTE Y CULTURA

 

       Veamos entonces, como se manifiesta esta dualidad en la música. En efecto, este tipo de dualidad se presenta en la música, a partir de la doble naturaleza que se puede distinguir en su esencia. Por una parte es ciencia, en razón del material sonoro con que se elabora. Pero también es arte, porque es una manera de comunicar ideas, sentimientos y emociones.  Su condición de utilizar como materia prima al sonido, hace que se convierta en motivo de análisis, estudio y experimentación de las propiedades, principios y leyes que gobiernan a ese fenómeno acústico. Teniendo en cuenta que el sonido es originado por la vibración de la materia, es muy importante tener bien claro el significado real de muchos de sus elementos fundamentales y de sus propiedades ya que así podremos entender mejor sus características, a veces distorsionadas por el leguaje popular. Por ejemplo, uno de los conceptos con los que regularmente se especula es con el llamado ritmo.  Desde el punto de vista de la física, el ritmo es la repetición periódica de un movimiento. Aquí se puede apreciar que la idea o concepto de ritmo se refiere al hecho de hay una repetición permanente de algo. Para el caso de la música, la repetición periódica sería de los sonidos y cada vez que se cumpliera una repetición, se estaría efectuando lo que se llama un compás rítmico. Todas las músicas se comportan de la misma manera, todas deben seguir un formato rítmico. Este formato rítmico es una pauta que forma parte de los recursos que utiliza el músico y que esta inscrito dentro de la parte cultural de la música. De manera que el ritmo en la música no es más que un recurso.  Lo mismo se puede utilizar un formato rítmico que otro.

 

Esta es la misma idea que el escritor cubano Alejo Carpentier desarrolla en una conferencia realizada en Radio Habana (Cuba) el 24 de junio de 1966, refiriéndose a la identidad rítmica que existe en los países del área del Caribe y a los elementos musicales que realmente permiten distinguir una música de otra.

 

Así se expresó Carpentier:

   En mis investigaciones sobre la historia de la música cubana, la canción más antigua que he podido encontrar, ... Es una canción mencionada en El Regañón de La Habana, periódico de los primeros años del siglo XIX, titulada La guabina y de la que yo he encontrado una versión que se remonta aproximadamente al año 1780. Esta es la canción popular posiblemente más antigua que podamos leer en una forma de transcripción musical; es decir, que podemos analizar musicalmente, en términos de musicología. Ciertamente que en esa Guabina del año 1780, nos encontramos ya con un ritmo que va a dominar la música cubana durante todo el siglo XIX, que es el ritmo llamado de habanera. El ritmo de habanera, inconfundible, y del cual ciertos derivados han venido a cobrar categoría propia como el famoso cinquillo, pero que en realidad el famoso cinquillo cubano y algunos ritmos que aparecen en el danzón y algunos ritmos que aparecen en la guaracha, no son sino alteraciones del ritmo fundamental, de la célula rítmica fundamental, que es lo que llamamos en todas partes y hemos llamado siempre, el ritmo de habanera.

 

   El asunto ha sido ampliamente estudiado e, incluso, en obras de musicología cubana, aparecidas en estos últimos siete u ocho años; hay tablas de células rítmicas en que se ve perfectamente que una cantidad de ritmos que todavía en tiempos de Eduardo Sánchez de Fuentes, es decir, en los primeros años de este siglo, se daban todavía como pertenecientes a géneros distintos; en realidad, provenían todos de la misma célula y derivan siempre del mismo ritmo. En realidad, este ritmo era uno sólo... uno sólo con distintas variantes, distintas ligaduras de notas, etc., etc., que le daban un carácter nuevo; pero lo fundamental: era siempre semejante a sí mismo.

 

    Ahora bien, este ritmo de habanera que fue llamado de habanera principalmente, porque las canciones de La Habana, llamadas habaneras, que fueron cantadas en toda Europa en el siglo XIX, se basaban en ese ritmo; ese ritmo —repito— que llamaremos por comodidad por lo tanto, el ritmo de habanera, ¿era esencialmente cubano? Ahí hay terreno para discutir mucho porque cuando nos remontamos a documentos musicales de alrededores del año 1800 que podamos reunir en otros países de América, nos encontramos que el famoso ritmo de habanera aparece allá con las mismas características, se encuentra en Argentina, en melodías de candombes de la época de Rosas, que aparecen acompañadas por el ritmo, llamado también de habanera. Aparecen danzas puertorriqueñas más antiguas. Aparecen danzas dominicanas muy antiguas. Aparecen, con distintos derivados conocidos en Cuba. También en la música folklórica e indiana, que se remontan más o menos a la misma época en cuanto a la definición de una fisonomía, de un perfil propio. Nos encontramos que en realidad ese ritmo de habanera, o como queramos llamarlo, lo encontramos dondequiera que hubo una influencia de músicas del continente africano en el continente americano. Y eso, en un país tan alejado de nosotros como Argentina, por ejemplo. Pero hay más, en ciertos blues de comienzos del siglo de Nueva Orleans, como el famoso Saint Louis Blues, de William Christopher Handy, que es uno de los primeros ejemplares que podemos estudiar de una música afronorteamericana, nos encontramos en el bajo también, con ese ritmo que llamamos de habanera y que parece haber sido común a todos los países donde hubo alguna inmigración de esclavos africanos.”    

A. Carpentier

 

   Aquí podemos notar, con toda claridad, el énfasis que el maestro Carpentier hace para llamar la atención sobre la  identidad de las raíces rítmicas en toda el área caribeña, incluso, en países no caribeños como Argentina, resaltando el hecho de que esa rítmica común se debe a la presencia de los negros africanos.

 

Pero analicemos con mucho detenimiento, cual es la solución que este insigne escritor cubano le da a su preocupación por encontrar una manera para establecer la diferencia entre las músicas de los países caribeños, si el criterio del ritmo no funciona en este caso.

Para el efecto, dice lo siguiente:

 

      «Lo que viene a plantearse aquí es un problema que habrá de llamar la atención, cada vez más a los musicólogos que vayan a estudiar este problema. Durante mucho tiempo, los recopiladores del folklore creían que con apuntar ritmos y apuntar melodías estaban recogiendo artísticamente lo que podría darles la clave, la explicación de un género musical nacional. Pero poco a poco, hemos ido viendo que hay formas folklóricas, expresiones folklóricas, que se parecen tremendamente de un país a otro. Así como los candombes recogidos en la tradición de inicios del siglo XIX en Argentina pueden compararse con las habaneras cubanas de fines del siglo XIX, nos encontramos que del mismo modo, hay expresiones musicales de un país —me refiero, desde luego, a las expresiones folklóricas— que se encuentran en una forma casi idéntica en otros países. No voy a citar ejemplos que serían enojoso enumerar, pero hay una cantidad de similitudes de esta índole. Por ejemplo, en estos años en que se ha intensificado mucho el estudio de la musicología, se han encontrado similitudes, por ejemplo, entre temas orientales y temas vascos, entre temas vascos y ritmos orientales; se han encontrado a través de los trabajos de Bartok, por ejemplo, realizados en los países balcánicos... una cantidad de afinidades y de parecidos entre melodías y entre ritmos. Entonces, ¿cómo explicarse, ya que hay, en cierto modo, en la creación folklórica popular del hombre, una tendencia a encontrar las mismas soluciones y las mismas expresiones, cómo explicarse —repito— que un género musical folklórico, llegue a cobrar una personalidad tan fuerte que se imponga por sí solo y vaya desarrollando con el tiempo características propias? Yo contestaría que la clave del problema está no en los temas, no en los ritmos específicamente, sino en lo que podríamos llamar, los elementos del estilo. ¿Cuáles son los elementos del estilo? Pues, los modos de tocar, la elección de los instrumentos empleados, el modo de tocar esos instrumentos, el uso de tales o cuales instrumentos y el no usar otros semejantes, y algo que se añade a todo esto, que es lo que hubiera llamado Federico García Lorca: el duende de todo el pueblo, el duende; es decir, una manera especial de decir las cosas, una manera especial de contar las cosas, una gracia especial en tañer distintos instrumentos; es decir, lo que podríamos llamar, buscando un sinónimo a esta expresión lorquiana del "duende": el genio de la raza. Por ejemplo, en mis experiencias, en mis andanzas folklóricas, he podido encontrar en la región de Venezuela, llamada Barlovento, por ejemplo, tambores que se parecen a otros conocidos en Cuba; fundamentalmente, los ritmos tocados en unos y otros, no diferían esencialmente; pero ahí, eso sí, había una técnica distinta, una manera de tocar distinta, una manera de interpretar distinta, que es lo que caracterizaba dos modos de tocar el tambor y me atengo a lo más elemental, que son en este caso, dos modos de tocar el tambor; había elementos de estilo que se estaban caracterizando y diferenciando; es decir, es que los elementos de estilo en los modos de tocarlo repito es en la elección de los instrumentos, en el uso de estos sí y otros no, donde se van diferenciando los géneros de música y a través de esos elementos de estilo, van cobrando su carácter».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Debemos anotar que hemos traído estos apartes de la conferencia del maestro Carpentier, porque en ella se plantea la misma temática que he querido desarrollar, solo que desde  puntos de vista diferentes. El maestro Carpentier llama estilo y formas de hacer la música, prácticamente, a lo que yo me refiero como talento artístico. Mientras que él hace un análisis sobre la identidad rítmica del Caribe con base en ejemplos de rítmicas de algunos países, yo fundamento mi exposición recurriendo a la música en su naturaleza científica; es decir, con una connotación cultural. Así puedo sostener que tanto la melodía, como el ritmo, la armonía y demás aspectos  técnico-académicos de la música, no son sino recursos que utiliza el artista para crear una obra de arte musical. Estos constituyen, por lo tanto, elementos mecánicos de trabajo. El verdadero valor de la música se construye a partir de la vida sonora que le da el intérprete para convertirla en una obra de arte. Una experimentación en la que colocáramos a unos diez intérpretes tocando el mismo instrumento y ejecutando la misma melodía, con el mismo ritmo, seguro que solo algunos de ellos llamarían nuestra atención, por tener alguna forma especial y particular de tocarlo.  Esta es la razón por la cual entre dos o más versiones de un mismo tema musical, siempre habrá una que se ganará la preferencia y el favoritismo de la audiencia. Precisamente porque logra expresarse y comunicar su mensaje sonoro con verdadero arte, conmoviendo la sensibilidad de los receptores. La música en sí misma, no es independiente. Es el hombre, el artista, quien genera y crea la sonoridad de la música y  no la música la que hace al artista o al intérprete.

 

Notas


 Spencer Herbert.  Principios de biología.  Editorial Fondo de Cultura Económica.  México.

 

 Lubbock, John. The Origin of Civilisation and the primitive Condition of Man, Nueva York: Appleton and Co.

 

 León Tolstoi.(1999)   ¿Qué es el arte?.  Editorial ALBA.  C/San Rafael, 4   28108 Alcobendas (Madrid)

 

 Carpentier Alejo . LA CULTURA EN CUBA Y EN EL MUNDO. Conferencias en Radio Habana Cuba (1964-1966). Introducción, versión, notas e índices por Alejandro Cánovas Pérez y José Antonio Baujín. Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2001. Publicado en la Jiribilla.

 

 Kurt Pahlen (1989). Nueva Síntesis Del saber Musical. Emece Editores. S.A. Alsina 2026 Buenos Aires, Argentina.

 

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