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Delta cubano para un río entre continentes
Por: Antonio Paneque Brizuela (Cubarte)
La Tumba Francesa, sobre una de cuyas tres variantes en Cuba tratará este artículo (la de Bejuco de Sagua de Tánamo, al nordeste de Holguín) es como un río franco-africano-caribeño que, de no haber tenido claras sus fuentes de abasto, el origen hubiera sido tan disputado como el del Nilo, sobre el cual algunos amigos que conocí en Etiopía aún creen que nace en su territorio.
Pero, a diferencia del prominente cauce pluvial del centro-oriente de África (una de cuyas pequeñas fuentes surge, en efecto, en territorio etíope, aunque el nacimiento real es en el lago Victoria, que bordea a Uganda, Kenia y Tanzania) está bien definido que las tradiciones tumberas constituyen, sí, una suerte de río artístico-cultural, pero con varios afluentes donde se bañan galos, africanos, haitianos y cubanos.
Se trata de un acumulativo proceso socio-cultural-migratorio que se materializa en mixtura musical y danzaria, sobre escenarios naturales típicos de cada una de esas regiones, entre toques de cueros y otros complementos percutivos, ritmos, bailes y vestuarios que, aparecidos como costumbres nacionales y hasta continentales, se fueron aplatanando en la cocina caribeña hasta tomar la forma actual.
Danzas francesas y africanas pasaron, bajo el imperio del tambor, el movimiento del cuerpo, sonidos acompasados y trazos de los pies, por tamices socio-culturales en Cuba y Haití, y formaron fiestas y celebraciones de protagonismo familiar y social como la Tumba Francesa.
Según explican los practicantes y seguidores de esta tradición en la Isla, es esta una festividad celebrada en fechas significativas que posee un tronco común musical-danzario, procedente de ciertos cantos y bailes autóctonos del Congo y Dahomey, influidos por la cultura francesa del siglo XVII. Francia llegó en 1697 a La Española, isla donde después Haití ocuparía el tercio oeste del territorio y Santo Domingo el resto.
Toques de cueros...y de rebelión
El propio significado actual de la frase “Tumba Francesa”, asumiendo una interpretación a partir de su ligazón con términos de voz conga, es explicada como “fiesta de ruidos con tambores”.
La de Bejuco, surgida entre las montañas del sudeste del municipio holguinero Sagua de Tánamo, tiene sus orígenes, al igual que sus congéneres de Guantánamo y Santiago de Cuba, en la llegada a la Isla de colonos franceses que emigraron junto a sus dotaciones de esclavos huyendo del gran cataclismo emancipador que fue la Revolución de Haití.
Esos asentamientos migratorios se instalaron entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, después del mencionado proceso libertario que lideró Toussaint Louverture (François-Dominique Toussaint, apodado Louverture —“Apertura”—,1743-1803), el cual condujo, primero y tras una serie de campañas relámpago, a la abolición de la esclavitud en ese país en 1794 y, después a su independencia de Francia en 1804.
Estudios de Miriam Cruzata Álvarez, investigadora de la dirección municipal de cultura de Sagua de Tánamo, han corroborado que en Bejuco, del mismo modo que en aquellos territorios del oriente cubano, esclavos de aquellas dotaciones practicaron el cultivo del café, pero en esta región holguinera se añadieron los de tabaco, algodón y hasta de frijoles, tradiciones agrarias que llegan hasta nuestros días.
“ La Tumba Francesa de Bejuco debe entenderse como creación artística de un pueblo —considera Cruzata, que ha permanecido vinculada al tema desde su trabajo anterior en la casa de cultura de ese municipio—, como arte popular y cultural, nacido de la expresión espiritual del hombre esclavo, de similar forma que ocurrió con las dotaciones cafetaleras de Santiago de Cuba y Guantánamo”. Fiesta rural constituida actualmente en costumbre social y agrupación artística y popular estable, radicada en el Consejo popular El Progreso, la Tumba de Bejuco aparece como resultado de esa vida en sociedad de los esclavos, particularmente en el cafetal La Dolorita , donde realizaban sus propias festividades no solo como entretenimiento, sino, además, como opción de réplica ante la cultura discriminatoria impuesta por sus amos franceses.
Estigma de explotación, abuso y miseria a partir de la imposición del poder por la fuerza, ese trabajo esclavo sería tal vez el embrión que empujaría a generaciones de integrantes de esta comunidad hacia posteriores luchas, acciones, posiciones políticas y tomas de partido a favor de la equidad y la justicia, cuyo anecdotario ha sido trasladado a las canciones de estos juglares bejuquenses. En esas composiciones que llegan hasta hoy día, el tema de la mujer es un leitmotiv, como también lo son actividades cotidianas del país como la defensa (algunos textos hablan, por ejemplo, de las Milicias de Tropas Territoriales en su quehacer contra el enemigo), o las alusiones burlescas contra los gobiernos estadounidenses anticubanos: “Oye, Carter, acuérdate de Girón (bis) / recuerda que la sardina se ha comido al tiburón”.
Pero los trasuntos de esas melodías, recreadas por los composés de manera vívida y costumbrista, tuvieron otros momentos durante las guerras cubanas de independencia, posteriores al triunfo en 1804 de la Revolución haitiana, y en otras gestas ulteriores en las cuales estas comunidades tumberas, igual que las de Santiago y Guantánamo, estuvieron comprometidas: “Cuba ha de llorar la muerte / de Iborí general de invasión / Se Maceo que Itullé”.
La música y el baile de Bejuco
La música de esta agrupación portadora de símbolos culturales, compuesta por unos 40 integrantes, la mayoría mujeres, un cantante principal, tres tocadores y varios acompañantes que a la vez bailan, es ejecutada por un grupo musical mediante instrumentos elaborados con recursos de origen natural y campestre, principalmente de madera, piel y bejucos o sogas. Entre estos últimos sobresalen los tambores llamados tumbas y otros instrumentos complementarios de percusión como el katá y las marugas o chachá, este último también usado en otros grupos de música popular tradicional.
Piezas vitales de este juego artístico y festivo son las famosas tumbas, fabricadas de cuero de chivo (o de venado donde los hay), montado en la boca de un tronco de cedro, con aros de bejuco de vieja y una cuerda de pita, junto a tacos de guayaba para tensar el pellejo.
Dos bailes principales y muy diferentes interpretan estos artistas autóctonos de Bejuco: el yubá, considerado el más puro y típico de la Tumba Francesa , danza libre que puede ser interpretada por una o más parejas de personas mayores o viejos tumberos, con el requisito de ser la dama la figura principal, y el fronté, estimado como uno de los más complejos en este tipo de tradición.
Un personaje denominado La Mayora de la Plaza se encarga de organizar y encaminar los desplazamientos y diseños iniciales del baile, así como de seleccionar a los bailadores que deben interpretar la pieza. Mientras gira, la hembra mantiene su bata levantada con ambas manos, mostrando con orgullo su fina enagua.
El intérprete más destacado en el yubá se queda con dos bailadores y entonces aparece el fronté, en el cual, después de recorrer el salón, los elegidos se colocan frente a las tumbas para marcar los pasos según los toques que se ejecutan en dichos instrumentos.
En ocasiones, dicho bailador sobresaliente es coronado con pañuelos que se atan a los brazos, mientras a las mujeres se les coloca una bufanda o chal. Otra danza es el masón, donde pueden participar todos los asistentes, también en parejas, aunque el acompañamiento tiene música más movida que el yubá y, a diferencia de este, es de más fácil ejecución por cualquier bailador. Por eso lo bailan mayormente los jóvenes.
Se trata igualmente de un baile libre y de parejas sueltas, que no tiene coreografía específica y puede abarcar un mayor número de integrantes, según la selección de La Mayora. Podrán incorporarse todos los participantes que deseen bailar, sean invitados o miembros recientes.
Pero esos bailes y aún los toques de los mencionados instrumentos no tendrían razón de ser sin los cantos tradicionales entonados por el composé (solista), término que aunque en francés suena semánticamente a “compositor” y es cierto que ese personaje tiene también esa función, aquí es más que eso, pues integralmente es una especie de líder que canta, dirige las danzas e improvisa sobre temas actuales o costumbristas.
Dicho intérprete, que habitualmente se hace acompañar por un coro junto al cual se utilizan en el canto expresiones de carácter bilingüe (mezcla franco-española con sabor a creole conocida por los más viejos) inicia la fiesta narrando un hecho y luego llama, secundado por el estribillo del coro, a la aparición de los tumberos (músicos).
El vestuario es muy elegante por lo general: las mujeres usan vestidos largos y amplios, adornados con encajes y alforzas, preferentemente de colores muy claros, chales, collares y argollas, y los hombres trajes de corte francés o guayaberas, pañuelos de varios colores y sombreros de pana o yarey.
El Bejuco crece hacia otras Tumbas
Se dice que esta Tumba “reconoce, transmite, transforma y crea cultura, de y para la comunidad de Bejuco”. Y, en efecto, su proximidad con territorios de Guantánamo y Santiago de Cuba, situados más al sur, ha revelado tradicionales intercambios de esa manifestación entre las respectivas agrupaciones músico-danzarias de esos lugares, pese a las apreciables distancias que deben recorrer sus habitantes para salir del lugar y los visitantes para acceder a ellos.
Para llegar a Bejuco desde la localidad de Sagua de Tánamo es necesario cruzar 18 pasos sobre afluentes de distintos ríos, entre ellos el Sagua y el Santa Catalina, a través de un camino muy abrupto y escarpado, junto a parajes de hermosa vegetación, aunque compleja topografía, típicos de aquellos lugares. Sin embargo, grupos y bailadores de la Tumba Francesa procedentes de La Maya y Santiago de Cuba, así como de Yateras y Guantánamo, es tradición que asistan a las fiestas de Bejuco, lo cual aún hoy día se mantiene y ratifica los vínculos artísticos, geográficos y sociales entre las tres únicas zonas del país donde se practica esta expresión franco-africano-caribeña.
“Los pobladores de Bejuco relacionan su sentimiento de identidad —opina Margarita Mejuto Fornos, metodóloga del Consejo Nacional de Casas de Cultura (CNCC)— con las agrupaciones tumberas guantanameras y santiagueras y se sienten muy identificados cuando logran intercambiar con ellas de alguna manera, pues se saben defensores todos de una misma expresión patrimonial”. Cómo se garantiza la continuidad.
Orlando Arzuaga, director del Centro Provincial de Casas de Cultura de Holguín, explica cómo se trabaja también por la continuidad y revitalización de esta manifestación criolla de ascendencia internacional, a través de la preservación, protección, transmisión y difusión de las expresiones, conocimientos y técnicas, que conforman sus valores culturales, así como otras acciones para fijar cada vez más sus sentimientos de identidad.
Entre estas últimas, tiene especial valor el afianzamiento de orígenes patrimoniales relevantes para esta agrupación, como es la veneración y homenaje permanente, a Candelaria Nobles (o Noblet), una mujer esclava de la finca La Dolorita a quien denominan “La reina” y es considerada como la fundadora de esta Tumba Francesa.
Acerca de esta agrupación holguinera Margarita Mejuto destaca en ese sentido, “el fuerte compromiso con sus antepasados, enraizado durante varias generaciones, por lo cual, en su práctica cultural, estos artistas populares se sienten responsables de mantener viva la tradición para darle continuidad a lo que hicieron quienes les antecedieron.
“La Tumba Francesa de Holguín tiene como peculiaridad que se asienta en una zona rural y montañosa de difícil acceso, y esta es la característica que más la define, al no constituirse como Sociedad, sino interactuar con los miembros de la comunidad a la que pertenece, en un medio eminentemente natural. “Esta misma situación de aislamiento hace que se haya mantenido la tradición sin viciarse con otros géneros de la música y la danza, lo que ha derivado en su autenticidad. Más evidente que en las restantes tumbas francesas, en esta la transmisión se ha dado de forma natural, de generación en generación, a partir de los vínculos familiares y comunales.
“El orgullo y el sentido de pertenencia a la comunidad en la que se han desarrollado y a la manifestación que defienden es un sello que los identifica, al igual que la sencillez, y el amor a la historia patriótica con que se han visto relacionados desde las guerras de independencia”.
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