NANO RODRIGO, EL ZORZAL DEL PACIFICO

 

 

                       

 

Por: Jairo Grijalba Ruiz

En exclusiva para Herencia Latina

Desde Popayán, Colombia

jairogrijalbaruiz@gmail.com

 

 

 

Nano Rodrigo en 1930, época de triunfos en el mundillo de la farándula neoyorquina. Lo vemos ataviado con el traje de gala, propio de los escenarios de importancia en las principales ciudades estadounidenses. Rodrigo tuvo la fortuna y el privilegio de ser uno de los primeros colombianos en interactuar con los músicos de jazz norteamericanos. (Fotografía: archivo de Cristóbal Díaz Ayala).

 

 

 

 

 

Ellis Island…

 

Durante los años veinte llegaban al puerto de Ellis Island, Nueva York (situado cerca a la Estatua de la Libertad) decenas de barcos procedentes de diversos lugares de América Latina. Eran embarcaciones de pasajeros que provenían principalmente de Puerto Rico, Cuba, Panamá, Perú, Brasil, Argentina, República Dominicana, Ecuador, Chile, México y desde luego Colombia.

 

Muchos de los viajeros fueron polizones. Uno de los más célebres llegó a la Gran Manzana desde San Juan, Puerto Rico el 25 de abril de 1932, tenía 18 años, se llamaba realmente Herminio Avilés y era cantante de profesión.

 

Arribó en el barco ‘Coamo’, embarcación que había abordado el 21 de ese mes en la capital boricua. Avilés vivía en ese tiempo en Santurce, localidad situada cerca de los muelles. El reconocido investigador musical Jaime Jaramillo Suárez, experto en el tema de la emigración de los músicos latinos a los Estados Unidos, escribió:

 

“La bitácora del navío muestra que un polizón llamado Herminio Avilés que dio como fecha de nacimiento el 2 de febrero de 1915 en San Juan, Puerto Rico fue encontrado escondido en el barco.”[1]

 

Obviamente las autoridades de inmigración lo deportaron regresándolo a su tierra natal. Algunos años después, el joven polizón regresaba a la ciudad de Nueva York para convertirse en Hernando Avilés, destacado cantante del famoso Trío Los Panchos, integrado además por dos inmigrantes mexicanos: Alfredo Gil y Chucho Navarro. El señor Jaramillo Suárez agregó:

 

“La bitácora del barco ‘Borinquen’ muestra que partió de San Juan el 13 de junio de 1940 y llegó a Ellis Island el 17. Entre sus pasajeros estaba Herminio Avilés, nacido el 1° de febrero de 1914. Avilés se alojó en Sloan House de la YMCA (Young Men Catholic Association), que era un lugar donde los jóvenes católicos se quedaban cuando no tenían donde llegar. Es obvio que cuando lo cogieron la primera vez viajando de polizón mintió sobre su edad dado que no tenía pasaporte (…) para demostrar que era menor de edad (17 años) y así no ser castigado por ser mayor, puesto que ya tenía 18 años, de acuerdo al pasaporte que mostró la primera vez que llegó legalmente a Nueva York en 1940.”[2]

 

No todos los viajeros latinos que llegaban a probar fortuna en la urbe neoyorquina fueron músicos, pero buena parte de ellos en verdad lo eran. Tales son los casos del cubano Mario Bauzá, o de los puertorriqueños, Manuel Jiménez ‘Canario’, Pedro Flores y Rafael Hernández.

 

La mayoría de los barcos partían desde San Juan, Puerto Rico, dadas las condiciones especiales de inmigración que les facilitaban a los ciudadanos boricuas acceder a los Estados Unidos, pero igualmente otros puertos como La Habana y Panamá sirvieron con frecuencia de punto de partida para los soñadores que abrazaban la posibilidad de encontrar mejores oportunidades de trabajo en ese país.

 

En el período de 1920 a 1940 un gran número de músicos latinos salieron de sus ciudades de origen con rumbo a los Estados Unidos en busca de horizontes más altos para su talento. Entre ellos había compositores, arreglistas, directores de orquesta y cantantes. Su trabajo gustó mucho en tierras estadounidenses por el estilo original y por la inagotable catarata de composiciones que llevaron, buena parte de ellas registradas en grabaciones discográficas.

 

El 17 de agosto de 1928 partió de Colón, Panamá el barco ‘Ancón’ y dos días después ancló en el muelle de Ellis Island. Desembarcaron cinco ciudadanos colombianos, dos costarricenses, un panameño y una cubana. Los colombianos eran Francisco, Arturo, Elba y Job Márquez de 19, 17, 16 y 14 años, procedentes de Tumaco, Nariño. El mayor de los nombrados de profesión ‘Merchant’ y los tres restantes en calidad de estudiantes. Los cuatro hablaban inglés.

 

También ingresaron a los Estados Unidos el mismo día las señoras Lola y Amalia Villafranca, de nacionalidad costarricense, madre e hija, de 61 y 23 años respectivamente. La primera era ama de casa y la segunda estudiante, procedentes de San José. Estaban acompañadas por el panameño Augusto Arango de 19 años de edad, también estudiante, natural de la Ciudad de Panamá, y por la habanera Margarita Gautier, una modista de 47 años quien no hablaba inglés.

 

Los colombianos habían abordado el navío en Colón, pero las dos señoras costarricenses lo hicieron en Balboa Heights. Augusto Arango y Margarita Gautier se embarcaron en Ciudad de Panamá.

 

El otro pasajero era un tal Hernán Rodríguez, portador de un permiso provisional de inmigración expedido en Esmeraldas (Ecuador), localidad del Pacífico cercana a la frontera con nuestro país. Rodríguez decía ser estudiante, no hablaba inglés y tenía 21 años. A las autoridades de inmigración de Ellis Island en su declaración de entrada les manifestó que sus padres vivían en Tumaco.

 

 

 

 

 

Son estos escuetos datos oficiales los únicos que se conservan de la llegada a los Estados Unidos del cantante colombiano Nano Rodrigo, artista extraordinario, descrito por varios testigos de su época como un intérprete excepcional.

 

Extrañamente Nano Rodrigo continúa siendo hoy en día un desconocido en Colombia, su país de origen, 70 años después de su desaparición física.

 

Tumaco revisited

 

De nombre real Hernán Rodríguez Garcés, Nano Rodrigo fue vocalista,  percusionista, director de orquesta y empresario de espectáculos musicales. Rodrigo vino al mundo el 7 de enero de 1907.

 

Su origen tumaqueño es evidente, aunque curiosamente no era afrocolombiano como la mayoría de las personas oriundas de aquella ciudad, sino blanco. Pese a lo dicho, el lugar de su nacimiento sigue prestándose para la polémica ya que en el registro de inmigración de Ellis Island, el puerto por el cual ingresó a la unión americana con el permiso consular número 39, declaró que había nacido en Esmeraldas (Ver recuadro: Place of birth, Country, City or Town).

 

El destacado musicólogo Hernán Restrepo Duque al referirse a Nano Rodrigo escribió:

 

“Se sabe mucho menos de lo que debiera saberse en torno a Nano Rodrigo en Colombia, siendo como fue uno de los músicos más meritorios y uno de los más entusiastas divulgadores de la canción colombiana. Llegan sus primeras noticias a través de las crónicas de Carlos Puyo Delgado en el antiguo e inolvidable magazine ‘Mundo al Día’. Se anunciaba entonces con su apelativo familiar, Hernán Rodríguez Garcés. (…) Se presentaba en programas de radio a dúo con Emilio Ortiz (…) tenía posibilidades de llegar a ser artista cinematográfico y había registrado ya sus primeros discos. Después supimos más. Que había nacido en Tumaco, hijo  de Luis Rodríguez y Alba Garcés de Rodríguez, el 7 de enero de 1907.”[3]

 

Sus padres eran oriundos de San Juan de Pasto, ciudad del sur de Colombia, capital del Departamento de Nariño y cuna de otro de los grandes músicos nacionales, el pianista, arreglista y compositor Edy Martínez, quien curiosamente nació en el mismo año en el que murió el cantor tumaqueño.

 

Los progenitores del futuro cantante se desempeñaban como comerciantes y se residenciaron en Tumaco buscando nuevas oportunidades económicas ya que el puerto del Pacífico a comienzos del siglo XX vivía un período de expansión comercial. En su adolescencia Nano Rodrigo igualmente estuvo muy activo como comerciante, siguiendo la senda trazada por sus padres.

 

Al momento de llegar a la ciudad de Nueva York, Nano Rodrigo provenía de Esmeraldas (Ecuador), de donde salió para Buenaventura en un buque de bandera argentina, aunque estuvo posteriormente en Panamá. Las huellas de su permanencia en nuestro país se pierden sin embargo en el nebuloso territorio de lo improbable ya que de su niñez y adolescencia se sabe muy poco.

 

Nano Rodrigo en su juventud viajó a Esmeraldas en compañía de un amigo, cantante como él -cuyo nombre nadie recuerda- buscando un lugar propicio para embarcarse hacia los Estados Unidos. Los trámites consulares eran más expeditos en esa localidad ecuatoriana que en Tumaco. Tras haber obtenido el permiso consular en tierras ecuatorianas, se encaminó hacia la ciudad de Nueva York, convirtiendo a esa urbe estadounidense en el escenario de todas sus actividades artísticas.

 

Durante los años 1906 y 1907 era frecuente que los tumaqueños viajaran con sus familias a Esmeraldas, buscando un lugar digno para vivir y refugiarse, luego de los devastadores daños que sufrió aquella localidad nariñense como consecuencia de un maremoto ocurrido el 31 de enero de 1906, un año antes de que el futuro cantor viera la luz del mundo.

 

Edison Parra, periodista de El Tiempo ha descrito en los siguientes términos la situación:  

 

“La leyenda de los pescadores dice que Tumaco está asentado sobre el lomo de un enorme pez y que el día que se mueva, el puerto desaparecerá. En el siglo pasado, cuatro maremotos o tsunamis estuvieron a punto de convertir este mito en una realidad. El primero ocurrió el 31 de enero de 1906 y según la oficina de Estudios Geográficos del Instituto Agustín Codazzi, fue considerado como uno de los seis que más energía ha liberado en toda la historia del planeta. Luego, se presentaron otros dos, el 14 de mayo de 1942 y el 19 de enero de 1958. Y el último fue el 12 de diciembre de 1979. Su saldo fue aterrador: 452 personas murieron, 1.011 resultaron heridas, 3.081 viviendas quedaron destruidas y 2.119, averiadas. ‘Una enorme ola de 5 metros de altura acechó a Tumaco. Por fortuna rompió contra dos islas situadas frente a la costa y gracias al reflujo pudo extenderse y la villa fue perdonada...’, recuerda un testigo. Actualmente, los pescadores tienen argumentos más fuertes que el presentimiento para creer en la leyenda.”[4]

 

Tumaco estuvo siempre en los brumosos recuerdos del cantante como una calle estrecha llena de arena que iba y venía en la memoria, en cuyos vericuetos jugaba de niño con caballitos de palo mientras lo perseguía la algarabía de los vendedores de pescado que aleteaba sobre su cabeza como una dulce música brotando incesante del mercado cercano. En esa calle fue acunado con sonidos bellos al amparo del murmullo de los currulaos, rosas en primavera que emergían de los gruesos labios de la nodriza negra quien peinaba sus risos de oro en el solar de la casa materna.

 

Así se le pasaron sus primeros años, la infancia rumorosa: un largo y oscuro salón de clases, en el que la maestra negra y los demás niños del mismo color le sonreían cada mañana.

 

En la adolescencia se hizo cantor de pasillos ecuatorianos y currulaos, visitando asiduamente Esmeraldas, Guapi, Timbiquí, El Charco, Iscuandé, Puerto Merizalde y Buenaventura, a donde arribó hacia 1922.

 

Ya su fama de cantor se había extendido por el Pacífico colombo-ecuatoriano, hasta el punto que el investigador musical vallecaucano Germán Patiño lo sitúa como uno de los más significativos intérpretes del currulao. Nano Rodrigo dejó una profunda huella en ese tipo de música que es originaria del litoral del Pacífico. Patiño escribió lo siguiente:

 

 

“Sin embargo la fuerza de la cultura tradicional y del complejo del currulao es tal, tanto por su larga permanencia como por su vigor expresivo, que el tránsito musical a la modernidad no implica rupturas abruptas y hunde sus raíces en las músicas tradicionales. Se producen cambios progresivos que siguen perteneciendo a los mismos complejos culturales y enriquecen el universo espiritual del Pacífico. Músicos como Papá Roncón de Esmeraldas, Nano Rodrigo y Caballito Garcés de Tumaco, Petronio Álvarez y Peregoyo de Buenaventura, combinan instrumentos tradicionales (marimbas, cununos, bombos) con modernos (piano, contrabajo, guitarras eléctricas, saxofones, etc.), aprovechan nuevas experiencias musicales (jazz, son cubano, rock) y se instalan en sensibilidades urbanas para producir obras de música popular en las que se respira la tradición y se conserva la identidad”.[5]

 

 

 

Una parte del clan familiar del cantor permaneció en Tumaco, pero a raíz de las corrientes migratorias internas y de las transformaciones demográficas que vivió Colombia en las décadas del treinta y el cuarenta, otra rama de la familia se estableció en Cali, donde aún viven según ha mencionado Patiño. Varios años después uno de sus hermanos se residenció en los Estados Unidos.

 

Entre 1922 y 1928 Nano Rodrigo consolidó su carrera como músico errante haciéndose un nombre entre los intérpretes del pasillo ecuatoriano, mientras tanto pulía sus armas como percusionista, guitarrista, compositor y arreglista.

 

Ya para entonces los bucólicos escenarios de una adolescencia marcada por la aventura se le habían estrechado, a tal punto que tomó la decisión de llevar su propuesta musical a lejanas tierras, más allá del mar y la memoria, donde pudiera encontrar condiciones propicias para divulgar su voz a través de los discos, la radio y el cine.

 

Mientras cumplía la mayoría de edad y obtenía un contrato de trabajo y la visa para emigrar a los Estados Unidos desarrolló lucrativas actividades empresariales paralelas a la música en las localidades portuarias del pacífico colombo-ecuatoriano.

 

Estas lo llevaron a entrar en estrecho contacto con gentes de diversas nacionalidades venidas de cualquier parte del mundo ocupando plaza como marineros en los buques de carga y de pasajeros que surcaban el océano. Tumaco vivía la última etapa del auge económico surgido a partir del comercio de la tagua. El investigador Germán Patiño describió ese período de la siguiente manera:

 

“Pero no hay que olvidar que Rodrigo era tumaqueño, es decir, un ciudadano portuario, en una época en que aún quedaba en esa ciudad del Pacífico Sur algún vestigio de la bonanza del comercio de la tagua, el llamado ‘marfil vegetal’, por lo que los tumaqueños estaban relacionados con la marinería del mundo entero. Por eso mismo Rodrigo viajó muy joven a Estados Unidos, donde se labró un prestigio creciente como intérprete, compositor, arreglista y director de orquesta. Influido por el mundo, fue multifacético: las rancheras y los huapangos, las bahianas brasileras, los sones y las rumbas cubanas, el pasillo ecuatoriano y el bolero, las cumbias y los bambucos, los tangos y las milongas, no le fueron ajenos. Compuso y grabó música en todos estos géneros y en todos ellos es reconocido. Cali sabe del Nano, sin ser consciente, por el ‘crooner’ cubano Pepito López[6], cuyas canciones fueron éxitos en nuestra ciudad en los años 30 del siglo pasado y aún se escuchan con devoción en los bares de la vieja guardia. La orquesta en la que el cubano cantaba era la del Nano Rodrigo, por entonces una de las grandes bandas latinas del ambiente neoyorquino. En esa orquesta se inició también el sobresaliente músico portorriqueño César Concepción, cuya orquesta rivalizaría con Machito y sus Afrocubanos en la década de 1950. Pese a su juventud, el Nano fue reconocido como par de Xavier Cugat, Eddie la Baron, Don Maya, Carlos Molina y José Morand, los directores caribeños de las grandes bandas latinas que dominaban la escena musical popular en los Estados Unidos.”[7]

 

Obsérvese cómo Patiño se refiere al cantor por su nombre artístico. Este es otro misterio pendiente de resolver en la trayectoria del enigmático personaje, quien durante su permanencia en Colombia, entre correrías y alumbranzas, andando en canoas de cabotaje por los médanos y esteros del litoral pacífico, amenizó la fiesta y entretuvo el cotarro cantando de pueblo en pueblo.

 

En nuestro país nunca grabó nada ni tuvo tiempo de presentarse en la radio, pues hasta 1928 las industrias fonográfica y radiofónica eran prácticamente inexistentes por estos lares.

 

Su fama la forjó a pulso, cantándoles sin amplificación alguna a los borrachos de las cantinas, a los niños en las primeras comuniones, a las viudas en los velorios y a las doncellas asomadas a las ventanas durante aquellas idílicas serenatas frente a los espléndidos atardeceres tumaqueños, cuando el mar embravecido se tornaba de color rojo antes de la puesta del sol. Por acompañamiento tenía cununos, bombos, y marimbas.

 

Sus continuadores fueron Papá Roncón en Esmeraldas, y en nuestro país los ya legendarios Petronio Álvarez, Tomás Cerón y Caballito Garcés, quienes conformaban un trío en Buenaventura.

 

El último de los nombrados –Caballito Garcés- era tumaqueño. De su gesta quedaron como recuerdo la canción “La muy indigna” y un parque en Tumaco que orgullosamente lleva su nombre.

Caballito realmente se llamaba Segundo Leónidas Castillo Garcés y nació en 1916. Grabó un buen número de temas como voz principal de la orquesta de Don Américo y sus Caribes, y según quienes lo conocieron, dejó una gran cantidad de música inédita. Falleció en 1995.

 

En cuanto a Papá Roncón, de nombre real Guillermo Ayoví Erazo, se dice que nació el 10 de noviembre de 1930. Aún vive en Borbón, una localidad de su país situada en Esmeraldas, y hace poco fue galardonado con el Premio Nacional de Cultura por su aporte a la preservación del folklore afroecuatoriano donde es reconocido como el más destacado marimbista de todos los tiempos.  

 

Manhattan, 1928

 

Cuando ingresó en la escena musical latina de Nueva York con su milagrosa voz de sinsonte de la selva, Nano Rodrigo se introdujo como Hernán Rodríguez presentándose en calidad de estudiante tal y como se puede observar en su registro migratorio, pero no se sabe si su nombre artístico ya lo llevaba desde Colombia o lo adoptó al momento de debutar como cantante en los escenarios neoyorquinos.

 

No queda duda que en esa ciudad norteamericana completó sus estudios musicales, los que había comenzado como autodidacta en Tumaco, porque a pesar de ser un músico intuitivo y espontáneo se sabe que fue compositor, director de su propia orquesta y arreglista. Como ejemplos de ello quedan, entre otros temas, una exitosa rumba grabada por la orquesta del catalán Xavier Cugat compuesta por el formidable músico de origen nariñense.

 

Aunque el ambiente que encontró en la Gran Manzana era predominantemente puertorriqueño el cantor colombiano alternó desde el comienzo con tríos y cuartetos de boleros y no sólo con pleneros boricuas. Pero poco a poco, en la medida en que hacía pie en la escena, se vio ante la presencia de toda suerte de jazzistas entre quienes sobresalían Duke Ellington, Billie Holiday, Count Basie, Teddy Wilson, Gene Krupa, Louis Armstrong, Fletcher Henderson, Art Tatum, Coleman Hawkins, Johnny Hodges, Lionel Hampton, Fatz Waller, Cab Calloway, Jack Teagarden, Glenn Miller, Lester Young y Benny Goodman.

 

Su llegada al mundillo del espectáculo estadounidense y al epicentro de la industria del entretenimiento que era la ciudad de Nueva York ocurrió en el período de entreguerras. Esta circunstancia histórica favoreció su rápido ascenso en el contexto farandulero neoyorquino ya que por aquel tiempo cualquier cosa negra, redonda, giratoria, con un agujero en el centro, y que sonara, era inmediatamente consumida en el mercado por un público ávido de experiencias musicales nuevas.

Hacia 1930, fecha de las primeras grabaciones del Zorzal del Pacífico el país quería recuperarse con inusitada inmediatez del descalabro de la bolsa de valores ocurrido en 1929, conocido como la gran depresión, y un hombre joven, talentoso, inteligente, buen cantante y despierto para los negocios bien podía aprovecharse de esa circunstancia.

 

Nano Rodrigo entró apostando fuerte en el mundillo del espectáculo neoyorquino. Muy pronto se dio cuenta que era aceptado por el público, no solamente por su proyección escénica y sus indudables dotes de cantor y músico, sino porque era además un apuesto joven latinoamericano dispuesto a conquistar la ciudad.

 

Se sabe que un factor determinante en su camino hacia el éxito, la fama y la fortuna fue que en general la gente de la farándula y las mujeres de esa época lo consideraban buen mozo.

                                              

Hernán Restrepo Duque -hablando entre otros de ese aspecto- apuntó lo siguiente:

 

“Formó parte del conjunto Arpa Colombiana, que grabó con la Víctor en el año 1930 y que integraban, además, los cantantes Arturo Patiño –director- y Pablo J. Valderrama, Salomón Martínez y Gilberto Ramos. Con este último grabó sus primeros discos a dúo. En el sello Brunswick, uno de los cuales rescatamos (…) “Mariposita”, una hermosa danza del compositor bogotano Jorge Rubiano. Se sabe también que por primera vez aparecen las “cumbias” colombianas en los catálogos discográficos internacionales en su voz y en la de Ramos, panameño de origen, y Terig Tucci nos hacía posteriormente gratos recuerdos suyos al contarnos en una carta que lo recordaba como integrante de su Estudiantina, buen mozo, simpático, dueño de una personalidad tal que sin saber los secretos de la música llegó a dirigir una de las más populares orquestas del ambiente latino estadounidense, codeándose con Xavier Cugat, con Noro Morales, con José Morand, con Carlos Molina.”[8]

 

Situación similar ocurriría unos años después con el pianista y director de orquesta cubano José Curbelo, que ha sido descrito por testigos de la época como un Don Juan, quien aprovechó para su conveniencia personal lo bien parecido que lo encontraban las mujeres estadounidenses granjeándose sus favores sexuales y revirtiendo mediante una extravagante red de relaciones non sanctas las condiciones adversas que obstaculizaban su ascenso a la fama.

 

Nano Rodrigo a la par con su éxito como cantante de clubes, cabarets y hoteles obtuvo un enorme respaldo por parte de los ejecutivos de la industria del disco desparramando con ingenio sus grabaciones a los cuatro vientos ayudado por la radio neoyorquina de aquella época.

 

Entre el 17 de julio de 1934 y el 14 de abril de 1942 grabó para las prestigiosas disqueras Brunswick, RCA Víctor y Decca alrededor de 60 temas exitosos, una cifra record en esos tiempos.

 

Simultáneamente hacia 1935 vinculó a su orquesta al reconocido cantante y trompetista puertorriqueño Pepito López[9] con quien realizó para la RCA Víctor al menos otra decena de grabaciones entre mediados de los años treinta y comienzos de los cuarenta.

 

Toda su obra discográfica originalmente prensada en discos de 78 rpm se ha convertido hoy en día en objeto de culto, joyas de colección por las cuales sus seguidores a lo largo y ancho de América Latina, España y Japón pagan cifras exorbitantes.

 

En 1983, conmemorando las primeras cuatro décadas de su desaparición física, y tratando de romper con el pasmoso desconocimiento que en nuestro medio existía en relación con la discografía de Nano Rodrigo, el maestro Hernán Restrepo Duque publicó en Medellín un disco de larga duración en el que recopiló doce temas exitosos del legendario cantor: “El Fabuloso Nano Rodrigo” (Producciones Preludio - 11009), una antología extraordinaria con fonogramas fijados por primera vez entre 1932 y 1940.

 

En la carátula apareció una fotografía del sinsonte tumaqueño tomada en la ciudad de Nueva York en octubre de 1930. Sobre la importancia de Nano Rodrigo como músico e intérprete, Restrepo Duque acotó lo siguiente:

 

“Son los primeros años del bolero. Triunfa en el Havana Madrid, lanza aquel impresionante éxito, “Linda Mujer” que iban a arrebatarle descaradamente.”[10]    

 

 

El negocio del espectáculo

 

En el transcurso de su exitosa carrera como vocalista actuando para otras orquestas del medio neoyorquino (trabajo que le reportó considerables ganancias), Nano Rodrigo comprendió que los grandes dividendos del negocio del espectáculo se obtenían en la medida en que lograra independizarse y posicionarse como director y empresario. A mediados de la década del treinta fundó su orquesta y decidió convertirse en su propio representante artístico reinventándose a sí mismo y conduciendo desde entonces los asuntos comerciales atinentes a su carrera.

 

Hombre con chispa para los negocios y un lince a la hora de rebuscarse el guano, concibió una fórmula original para la época: les pagaba a bajo costo a las disqueras por ediciones extra de sus discos; estos iban etiquetados a su nombre, con una fotografía en la carátula en la que aparecía al frente de la orquesta. Luego utilizaba estos discos para auto-promocionarse regalándolos al público durante sus presentaciones en clubes y cabarets de Manhattan.

 

En poco tiempo tuvo tantos seguidores amantes de su show que los lugares donde actuaba se llenaban hasta las lámparas. El público que acudía a escuchar aquella novedosa propuesta musical era por lo general de buena condición económica y esto les permitió a los dueños de los locales hacerse con ingentes cantidades de dinero en muy poco tiempo.

 

Hábilmente Nano Rodrigo aprovechaba la situación y pactaba contratos ventajosos para él y los miembros de su orquesta: obtenía un porcentaje del costo que el público pagaba por las entradas, otro porcentaje por el consumo de bebidas, y adicionalmente la tarifa sindical por los honorarios de los músicos y el cantante. Si el dueño del establecimiento se rehusaba a pactar las condiciones establecidas el cantor simplemente lo dejaba y buscaba otro cabaret para trasladar allí su espectáculo. En el club que quizás más tiempo permaneció fue en el Havana Madrid, concurrido establecimiento situado en Broadway, que por entonces se había convertido en la meca de la música latina neoyorquina. Una fotografía promocional de mediados de los años treinta difundida en los diarios neoyorquinos por la RCA Víctor lo muestra con los integrantes de la orquesta (entre quienes aparece el cantante boricua Pepito López).

 

En el pie de foto se lee lo siguiente:

 

“Nano Rodrigo y su orquesta. Intérprete admirable del ritmo cubano. Nano Rodrigo es objeto de calurosos comentarios al frente de su orquesta. Es bien conocido en Estados Unidos y actúa en los principales clubs nocturnos de N. Y. Artista de la RCA Víctor.”

 

 

 

La Orquesta de Nano Rodrigo (el tercero de izquierda a derecha en la fila superior, quien sostiene la guitarra). Inclinado a la izquierda el cantante boricua José ‘Pepito’ López. Abajo, a la derecha, el gran trompetista y director de orquesta César Concepción. Esta imagen, tomada de un diario neoyorquino, fue incluida por el maestro Jaime Rico Salazar en su libro “Cien años de boleros” publicado en julio del año 2000. (Fotografía: archivo de Jaime Jaramillo Suárez).

 

 

 

Estar al frente de su carrera sin la intermediación de los mañosos empresarios estadounidenses fue determinante para su ascenso dentro del negocio del espectáculo en el cotarro neoyorquino. Esto le permitió a Nano Rodrigo mantener permanentemente reunida su orquesta, una banda de lujo con varios instrumentistas de valía tales como el célebre trompetista César Concepción, quien por aquel tiempo estaba apenas dándose a conocer en el ambiente.[11]

 

El escritor boricua Miguel López Ortiz confirma que el trompetista puertorriqueño César Concepción, una gloria musical de ese país, trabajó en Nueva York entre otras orquestas con la del colombiano Nano Rodrigo:

 

 

“Para su suerte, tras llegar a la gran urbe no demoró en encontrar acomodo en la orquesta del pianista venezolano Eddie LeBaron que, a la sazón, era la de planta del lujoso cabaret The Rainbow Room. Y, tal y como esperaba, casi de inmediato tuvo oportunidad de estrenarse como sesionista. Con LeBaron, por ejemplo, grabó piezas como la exitosa Por Corrientes Va Una Conga (de Ernesto Lecuona) bajo la etiqueta Decca y, con la dirigida por el cubano Eliseo Grenet, buen número de composiciones de éste, varias de las cuales recibieron intensa difusión. Sobre todo, Las Rumbas Cubanas (Columbia, 1936). En la mayoría de esos registros sobresale el sonido ancho y brillante de su trompeta. Su vinculación a la orquesta de Eddie LeBaron se extendió hasta 1940, cuando aquel emprendedor músico se trasladó a Los Ángeles, donde algún tiempo después fundaría el majestuoso cabaret Trocadero’s Club, que llegó a ser considerado entre los más famosos del mundo. Sin embargo –en el ínterin–, luego de que esta organización concluyera su contrato en The Rainbow Room (1937), también colaboró en grabaciones y, en algunos casos, en presentaciones personales, con las orquestas de Xavier Cugat, Enrique Madriguera, Don Maya, Carlos Molina, José Morand y Nano Rodrigo. A partir en 1940 grabó con las distintas formaciones de Pedro Flores”.[12]

 

 

 

La libertad de movimiento fue tal que, haciendo alarde de solvencia económica, Nano Rodrigo viajaba en un autobús de su propiedad por algunas de las ciudades del interior del país, presentándose con la orquesta en los mejores cabarets, clubes y teatros de Boston, Chicago, Philadelphia y Miami. En todos estos lugares les imponía a los dueños de los establecimientos nocturnos la misma fórmula implementada en Nueva York. Mediante ese mecanismo ganó el suficiente dinero para darse el lujo de escoger a los mejores músicos, a los más sofisticados arreglistas y un repertorio adecuado tanto para las presentaciones públicas como para las grabaciones. Estas fueron realizadas con los más altos estándares técnicos de la época, y promocionadas suficientemente por las disqueras que contaron con sus servicios: la RCA Víctor, Brunswick y Decca.

 

En el lapso de unos cuantos años Nano Rodrigo se convirtió en el prototipo del hombre exitoso y afortunado, a quien todo lo que hacía le salía bien,  constituyéndose en el único colombiano de esa época de quien puede decirse que fue absoluto triunfador en el turbulento tinglado internacional del entretenimiento.

 

Un caso parecido al de Nano Rodrigo fue el del músico, compositor y cantante santiaguero Miguel Matamoros, líder del célebre Trío Matamoros, quien era el director de varios conjuntos con distintos nombres, empresario, contratista de orquestas y productor de sus propias grabaciones. Matamoros fue uno de los primeros músicos latinos con visión para los negocios, y desde los años veinte viajando por el mundo, adquirió una cabal comprensión de cómo funcionaba el mundillo del espectáculo, en cuya trastienda se escondían cuantiosas sumas de dinero; rápidamente dispuso las cosas para hacerse con una buena tajada de aquella fortuna.

 

La intensidad con la que asumía su carrera en el ambiente musical no alejó al Zorzal del Pacífico de los negocios ya que además de cantante y director de orquesta fue tratante de divisas, ventajosa actividad comercial que ya había desempeñado en Tumaco desde adolescente. Esta le sirvió para formarse una idea de la manera de ser, los gustos y las costumbres de gentes de diversos lugares del mundo, quienes llegaban a la ciudad de Nueva York procedentes de los más remotos rincones del planeta en busca de nuevas oportunidades laborales.

 

El establecimiento cambiario en el que circulaban moneda extranjera y dólares estadounidenses estuvo situado en Brooklyn, el condado neoyorquino al cual solían arribar inmigrantes griegos, fenicios, eslavos, italianos y turcos. Al estallar la segunda guerra mundial Nano Rodrigo se deshizo de aquel negocio para prohijar una sociedad comercial en Manhattan, situada en la calle 112, cerca de Lenox Avenue, al norte del Central Park. Aprovechó los precios módicos que se pagaban por la venta de los locales y estableció un almacén de exportaciones que distribuía pieles procedentes de Alaska y toda suerte de artículos finos empleados en decoración. Cimentó alianzas con socios panameños y miembros de su familia en Colombia, las cuales le permitieron distribuir artefactos eléctricos y mercancías de toda índole que ingresaban al país por los puertos de Tumaco, Buenaventura y Barranquilla, extendiendo su influencia hasta Guayaquil. No se sabe con total certeza cuál fue el final de los emprendimientos comerciales del cantor, ni quién heredó su fortuna, ya que a partir de finales de 1942, tras su desaparición física, la destinación de sus efectos personales y la información relacionada con sus herederos pasó desapercibida para la prensa de aquel tiempo; otro tanto ocurrió con la titularidad de su legado musical y con los depositarios de los derechos autorales; todo parece haber quedado perdido en los densos y brumosos tremedales de la desidia y del olvido, no así su voz que sigue retumbando desde los surcos, sin envejecer ni deteriorarse, ajena al paso del tiempo.

 

En la cumbre de la fama: discos y películas

 

Hasta donde se sabe el cantor tumaqueño vivía en la Gran Manzana en compañía de uno de sus hermanos y tras sus primeros éxitos tenía la agenda atiborrada de presentaciones que debía realizar a diario con estudiantinas y orquestas consagradas, como la de Terig Tucci, o con sus propias agrupaciones (se sabe que tuvo varias simultáneamente), lo que le dejaba muy poco espacio para la vida familiar.

 

Terig Tucci, influyente músico argentino, quien residía en Nueva York, aunque tuvo muy poco contacto con Colombia, fue un amante genuino de la música criolla, dejando plasmado su amor en varias composiciones meritorias, entre ellas pasillos, bambucos y torbellinos, posteriormente grabados por su estudiantina. Algunos de estos temas, entre ellos “Satanás”, de la autoría de Emilio Murillo, con arreglos de Tucci, obtuvieron amplio reconocimiento popular. El mencionado pasillo se convirtió en himno del Carnaval del Diablo que se celebra anualmente en Riosucio, Caldas.

 

El encuentro con Terig Tucci en Nueva York fue determinante en la carrera ascendente de Nano Rodrigo. El músico argentino descubrió en el Zorzal del Pacífico al intérprete con la voz más dúctil para impulsar varios de sus proyectos discográficos. Barítono natural, fue poseedor de un amplio registro vocal, eficaces recursos expresivos, agilidad en el fraseo y correcta afinación. Estas cualidades, sumadas a un excelente sentido del ritmo y a una indudable vocación por el canto popular, atrajeron de inmediato a Tucci, profundo conocedor del oficio, quien sin dilaciones llevó la voz del Nano al acetato, difundiendo muy pronto su estilo por las radioemisoras neoyorquinas, quienes se encargaron de promoverlo como una de las figuras promisorias en el ambiente musical latino.

 

Tucci desde 1932 hasta 1964 figuró como director artístico del Departamento para América Latina de la RCA Víctor. Era el responsable de los artistas y el repertorio, situación que lo llevó a fichar de inmediato a Nano Rodrigo como artista exclusivo del sello en cuanto se enteró de la versatilidad del genio tumaqueño para abordar de forma convincente cualquiera de los géneros populares latinoamericanos como el tango, la milonga, el bolero, el pasillo, el bambuco, la cumbia, la rhumba, el son y la guaracha. Rodrigo hacía lo que quería con su voz y fue un genuino exponente de la música típica latinoamericana, capaz de interpretar con autenticidad las composiciones que le encomendaran los directores artísticos de las disqueras con las que trabajó, por más difíciles que estas fueran.

 

Vinculado al roster de la RCA Víctor Nano Rodrigo consiguió cumplir con uno de sus más caros propósitos que era ingresar en el selecto grupo de intérpretes de música popular promocionados internacionalmente por la poderosa casa disquera estadounidense. El respaldo de la radio vino de inmediato, como se anotó arriba, y los contratos para presentaciones en los más exclusivos escenarios de la urbe neoyorquina no se hicieron esperar. Desde el comienzo las ventas de sus discos fueron satisfactorias, situación que lo llevó a permanecer en el pináculo del éxito como uno de los artistas más rentables de la empresa.

 

Terig Tucci, quien dirigía varios ensambles de estudio, orquestas típicas de tangos, estudiantinas y formatos pequeños, lo grabó acompañándolo de los mejores músicos de la ciudad, dentro de un contexto parecido al que utilizó para grabar a Gardel entre 1934 y comienzos de 1935.

 

Una de las agrupaciones empleadas en los discos fue la Estudiantina Colombia, conocida igualmente como la Estudiantina Tucci; el director argentino tocaba la mandolina, el Zorzal del Pacífico se encargaba del tiple, Adolfo Mejía tocaba la guitarra, Miguel Bocanegra y Eduardo Zito se ocupaban de los violines, el catalán Antonio Francés se hacía cargo del laúd y el tolimense Humberto Ferreira figuraba en la flauta. Adicionalmente Emilio Ortiz y Nano Rodrigo intervenían como cantantes.   

 

Paralelamente a su trabajo como cantor y director de orquesta Nano Rodrigo estaba incursionando en el cine, actividad artística de la que han quedado algunos testimonios que lo muestran cantando, bailando, tocando las maracas y dirigiendo su banda, en films como “Aparición”, “Gangarria”, “Conga Loca” y “Mi Rhumba”, registrados entre 1941 y 1942.

 

Sus apariciones en los cuatro films mencionados fueron breves, de no más de tres minutos cada una, y servían para que la orquesta y el cantante ambientaran algunas de las escenas de la película. Durante sus irrupciones cinematográficas figura interactuando con el vocalista y galán mexicano Ramón Armengod, interpretando temas como la rumba “Paran pan pán” y el tema “Tica ti tica tá”. En esa misma época la orquesta de Nano Rodrigo acompañó a Armengod en dos grabaciones: “Hotel de verano” de Paco Treviño y Ernesto Cortázar (incluida en la película del mismo nombre), y “Rosa” de Agustín Lara. Igualmente con la agrupación del tumaqueño, el cantante boricua Pepito López registró fonográficamente el tema “Canto Caribe” una pieza de la autoría de Ernesto Lecuona, compositor cubano, universalmente aclamado.

 

Quizás algunas de las escenas se filmaron dentro del propio cabaret Havana Madrid, pero las restantes fueron realizadas en los estudios Astoria situados en Long Island, los cuales eran de propiedad de la Paramount Pictures Corporation. Vale la pena agregar que entre 1934 y 1935 Carlos Gardel filmó en los mencionados estudios sus últimas películas: “Cuesta abajo”, “El tango en Broadway”, “Tango bar”, “El día que me quieras” y “Cazadores de estrellas”. En algunas de ellas contó con la dirección musical de Terig Tucci.

 

El origen de la presencia del cantor criollo en el campo cinematográfico se sustentaba no solamente en la indudable calidad de su proyección artística y en la originalidad de la música que interpretaba sino que además se concretó a partir de su estrecho contacto con los empresarios de las productoras cinematográficas quienes estaban a la caza de nuevos talentos para incorporarlos en sus proyectos fílmicos. Un hombre joven, apuesto, famoso, y que además supiera cantar y bailar era bien visto en el negocio cinematográfico, y aunque Nano Rodrigo no fue un actor consumado ni tuvo una voz extremadamente bella, si fue un intérprete original y un hábil bailarín. Aquella fugaz relación con el cine, que se hubiera profundizado de no ser por su prematuro fallecimiento, le sirvió para incrementar su popularidad y la cotización de los espectáculos musicales en los que actuaba como figura.

 

Para entonces su imagen ya era tan irresistible, que muchas de las mujeres que lo asediaban en los lugares donde se presentaba, no buscaban otra cosa que llevárselo a la cama.

 

Nano Rodrigo fue un hombre de pocos amigos. Que se sepa en Nueva York compartió lazos de amistad con algunos colombianos, entre ellos el periodista bogotano Carlos Puyo Delgado. Los demás eran gentes del medio artístico como Terig Tucci, los cantantes Gilberto Ramos, Emilio Ortiz, Salomón Martínez, Pablo Joaquín Valderrama y Arturo Patiño. Igualmente se relacionó con Carlos Gardel y con María Grever destacada compositora mexicana residente en la urbe neoyorquina, alumna del francés Claude Debussy y amiga del tenor italiano Enrico Caruso. De la autoría de María Grever el intérprete tumaqueño estrenó cuatro composiciones valiosas: el bolero son “Yo canto para ti” (traducido al inglés como “Make love with a guitar”) grabado el 8 de febrero de 1940 con el acompañamiento de su ‘Havana Madrid Orchestra’; “Ni de día ni de noche” y “Un puñao” grabadas con acompañamiento típico, pero igualmente Nano Rodrigo versionó el tema “Penetración”, registrado con guitarras y sección rítmica.[13]

 

Durante esos años fueron escasos los aportes discográficos realizados por músicos colombianos en el ámbito del jazz y de la música popular en los Estados Unidos y el resto del continente. Para encontrar algunas huellas en los registros sonoros de la época debemos remontarnos a las grabaciones de Nano Rodrigo.

 

El tumaqueño fue uno de los primeros colombianos, sino el primero, en alcanzar el rotulo de figura de la canción popular en la ciudad de Nueva York a finales de los años treinta y comienzos de los cuarenta.

 

Posteriormente otros compatriotas se destacaron por sus grabaciones de jazz, canciones líricas o música bailable, alcanzando nombre en el exterior, entre ellos Carlos Julio Ramírez, Luis Carlos Meyer, Carmencita Pernett, Esthercita Forero, Sarita Herrera, Bob Toledo, Matilde Díaz, Lucho Bermúdez, Antonio María Peñaloza, Álvaro Dalmar, Pacho Galán, y el caucano Efraín Orozco, quien dejó prensados en disco algunos trabajos con su jazz band durante los años que vivió en Argentina, tales como el bolero-blues “Paletará”, cuyo rastro anda perdido.

 

Se sabe de la existencia de diversas grabaciones realizadas en los Estados Unidos en la década del cuarenta por el connotado pianista barranquillero Al Escobar, quién actualmente vive en Los Ángeles. Son grabaciones que quizás se etiquetaron como música afrocaribeña y no propiamente como jazz. No obstante están revestidas con sabor jazzístico y toque latino, dos características del estilo de Escobar, las cuales le permitieron obtener reconocimiento en Nueva York y posteriormente en toda la unión americana, en especial cuando estuvo vinculado a las agrupaciones de Jack Costanzo, Pupi Campo, Tito Puente y Miguelito Valdés. Estas grabaciones hoy son joyas de colección.

 

 

Decca Records

                                                                       

 

 

 

Carátula de un disco de 78 rpm del sello Decca Records, publicado en Nueva York a finales de los años treinta. En esta oportunidad Nano Rodrigo grabó con su orquesta el tanfo “Dulce Amargura”. (Fotografía: archivo de Jaime Jaramillo Suárez).

 

 

Los discos que Nano Rodrigo produjo para la marca disquera Decca –diez placas de 78 rpm- se realizaron en la ciudad de Nueva York y datan del período 1939-1940. Tyrone Settlemier, publicó el 16 de junio del 2010 una relación completa. Todos fueron hechos con su propia orquesta. La mayoría de ellos son tangos compuestos por autores argentinos, aunque se ha dicho que Nano Rodrigo también grabó currulaos de la costa pacífica colombiana y pasillos ecuatorianos.

 

Entre los tangos arriba mencionados se destacan números como “Duelo Criollo” de Juan Bazzano y Lito Bayardo, “Celoso” de Jacob Gade, “Malevaje” y “Alma de bandoneón” (auténticos clásicos compuestos por Enrique Santos Discépolo).

 

El Zorzal del Pacífico igualmente versionó los temas “Piedad”, “El carreterito”, “Dulce amargura”, “Mientras llora el tango”, “Mañanitas de Montmartre” y “La muchacha del circo”.

 

Los tangos de Nano Rodrigo fueron bien recibidos por la comunidad boricua residente en la Gran Manzana porque a diferencia de lo que algunos piensan, los puertorriqueños que abarrotaban mayoritariamente los teatros neoyorquinos (quienes además compraban los discos), eran fanáticos del tango, las rancheras y los pasillos, y así como amaban la bomba, la plena, la música jíbara y el son cubano, también mostraban su preferencia por las expresiones musicales argentinas, venezolanas, dominicanas, brasileras, colombianas, ecuatorianas, mexicanas y panameñas.

 

Pero Nano Rodrigo no solamente interpretó esta clase de piezas de carácter típico sino que igualmente al frente de su propia orquesta incursionó en lo que los norteamericanos de la década del treinta y del cuarenta conocieron como ‘Rhumba’, una derivación del bolero cubano adaptada al gusto de las gentes adineradas que atiborraban los salones de baile del país. Para el efecto el joven director colombiano conformó una big band que tocaba música de salón y amenizaba bailes en los más renombrados establecimientos nocturnos de la ciudad. Además de Nano Rodrigo, Enric Madriguera y el violinista catalán Xavier Cugat, fueron los principales abanderados de esa vertiente interpretativa de la música cubana.

 

Estando al frente de su orquesta Nano Rodrigo entró en estrecho contacto con los líderes de las principales bandas de baile que interactuaban en Nueva York durante el llamado ‘Período del Swing’, integrándose al ambiente jazzístico. Algunas de las grabaciones que quedaron de esa época como “Poema” (de su propia autoría) y “Último” (composición de Francisco Paredes Herrera) reflejan su incipiente incursión en el lenguaje del jazz, una síntesis equilibrada de las tendencias de aquel tiempo, en la cual se perciben las huellas de Benny Goodman, Glenn Miller, Count Basie y Duke Ellington.

 

Este estilo musical aclimatado especialmente al gusto del público más rico y refinado se popularizó en los Estados Unidos, incluso mucho más que la música afrocubana auténtica, y solamente vino a ser derrotado después de la Segunda Guerra Mundial, cuando irrumpieron con inusitada fuerza las grandes agrupaciones latinas que tocaban la genuina música afrocaribeña tales como Machito, Anselmo Sacasas, Pupi Campo, José Curbelo, Chico Oréfiche, Tito Puente, Dámaso Pérez Prado, Tito Rodríguez, Benny Moré, el Conjunto Casino, Arsenio Rodríguez y la Sonora Matancera.

 

El nombre de Nano Rodrigo ha sido mencionado como uno de los primeros intérpretes exitosos de pasillos ecuatorianos, currulaos y boleros. Como ya se dijo antes, varias de sus grabaciones inscritas dentro de estos géneros populares, fueron realizadas con el acompañamiento de la estudiantina del argentino Terig Tucci. Ocasionalmente Tucci dirigía una orquesta de estudio con la cual Nano Rodrigo igualmente grabó rhumbas, sones, tangos, milongas y huapangos.

 

Alejandro Pro Meneses, investigador musical ecuatoriano escribió:

 

“Se vinculó con la Orquesta y Estudiantina dirigida por el argentino Terig Tucci y llegó a ser el más importante vocalista. Aún más, nos comenta Hernán Restrepo Duque: ‘…interpretó los pasillos ecuatorianos con un son y un gusto que los mismos figurones con que ese país dotó al mundo musical americano en los años 60 –Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo, Lucho Bowen, Lucho Barrios- no pudieron superar…’ y efectivamente el repertorio de Nano Rodrigo, en un porcentaje elevadísimo, era de pasillos ecuatorianos. (…) Ojalá para el futuro, Colombia, enmiende su olvido con uno de los mejores músicos que ha tenido.”[14]

 

Nano Rodrigo, con fundamento en las grabaciones, puede ser considerado también como uno de los precursores de la música cubana en la ciudad de Nueva York, ya que tanto con su propia orquesta como con otras agrupaciones registró discográficamente rumbas, sones y guarachas, adelantándose en el tiempo a otros grandes músicos afincados en la Gran Manzana como Noro Morales, Tito Puente, Tito Rodríguez, Charlie Palmieri, Catalino Rolón, Luisito Cruz, Johnny Seguí, Pedro Marcano y Davilita, quienes sin haber nacido en Cuba difundieron ampliamente la música de ese país caribeño en la urbe neoyorquina y en el resto de la unión americana.

 

Entre las rumbas que dejó para la posteridad se destaca “El chicharronero”, grabada en 1934 con la orquesta del pianista Nilo Menéndez, número en el que además de la extraordinaria interpretación del cantor colombiano vale la pena resaltar el imaginativo fraseo del trompetista cubano José Piña ‘Piñita’.

 

Otra composición cubana grabada por Nano Rodrigo con su ‘Rainbow Room Orchestra’ fue “Oye tu rumba”, de Ernesto Lecuona, registrada para la RCA Víctor el 7 de marzo de 1939. Este número fue vocalizado por el intérprete Arturo Cortés, quien en esos tiempos figuraba como cantante adjunto de la agrupación.

 

De la autoría de Nilo Menéndez el 17 de julio de 1934 el tumaqueño grabó acompañado por su propia orquesta el bolero “No fueron tus ojos”, incluyéndolo dentro de una serie de producciones realizadas para la RCA Víctor.

 

Un compositor cubano de importancia cuyas obras fueron incluidas en las grabaciones fue Moisés Simons, autor de “El manisero”, tonada inmortal de la cancionística caribeña. Nano Rodrigo hizo el registro fonográfico del tema “Mi chulito” en una sesión de grabación para la RCA Víctor realizada el 28 de febrero de 1935. Ese mismo día grabó el son cubano “Promesas de mujer” compuesto por Eliseo Grenet.

 

Además de Arturo Cortés, Don Arres y Pepito López, la orquesta de Nano Rodrigo tuvo también como cantante a la barranquillera Sarita Herrera, quien intervino en varias sesiones de grabación con la RCA Víctor.

 

La obra de algunos compositores mexicanos de importancia no fue ajena para Nano Rodrigo, quien grabó los boleros “Perfidia” de Alberto Domínguez, y “Vereda tropical” de Gonzalo Curiel. Igualmente versionó el tema “Adiós Mariquita linda” de Marcos Jiménez.

 

El Zorzal del Pacífico tuvo dentro de su repertorio números de autores españoles y puertorriqueños, entre ellos “Amapola”, un fox trot del gaditano Joseph Lacalle, “Cachita”, rumba canción de Rafael Hernández Marín (quien ha sido considerado como un emblema de la cultura boricua) y “La rueda”, una guaracha de Johnnie Camacho y Noro Morales.

 

Entre las canciones de autores panameños que registró para la posteridad se destaca el son “La gallada” de Armando Boza.

 

Algunas de las grabaciones de Nano Rodrigo se hicieron versionando temas de autores estadounidenses; entre ellas se destacan “Begin the beguine” (traducida al español como “Empieza el beguine”) y “My heart belongs to daddy” (traducida al español con el título de “Mi corazón te pertenece”), ambas fueron escritas por Cole Porter y han sido consideradas standars de jazz desde los años treinta.

 

El importante aporte de Nano Rodrigo al igual que la labor de algunos de sus continuadores tales como Efraín Orozco, el barranquillero Al Escobar, el sanandresano René Grand y el boyacense Hernando Becerra (pianista, trompetista y arreglista, quien fue integrante de los Lecuona Cuban Boys, la orquesta de Xavier Cugat y las bandas de Machito y Tito Puente) está en mora de ser estudiado, revalorado y dado a conocer a las nuevas generaciones. Ellos fueron los primeros en incursionar dentro de una tendencia que podríamos llamar ‘jazz hecho por colombianos’. Además fueron los responsables de abrirles las puertas de los Estados Unidos y de los escenarios internacionales a personajes como Edy Martínez, Juan Martínez, Joe Madrid, Justo Almario, Plinio Córdoba, Artie Bastidas y Gabriel Rondón, quienes en la década del sesenta hicieron su arribo a ese país para ocupar lugares preponderantes en los ambientes jazzísticos de Norteamérica.

 

Nano Rodrigo fue un caso excepcional dentro de la cancionística colombiana en el exterior. Llegó a la ciudad de Nueva York, convirtiéndose en un triunfador en los ambientes latinos, varios años antes de que se residenciaran en esa urbe estadounidense personajes que luego fueron reconocidos como fundamentales en el desarrollo de la música latina neoyorquina tales como Antonio Machín, Frank Grillo ‘Machito’, Miguelito Valdés, Bobby Capó y Ruth Fernández. 

 

Max Salazar alcanzó enorme reputación como uno de los historiadores mejor informados sobre la evolución de la música latina en la Gran Manzana. Sin embargo cuando César Pagano le preguntó sobre Nano Rodrigo, Salazar le manifestó que de él no sabía nada.[15] La respuesta de Salazar resulta entendible si recordamos que la carrera musical de Nano Rodrigo en esa ciudad transcurrió entre 1928 y 1942, pero al mismo tiempo nos muestra hasta qué punto los estudiosos más reconocidos, quienes se ocuparon de hablar de nuestra música, se han centrado en unos pocos nombres y en artistas de una o dos nacionalidades (especialmente cubanos y boricuas) desdeñando caprichosamente a los colombianos, panameños, ecuatorianos, dominicanos, peruanos, brasileros, mexicanos y venezolanos.

 

Nano Rodrigo fue un precursor en el verdadero sentido de la palabra. Contemporáneo de grandes músicos y cantantes latinos como Alberto Iznaga, Antonio María Romeu, Rita Montaner, Don Aspiazu, Mario Bauzá, Vicente Sigler, Rafael Hernández, Daniel Santos, César Concepción, Plácido Acevedo, Pedro Flores, Noro Morales, Xavier Cugat, Catalino Rolón, Alberto Socarrás, Nilo Menéndez, Enric Madriguera, Anselmo Sacasas, Juan Tizol, Pepito López, Manuel Jiménez ‘Canario’, Augusto Coén, Carlos Molina, Luis del Campo, Davilita, José Morand y Pedro Marcano.

 

Algunos de los nombrados más arriba incluso trabajaron con el tumaqueño en su orquesta y figuran en varias de las grabaciones que este dejó para la posteridad.

 

La importancia de la obra del Zorzal del Pacífico reside en la diversidad de géneros que abarcó y en la calidad de la misma: una mezcla equilibrada entre la voz, el énfasis interpretativo, los arreglos, el acompañamiento musical y las líricas (cuidadosamente escogidas). Su música fue aceptada de inmediato porque tocaba las fibras más recónditas de la sensibilidad popular, apelando a argumentos como el amor y el desamor.

 

Aquel legado incluye decenas de interpretaciones así como también algunas composiciones propias caracterizadas por su gran autenticidad, entre ellas: “El dolor de la ausencia”, un vals grabado por el Dueto de Antaño que fue publicado en el disco “Recuerdos del ayer” editado por la disquera Sonolux, al igual que los pasillos “Flores y estrellas” y “Al morir de las tardes”.

 

Otras piezas de su autoría fueron los valses “Poema” y “Mujer argentina” (este último escrito en asocio con el pianista cubano Nilo Menéndez). Una de sus composiciones que más ha llamado la atención es “Tumaqueñita”, pasillo grabado por Sarita Herrera, quien para el efecto fue acompañada por la orquesta del formidable director colombiano.

 

Durante la época en la que se realizaron algunas de las grabaciones arriba referenciadas (el 23 de abril de 1936) la agrupación se denominaba ‘Nano Rodrigo and his Rainbow Room Orchestra’, nombre que fue tomado del salón de baile en el que habitualmente actuaba.

 

El 8 de febrero de 1940 el Zorzal del Pacífico grabó otra de sus composiciones, el bolero “Besos”, registrado en disco con el acompañamiento de su orquesta. En ese entonces la agrupación fue conocida como ‘Nano Rodrigo Havana Madrid Orchestra’. La banda derivó su nombre del cabaret en el que trabajaba Rodrigo como cantante estrella. Todas las grabaciones antes mencionadas fueron realizadas para los sellos disqueros Brunswick, RCA Víctor y Decca.

 

Uno de los rasgos que podrían servirnos para definir sus boleros rítmicos, canciones criollas, tangos, sones y rhumbas fue que en su interpretación Nano Rodrigo logró captar con agudeza proverbial los acontecimientos de su entorno: la esquina, la calle y el barrio. Estos fueron trasladados a las líricas de las canciones. Casi todos los asuntos humanos que ocurrían a su alrededor fueron empleados por el cantor tumaqueño como motivos de inspiración para su obra y están reflejados en las grabaciones: la traición, el desdén, la pasión, la indiferencia, la culpabilidad, el deseo, la malicia, la ausencia del ser amado, la tristeza, la desconfianza, la maldad, la posesividad, los celos, la inocencia, la indecisión, el olvido, la bondad, la desgracia, la desdicha, la decepción amorosa, la soledad, el abandono, la felicidad, el destino, el orgullo, la súplica de amor, la reciprocidad, la falsedad, el desprecio, el perdón, el distanciamiento y otros más.

 

Como ejemplos del sentimentalismo presente en su obra están los temas “Mariposita” del compositor colombiano Jorge Rubiano, que fue grabada a dúo con Gilberto Ramos; “Llama de amor” de Ricardo Romero, registrada fonográficamente con la Estudiantina Colombiana; “Ni de día ni de noche” de la mexicana María Grever, un torbellino grabado con acompañamiento típico; “Linda mujer”, grabada con su propia orquesta; “El rosal” de Francisco Paredes Herrera, interpretado a dúo con Emilio Ortiz; “El chapa” de Miguel Zambrano, tema que grabó igualmente con la Estudiantina Colombiana y “Penetración” de la autoría de María Grever, que se destaca por su excepcional interpretación con acompañamiento de guitarras dentro un estilo parecido al de Gardel.

 

Hernán Restrepo Duque, al referirse a los temas de la discografía de Nano Rodrigo recopilados en una producción discográfica en 1983, manifestó lo siguiente:

 

“Toca el turno ahora a este legendario Nano Rodrigo a quien presentamos en diferentes fases de su vida artística. Como cantante de la antigua Estudiantina de Terig Tucci. Como cantor solista, con acompañamiento típico, incluso dos canciones de la compositora mexicana María Grever y en ritmo colombiano, torbellino, compuestas a instancias del mismo cantor quien fue su gran amigo. En sus dúos, con Emilio Ortiz y con Gilberto Ramos, y como director de orquesta, en el tema de Paredes Herrera, “Último”, arreglado con cierto sabor tropical. Un reencuentro de Rodrigo con la música ecuatoriana que tantos éxitos le dio en sus años con Tucci. Es grato escuchar a Nano Rodrigo. Sin ser un gran cantante su voz tiene un extraño sabor a campo, a fonda caminera, a tertulia amable en el pueblito lejano. Es convivir de nuevo con la mejor música de ayer.”[16]

 

En tránsito hacia la inmortalidad…

 

La presencia de los artistas colombianos en la escena neoyorquina se remonta a los comienzos del siglo XX con la llegada a la Gran Manzana de la Lira Colombiana dirigida por el vallecaucano Pedro Morales Pino. Infortunadamente la industria del disco no había alcanzado su pleno desarrollo y el grupo no pudo dejar muchos testimonios sonoros de su estilo criollo. En 1910 la metrópoli estadounidense recibió la visita de la Lira Antioqueña, grupo que realizó varias decenas de grabaciones en los estudios Apeda constituidas especialmente por pasillos y bambucos. Por su parte Emilio Murillo llegó a la ciudad en 1911 y realizó algunos registros fonográficos para el sello Columbia Records. En 1916 el poeta y periodista Porfirio Barba Jacob –procedente de La Habana- estuvo en la urbe estadounidense permaneciendo varios meses en ella dedicado a las tareas literarias. Posteriormente la ciudad fue visitada en 1917 por el bogotano Jorge Áñez, quien vivió en Nueva York durante una larga temporada y desarrolló en los escenarios norteamericanos su labor como difusor de la música nacional.

 

Un aspecto llamativo lo constituye el hecho de que Nano Rodrigo llegó a la Gran Manzana el mismo año en que se residenció en esa ciudad el novelista huilense José Eustasio Rivera. Este fundó una empresa (Editorial Andes) con el propósito de publicar en inglés su célebre novela “La Vorágine”. Simultáneamente estaba gestionando la adaptación cinematográfica de la obra, hecho que no llegó a culminar, sorprendiéndolo la muerte el 1° de diciembre de 1928. Su cadáver fue repatriado en medio de multitudinarios homenajes prodigados a lo largo del trayecto hasta Colombia.

 

Rivera y Nano Rodrigo tuvieron en el periodista colombiano Carlos Puyo Delgado a un amigo en común, quien se encargó de guiarlos durante su inserción en el ambiente neoyorquino. Era un bogotano que residía en la ciudad y dominaba el idioma inglés.  

 

En la primavera de 1942 Nano Rodrigo, ya para entonces una figura ampliamente reconocida en la industria del entretenimiento, registró por última vez su voz grabando el bolero “Sólo un sueño” escrito en asocio con Udo Lindeman, y la rumba “Vamos al malecón” de Johnnie Camacho y Noro Morales. Estos números aparecieron públicamente a nombre de “Nano Rodrigo and his Havana Madrid Orchestra”, una agrupación de doce integrantes en la que actuaban Victoria Córdova y Luis Rijos como cantantes adjuntos. 

 

Los Estados Unidos habían incursionado en la Segunda Guerra Mundial y batallones de soldados norteamericanos proliferaban por el viejo mundo dispersos en Europa, África y Asia. Decenas de músicos famosos se convirtieron en soldados, enlistándose en las huestes aliadas para irse al frente de guerra en un esfuerzo por detener la avanzada de los ejércitos alemanes, italianos y japoneses.

 

El ambiente en el que se desenvolvía Nano Rodrigo en Nueva York con su carácter farandulero, si bien tenía una apariencia sofisticada, escondía otra cara: la faceta oculta de las drogas y el alcohol, hábitos en los que muchos músicos habían incursionado. Estos hacían parte del contexto del espectáculo, una subcultura dentro del negocio del entretenimiento. Algunos de los músicos y cantantes más influyentes en el campo del jazz como Charlie Parker, Lester Young y Billie Holiday se habituaron a las drogas. Parker y Young no fueron declarados aptos para ir a la guerra.

 

Entre los músicos y cantantes latinos de importancia que se enlistaron para la contienda se recuerdan los nombres de Daniel Santos y Machito. Glenn Miller, trombonista estadounidense que fue al frente de combate, era considerado como uno de los músicos más destacados de su tiempo, y su obra inspiró a personajes como Arsenio Rodríguez y Benny Moré, quienes fueron sus admiradores. Miller dirigía una agrupación que tuvo como propósito viajar por Europa llevándoles entretenimiento a los conscriptos aliados. Con el rango de Mayor, Glenn Miller lideraba la Orquesta de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, y hasta donde se sabe, falleció trágicamente el 15 de diciembre de 1944, cuando el avión en que viajaba desde Londres hacia París, desapareció mientras cruzaba el Canal de la Mancha.

 

Aunque Nano Rodrigo no tenía la necesidad imperiosa de vincularse a la milicia, dejó atrás su vida artística, las comodidades que le brindaba el ambiente musical neoyorquino, su fama y su fortuna personal, y en 1942 se marchó como voluntario. Quizás estaba animado por la idea de alejarse del mundillo de la farándula, circundado de drogas, proxenetas y alcohol, saturado, luego de dos décadas de incansable actividad.

 

No se sabe con precisión cómo llegó a Miami para ingresar en las filas del ejército norteamericano. Su intención era convertirse en piloto de las fuerzas aéreas de aquel país, actividad que le llamaba poderosamente la atención. El cantor tumaqueño había obtenido la nacionalidad estadounidense, y en un arranque de patriotismo, sintió que su deber estaba más allá de los escenarios neoyorquinos, en las ignotas trincheras, en medio del trepidar de los cañones y los gritos de dolor de los combatientes heridos. Sin embargo no alcanzó a llegar tan lejos. Hernán Restrepo Duque relató el último episodio de su corta existencia:

 

“Al declararse la guerra Nano Rodrigo, muy reconocido con esa su segunda patria en donde se nacionalizó desde el 3 de octubre de 1938 se enroló en el ejercito de los Estados Unidos. Y en la ciudad de Miami lo destruyó un infarto cardiaco cuando cumplía labores de entrenamiento en el cuerpo de paracaídas. Lo sepultan allá mismo, con honores de héroe…y su voz sigue resonando desde los viejos discos.”[17]

 

El Zorzal del Pacífico falleció prematuramente a los 35 años de edad el 9 de noviembre de 1942 (¡Del corazón, claro! ¡No podía ser de otra manera!), y aunque desapareció físicamente hace ya muchos años, los infinitos predios del mar y las selvas del litoral en las que se esconden poblaciones abandonadas carentes de agua potable y alumbrado eléctrico, aún albergan el fantasma del jilguero trashumante que viaja de un lado para el otro en procesión nigromántica cantando un currulao que pervive en la manigua como insistente eco del temporal.

 

 

Agradecimientos

 

 

Esta semblanza no hubiera sido posible sin la gentil colaboración de los señores Sergio Santana Archbold, Jaime Jaramillo Suárez y Ángel Duque Márquez quienes pusieron a mi disposición informaciones, materiales de archivo, fotografías y discos.

 

Igualmente quiero agradecer la diligencia del compositor antioqueño Manlio Bedoya H., propietario de Discos Preludio, quien me hizo llegar una selección de veinte canciones del Zorzal del Pacífico.

 

 

El autor, Popayán, 4 de mayo del 2013.

 

 


[1] Jaime Jaramillo Suárez en comunicación personal con el autor, Medellín, Colombia, febrero del 2013.

 

[2] Ibiden.

[3] Ver: Hernán Restrepo Duque. Notas del disco “El fabuloso Nano Rodrigo, una recopilación de temas exitosos del cantor, Producciones Preludio - 11009, Medellín, Colombia, 1983. La afirmación de Restrepo Duque en el sentido de que Nano Rodrigo había nacido en Tumaco se basó en las crónicas que enviaba a Colombia desde Nueva York el periodista Carlos Puyo Delgado. Restrepo Duque no conoció personalmente al cantor ni habló nunca con él. Otras referencias documentales en las que se apoyó el señor Restrepo Duque para su afirmación fueron las cartas que intercambió con el músico argentino Terig Tucci, varios años después del fallecimiento del Zorzal del Pacífico. De las crónicas escritas por Puyo Delgado puede concluirse que Nano Rodrigo se autodefinía como colombiano y particularmente como tumaqueño, situación que además se evidencia en “Tumaqueñita” una de sus composiciones, la cual fue grabada en la ciudad de Nueva York en los años treinta.

[4] Ver: Edison Parra. “Maremoto acecha a Tumaco”. El Tiempo, Bogotá, 29 de julio del 2001.

 

[5] Ver: Germán Patiño. “El complejo cultural del currulao”. Centro Virtual Isaacs, Universidad del Valle, Cali, 2004.

 

[6] Vale la pena precisar que José ‘Pepito’ López pese a que se destacó fundamentalmente como cantante de música cubana (boleros, guarachas, sones y rumbas), no era cubano sino puertorriqueño.

 

[7] Ver: Germán Patiño. “El Nano Rodrigo”. El País, Cali, 17 de julio del 2011.

[8] Ver: Hernán Restrepo Duque. Obra citada, 1983.

 

[9] José ‘Pepito’ López nació el 19 de marzo de 1907 en Puerto Rico. Fue un popular cantante, particularmente exitoso en Colombia, y curiosamente muy poco conocido en su país de origen. Llegó a Nueva York en 1930,  y se residenció en la Gran Manzana donde desarrolló la mayor parte de su carrera. Aunque tenía su propia orquesta trabajó con las orquestas de Nano Rodrigo y Manuel Jiménez ‘Canario’. Igualmente a finales de los años treinta y comienzos de los cuarenta actuó con la agrupación de Fausto Curbelo. En la década del setenta, ya bastante mayor, se presentó con gran éxito en Cali, ciudad que concentraba a buena parte de sus seguidores. Falleció en Nueva York el 25 de abril de 1985, según han informado Cristóbal Díaz Ayala, Jaime Rico Salazar y Humberto Corredor.

 

[10] Ver: Hernán Restrepo Duque. Opus cit., 1983.

 

 

[11] César Concepción Martínez nació en Cayey, Puerto Rico el 28 de julio de 1909. En 1935 se residenció en la ciudad de Nueva York vinculándose a la orquesta del venezolano Eddie LeBaron. Entre mediados y finales de la década del treinta trabajó indistintamente con las agrupaciones de Nano Rodrigo, Enric Madriguera, Don Maya, Carlos Molina, José Morand y Xavier Cugat. Desde 1940 se desempeñó como trompetista de las diferentes formaciones del destacado compositor puertorriqueño Pedro Flores. Entre 1942 y 1945, de nuevo en Puerto Rico, trabajó como trompetista estrella de la orquesta de Armando Castro. En 1947 fundó su famosa orquesta y permaneció como director hasta 1968. La agrupación tuvo como cantantes a Juan Antonio Torres ‘El Boy’, y especialmente a Joe Valle, recordado bolerista boricua. Posteriormente Concepción regresó a Nueva York para residir en esa ciudad y allí permaneció hasta 1972 alejado del ambiente musical. Falleció en Río Piedras el 11 de marzo de 1974.

 

[12] Ver: Miguel López Ortiz. “Biografías: César Concepción”. Fundación Nacional Para La Cultura Popular De Puerto Rico, San Juan, 1° de julio del 2006.

 

[13] María Grever, de nombre real María Joaquina de la Portilla Torres, nació en León, México el 16 de agosto de 1884. Fue autora de centenares de boleros inmortales, entre ellos “Júrame”, “Cuando vuelva a tu lado”, “te quiero dijiste”, “Bésame”, “Alma mía” y “Ya no me quieres”, escritos principalmente entre 1924 y 1945. En 1907 contrajo matrimonio con el estadounidense León Augusto Grever. Residió en Nueva York desde 1916 hasta el 15 de diciembre de 1951, fecha en la que falleció. En la Gran Manzana trabajó a partir de 1920 en el mundo del celuloide con la Paramount Pictures y la 20th Century Fox como autora de fondos musicales para películas. 

[14] Ver: Alejandro Pro Meneses. “Discografía Del Pasillo Ecuatoriano”. Coedición: Colegio de ingenieros civiles de Pichincha y Ediciones Abya- Yala, Quito, Ecuador, 1997, página 66. La cita mencionada por Pro Meneses fue tomada del libro “Lo Que Dicen Las Canciones”, estupendo trabajo escrito por el colombiano Hernán Restrepo Duque, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1971. Pro Meneses hizo alusión a Lucho Barrios, quien en verdad no era ecuatoriano sino peruano.

 

[15] Ver: César Pagano. “Entrevista a Max Salazar”. Revista La Lira, Barranquilla, número 29, sección Las otras músicas, edición de junio-agosto del 2011, página 27.

[16] Ver: Hernán Restrepo Duque. Op. Cit., 1983.

[17] Ver: Hernán Restrepo Duque. Op. Cit., 1983.

 

 

 

Derechos Reservado de Autor

Herencia Latina