El Mito en su Intimidad

 

 

 

   

 

 

 

 

 

 

Por ©Mariana Reyes Angleró

 

 

En su casa, no hacía otra cosa que dormir. No sabía manejar bien su dinero. Le apasionaban los carros. El retrato que emerge de la vida personal de Héctor Lavoe es el de un eterno adolescente.

 

Héctor Lavoe se pasó la vida cantando y durmiendo. Raras veces salía de la casa si no era a cantar. Cuando terminaba de tocar, tocaba más. “Una vez fuimos a tocar al Golden Palace, terminamos como a las tres de la mañana”, dice el cuatrista de las Estrellas de Fania, Yomo Toro. “Yo estaba recogiendo y Héctor me dijo: ‘Ven a tocar conmigo en un sitio en El Bronx’. Y yo le digo: ‘Pero es que todos los músicos se fueron’. ‘Olvídate, vamos tú y yo, que eso queda bien’”.

 

El sitio era un ‘basement’ oscuro que estaba lleno a capacidad, según cuenta Yomo. El dúo interpretó las canciones de Willie González. “Él cantando y yo en el cuatro, esa que dice: ‘Háblame mi vida, que me estás matando con tu indiferencia’”, tararea el cuatrista desde su casa en El Bronx. Empezaron a llegar otros músicos, incluyendo al cantante Meñique y al percusionista Kako. “Al final de la noche teníamos una banda”, dice Yomo. “Terminamos como a las diez de la mañana, Héctor me pagó y nos fuimos cada cual a su casa, a dormir”.

 

Todos parecen coincidir en que Héctor era dormilón. Se fumaba hasta el cabo de la noche de juerga y después pasaba horas largas en su cama de pilares, que tenía una corona y un espejo en la parte de arriba, según recuerda su hija Leslie Pérez. “Era en Queens y tenía cuatro pisos”, dice refiriéndose a la casa que compraron sus padres Norma “Puchi” Román y Héctor “Lavoe” Pérez en un barrio neoyorquino que, en ese momento, a principios de los 70, no albergaba a muchos latinos. “El sótano era sólo para las fiestas, en el primer piso estaban la sala y el comedor, y si él estaba durmiendo arriba parece que oía todo lo que decíamos, porque bajaba las escaleras comentando”, dice Leslie. Con $10 Héctor y Puchi separaron la casa en Queens Village.

 

Caminábamos por ahí libremente, éramos famosos, pero éramos del bonche, no andábamos con guardaespaldas ni nada de eso... Tratábamos de ser chéveres y no meternos en problemas”.

 

 

Ismael Miranda cantante y amigo de Lavoe

 

Estamos en Marcano’s Pizza. Una pizzería boricua tradicional en Guaynabo City, cerca de la oficina del Departamento de Corrección, donde trabaja Leslie, albacea del legado de Lavoe. Es miércoles al mediodía. Leslie raciona la pizza que se come. Falta menos de una semana para el estreno de la película sobre la vida de su padre y quiere poderse meter en el vestido que compró para la ocasión. Me dice que lo que más le duele es que su papá no viera crecer a sus nietos. Que los niños no disfrutaran de su abuelo, que era muy cariñoso, “más que Mami”. A Leslie le saltan las lágrimas cuando habla de cómo imaginaba la relación de Héctor con sus hijas y su sobrino. Habla de sus hijas Jeena y Jaslier Adorno y de Héctor, el hijo de su hermano menor, quien murió a los 17 años pero dejó un nieto que lleva el nombre de su abuelo. En ese momento, como para mitigar el dolor inagotable de perder al padre o como en un ‘cue’ casi perfecto de una película medio cursi, la voz de Lavoe surge de la vellonera, como hablándole. “¡Cuidao, que por ahí vienen los anormales!”… Leslie sonríe con los primeros acordes del himno de su padre, ‘Mi gente’.

 

“Yo siempre digo que perdí a mi padre Héctor Pérez, pero que Héctor Lavoe sigue vivo”. Leslie es hija de Puchi. En las biografías del cantante dicen que Leslie y Puchi llegaron juntas a la vida de Héctor, ella casi recién nacida, y que se convirtió en su hija adoptiva. Leslie saca el acta de nacimiento de su cartera y muestra el certificado de bautismo con su apellido -Pérez- al lado del nombre del padre. Ella es su hija y él era su ‘Daddy’, lo demás carece de importancia. Fue él quien le enseñó español. “En la casa no se hablaba otra cosa y había que pedir la bendición”, dice Leslie, quien terminó viniendo a estudiar a Puerto Rico, y ahora vive en Carolina.

 

“Fíjate, aunque parezca lo contrario, él era un poquito estricto con los niños”, dice el director de la Fania, Johnny Pacheco. “Para salir siempre tenían que pedirle permiso y a veces no los dejaba”. Además de ser compañero de Héctor en la música, Pacheco es el padrino del nieto del cantante, Héctor III, de 19 años.

 

Toda esta historia sucedió en Nueva York. La historia de Leslie y su papá, la de Puchi y su esposo, la de Héctor y su gente. Héctor llegó a Nueva York el 3 de mayo de 1963 (tenía 16 años) y murió allí el 29 de junio de 1993. El cantante se mudó muchas veces, vivió en El Bronx y en Manhattan, en la 57 y Broadway y en Queens. Nunca habló mucho inglés ni se interesó por esa gran gama gastronómica que la ciudad ofrece. “Lo que siempre le pedía a mi abuela era bacalao con guanimes”, dice Leslie, quien recuerda que de niña le impresionaba que alguna gente lo miraba “como si fuese un dios o algo así”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Premier de la película ‘El Cantante’

 

Lavoe nació en el barrio ponceño de Machuelito, y se exilió de manera voluntaria en busca de gloria. Aquel era otro Nueva York distinto al de ahora. La guerra de Vietnam y el servicio militar obligatorio ocupaban la mente de los jóvenes. La comunidad boricua neoyorquina empezaba a definir una identidad distinta; la de nuyorican. Allí la ‘h’ suena a ‘j’ y a Héctor le llamaban Jéctor. Su música se convirtió en poco tiempo en la banda sonora de las vidas de miles de boricuas en la gran ciudad.

 

¿Qué hace un genio musical en su tiempo libre? Ver series como ‘Star Trek’ o ‘Mission Impossible’ y dormir, dice Leslie. Casi nunca iba al cine; de vez en cuando comían mantecado en un Friendly’s cerca de su casa en Queens. La misma casa de la que tuvo que salir huyendo cuando la consumían las llamas, que empezaron con una colilla de sus múltiples cigarrillos en la cama. Le apasionaban los carros y el boxeo; era amigo de Mano de Piedra Durán y del Macho Camacho.

 

Según su hija y sus amigos, guiaba rápido y chocaba con frecuencia. Cuenta Pacheco que una vez a Héctor se le dañó el carro y entonces agarró el de su esposa Puchi, sin decirle nada. Desapareció por dos días y Puchi llamó a la policía pensando que le habían robado el carro. La policía lo paró y luego se arregló el entuerto. Era todo un adolescente.

 

“En la casa no hacía nada, nada”, dice Leslie. “El teléfono podía estar sonando al lado de él y no lo contestaba. Si se dañaba algo, mi mamá lo arreglaba; si le debían dinero, ella lo cobraba. Ella le compraba la ropa que se ponía en Jamaica (otro barrio de Queens)”. Puchi se encargaba de cobrar las deudas y de repetirle a Héctor una y otra vez las direcciones hacia los lugares donde tenía que tocar en la ciudad. “Nosotros le teníamos que aguantar el dinero para entregárselo a Puchi”, dice Pacheco. “Él lo botaba todo”.

 

Las prendas se las conseguía él mismo y los que Leslie llama sus “amigos” entre comillas. “El bling bling no llegó con el reguetón”, dice Leslie, “eso lo trajo Héctor Lavoe”. De hecho, los herederos del cantante están negociando con varios diseñadores de ropa y joyería para crear una línea de Lavoe.

 

Héctor cantaba mientras el movimiento a favor de los derechos civiles abría nuevas puertas para una comunidad puertorriqueña que hasta entonces no tenía posibilidades de vivir fuera del gueto. “No había una clase media puertorriqueña en Nueva York”, dice el periodista nuyorican Ed Morales, autor de ‘The Latin Beat’. “En ese momento empezaba a forjarse la identidad nuyorican”. Héctor no estaba involucrado en esa lucha directamente pero, según Morales, el binomio de Héctor y Willie Colón ejemplifica esa dualidad clásica del nuyorican. “Héctor casi no hablaba inglés, Willie casi no hablaba español; uno le enseñaba al otro cada idioma”.

 

Según Yomo Toro, lo primero que hizo Héctor cuando llegó a la ciudad fue trabajar en una fábrica de bolígrafos en El Bronx, específicamente en la zona de Melrose. “Mi hermano Julio era el jefe de él”, dice Yomo. “La fábrica todavía está allí, pero mi hermano murió”.

Para Yomo, tener a Nueva York como escenario fue fundamental para todos los que integraban el fenómeno de la Fania -sello discográfico que catapultó la salsa neoyorquina a nivel internacional y que agrupó a las legendarias Estrellas de Fania, integradas por músicos de las distintas orquestas del sello comandado por Jerry Masucci y por el flautista dominicano Johnny Pacheco.

 

 

 

 

 

 

 

“Yo estoy aquí desde 1957”, dice Yomo, natural del barrio Ensenada en Guánica, “y no regreso a Puerto Rico porque acá hay más trabajo. Allá está un poco mas apretaíto, hay muchos cuatristas y la paga no es la misma”. La primera vez que Yomo trabajó con Héctor fue en la grabación del hiperfamoso álbum ‘Asalto navideño’. “Lo grabamos en Broadway Studios; eso quedaba en la calle 54 y la 10ma. Avenida, en Manhattan”, dice Yomo. “El ingeniero era Jon Fausty”.

Fausty era uno de los ingenieros estrella de la Fania, encargado de gran parte del trabajo discográfico del sello. “Héctor siempre estaba listo para grabar”, dice Fausty a LaREVISTA. “Sin mucho ensayo. La creatividad que emanaba de la combinación de Héctor y Willie Colón era intensa y efectiva”. Héctor encontró en Willie al genio musical que necesitaba para poner su voz a funcionar. “Yo acababa de escuchar la cinta del trabajo que tenía Willie para el disco”, dice Pacheco, rememorando los orígenes de la primera grabación de Colón, “y le digo: ‘Yo tengo el cantante’”.

 

El encuentro de Pacheco con Héctor ya es un relato casi mítico. “Yo tocaba en un club, el Habana San Juan en la 137 y Broadway, en Manhattan”, cuenta Pacheco. “Él se sentaba en la esquina del escenario y me pedía que lo dejara cantar, esto era como en el 67, por ahí. Yo le decía: ‘A lo mejor mañana’, y así lo tuve como dos semanas. Entonces un día le pregunté: ‘¿Tú te sabes la canción ‘La mujer del peso’?’. Me dijo que la tocara, que él la cantaba. Empezó a cantar y se quedó con el canto”. A Pacheco le impresionó de inmediato el talento de Héctor para la improvisación. “Él soneaba sobre lo que estaba pasando en el lugar donde estábamos... La gente era loca con él, creo que de toda la Fania era el que más el pueblo quería”, dice el autor de ‘Mi gente’ y ‘El rey de la puntualidad’.

 

“Los fines de semana nos poníamos de acuerdo”, dice Ismael Miranda, también de las estrellas de Fania. “Si tocábamos en Manhattan, él se quedaba en mi casa, y si era en El Bronx, yo me quedaba en la casa de él, que en esa época vivía en El Bronx. O si no, nos quedábamos en la casa de unas amigas en Saint Anns (una calle del Bronx)”.

 

Ismael, Héctor y Willie eran los más jóvenes del grupo. “Tocábamos mucho en el Tropicoro y en Hunts Palace”, dice Ismael sobre los clubes, que también estaban en El Bronx, que no es por nada que le llaman el condado de la salsa. “A veces tocábamos dos y tres veces por día”.

Eddie Rodríguez es productor de eventos. Está trabajando, junto a Ralph Mercado, en una gira de conciertos con la música de Lavoe, que empezará en Puerto Rico en septiembre y contará con algunos de los compañeros del ponceño: Yomo Toro, Cheo Feliciano, Willie Colón e Ismael Miranda, entre otros. Rodríguez dice que en aquella época no salía del Tropicoro. Fue el momento en que todo empezó.

 

Rodríguez es un boricua nacido y criado en Nueva York. Estudiaba en la escuela superior. “Eran los 60 y al principio nos parecía que Héctor no era ‘hip’, venía de Puerto Rico y era un jibarito que siempre hablaba en español, a nosotros quien nos atraía era Willie”, dice. “Después Héctor se convirtió en la representación de Puerto Rico mismo, porque era criado allá y tenía esa cosa que tiene la gente de la Isla”. Según el crítico y periodista Ed Morales, el movimiento salsero ejemplificaba lo que sucedía en la comunidad puertorriqueña en aquellos tiempos, representaba al Barrio y a El Bronx. Simultáneamente, se daba el movimiento de los poetas nuyorican en la parte baja de Manhattan y entre todos definían la cultura nuyorican.

 

 

   

 

 

 

 

 

Según Ismael Miranda, muchas veces terminaban en el Afterhour de Pozo, un punto de encuentro famoso entre los músicos de Nueva York, que quedaba en la avenida Madison entre la 102 y la 103, en Manhattan. “Caminábamos por ahí libremente, éramos famosos, pero éramos del bonche, no andábamos con guardaespaldas ni nada de eso”, dice Ismael. “Tratábamos de ser chéveres y no meternos en problemas”. Eran tiempos más modestos y además era la ciudad de Nueva York, donde hasta las estrellas de Hollywood pasean con cierta libertad.

 

“Jangueábamos mucho. A Héctor le gustaba mucho pegarle vellones a la gente... Cuando no estaba tocando, estaba en la casa, era un dormilón”, dice Ismael. A Héctor nunca le molestó el frío. Pacheco dice que hasta le gustaba. “Él hubiese querido venirse para Puerto Rico, tenía un terreno en Cidra, para mudarse”, dice Leslie. “Lo que lo tenía atado allá era el trabajo”.

 

En 1986 empiezan a desatarse, una detrás de la otra, las tragedias de su vida -el asesinato de su suegra, la muerte accidental de su hijo, el fuego que acabó con su casa en Queens, su adicción a la heroína. Quizás, después de cierta fecha, ya no debía seguir cantando. “Nosotros no queríamos que él se presentara, pero él quería presentarse porque quería mucho a su público”, dice Pacheco. “Con todo y eso, una vez en el Palladium hizo una improvisación increíble, cantando ‘Mi gente’”.

 

Fue después de eso que Rodríguez produjo un evento en el que Héctor cantaría en un club de baile. “Llegó y la gente se volvió loca”, dice Rodríguez. “De inmediato perdió la voz, se excusó y se fue de la tarima. Lo que me sorprendió fue que nadie pidió que le devolvieran su dinero. Ellos fueron a ver a Héctor, lo vieron y estaban contentos”, dice.

 

“En Nueva York pasaron muchas cosas en nuestra juventud. No era fácil ser puertorriqueño entonces. La música de Héctor Lavoe nos ponía a gozar”.

 

 

Armar y desarmar un mito llamado: Lavoe. Marcos Pérez Ramírez

http://www.herencialatina.com/Hector_lavoe/Hector_Lavoe.htm

 

 

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