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        Hasta Cuba, que lo vio nacer el 20 de febrero de 1927 y 
        que Ibrahim Ferrer amaba con locura, sigue llegando el eco de los 
        estruendosos aplausos que, desde finales de la década de los 90, le 
        dispensaron por los cinco continentes a uno de los más geniales 
        cantantes cubanos.  
         
        Ibrahim fue venerado lo mismo en Nueva York, que en Inglaterra, 
        Australia o en Tokio. Pero este inmenso sonero santiaguero de eterna 
        gorra pegada, de hablar pausado y voz de ángel, ha dejado de ser una 
        leyenda viva de la música cubana para convertirse en símbolo de la 
        cultura universal. 
         
        Ferrer murió en la tarde de ayer y su cadáver estará expuesto hoy, a 
        partir de las 4:30 p.m., en Calzada y K. El sepelio será mañana a esa 
        misma hora. Y ese hecho inesperado llena de consternación a sus 
        admiradores. Tenía 78 años, sin embargo, ni el más avesado matemático 
        hubiera dado en el blanco con el cálculo de su edad, ni aquellos que 
        quedaban con la boca abierta, presos de una voz que los “embrujaba”, 
        cuando se acercaban a sus actuaciones buscando a los famosos “viejitos” 
        que se convirtieron en noticia e hicieron furor, con el sonado éxito del 
        Buena Vista Social Club. Y es que Ferrer era pura energía sobre el 
        escenario, alma y corazón. 
        
          
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        La historia de este notable 
        intérprete se inició cuando tenía 14 años. Y aunque hizo muchas cosas 
        para subsistir, la música resultó su perenne compañera. Fue así como se 
        convirtió en el cantante principal de la orquesta de Chepin, de los 
        conjuntos Wilson y Sorpresa, de Los bocucos, hasta que en 1998 fundara 
        su propia agrupación.  
         
        Así y todo, Ibrahim, cuya valía siempre ha sido reconocida por músicos, 
        críticos, especialistas y por sus miles de seguidores —poseía la Réplica 
        del Machete de Máximo Gómez y la Orden Félix Varela de Primer Grado—, 
        decidió “abandonar” en la década de los 80 la profesión que siempre fue 
        centro de su existencia.  
        
          
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        Su triunfal retorno se 
        produjo con la orquesta Afro Cuban All Stars. Poco después vendría la 
        apoteosis con el fonograma 
        Buena Vista 
        Social Club, ganador del codiciado Grammy, al igual que 
        Buenos Hermanos, disco que también fue distinguido con un Grammy 
        Latino —como el Buena Vista Social Club presents Ibrahim Ferrer— 
        y con los premios Bilboard Latino y Mobo Awards.  
        
          
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        Desde entonces ha llovido 
        mucho, y mientras tanto, Ferrer continuó dándole vida a sus sueños, como 
        el de hacer un magnífico disco de boleros. Pensé que me moriría sin 
        lograrlo, había dicho, y comenzó a grabar el CD Mi sueño. A bolero 
        Songbook, cuya gira promocional lo traía en los últimos tiempos de 
        una plaza a otra por la vieja Europa.  
         
        Ayer murió Ibrahim Ferrer, pero Perfidia, Quiéreme mucho, 
        Silencio, El platanal de Bartolo y Dos gardenias, por suerte, 
        entre otros muchos de sus sones y boleros, han quedado registrados, para 
        que no nos falle la memoria. Esos temas cantados por él perdurarán para 
        siempre, porque ellos fueron los que lo convirtieron en gigante entre 
        los grandes. 
          
          
        ¡Ná . . . y ahora 
        dicen que somos terroristas! 
        Ibrahim Ferrer 
          
        
         
        Tomado de Juventud Rebelde  |