El galáctico del tumbao

"El silencio no existe: se va la luz, se apaga todo y escuchamos los latidos del corazón y el pulso de la vida".

 

 

 Por Jaime Torres Torres

end.jtorres1@elnuevodia.com

Tomado del Nuevo Día, 9 de enero de 2009

 

Giovanni Hidalgo parece una tumbadora viviente que respira, siente, sueña y ama. Es pequeño de estatura, con brazos cortos como los cáncamos o ganchos que sujetan el cuero, y con un aspecto sólido, como el barril del tambor.

Los dedos de sus macizas manos aterrizan con clave en cuanta superficie encuentra y cuando articula sus palabras lo hace con la cadencia de una expresión libre y sabrosa.

Es tal su simbiosis con la percusión que el diseño arquitectónico de la casa de sus sueños aparenta un tambor. Y confiesa que no podría ser de otra manera porque la percusión y la herencia africana son la esencia de su vida.

“Cada vez que toco siento que entro en un mundo luminoso en el que invado otra galaxia, donde se está mil trillones de años adelantado. Y mi respeto por el instrumento lo siento desde pequeño. Con amor, como si fuera un pedazo de mí mismo”.

Su misión, que califica como “interplanetaria”, comenzó hace 45 años en la calle San Sebastián en el Viejo San Juan y en la calle Lealtad en Santurce, cuando nació engendrado por Manuel Hidalgo, su querido mentor y padre Mañengue. Su fuerza proviene de un pedazo de madera y de la membrana de un animal. Y sus conocimientos de la “escuelita” de sus abuelos Nando y Luisa, de su padre Mañengue y su madre de crianza, Carmen Julia Ortiz.

Desde temprano estuvo expuesto a las presentaciones de la banda de acero de Pedro Altieri en el centro nocturno “El Facundo” y a los ensayos de su padre, que tocaba con Richie Rey y Bobby Cruz, en el humilde apartamento de la calle San Sebastián, 112. Su escenario, de mobiliario pobre, con dos hornillas sobre un fogón, un cordel con ropa mojada, el bongó de Nando y los rezos de las Fiestas de Cruz, se reproduce clarito en su memoria.

“Estoy tocando desde los tres años y lo recuerdo todo como si fuera ayer. Desde pequeño y hasta que muera, tengo la misión de dejar un legado, que para mí será infinito. Y lo digo con respeto y con honor, porque esto es un don que Dios me dio para ayudar a la gente y las generaciones que vienen creciendo”, explica locuaz.

En 1977 cambió de la batería a las tumbadoras. Y en su casa, junto a los amigos de su adolescencia David Cuba, Willito López, David La Mole, Celsito Clemente, Gilberto Cotto y Anthony Carrillo, practicaba con discos de Eddie Palmieri y Richie Rey que cambiaban de 33 a la velocidad de 45 revoluciones por minuto. “Con esa tribu, a los 9 años, ya estábamos listos para tocar”, recuerda Giovanni.

Así, con el devenir del tiempo, Giovanni Hidalgo, apodado Mañenguito, se convirtió en el único músico de su generación que tuvo el privilegio de tocar al lado de Tito Puente, Cándido Camero, Patato Valdés, Francisco Aguabella, Ray Barretto y otros.

En un relevo que nunca olvidará, coincidió con Mongo Santamaría en las descargas de los Golden Man Of Latin Jazz de Tito Puente en el Village Gate.

“Sigo estudiando. Me gusta practicar y cuando puedo lo hago todos los días, aunque sea sobre un pedazo de maderita. A veces comienzo a las 9 a.m. y cuando miro el reloj son las tres de la tarde”. La estrella boricua de la firma Latin Percussion ahora se enfoca en descubrir los tambores de otras etnias del mundo. Es una fuerza abstracta que a través de su carrera lo ha impulsado a colaborar con talentos como Changuito, Elvin Jones, Mickey Hart, Zakir Hussain, Sikiru Adepoju, John Santos, Armando Peraza y otros.

Disfruta como nadie las noches en que usa su grabadora para recoger los sonidos del ambiente y escucharlos al día siguiente, convencido de que en la naturaleza, en frecuencias alternas, palpita la percusión. “El silencio no existe: se va la luz, se apaga todo y escuchamos los latidos del corazón y el pulso de la vida. La naturaleza nos brinda unas maneras de absorber las energías y los dones de Dios. Es algo mágico que pertenece al mundo esotérico”.

Sensaciones que experimenta cuando se mete a la cocina a preparar sus alimentos y a confeccionar platos que comparte con sus amigos. La música, desde un punto de vista astral, es la pura y real medicina que usa para limpiarse de lo que sea. Y lo ha gratificado con su hijo Ianmanuel Hidalgo, de 20 años y quien también toca. “Lo hace desde los 4 años, pero yo no lo obligo. Lo hace con sentimiento. Con él y mi padre podemos grabar solitos, muertos de la risa”, asegura Giovanni, el abuelo feliz de la recién nacida Giana Yezenia.

Y con la sencillez que lo distingue Giovanni Hidalgo celebra que, gracias a sus colaboraciones con Dizzy Gillespie, Tito Puente, Eddie Palmieri, Paquito D' Rivera y otras leyendas, abrió las puertas de los escenarios del mundo a otros percusionistas puertorriqueños que se han encargado de comunicarle al mundo que la bandera del tambor flota en Borinquen.

 

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