Crónicas, retratos y entrevistas sobre la salsa en Bogotá, 2014
Guaguancó Frente al Hotel Italia con Washington Cabezas Cajio
Washington Cabezas Cajio - Fotografia en La Bodega Cubana (Cali, 2013)
Washington Cabezas Cajio líder vocal, compositor y director de la orquesta 'Washington y sus Latinos', nació en Tumaco, la Perla del Pacífico de Colombia, el 11 de marzo de 1938, y falleció el 16 de enero de 2020.
Si hay alguien a quien hay que agradecerle que en Bogotá se haya puesto de moda la salsa, ese es Washington Cabezas Cajio, un tumaqueño que se hizo marinero y que luego de navegar tantos mares anclo en la capital colombiana para fundar una de las mejores “big bands” de la historia del país. Así empezamos esta leyenda de la salsa brava.
“Tabaco en Mano”, Cesar Pagano no vacilo aquella vez que le preguntaron cuál era la descarga más alucinante que había presenciado en su vida: "Recuerdo una que es 'Noche inolvidable'. Estaban los hermanos Palmieri, y Washington y sus Latinos por Colombia. Todos terminaron descargando con una fraternidad jubiladora. Ocurrió en 1980".
Seis años antes de aquel concierto en el teatro Jorge Eliecer Gaitán, Washington Cabezas Cajiao estaba parado frente al hotel Italia de la carrera séptima con calle 21 en Bogotá. Llevaba una maleta con sus mejores prendas y un baúl con un micrófono, un amplificador y dos parlantes de 200 vatios, todos marca Shure.
Antes de entrar a registrarse, Washington debió haber sentido el liso y frío viento de la capital, que a diferencia de la pegajosa y cálida brisa de mar que una y otra vez había golpeado su rostro durante once años en su condición de marino de la Flota Mercante Grancolombiana, parecía indicarle que su trayecto, por fin, había llegado a buen puerto.
Y es que él, a bordo de varios buques como aseador y cocinero entre 1963 y 19741 conoció cuatro de los cinco continentes. Cuando no andaba trapeando las cubiertas o pelando papas en altamar, se le veía cantando en las cantinas de los puertos a cambio de un puñado de dólares. Si algo sabía hacer bien, eso era cantar.
Washington empezó cantando en Buenaventura y allí desarrolló su doble talento para la salsa y el bolero.
Tiempo atrás de enlistarse en la Marina, Washington ya era reconocido como un gran cantante, fama que se ganó a pulso en Buenaventura, ciudad a la que fue a parar inmediatamente después de nacer en Tumaco, el 11 de marzo de 1938. Allí pasó su niñez, allí vivió su adolescencia y ahí mismo se hizo hombre.
Sin saber exactamente a que se dedicaría por el resto de su vida, empezó a cantar en los griles más importantes del puerto. El lugar donde más sonó su voz fue en Monterrey, un negocio de un empresario llamado Isaac Rojas que era el más frecuentado por los marinas extranjeras que hacían escala en la ciudad. Era tan importante esa discoteca en ese entonces que por ahí también pasó Piper Pimienta Díaz, otro de los primeros ídolos de planta.
Allí mismo la voz de Washington se convirtió en un fenómeno musical. Todos iban a escucharla modular los boleros de Benny Moré, Tito Rodríguez y Panchito Riset, y la salsa brava de las orquestas cubanas y puertorriqueñas del momento. Sus extraordinarias interpretaciones, que todavía hoy son recordadas por su círculo de amigos más cercanos, se convirtieron en leyenda cuando decidió, tras cumplir 25 años, zarpar hacia lo desconocido y abandonar temporalmente la canción.
Washington recién llegado a Bogotá, cantaba en cuanto baile le propusieran, Piper Pimienta (agachado) lo invitaba cada vez que necesitaba quien le hiciera la segunda.
Washington gozaba de todas las comodidades que un hotel como el Italia le podía brindar. Mucamas que le recogían la ropa y le tendían la cama todos los días era uno de los tantos lujos que se podía permitir luego de haber ahorrado dinero disciplinadamente durante su trasegar marino. Con 36 años de edad y convencido de que esa era la vida que se merecía, solo le quedaba realizarse como cantante, un viejo anhelo que tenía desde aquellos tiempos del Monterrey.
Washington no solo se vestía elegantemente para las producciones fotográficas que él mismo encargaba; también era común verlo usando trajes a la medida en su día a día.
Al principio se abrió camino como "chisga". Entonces se iba para el café Doña Rosa de la calle 19 entre carreras octava y novena a jugar billar, damas chinas y ajedrez con otros músicos que también se daban cita en ese lugar a esperar la llegada de algún director de orquesta en busca de un artista que tapara el hueco que otro había dejado:
-Necesito un trompeta urgente! -gritaba uno-.
(Y alguien se paraba levantando su brazo derecho mientras recogía del suelo su instrumento con el izquierdo).
-¿Quién de aquí tiene flauta y quiere tocarla en un baile que empieza dentro de veinte minutos? -preguntaba otro-.
(Y otra persona se paraba abruptamente dejando inconclusa la partida de damas chinas).
-Necesito un cantante con buena voz para los boleros -decía el último-. (Y Washington saltaba de un solo impulso al mismo tiempo que tumbaba a su rey con el dedo media en señal de rendición).
Eran tiempos en los que en la industria musical reinaba la improvisación. Cuando algún integrante de una orquesta faltaba, todos sabían que en ese café podían encontrar, a cualquier hora, a alguien dispuesto a tocar de emergencia. Ellos eran los suplentes de la noche. Y siempre estaban listos para "chisgar".
Con la ayuda de sus amigos Henry Castro y Piper Pimienta, quienes para 1976 ya vivián en Bogotá, lo fueron incluyendo en los bailes que ofrecían en varios griles de la ciudad. Entonces ya no se le veía aguardando el grito salvador que lo sacara del silencio, sino cantando en los bares de la carrera séptima, en los clubes de mariachis de la avenida Caracas y en las grandes discotecas como Palladium y El Scondite.
En esos lugares fue donde Alberto Navarro y Hernando Artuz, dueño y director de La Tropibomba, respectivamente, lo descubrieron. Con ellos Washington duraría tres años, tiempo suficiente para aprender cómo funcionaba una orquesta de gran formato.
Que las iniciales de Washington Cabezas evoquen el "water closet" inglés no es casualidad. Mamagallista consumado, sus bromas más fuertes alcanzaban los límites escatológicos. Su hijo Willis, por ejemplo, recuerda la más pesada. Ocurrió cuando era auxiliar de cocina en uno de los buques de la Flota Mercante, posición de la que se aprovechó para burlarse de un compañero que carecía del sentido del gusto, revolviendo basura en su plato para luego preguntarle por el sabor.
-¿Está sabroso el almuerzo, William?
-Está delicioso, Washington.
(Y todos rieron a carcajadas).
En otra ocasión iba con los hermanos Julio y Richie Valdés caminando por la calle 19 cerca al café Windsor en busca de un teléfono público para hacer una llamada importante. Al ver que el único de la cuadra tenía una fila con más de 15 personas, Washington improvisó una estrategia para agilizar la espera: se paró frente a los que estaban haciendo cola, gritó "¡Chocóóó!" y cuando todos ellos -que eran negros quibdoseños [Quibdó es un municipio colombiano, capital del departamento del Chocó]- se voltearon para corresponder el llamado, él, sin el menor pudor, soltó un largo y estridente pedo. Así logró que todos evacuaran espantados, dejando el camino expedito (que no "expedote") para tomar el auricular.
Archivo Washington Benavides
Pero si Washington era implacable con sus bromas, lo era aún más con los apodos que se inventaba. Dueño de una inigualable creatividad a la hora de poner motes [apodos], muchos fueron los que prefirieron seguir de largo antes que saludarlo para no estimular su imaginación.
Aun musico lo bautizo como "GALLO AHORCADO" porque tenía una manzana de Adán prominente, una nariz aguileña y unos ojos saltones y desorbitados; a Jaime Viáfara le puso "GARGANTA E' MARACA" por tener una voz ronca y áspera; a Javier Vásquez le dijo "Doble peinado" porque alguna vez se le escurrió el tinte del lunar capilar que solía teñirse, dejándole una raya en el pelo; al timbalero Wilson Cuero lo llamo "CAREGANCHO" porque su mandíbula se parecía a un gancho de ropa, logrando que de ahí en adelante los músicos le tiraran sus sacos a la cara como si en efecto los estuvieran colgando.
A Nelson García le puso "LEÓN" por su melena; al saxofonista Alí "Tarry" Garcés "TARÁNTULA" porque tenía cara de araña; al bajista Jorge Aldana "CARECABALLO" por su rostro alargado y al cantante Pablo Cesar Pérez "LORO VIEJO" porque hablaba demasiado.
En cambio, a Washington nunca pudieron atinarle uno bueno. Alguna vez intentaron inventarle un segundo nombre tan sonoro como el de pila, pero "WASHINGTON ELEUTERIO" no tuvo eco. Otro que no tuvo éxito fue el de "BURRO" (debido a su supuesta dotación genital). Aun así, jamás le importó que trataran de apodarlo. A él lo único que le preocupaba era armar su orquesta. Y seguir viviendo cómodamente en el hotel Italia.
Ese baúl de Washington que contenía un micrófono, un amplificador y dos parlantes de 200 vatios marca Shure le servía mucho más a Napoleón Mercado, quien se lo pedía prestado a cada rato para mejorar el sonido de su orquesta Los Rivales. Pero eso a él [Washington] no le importaba mucho, porque la cualidad que mejor lo describía era su sentido de la solidaridad.
Debido a que Washington conocía a las personas más importantes del pequeño circulo de la música capitalina, su habitación del Italia se convirtió en el sitio de peregrinación obligado para todo musico que quisiera ubicarse en Bogotá. Entonces se aparecían por decenas para pedirle desde un pequeño consejo hasta una larga estadía. Su generosidad de amparar al necesitado la disfrutaron Alexis Lozano, Álvaro del Castillo, Antonio Oxamendi, Augusto Villanueva, Gabino Pampini, Jairo Varela y los hermanos Héctor y Wilson Viveros, entre muchísimos otros.
Richie Valdés recuerda muy bien aquellas épocas en las que conocer a Washington era entrar a Bogotá por la puerta grande: "El ayudaba a todo el mundo, era un gran anfitrión, y les daba la bienvenida a todos. Como estaba tan bien relacionado, se sabía que con su ayuda era más fácil abrirse paso".
Ese era uno de sus pasatiempos preferidos: ubicar a los músicos de la provincia. Estrenar ropa era el otro. Todas las semanas compraba un traje nuevo hecho a su medida. Para él, la apariencia era determinante. Por eso gran parte de sus ganancias terminaban en su sastrería favorita de la carrera décima con calle 20 o en los almacenes Manhattan y Luber. "Tarry" Garcés recuerda muy bien sus atuendos: "Eran finísimos. Incluso más caros que los que usaban los que lo contrataban para cantar".
Dentro de esos trajes fue que Washington forjó su fama de donjuán. No había mujer a la que no intentara cortejar. A todas le hablaba al oído y a muchas les sacaba alguna cita. Era infalible en el arte de la conquista. Y como no tomaba ni fumaba, eso le sumaba puntos a favor. "El vicio mío son las mujeres", solía decirles a sus mejores amigos.
Fue cantando como conoció a Marleny Argotty, el amor de su vida. De la orquesta Sol Naciente lo llamaron en 1975 para presentarse con ellos en el programa de televisión "Gran Sábado Gran" de Alejandro Michel Talento. En una de sus emisiones Marleny, que estaba de espectadora, tuvo la oportunidad de participar en un concurso de adivinanzas con las que se ganó un colchón y una canasta de productos Rama, premios que no lograron distraer su mirada de ese nuevo cantante, tan alto y bien vestido, que ya la tenía entre ceja y ceja. Y Washington, fiel a su estirpe conquistadora, la invitó a salir después de la grabación.
Un año después, en 1976, estaban esperando a su primer hijo. El checkout del hotel Italia era inminente. Su nueva vida conyugal le exigía casa propia. Así fue como al bueno de Washington no le quedó más remedio que dejar su cómoda vida de soltero para comenzar un nuevo hogar en el barrio Ciudad Jardín, al sur de la capital.
La Bogotá de finales de la década de los setenta y principios de los ochenta era una plaza arriesgada para la salsa. A pesar de que existían buenas orquestas como Los Alfa 8, Los 8 de Colombia y los Tupamaros, ninguna se había atrevido a dedicarse de lleno a los ritmos antillanos. Washington y sus Latinos se hizo tan conocido en Bogotá que varias veces fueron invitados a tocar en programas de televisión. Aquí aparecen en El Show de las Estrellas de Jorge Barón.
"Washington fue pionero porqué tuvo la primera gran orquesta abiertamente salsera y no tuvo miedo en declararla como tal en una época donde ese género no era escuchado", recuerda "Tarry" Garcés.
Entonces a Washington le dio por armar la suya propia. Su idea era tan ambiciosa que para la primera alineación orquestal reclutó a una verdadera constelación de estrellas: Pedro Salcedo en el saxo tenor; Hugo Fernández en el saxo barítono; Carlos Arnedo y "Tarry" Garcés en los saxos altos; Arturo Mora, Carlos Escobar y Fabio Espinosa en las trompetas; Fernando Martínez y Javier Parra en los trombones; Antonio Oxamendi y Nicolás Cristancho en los teclados; "Pacho" Fortich en el bajo; Wilson Viveros en el timbal y la percusión; Augusto Villanueva en las congas y los bongos; Héctor Viveros como la voz secundaria y Mauricio Daltaire en los coros. Tanto talento junta no podía sonar mal.
Las contrataciones no se hicieron esperar. Washington y sus Latinos empezaron a tocar en clubes como el Country, el Gun, Los Lagartos y El Nogal; en actos públicos y eventos privados; para familias como los Pastrana, los Puyana, los Santos y para fiestas de más de mil personas; en el día y en la noche; de miércoles a sábado; hasta cuatro bailes por esos días; cada uno de seis horas en promedio. De 10:00 pm a 4:00 am. Lo que había que hacer lo hacía. Porque lo único que el quería era cantar.
"Washington fue pionero porque tuvo la primera gran orquesta abiertamente salsera y no tuvo miedo en declararla como tal en una época donde ese genera no era escuchado", recuerda "Tarry" Garcés: "Él la puso de moda en Bogotá". "La orquesta de Washington fue una verdadera escuela", rememora Héctor Viveros: "Muchos músicos nos formamos con su ayuda".
Esa fue otra razón por la cual los músicos de la provincia lo seguían buscando. Para Francis Garces, uno de sus exmúsicos, él [Washington] y su orquesta marcaban la diferencia: "En ese tiempo en Bogotá solo se tocaba música tropical. Y como Washington tenía un repertorio de salsa agresiva y pesada con temas de artistas de Fania, todos querían ser parte de ese fenómeno musical que estaba abriéndose camino y ganando adeptos".
Cada vez que Washington se presentaba, la gente se conectaba inmediatamente con su canto. Richie Valdés todavía lo escucha en sus oídos: "Tenía tesitura de tenor. Lograba buenas tonalidades medias altas y su expresión era alegre y sonriente al cantar. Además de todo él se creía el cuento, él se creía artista, y ahí está el secreto. Si vos no te lo crees, no llegas a ningún lado".
Su voz era inconfundible. Tito Puente y Jairo Varela lo quisieron para sus orquestas. Eddie Palmieri y Héctor Lavoe no fueron mesurados al momento de alabarla luego de haber sido el primero en alternar con ellos en Colombia. Por eso la cuidaba tanto. Media hora antes de saltar a cualquier escenario se servía y flameaba un trago de brandy para calentar sus cuerdas vocales. También tomaba mucha agua de jengibre, y no había semana en la que no hiciera el sauna casera, técnica que consistía en hervir hojas de eucalipto en una olla y meterse con ella debajo de las cobijas para aspirar su vapor.
1982 - Se Fueron Los Bravos - Washington y sus Latinos
Cada baile de Washington y sus Latinos terminaba en descarga. Ese era su sello orquestal. Por eso Pagano recuerda tanto ese concierto de 1980, y por eso Betty Cabezas, su hija mayor, evoca el sonido de sus Latinos como uno pesado, con golpe, estilo cabaret, para bailar y gozar. Justo como sus influencias musicales, a las que decidió homenajear a través de su primer elepé, que grabó en un pequeño estudio de cuatro canales de Industrias Fonográficas de Bosa, Fonobosa. Se Fueron Los Bravos, se titula, y en la carátula están escritos los nombres de Mon Rivera, Rafael Lay y Roberto Faz. También los de Orlando Barroso, Rafael Cortijo y Miguelito Valdez, todos ellos exponentes de la salsa brava que tanto le gustaba y que para ese momento, en 1982, ya habían fallecido.
Para el coleccionista Hernando Gómez ese fue su álbum más importante: "En ese trabajo Washington logró recopilar ese repertorio de temas que tanto le gustaban de sus referentes musicales y pudo grabarlos a su estilo, con sus propios arreglos y mucho sabor criollo. Por eso fue el que mejor vendió. Hoy en día ese elepé no se consigue en Colombia por menos de cien mil pesos, mientras en Europa una copia de ese disco puede estar fácilmente por los 300 euros".
Irónicamente, aquel álbum que editó y prensó con su propia plata no le significó mayor cosa en su carrera artística porque la fama ya la tenía. Un afio antes de ese lanzamiento discográfico se había lucido en el matrimonio de Nohra Puyana y Andrés Pastrana, presentación que le significó alcanzar el prestigio necesario para que las familias más poderosas de Bogotá lo siguieran contratando mientras en la radio se escuchaba su primer éxito comercial, "El Rey del Guaguancó".
La Otra Salsa Presents Washington y sus Latinos (1982 - El rey del guaguancó)
El maestro Billo recuerda muy bien sus principales características musicales: "Washington era un artista polifacético, pues era un salsero y un bolerista excepcional. Sus presentaciones en vivo eran muy especiales por la fuerza de su orquesta y la forma como cantaba. En una época donde no habían muchas orquestas en el medio, Los Latinos se destacaban por su talento y su porte artístico".
1980s - El Niche y El Indio - Washington y sus Latinos (no existe fecha cuando publicado)
Ese porte que menciona Billo se hizo más evidente en la caratula de “El Niche y El Indio”, su segundo elepé. Allí aparece Washington impecablemente vestido frente a las Torres del Parque del arquitecto Rogelio Salmona en una producción fotográfica que resulta bastante llamativa para la época. Según Gómez, el cantante tumaqueño tenía una visión muy distinta a la de los demás: "Washington veía la música desde una óptica empresarial y era impecable en todas sus formas; para él, una carrera debía llevarse con orden y disciplina. Por eso su imagen era la misma dirigiendo a su orquesta arriba en la tarima y abajo en el día a día, con vestidos completos, bien planchados y sus respectivas corbatas".
El micrófono, el amplificador y los dos parlantes de 200 vatios marca Shure con los que se había desembarcado en Bogotá ya se habían perdido hace mucho tiempo. Otras dos canciones, "Carnavaleando" y "Buenaventura Isla del Cascajal", se volverían sendos himnos no oficiales de Barranquilla y Buenaventura.
1997 - Brindemos por la Salsa - Washington y sus Latinos
Un elepé más -Brindemos por la salsa- sería también financiado de su propio bolsillo y muchos años después, en 1997, Washington habría de sufrir el primer episodio de seis trombosis que le paralizarían medio cuerpo, lo alejarían por completo de la música y terminarían minando su memoria, pero no su mirada maliciosa y sonrisa pícara, esas que evidencian el espíritu dicharachero que siempre lo ha embargado.
Washington Cabezas Cajio - Fotografia en La Bodega Cubana (Cali, 2013)