ANTE LA MUERTE DEL FUNDADOR DEL FILIN, COMPOSITOR  Y GUITARRISTA  ÑICO ROJAS.

 

 

DE IZQUIERDA A DERECHA: Aldo Rodríguez, César Portillo de la Luz, Ñico Rojas, Marta Valdés, Leo Brouwer,  Tata Güines, Rey Guerra y Noel Nicola.  Foto: ©2000 Roberto Bello.

 

Por Rodolfo de la Fuente.

La Habana-Cuba

Especial para Herencia Latina

 

El sábado 22 de Noviembre 2008 falleció aquí en La Habana Ñico Rojas, uno de los fundadores y pilares del grupo del filin, renovador de la canción cubana desde finales de la década de los 40s.

Nacido en La Habana el 3 de Agosto de 1921, en 1945 pasó a residir por asuntos laborales  donde casó e hizo familia a la vecina ciudad de Matanzas, que siempre llevó consigo y que trajo por dentro cuando en 1970 se reinstaló en la capital, porque la fidelidad fue una de las virtudes raigales de este hombre modesto y esencial.

De niño, el ambiente musical en su casa iba de los clásicos universales a los no menos universales clásicos criollos, dotándose así de una capacidad para unir esos mundos de sonidos artificialmente separados. Ese eclecticismo absorbido en el calor nutriente familiar fue básico para su comprensión de la música como un todo, una sola categoría marcada por la emoción misteriosa que emana del buen, único arte.

No hizo estudios formales de guitarra, sino que se aferró al instrumento y lo exploró minuciosamente con esa pasión de artesano curioso, deletreando las notas y acordes, buscándolos en el diapasón, y viendo que eran buenos, a base de intuición que con los años se fue convirtiendo en certeza maestra. Fue armando un mundo armónico y melódico universal, a partir de las sonoridades más diversas que lo alimentaron de niño y joven, pero con un cordón de umbilical y unitario de acero: su cubanía irreductible.

Trató de tomar clases de guitarra en la adolescencia, propiciadas por su padre  con un maestro local, pero al igual que otros, prefirió después ir descubriendo como pionero el universo sutil de los sonidos, el más complejo entramado de la armonía generada a partir de seis cuerdas, las imbricaciones inesperadas de la melodía sobre esas armonías en cuya práctica era maestro, como lo fue Sindo Garay, que a partir de una audición de Germania, de Wagner, creó esa joya armónico-melódica titulada Germania, partiendo de una identificación cósmica, osmosis de un solo cuerpo, con esos sonidos de sabor a folk y esencia de lore.

Ñico fue heredero de una tradición, tejida en los contextos de la contemporaneidad de los 40s, y causante de otra tradición. Ya la música cubana había definido sus géneros básicos y se preparaba para arribar, en esa evolución que no cesa, al mambo, al cha cha chá y a formas de hacer la canción influidas desde la década de los 20s por ese tercer formante de nuestra música popular: la música de Estados Unidos, y en especial el jazz. Estudió y resumió, buscó y encontró, y después devolvió todo ese lento y complejo aprendizaje en forma de magisterio y escuela: el filin.

Pero no llegó solo a ese punto de giro en la canción cubana, porque una necesidad sonora epocal siempre genera retoños de múltiples ubicaciones, como ocurrió 20 años antes cuando un Manuel Corona del centro del país y un Sindo Garay del Oriente habitaban una geografía musical semejante en su esencia, o veinte años después, cuando jóvenes que se no se conocían comenzaban explorar un ámbito sonoro y conceptual semejante, nuevo, producto de aquellos agitados 60s. Creo que los primeros y los segundos, llegan a la canción en un proceso intuitivo, pero los más recientes llegan a ella con una elaboración teórica previa al elaborarla, que trae toda la canción anterior sumada su contexto, y le otorga otra universalidad.

Pero esa renovación de los 40s fue un fenómeno no solo cubano, aunque nuestro país marcó sus pautas. En México, autores como Vicente Garrido estaban gravitando sobre el mismo espectro sonoro, esa actitud ante la composición y la interpretación que llegaba a todo el continente tras el auge de la radio, el cine y el disco, desde la década anterior.

Decía que Rojas no llegó solo al filin, porque otros, en distintos puntos de la geografía nacional y adyacentes estaban en lo mismo, más dados a la ruptura que a la continuidad, y saturados de los sonidos del jazz, Nat King Cole (¿alguien no sabe por qué le pusieron El King a José Antonio?),el son, Debussy, cierto Matamoros, el impresionismo, algo de Arsenio, Gershwin y  Arcaño, en una mezcla aparentemente incomprensible, arroz con mango sonoro para aquellos tiempos donde lo culto levantaba en algunos sectores muros inútiles contra lo popular. Y añado a esto la manera de hacer de notables guitarristas como Segovia o Tárrega, en el caso de Ñico. Todos estos componentes, en proporciones variables para cada talento, irán generando un resultado que terminará en ciertas constantes, donde cada elemento de influencia quedará insertado en mayor o menor grado, según el caso, pero  el nuevo elemento tendrá sus características diferenciables. Se trata de una atmósfera, de un ambiente sonoro –y sus hábitats- que creará un estilo y sus locaciones, siempre de pequeño formato, de espacios reducidos donde se concentra la emoción. Hombre o mujer, guitarra o piano, se hacen uno con el público que establece esa conexión de recepetor exaltado y en crescendo participativo con el escenario. Como una dialectica del espectador y el emisor, ambos lo mismo, pero diferentes.

Ante el canto retórico y ornado, el canto simple1. Este parece haber sido, con esa a veces imperceptible  savia martiana que nos trabaja por dentro a todos los cubanos, la máxima de los muchachos del filin. Tomaron su nombre del inglés feeling, sentimiento, porque era sentimiento lo que había que tener a la hora de asumir y trasmitir la canción. La santa simplicidad estaba en despojarse de engolamientos y entrarle a la canción con naturalidad orgánica, decir más que cantar, expresar los matices cuando tocaba, no antes ni después, en pausas y ataques engarzados como se ve y se siente en la vida misma.

 Y todo eso galopando sobre armonías esplendentes, sorpresivas, que definen la melodía  ajustadas al canto y consecuencia del canto, en toma y daca armónico-melódico, disonante, asonante, saltando o hurtando el sonido al silencio, mientras afuera ( del Callejón de Hammel, del Gato Tuerto, del Pico Blanco, 40s, 50s, 60s y ss.) se siente la voz de susurro de frondas, y la mano se une casi por instinto de conservación a la de la novia mía para cerciorarse de que sigue ahí, en ese mundo sublunar, y piensa mirándola: la gloria eres tú, claro es que es ella, quién si no ella, porque ayer, y desde siempre, despertaste el amor en mi.

Pero en aquellos 40s, como convocados a un rito sonámbulo, y sobre todo noctámbulo, fueron llegando los trovadores (especie de centauros de una pieza hecha siempre de guitarra y hombre, según dice Portillo) a ese hoy legendario Callejón.  Por distintas vías y aportando sus distintos timbres, llenaron el hogar de Angelito Díaz, cuya Rosa Mustia era  la puerta obligatoria de cada descarga, y Hasta mañana, vida mía, de Rosendito Ruiz,  era la antesala para dejar la casa y abrirse a las constelaciones de aquellas habaneras madrugadas de los 40s.

Cierta vez Ñico encontró al (en ese momento desconocido para él) Portillo de la Luz en un bar cercano a la Universidad, donde estudiaba su carrera de ingeniería.Y vio que su manera de abordar la canción era como la suya. César lo invitó a la Meca del Filin, al Callejón.  Y Ñico, siempre dispuesto a unir más a sus amigos y a reunir a otros de similar pasión que no lo eran, llevó a José Antonio Méndez a la casa de los Díaz; y condujo a Niño Rivera a conocer a ese gran (y desconocido) Maestro de la música cubana que fue Guyún, encuentro que produjo después orquestaciones fuera de liga que el tresero construyó, imbuidas en la poética filinesca. También logró sacar a la singular Aida Diestro de los salones de clases de odontología para que  se quedara por siempre con el piano y el diseño de voces, gesto que condujo después a Omara Portuondo, Elena Burke, Moraima Secada y Haydee Portuondo haciendo historia en el Cuarteto D´Aidas.

¨Como a los dos meses de la invitación de César –dijo Ñico a Félix Contreras para su libro Porque tienen filin (1989)-, me presenté en el callejón de Hammel. Me encantó aquello, la camaradería, el ambiente my sano, chévere. Nada de borracheras ni nada de eso. Oíamos a Arcaño y sus Maravillas, a Nat King Cole, Glen Miller, jazz, danzones, la vieja trova. Figúrate, nadie trabajaba, nadie conseguía trabajo, excepto César que iba tirando de brocha gorda. Ah, y Niño Rivera, que también tiraba con una orquestica. Pero el resto, que éramos como 15, nadie trabajaba. Éramos ese grupo bien amante de la música y yo no sé cómo fue que empezamos a tocar guitarra de ese modo, en un estilo nuevo, diferente que nos entusiasmó a todos y alguien del grupo, un día, dijo: ¨caballeros, esto es filin, puro filin¨

¨Pero los dos puntales enormes del filin, de este tipo nuevo de canción, son José Antonio Méndez y César. Estaban Frank Emilio, Angelito (Díaz), el Niño Rivera, Tania Castellanos, Jorge Mazón,  Armando Peñalver, Pablo Reyes, Rosendo Ruiz (Jr), Armando Guerrero, Justo Fuentes, Orlando Gómez, Zamora, Aida (Diestro) y otros…¨.

Tener filin, se infiere, es tener swing, tener onda, estar en talla, pero con sentimiento.

Se ha dicho muchas veces que existió una continuidad en la canción trovadoresca cubana. Hay más continuidad, con sus lógicas rupturas, entre la vieja trova y la nueva -ubicada ésta en el período posterior a 1960- que la supuesta relación entre la vieja trova y la canción del filin, llamada trova intermedia, en valoración retrospectiva fácil de hace muchos años, y por tanto superada por el movimiento de nuestra historia musical que no se detiene. Y que sigue incorporando, cubanizando, elementos musicales. Querer dejar detenida la historia, pretender encasillar lo cubano a lo que se consolidó en un momento específico, peca de metafísico ingenuo, pues la cubanidad es un proceso que no cesa.

 Quien más cerca estuvo físicamente a la añeja canción, de todos los muchachos del filin, fue Rosendito Ruiz, hijo de uno de los grandes de aquella canción que empalmó el siglo XIX con el XX. Su obra no revela ningún elemento  que haga sospechar, mirando por encima y por dentro, que lo escuchado desde niño, en la guitarra de Rosendo padre, lo marcara, musicalmente hablando.

Y tanto César Portillo como José Antonio Méndez me dijeron varias veces que no creían tener influencias de los viejos maestros en cuanto al trabajo armónico, rítmico y melódico, y tampoco en los textos. Hay un espíritu que los une a todos, viejatroveros, filinescos y nuevatroveros, pero está más en el ambiente bohemio y libre de la canción, en el continente contextual más que en el contenido. Pero no creo que el esquema del que siempre se habla como sucesión en el movimientos cancionístico en el tiempo, responda a una continuidad pura e identificable en sus componentes artísticos básicos.

En todo este entramado, Ñico Rojas ocupa un aparente modesto lugar. Quizás ese modesto espacio en la difusión (en un mundo en que lo que no sale por TV casi no existe) sea consecuencia de que nunca pasó al sector artístico profesional, como todos sus amigos del filin, y se dedicó con la misma pasión a construir no sólo canciones, sino carreteras, puentes, textos sobre hidráulica, en un actuar renacentista que tuvo su centro en una condición humana singular, con piedra angular, ya lo he dicho, en la fidelidad: fidelidad  a la canción, a su barrio, a las ecuaciones, a los amigos, y sobre todo a su esposa e hijos.

Los títulos de sus obras recuerdan a los que colocaba Saumell a sus partituras: familiares, de profunda raigambre cubana y popular, y recordación a personajes de su entorno.

Ñico Rojas fue de ese tipo de artista que poseía una estatura mayor de la que aparentaba. En un mundo signado por la vanidad y el afán de ganar espacios en las pantallas y planas de prensa, de modas tontas o efímeras, se mantuvo en su ámbito doméstico, profundamente reconocido por los conocedores, pero desconocido por la mayoría en proporción a lo que debía publicitarse su obra singular, que no se limitó a la canción, sino a espléndidas piezas para guitarra que se han ejecutado en diversos escenarios del mundo, integrando programas donde su nombre ha figurado junto al de famosísimos autores.

Cierto que grabó dos  discos LPs de pasta, donde, por suerte, podemos apreciar su talento y sensibilidad como intérprete del instrumento, además de sus kilates como autor. Aunque esas placas, como otras, no han llegado al CD de manera verificable y comprable, quizás por algún superficial criterio comercial, que ha hecho dormir muchas realizaciones discográficas de los últimos 50 años el sueño de lo injusto. Pero es bueno señalar que se ha trabajado en la recuperación de nuestra historia y de la actualidad no comercial. Pero nuestro mundo sonoro no tiene la infraestructura que su cuantía y valor reclama, y que las estructuras institucionales a veces traban, pues parece como que se agolpan unas con otras  y por eso…2

Tengo noticia de que la EGREM editó un CD que compila casi toda la obra registrada en aquellos dos fonogramas, pero ese CD fantasma no aparece en ningún sitio de venta de música en la web, ni siquiera en los que se especializan en vender música cubana. Ni ha sido visto en ninguna de las ediciones del Festival Internacional de Guitarra, que sería su marco natural (y comercial) y no recuerdo haberlo tocado en las tiendas de discos que he visitado en todo el país durante los últimos años. Por tanto, si es, no está, que es una manera de no ser.

Un CD nos daría la calidad de sonido que merece esa obra donde esplende la imaginación melódica, y los cambios sorprendentes en el tratamiento armónico-rítmico.

Pero hace dos meses ( Septiembre 29, 2008) salió al mercado ( sí, a ese mismo mercado globalizado sin distancias) el disco¨Plays Ñico Rojas¨, grabado en Londres por Ahmed Dickinson para el sello Havana Masters, donde se incluyen obras para guitarra del maestro Ñico Rojas. Y antes, el pasado año, la española Martirio grabó un deslumbrante CD acompañada por varias figuras de fama mundial, donde aparece, brillando con luz propia, Mi Ayer.

Al parecer, la crematística tiene razones que la razón no conoce, o que no le importan.

 Es justo señalar que ese honrador del talento ajeno llamado Leo Brouwer ( honrar honra) lo invitó al Festival de la Guitarra  en el año 2000, reconociendo con ese gesto al talento cercano y poco valorado de Rojas  a nivel popular, pero conocido en los medios internacionales de la composición para guitarra, donde Ñico tiene un espacio bien ganado. De la calidad de su trabajo no solo habla este reconocimiento, sino que todo guitarrista de primer nivel en Cuba y el mundo, sabe quién es Ñico Rojas, y se quita el sombrero ante este maestro modesto y esencial. La foto que ilustra este trabajo da fe de ese momento.

Igualmente, Ñico se presentó en 1998 en el selecto escenario del Lincoln Center de New York formando parte de un team cuyos miembros eran, realmente y no como a veces sucede por eufemismo o exageración, Todos Estrellas. Me refiero a  Frank Emilio, Tata Güines, Changuito Quintana y otros.

Recuerdo a Ñico Rojas, como última vez, en una de las varias ocasiones en que Flory, la viuda de José Antonio Méndez, nos invitó a estar juntos en su casa. Siempre con su esposa Eva, eran ambos personas de una suave y ejemplar decencia, modelos de pareja, uno para el otro en el amor maduro que tanto ha pasado y ha generado frutos de igual condición, y me refiero a los hijos de ambos, tanto a sus cuatro hijos como a sus canciones, porque Eva fue parte de sus canciones, estuvo detrás y dentro de ellas

Entre sus obras hay una que está inscripta entre los clásicos del bolero cubano, en esa primera línea que siempre emerge cuando la descarga llega a su punto de máxima intensidad, donde hay que poner obras de altura para que no decaiga el ambiente. Esa obra me ha hecho llorar alguna vez, me conmueve siempre, como una alarma sonora del sentimiento en su extremo, y se ha metido en mi vida y en la de muchos como parte integral de ella. Y aunque tiene varios intérpretes de puntería, como Pablo Milanés,  la versión que grabó Argelia Fragoso con la Orquesta Aragón es insuperable: Mi Ayer.

En una línea melódica que se abre como una lenta flor, se desgrana el texto montado con mano experta y sensible sobre una armonía de profundo filin. Narra cómo ella despertó en él, en exclusiva, el amor. Es un testimonio de gratitud eterna, de esos a los que sólo se puede responder con el mismo sentimiento, generando una equivalencia que se mantiene, y se mantendrá por la magia de la obra de arte flotando en el espacio sonoro, eterno,  de la cubanidad.

Entre los intérpretes de los obras de Rojas estuvieron voces de primer orden, como, entre otros, Elena Burke, Miguelito Valdés, Pablo Milanés, Orlando Vallejo y Argelia Fragoso. A mi modesto nivel, muchas veces en la intimidad de yo conmigo mismo, canté en mi casa, como un ejercicio espiritual, Mi Ayer, que siempre me provocó y provoca un estremecimiento interior, un mejoramiento como ser humano, un sentimiento de paz, de equilibrio suave y tierno que el autor quiso y logró imprimir a esta canción. Ese es el arte real, el que conmueve y perdura.

Otro arte cultivado por Ñico Rojas con la misma pasión que le puso a la guitarra y sus canciones (de diversos géneros, sorpresivas en sus variaciones) fue la ingeniería civil. En la inexcusable Vía Blanca que da acceso a La Habana por el túnel de la bahía, estuvo la mano de Ñico. Fue, además, profesor del Instituto Tecnológico José Martí, hacia 1972, y trabajó en la empresa estatal de Hidrología Urbanística. Escribió valiosos textos sobre la materia, entre ellos Acueducto, básico, según los entendidos, para el diseño y materialización del abastecimiento de agua a las ciudades en estos tiempos.

Después de mucho tiempo, por la prisa de la época, el viernes 21 de Noviembre por la noche llamé a Ñico y Eva para saber de ellos. No pude hablar con él. ¨Está mal, muy desanimado¨, me dijo Eva. Y quedamos en que yo trataría de ayudar en todo lo posible por aliviar ese desanimo. Pero menos de 24 horas después la noticia de su muerte comenzaba a circular en muchos medios de prensa del mundo, aquel sábado 22 de Noviembre.

Esa tarde-noche del mismo sábado salí directo de un hermoso recital de Silvio Rodríguez y Jorge Perrugoría, lleno de viejos amigos de la Nueva Trova y abarrotado de público agradecido, para la funeraria de Calzada y K, en El Vedado, donde no había la cantidad de personas que esperaba encontrar dando testimonio de respeto y pésame a su familia. Después, supe, llegaron otras personas.

Saludé a Eva y a Jesús, y me quedé mirando la foto ubicada sobre el pequeño cofre con las cenizas del maestro José Antonio Rojas Beoto, Ñico Rojas, que comienza a convertirse para la eternidad de todos los tiempos, desde su ceniza enamorada, en lo que fue: Fénix sencillo y poderoso que levanta vuelo en armonía de filin, de profundo y sincero  sentimiento.

 

La Habana, miércoles 26 de Noviembre, 2008.

 

 

 

1.  Paráfrasis  de José Martí: ¨Contra el verso retórico y ornado, el verso natural¨, de Flores del Destierro.

 

2.  De la canción La Tarde, de Sindo Garay: ¨Las penas que a mí me matan/son tantas/que se atropellan/ y como de matarme tratan/ se agolpan unas a otras/y por eso no me matan¨.

 

 

 

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