Hilton Ruiz: Crónica de una muerte no anunciada

 

 Hilton Ruiz

 

Por: ©Reinaldo Pérez Ramírez

Cedido a Herencia Latina por su autor.

SAN JUAN – PUERTO RICO

 

 

 

…“Sing us a song; you’re the piano man;
sing us a song tonight.
Well, we’re all in the mood for a melody
and you’ve got us feelin’ alright.”…


The Piano Man, Billy Joel

 

 

Al término de este ensayo, permanecen en la penumbra del misterio las circunstancias de la muerte del extraordinario pianista puertorriqueño, Hilton Ruiz. Nacido en Teaneck, Nueva Jersey, un 29 de mayo de 1952, de padres puertorriqueños, es otro más de una primera generación de descendientes de los integrantes de la diáspora de mitad de siglo pasado, que explica el que hoy, la mitad de los casi ocho millones de puertorriqueños viva fuera de la Isla. Son muchos los boricuas de esa generación nacidos y/o criados en el noreste de Estados Unidos que han dado lustre a Puerto Rico, descollando entre los mejores de la música.

 

 Por razones diferentes, no todos lograron el reconocimiento público que merecían, el que era compatible con su talento y ejecutorias en ese competido campo. Hilton fue un “músico de músicos”, respetado, querido y admirado por sus pares y por los conocedores, pero la verdad es que nunca tuvo el éxito comercial como solista que lograron otros, tal vez con menos talento. La opinión de su amigo pianista dominicano, Michel Camilo, lo dice todo: “Uno nunca sabe cuándo le viene su tiempo… es una gran pérdida… Hilton era uno de los grandes. Un músico completo que dominaba todos los lenguajes. No todos pueden. Eso es un don y a su edad, le quedaba mucho por tocar y decir…”.

 

Hilton se educó en la música clásica desde muy temprana edad. Niño prodigio del piano, apenas a los ocho años, se presentó como solista en el Carnegie Hall. Estudió, entre otros, con la pianista de jazz Mary Lou Williams. Es evidente que el ambiente musical del Nueva York de su infancia impactó su desarrollo profesional. Aparece grabando a los catorce años con un grupo conocido como “Ray Jay y los East Siders”. Tocó con el trombonista Steve Turré, con los saxofonistas Rahsaan Roland Kirk, Frank Foster y Joe Henderson y con los trompetistas Freddie Hubbard, Joe Newman y Cal Massey. Pero la vena latina quedó marcada de manera indeleble cuando, mientras escuchaba las grabaciones de Charlie y Eddie Palmieri, Noro Morales y Luisito Benjamín —apenas adolescente— fue pianista de Ismael Rivera y sus Cachimbos. Después vendrían sus colaboraciones con muchos otros de los grandes, como Charles Mingus, Dizzy Gillespie, Betty Carter y Winton Marsalis, entre otros.

 

A finales de los ochenta, se reencontró con sus raíces latinas, incursionando en el latin jazz o el jazz afrocaribeño. Fue una presencia sobresaliente en los Golden Latin Jazz All Stars de Tito Puente. Participó también con el Tropijazz All Stars, con Louie Vega y con Mongo Santamaría. Luego de ello, durante los noventa, su enorme talento creativo lo llevó a grabar como solista, produciendo una discografía de insuperable calidad, la que tuvo más éxito en los círculos de la crítica que el comercial, hasta su último álbum, Steppin’ with TP (2005), dedicado a Tito Puente. Esa discografía incluye Manhattan Mambo (1992), Excitation (1993), Heroes (1993) Hands on Percussion (1994), Piano Man, Island Eyes (1997), Enchantment (2000) y New York Story (2004).

Mientras todo ello ocurría, viajó el mundo entero: Rusia, Japón, Brasil, Dinamarca, América Latina, África, Oriente Medio. En Puerto Rico, participó en varios conciertos y proyectos del Taller de Jazz Don Pedro, colaborando con músicos como Chico Freeman, entre otros, bajo la producción de su gran amigo Ramón Soto. Ramón fue quien lo trajo por primera vez a la Isla, quien primero mercadeó sus discos y quien prácticamente —junto a su extraordinaria familia— lo adoptó, ayudándolo a mejorar su español y promoviendo varios conciertos en Puerto Rico.

 

Producto de algún algoritmo oculto en la extraña red que teje nuestras vidas, Ruiz murió en Nueva Orleáns, la cuna del blues antecesor del jazz al que dedicó su vida entera. Apareció inconsciente y gravemente herido, el 19 de mayo, en la emblemática Bourbon Street, luego de haber llegado el día antes a la ciudad para grabar un vídeo que acompañaría un disco a beneficio de los damnificados del huracán Katrina. Significativamente, el disco se llamaría “Back to New Orleans”, una pieza de Hilton de principios de los años noventa, escogida por su relevancia al proyecto. Inicialmente, la policía de la ciudad cerró el caso al considerarlo un accidente provocado por una caída. Versiones posteriores indican que la familia de Hilton aún interesa que se investiguen las circunstancias de su muerte. La congresista puertorriqueña Nydia Velázquez, ha pedido al alcalde de Nueva Orleáns, Ray C. Naggin, la reapertura de la investigación policial.

 

Cualquiera que sea el resultado de esa investigación, la muerte de Ruiz golpea nuestra sensibilidad con tristezas simultáneas. La primera, por haber perdido el enorme talento de este artista genial en plenitud de facultades quien, al momento de su muerte, planificaba su regreso definitivo a Puerto Rico, donde pensaba establecer su residencia. La segunda, porque Ruiz, a pesar de la calidad de su producción artística, murió al margen de una independencia económica, siquiera modesta, lo que motivó colectas entre amigos para sufragar los costos de un posible funeral en Puerto Rico que, ante la incertidumbre que rodeó su muerte, parece haber sido cancelado. Y finalmente, la tristeza aún mayor de que, al igual que él, existen otros músicos puertorriqueños —sobre todo jóvenes— con el talento para descollar en una industria cuyos controles, sustratos e hilos invisibles —todos estos ajenos al arte— se lo hacen cada vez más difícil.

 

Edición de julio de 2006

 

Publicado en el Periódico Claridad en la semana del 15 al 21 de junio de 2006

 

 

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