¡
.
. .Sonero Mayor eternamente serás
!
Foto
de Fernando Sánchez. Archivo personal.
Tomada de El Libro de
La Salsa.
César Miguel Rondón.
"Era Ismael un
privilegiado intérprete de las angustias populares"
13 de
mayo 1987 – 13 de mayo 2007
Vigésimo
aniversario de su desaparición
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Ismael
Rivera
"También en
mi caja yo quisiera
unos cigarrillos y algo fuerte
para seguir bebiendo y fumando;
después que me lleven donde quieran,
que vayan tocando mambo,
sones, rumbas y guarachas
pa’ que todas las muchachas
con su parejo vayan echando
que a lo mejor de la caja
¡Yo me levanto y salgo a bailar!"
Por.
JAIRO SOLANO ALONSO
Profesor
retirado de la Universidad del Atlántico
Barranquilla
– Colombia.
Ismael Rivera es tan
nuestro como una calle polvorienta de cualquier barriada pobre del Caribe. Lo
escuchamos por primera vez sorprendidos y gozosos en los radios ruidosos de
nuestros vecinos cuando aún éramos niños y al conjuro mágico de su canto emergió
de nosotros el sentido solidario hacia nuestras raíces y el estímulo trasgresor
que siempre nos produjo su voz de melaza y su baile mulato.
Bien se ha dicho que a través de su garganta prodigiosa se expresaba a gritos
todo el sufrido pueblo de Puerto Rico, que era la gente llana, el mulataje lleno
de pena y necesidades paradójicamente bullicioso y festivo, que se subía a la
tarima y le dictaba el mensaje de su canto que no era otra cosa que la queja
doliente al ritmo recio de la bomba y la plena como solo su compadre Rafael
Cortijo, ese científico de la percusión, la sabía interpretar.
¿Cuál es el significado profundo de Ismael
Rivera, para la música popular afrocaribeña?
Empecemos por decir que la irrupción del Combo de siete muchachos extraídos de
la barriada profunda, del suburbio lleno de necesidad e intérpretes de un género
popular como la bomba y la plena, constituía con el golpe fuerte y brioso de la
conga una reivindicación de un género predominantemente negro surgido como
protesta y afirmación cultural no obstante la oprobiosa depredación de la
esclavitud.
Basta escuchar el canto desgarrado y compasivo de Ismael al negro Carimbo, o la
evocación del rapto de los mercaderes de esclavos en que se expresa en Déjalo
que suba para entender la vocación expresa de su música. Si a esto agregamos que
esta música surge en un Puerto Rico Hispano, ocupado por una potencia
anglosajona y que en todos los recodos de las interpretaciones se reivindica en
forma latente o manifiesta la utopía libertaria de ese pueblo de la estrella
solitaria, entenderemos por qué todo el periplo vital de El Sonero Mayor estuvo
consagrado a su gente negra esa de las “Caras lindas” de Latinoamérica”.
En una entrevista poco antes de su muerte Rivera manifiesta con diáfana claridad
su percepción de ser sonero: “Sonero es un poeta del vulgo que tiene que
hacer una historia de un coro que le hacen sin salirse del tema. Tiene que
conocer el idioma del populacho contando cosas de nuestro diario vivir, tiene
que ser pueblo para llegarle a la gente usar las palabras que se usan en la
esquina”.
Dinorah Marzan, investigadora social y poeta puertorriqueña, se apropia de esta
definición de Ismael y la universaliza aplicándola al apelativo eterno que le
otorgara a Rivera el más grande de Cuba Benny Moré: “Sonero Mayor es el que
canta la historia que su pueblo le dicta a coro, aquel que entrelaza su canto
con su diario vivir y usa las palabras de la esquina geográfica que es su patria”.
Ismael Rivera
Foto de Izzy Sanabria |
Desde el punto de vista de la estructura musical, también Ismael y Cortijo son
transgresores irrumpen en la escena de los cabarets pobres de San Juan con un
conjunto de formato pequeño, en pleno florecimiento de las Jazz Band. Son siete
muchachos que deben destilar mucha calidad con su exiguo instrumental para
imponerse en un medio disciplinado donde primaba la armonía y la partitura,
donde la impostación operática de los cantantes era la norma y el ideal. Cortijo
y su combo surge rompiendo con todo ese pesado lastre y subvierte el orden
llevando el canto callejero y el habla popular a la tarima. Por ello lo
escuchamos divertirse con exclamaciones como “Huy que pote”, que es una plena
embravecida solo comparable en su dinámica a la bomba que aconseja la forma de
bailar a su pareja “Con la punta del pié, Teresa”.
Como una esquina más del Caribe, Barranquilla (ciudad que emerge en el mismo mar
Caribe y boga sobre las anchas aguas del Río de la Magdalena) hizo suya esa
música que hacía explosión para minar los adocenados ritmos de las orquestas
venezolanas y de las propias sonoras cubanas que permanecían ancladas a la
tradición de la armonía tonal. La capacidad de improvisación de estos artistas
callejeros rompió con las obras límpidas y acabadas que imperaban en el momento
y mostraban en su estilo la capacidad de un nuevo tipo de emociones más
complejas para entender el alma caribeña.
El salirse y entrar a la métrica de la música llevando a extremos inconcebibles
el llamado rubateo, extender a voluntad los versos de seis, ocho a dieciséis
períodos enseñó a toda una generación que había un universo nuevo para expresar
las frases musicales y que la vieja copla española de los juglares occitanos
debía dar paso a la vigorosa fraseología africana y mulata basada en el coro
como impulso a la creatividad desmesurada.
Era Ismael un privilegiado intérprete de las angustias populares. Había crecido,
como muchos de nosotros en medio de la escasez y la aflicción pero con el
estoicismo proverbial de nuestra gente pobre hacían de las penas un canto
explosivo de alegría y de soterrada crítica mordaz. Tragedias cotidianas de
gente como él incomprendida y nunca valorada, reivindicación del trabajo del
campo y el sentido patriarcal como el planteado en Mi Jaragual, cantos
esperanzados al Cristo negro de Portobelo, cuentos extraídos del imaginario
colectivo, piedras en el camino de rosas y espinas representaban un himno a la
vida y a la libertad.
Ismael Rivera dijo alguna vez que su canto no era más que la expresión más
sentida del alma de su gente negra. Era un bardo tierno de ensueños y poeta
popular en busca de la luz para la gente del suburbio a aquella de la Calle
Calma donde nació y murió, aquella de Santurce, pero también de San Juan, de
Trastalleres y de Loiza Aldea.
De Ismael Rivera ha dicho el profesor Rafael Bassi, que era algo así como un
hermano mayor curtido por la vida que nos señalaba el camino del goce cuando nos
asomábamos a la adolescencia. Portadores de su mensaje los jóvenes de los años
60 que nos asomábamos a la vida buscando cambios decisivos en la escena de la
cultura que queríamos una ruptura con la sociedad mojigata en que habíamos
nacido y que estábamos inconformes con el país que nos habían legado otras
generaciones, llegábamos a la verbena y a la fiesta de barrio y hacíamos de ella
un escenario para cabalgar sobre nuevas ideas musicales. Eran atisbos y
licencias que nos acercaban a un concepto de trasgresión y libertad.
Por lo expuesto quienes descubríamos en la academia opciones de revolución
social y cultural nos apertrechábamos con la música que también respondiera al
cambio de las pautas y los patrones dominantes.
Mientras el discurso oficial nos mostraba el American way life como la
alternativa impuesta para salir de las primitivas sociedades tradicionales y
conquistar la esquiva modernización del American dream, los jóvenes de barriada
presagiábamos con Ismael y Cortijo que habían caminos nuestros que nuestro
discurso latino se oponía férreamente a la homogenización que pretendían los
Rockefeller y los Kellog para estos pueblos hispanos explotados con la
complicidad de sus dirigentes inanes.
La bomba y la plena ofrecían un horizonte inédito que nuestros músicos empezaron
a avizorar para soltar amarras y navegar sobre nuevas olas musicales. La
posterior eclosión de la música afrocaribe conocida como salsa, las fusiones de
los nuevayorquinos y las nuevas rotulaciones de los cantos populares afrolatinos,
tuvieron que inspirarse de alguna manera en la profunda brecha abierta por
Cortijo e Ismael.
No ha sido suficientemente evaluado el carácter trasnacional de los sellos
disqueros. Ni hasta qué punto la uniformidad de Fania acabó con la riqueza
crítica de los combos de los tempranos sesenta y setenta frenó el manantial de
creatividad de Ismael y Cortijo y las explosivas agrupaciones que surgieron tras
su convocatoria. Sólo cabe decir que el canto de Ismael es un grito de
autenticidad latinoamericana, que su alta valoración de lo nuestro es un canto
de rebeldía en el Puerto Rico anexado sin contar con la voluntad de los boricuas
y que su huella formó parte de la estructura intelectual de toda una generación
que no puede renunciar a goce estético que dimana de su música y tampoco a su
invitación a la subversión del orden establecido.
Ismael Rivera ha recibido la atención de poetas y escritores de su tierra. En la
trama de su discurso recibimos el mensaje literario de Curet Alonso, de Pedro
Flores, de Plácido Acevedo de Johnny Ortiz y de Bobby Capó, muchas de nuestras
novelas tiene como telón de fondo un tema de Cortijo en una tienda de barrio en
cualquier esquina de Latinoamérica, noches de borrasca y plenilunio brotan de su
garganta que narra las tragedias y las victorias populares.
Loor al Sonero Mayor de Puerto
Rico y de toda Latinoamérica Ismael Rivera.
Derechos Reservados de Autor
Herencia Latina
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