Prosa bop
Por Elidio La Torre Lagares
Escritor invitado
Kerouac nos enseñó a ver la literatura como si fuese jazz: un intento por llegar a un nivel de existencia más alto, sea trascendencia al todo o desvanecimiento en la nada. La búsqueda continúa. El cilindro de papel se desenrollaba desde el filo de la vieja maquinilla y caía como una sumisa y amarillenta lengua, cuando el escritor, abatido y borracho, comenzaba a pulsar las teclas —el cuerpo se deshacía lentamente en palabras, el alma trasmigraba en letras, el escritor emprendía un viaje en largas oraciones, construyendo pasajes ininterrumpidos y al ritmo del jazz—. Las oraciones se extendían como fraseos sincopados, las inflexiones sonoras de las palabras modulaban en su mente como una montaña rusa de notas musicales —la prosa indómita, libre, instintiva—. Y por tres semanas consecutivas, tomando descansos esporádicos, Jack Kerouac mecanografió en tiempo de bebop un mandala viático hasta caer rendido ante el imperioso pergamino que marcaría su vida y del cual se extraería la novela que cambió la manera de entender la literatura moderna: «En el camino».
A cincuenta años de su publicación, hoy leemos la obra como el evangelio de toda una generación de seres desposeídos y desbancados, la llamada Generación Beat, distinguida principalmente por las figuras de Kerouac, el poeta Allen Ginsberg y el novelista William S. Burroughs. Los Beats surgieron como resistencia literaria al sugerir una nueva manera de decir la palabra, liberada de los formalismos tradicionales que mantenían a la literatura secuestrada en las aulas académicas. La propuesta pronto cobró dimensiones de más amplio alcance, al rebasar el ámbito literario para convertirse en todo un movimiento cultural.
La filosofía vital del grupo era la suma de un conjunto de actitudes y posturas que predicaban la descentralización de las diversas instancias de poder presentes en la sociedad, particularmente aquellas de índole político, religioso y, sobre todo, académico. Así, por ejemplo, insistían en que los Estados Unidos habían traicionado los ideales democráticos que dieron origen al país; que el acceso a Dios era libre, personal y multiforme; y que la literatura debía volver a donde pertenecía: a la gente. Bajo este pluralismo liberador se cobijaron directores de cine, artistas plásticos, pensadores y músicos, así como los marginados de la ciudad.
Kerouac, nacido el 12 de marzo de 1922 en Lowell, Massachusetts, negaba los signos asociados con la clase media y con la complaciente sociedad de consumo. Su mantra era “primer pensamiento: el mejor pensamiento”, por lo que rechazaba el proceso de revisión y reescritura en su trabajo, y privilegiaba la espontaneidad y la improvisación como expresiones genuinas del ser. “Eres un genio todo el tiempo”, predicaba. “Enamórate de tu vida”, añadía. El Rey de los Beats, como le llamaban, logró dar con sus novelas cierto sentido de pertenencia a toda una generación de poetas y narradores que emergieron como los protagonistas del primer movimiento literario que tuvo repercusiones insondables más allá de los libros.
Kerouac ha sido acusado de delincuente nihilista, pero, en el fondo, se trata del gestor de toda una revolución cultural. Su llamada “visión indecible” de la vida encontró forma y manifestación en otra vertiente artística que surgía paralelamente a su propuesta y la cual llegó a hacer suya: el jazz bebop.
El tiempo de jazz
Para la década de los 40, cuando Kerouac apenas conocía a Ginsberg y a Burroughs en las aulas de la Universidad de Columbia, unos jóvenes músicos de nombres Miles Davis, Charlie Parker y Dizzy Gillespie ya se daban cita en los clubes subterráneos como el Red Drum, Minton's y The Open Door, localizados en la seminal Calle 52 de Nueva York. Estos músicos se prestaban a la ejecución de una innovadora modalidad de jazz que se olvidaba de los arreglos clásicos y reclamaba la improvisación. Contrario a las bandas de swing, tocaban en combos pequeños de cuatro o cinco músicos. Musicalmente, buscaban la vuelta a la raíz primigenia del género, un regreso al comienzo de todo. Le llamaban jazz bebop y, muy pronto, de revuelta musical se tornó en un estilo de vida.
Para principios del siglo XX, los negros libertos del sur de los Estados Unidos inventaron el ritmo del ragtime, descendiente directo del blues. Era un ritmo acelerado, ejecutado en fraseos improvisados y extensos, estilo popularizado, entre otros, por Scott Joplin, ancestro del jazz moderno. El carácter único e irrepetible que distinguía a este nuevo ritmo dotó al género de un hálito de instinto y libertad de expresión.
Para los años 20, el jazz fue la banda sonora de la llamada Generación Perdida, dados los sentimientos de desolación y vacío que dejara la Primera Guerra Mundial. El ritmo proveía una alternativa de escapismo a una realidad que de pronto se desnudaba en fragilidad e inevitable fugacidad ante los horrores de la estupidez humana. Así, el jazz se dispersa como fuerza dominante por Chicago, Kansas City y Nueva York hasta convertirse en el popular ritmo de swing de los 30. Es durante estos años que el jazz reclama su dominio internacional con las bandas de Louis Armstrong, Benny Goodman, Count Basie y Duke Ellington.
No obstante, el rasgo conjurador del jazz había sido suprimido por la cultura hegemónica hasta amortiguar su cualidad más significativa, que era la improvisación. Los nuevos exponentes del bop de los 40 deseaban rescatar, precisamente, la espontaneidad en la ejecución musical. Kerouac encontró en el bop toda una filosofía de vida, un Zen para llevar a todas partes y que se levantaba desde todos lados. La vida era, a bien decir, un jazz.
Entonces, llegó el tiempo de Miles, Bird y Dizzy. En respuesta al régimen musical establecido, el nuevo estilo de jazz bop proponía, como construcción musical, el contrapunto, el contratiempo y la velocidad. Era una postura sin igual en contra de la complacencia y el apaciguamiento. Kerouac vio posibilidad en el nuevo ritmo musical. Contrapunto, contratiempo y velocidad. Los rasgos primordiales de ‘En el camino’.
El jazz de la generación Beat
El bop, para Kerouac, constituía una expresión de libertad y una libertad de expresión sin igual. El jazz pasó a ser código y referente en la vida del escritor. Así, Kerouac, cuyo primer idioma era el francés, no el inglés, tuvo oído suficiente para el lenguaje del jazz, de donde tomó la palabra ‘beat’, que para los jazzistas era el pulso del acento rítmico sobre el cual improvisaban, y a la cual el novelista le adjudicó nuevas connotaciones al proclamar que su generación era una “Generación Beat”, tanto para significar “abatido, despreciado y maltrecho” (como en ‘beat down’) como para expresar lo “beatífico”.
Kerouac encontró en el jazz moderno “algo rebelde e innombrable” que hablaba por él. No era simplemente un asunto de gusto por un género musical que dialogaba en diversas maneras con el movimiento literario; se trataba de toda una actitud hacia la existencia, una manera de caminar, un lenguaje y una forma de representarse ante el mundo en ese acto performático diario en que incurrimos todos y que llamamos vivir.
Los puntos afines eran variados. Si Kerouac y los Beats en principio fueron rechazados por albergar una postura ecuménica (fundían budismo zen, misticismo, gnosticismo y otras religiones alternativas), por su apertura social (acogían en el seno del movimiento a los sectores menos privilegiados de la sociedad) y por su libertad de palabra (creían en la riqueza léxica y su expresión sin censuras), el jazz bop encontró cierta resistencia cultural desde los frentes de la crítica musical, que era dominada por blancos. Era de esperarse que el jazz bop fuese denunciado por considerársele muy estridente, caótico y poco civilizado. Además de ser estimado como poco accesible, el jazz bop desfasaba como la antítesis de la modernidad: subversivo ante los paradigmas de razón, lógica y orden imperantes en el proyecto del raciocinio.
Había, por tanto, puntos de encuentro en las enunciaciones contradiscursivas con que se manifestaban, separadamente, el jazz y la literatura de los Beats. Ciertamente, el bop prestaba importancia a la música tradicional africana (que acentúa el segundo y cuarto tiempos) y se oponía a la construcción musical occidental (que acentúa el primer y tercer tiempos). El jazz se formaba como la auténtica música estadounidense, de la misma manera que los Beats se convertían en la primera literatura que profesaba el verdadero ideal de pluralidad americana. De esta manera, se suscita un efecto de sinergia sin precedente en la historia de la literatura: la figura de músicos como influencia patente en el desarrollo de un cuerpo literario.
Fue Kerouac quien notó que, ante la impermanencia de la experiencia, la vida quedaba planteada como un proceso dinámico y en constante movimiento, como en los fraseos del jazz.
Prosa Bop
Kerouac no sólo aspiraba a reproducir el estilo de vida de los grandes jazzistas, sino que aplicó las ideas constituyentes del jazz bop a su escritura en un estilo que llamó “prosa bop”. Las largas oraciones en fluir de conciencia y párrafos interminables y desposeídos de rigores gramaticales, excepto por el ocasional guión largo, revolucionaron la prosa estadounidense con la publicación de la novela experimental ‘En el camino’.
Publicada en el 1957, luego de cinco años de preparación editorial, la novela provocó un impacto inmediato crítica y popularmente. Su éxito se consolidó desde el día de su lanzamiento, cuando Gilbert Millstein, de The New York Times, dijo que la publicación de la segunda novela de Kerouac era “un momento histórico” y testamento generacional de toda una época. ‘En el camino’ le ganó a Kerouac notoriedad y fama instantáneas. Su vida misma, de acuerdo con Jack Chambers, biógrafo de Miles Davis, se tornó en una especie de jazz rimbaudiano y frecuentemente se presentaba en lecturas de su obra en el Village Vanguard, acompañado de bandas de jazz, junto a conocidos músicos como Zoot Sims, Al Cohn y Bruce Moore, con quienes el novelista no sólo grabó discos, sino que era amigo particular de ellos.
La presencia del jazz en ‘En el camino’ no se limita a la forma o el ordenamiento del discurso narrativo, sino que también es parte de la historia misma. Como en el solo de jazz, la mejor prosa bop de Kerouac alcanza climáticos momentos de extático frenesí. Es, literalmente, una elevación a un nivel de existencia más alto, sea trascendencia al todo o desvanecimiento en la nada. Es un momento de iluminación, en el sentido del Buda. Llegar al elusivo Cielo o al inaprensible Nirvana que constantemente se buscan en la novela, que se encuentran, pero que, ante la transitoriedad de todo, se pierden. En ese sentido, el jazz comprende un viaje espiritual, una búsqueda de sentido en la vida, como se desprende en el siguiente pasaje:
“Siempre hay algo más, un poco más, la cosa nunca se termina. [Los músicos] intentaron encontrar frases nuevas…; hacían grandes esfuerzos. Se retorcieron y angustiaron y soplaron. De vez en cuando, un grito armónico, limpio, proporcionaba nuevas sugerencias a un tema que quería ser el único tema del mundo y que haría que las almas de los hombres saltaran de alegría. Lo encontraban, lo perdían, hacían esfuerzos buscándolo, volvían a encontrarlo, se reían, gemían… y Dean sudando en la mesa y diciéndoles que siguieran, que siguieran”.
El jazz se convertiría en mantra o canto védico en una novela que partía, literalmente, hacia un peregrinaje en búsqueda de sentido en un mundo que ya lo había perdido.
El sentido de movimiento
En ‘En el camino’, el personaje principal, Salvatore Paradise, el álter ego de Kerouac, huye de las fauces de la América corporativa. Durante los 50, y como política de posguerra en los Estados Unidos, el presidente Dwight Eisenhower alentó una economía civil entre la clase media que fomentaba el éxodo desde los espacios de la ciudad hacia los suburbios. El nuevo estilo de vida reclamaba una nueva dependencia de artículos de consumo que hicieran la vida más llevadera lejos de los centros urbanos. Son los tiempos de los electrodomésticos y de las cenas congeladas que se consumían en las salas de la casa frente al televisor.
La experiencia fue escindida. La vida profesional comenzó, como notara Walter Benjamin en sus estudios sobre el París decimonónico, a separarse de los espacios íntimos, como si se tratara de un desdoblamiento de personalidades. Se trabajaba en la ciudad, pero se vivía en las afueras. Y, por supuesto, el automóvil, ese gran signo de progreso e industrialización, se tornó en necesidad. La ciudad, entonces, se quedó para los que no podían sustentar el cambio de estilo de vida. Fue durante este tiempo que las primeras oleadas de emigrantes puertorriqueños saldrían de la Isla, destinadas a crear espacios alternos dentro de ciudades como Nueva York.
Sin embargo, Kerouac requería de un contexto para lo que el llamaría su “visión indecible”. Rechazando los confinamientos espaciales de la ciudad, Kerouac se lanza a la aventura del camino. En este contexto, si bien el jazz era la música sacra, la purgación sobrevenía en la experiencia directa del camino.
Indudablemente, la metáfora del camino tiene diversas connotaciones espirituales. Salvatore Paradise (“salvar el Paraíso”) es, en este sentido, un personaje que busca dirección en su vida y se siente perdido en el mundo que le rodea. Su maestro o gurú (algo de la figura paterna perdida, tal vez) será Dean Moriarty, personaje que representa a Neil Cassady, compañero de viajes de Kerouac y a su vez el antihéroe rebelde -pariente del Ahab de Melville, el Magua de Fenimore Cooper y hasta del Gatsby de Fitzgerald- que inspiraría las travesías a través de Norteamérica. Juntos, en la novela, partirán en un peregrinaje que va desde la ciudad de Nueva York hasta San Francisco, pero que, alegóricamente, en la cuarta parte del libro, termina en México, donde los protagonistas alcanzan la plenitud lumínica que tanto buscan. América Latina, parece sugerir Kerouac, es la salvación de nuestro futuro.
Pese a que ocasionalmente Dean y Sal hurtan uno que otro automóvil, la ruta es mayormente realizada pidiendo pon o saltando en trenes. Es, opuesto a mantenerse sedentario frente al televisor, una manera de expresar la vida a través del sentido de movimiento.
El legado
La travesía de Kerouac queda inscrita en el imaginario colectivo estadounidense como metáfora de búsqueda del desvanecido sueño americano. La manera particular de recorrer el continente se convierte entonces, a partir de la novela, en estilo de vida. De esta manera, se perpetúa una de las arterias principales por donde fluye el relato: la famosa Ruta 66.
Después de ‘En el camino’, Kerouac no sólo transmutó de figura de contracultura a icono pop, sino que el jazz entró a las corrientes principales de música estadounidense, hasta llegar al sitial que ocupa hoy como género definitivo y predecesor cultural del hip-hop de nuestros días. Comenzaron a surgir fiestas Beatniks en todo Hollywood, donde cualquiera con apariencia de bohemio era bienvenido para “adornar” el espacio. El aspecto rebelde de los Beats fue absorbido por las corrientes principales en la cultura y se convirtió en tendencia, moda, puro estilo sin nada de esencia.
No obstante, Kerouac fue catalítico en figuras como Bob Dylan, quien admite que encontró su vocación de poeta y trovador luego de leer ‘En el camino’. Los Beatles extrajeron su nombre del monosílabo que nombra el movimiento (Beat). La cultura Beat quedó retratada en el cine con la película ‘The Wild One’, con Marlon Brando. Toda una contracultura emergió alrededor de la experiencia en la carretera y llegó ‘Easy Rider’, con Peter Fonda y Dennis Hopper. Elvis Presley y James Dean adoptaron el discurso de la contracultura, retomado más tarde en los 70 con ‘Grease’ y el ‘look’ Dean Moriarty. Grupos como The Doors, 10,000 Maniacs y The Grateful Dead le han rendido tributo.
Literariamente, Kerouac ayudó a soltar el lenguaje poético y de pronto la palabra hablada, la palabra recitada o cantada, tomaba nuevos escenarios, como el Nuyorican's Poets Café en el Lower East Side. Asimismo, toda la cultura Beat, su prédica de liberación sexual y la experimentación con formas alternas de liberación de la conciencia implosionaron en la cultura hippie de los años 60. La marginación ganaba su espacio público y, de pronto, la mujer podía relatar su experiencia, los gays enunciaban su mundo con libertad, los negros se encontraban como fuerza cultural primigenia, los hispanos podían alternar los códigos y, de pronto, el mundo era multiplicidad y pluralidad.
‘En el camino’ fue mucho más que un experimento con prosa narrativa. Durante cincuenta años, ha prevalecido como símbolo de la eterna e incansable búsqueda por la libertad y la integración con la vida. Su impacto aún es ineluctable. ‘En el camino’, aunque le miremos con la extrañeza con que miramos las revoluciones muertas, sigue siendo, de un modo o de otro, todo lo que somos hoy.
El jazz de la Generación Beat
Charlie Parker: ‘Now's the Time’ (1946)
Dexter Gordon/Wardell Gray: ‘Jazz Concert - West Coast’ (1948)- álbum que incluye ‘The Hunt’, que inspiró a ‘En el camino’.
Miles Davis: ‘Birth of the Cool’ (1950)
Dizzy Gillespie Sextet: ‘Dizzy Atmosphere’ (1952) Chet Baker: ‘Sextet’ (1954)
Zoot Sims: ‘Tonite's Music Today’ (1956)
Charles Mingus: ‘Pithecanthropus Erectus’ (1956)
John Coltrane: ‘Blue Trane’ (1957)
Miles Davis: ‘Miles Ahead’ (1957)
Max Roach: ‘Jazz in 3/4 Time’ (1957)
Edición de abril de 2007
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