El Músico Maldito
Foto de Eliván Martínez
"Jerry está en el extremo más vanguardista del latin jazz. Y sugiere más de lo que dice.
Tiene un exotismo oscuro que cautiva”.
Eliván Martínez
Hay que tener mucha paciencia para entrevistar al genio de la trompeta y las congas que revoluciona el jazz y el flamenco en España. Jerry González ha olvidado la entrevista con este reportero en su apartamento en Madrid. No responde al timbre. Llamadas a su móvil. Sólo entonces contesta con una voz fatigada y la lengua enrevesada, como si acabara de despertarse. “Dame cinco minutos para vestirme”. Pero pasan treinta. Y otra llamada. “Espérame, que me estoy bañando”. El visitante pregunta al cabo de una hora si ya puede entrar o si tiene que suspender el encuentro para otro día. “Sube, pero trae una Coca Cola”. La primera impresión que obtiene quien se acerca a este virtuoso del jazz latino es que tiene un carácter demasiado excéntrico y engreído.
Jerry González, de 57 años, es uno de los pocos en su género que ha logrado que casi lo veneren como a una estrella del pop. No le gustan las creaciones demasiado intelectuales. Cocinada en los caldos exóticos de la diáspora caribeña en Nueva York, criada al abrigo de los grandes como Dizzy Gillespie y Louis Armstrong, la música de este artista está hecha para clavarse en el pecho. En el cuerpo en la pista de baile. Las interpretaciones calan porque dicen algo. La máxima del saxofonista y clarinetista Lester Willis Young: el músico tiene que contar una historia.
Jerry llegó a Madrid en la primavera de 2001 tras su aparición en ‘Calle 54’, el importante documental sobre jazz latino del director español Fernando Trueba. Y no ha parado de añadir melodías a las creaciones de artistas como el ejemplar guitarrista Paco de Lucía. Se entendió con las artes de los gitanos: el cante de Diego “El Cigala”, la guitarra de Niño Josele y el cajón de Israel Suárez “El Piraña”, con quienes creó la agrupación Los Piratas del Flamenco. Ahora estrena el disco ‘Jerry González Music for Big Band’ (Universal Music), con la participación de músicos de primer orden, como el contrabajista español Javier Colina.
“Lo menos que pensé es que iba a estar algún día con los grandes del flamenco. Pero yo tengo la esencia de esa música por dentro. Está muy cerca del jazz en la improvisación. Es como el blues. Hay mucho lamento”, dice Jerry con el spanglish que se habla en las calles de Nueva York, donde se crió. “Estoy aquí confirmando mi carrera. Estoy vivo y activo haciendo cosas creativas. Hay mucha gente que cree en mí y está respaldándome. He encontrado mi manera de expresarme”.
El productor español Javier Limón tiene la culpa de que Jerry se haya quedado a vivir en España. Supo que debía retenerle cuando le vio tocar con la Fort Apache Band en un concierto en 2001 en la capital. Le deslizó una tarjeta en la chaqueta con su número de teléfono y un mensaje contundente: “I’m your man in Madrid”. Jerry se dejó querer. Pronto empezó a grabar con Los Piratas del Flamenco, que obtuvieron en 2004 una nominación al Grammy Latino al Mejor Álbum de Jazz Latino. Las noticias sobre el tipo que golpea las congas con el mismo talento que toca la trompeta corrieron como la pólvora. Y se consolidó como uno de los grandes de la música en la Península Ibérica.
“Jerry es todo un mito del jazz. Ha participado en todos los discos que he hecho desde que llegó. Para mí es como el amuleto de la buena suerte”, cuenta Javier Limón. “Si está en un disco todo va bien. El disco tiene buena onda, buen rollo. Meter a Jerry en la música es meter un color original. Aporta un sonido que, con dos notas, sabes que sólo puede ser él. Ha refrescado el jazz en España. Ha traído su cultura callejera para influir en el flamenco”.
El artista está más activo que nunca. Divide su tiempo tocando con la Fort Apache Band, Los Piratas del Flamenco, un dúo con el contrabajista Colina, y su nueva orquesta. Hay mucha expectación en el mundo del jazz con la puesta en marcha de la Jerry González Big Band. Se trata de la primera vez desde finales de los 60 que el artista toca con una big band de alto calibre, aparte de sus presentaciones casuales con las orquestas de Tito Puente y Machito. “Ha llegado el momento. Ahora estoy en la movida de tener otro medio de expresión. Puedo diseñar la música como a mí me gusta, darme ese lujo”. También hay expectación con su nuevo disco porque él es uno de esos artistas que graba más para los demás que para sí mismo.
Su nuevo álbum mezcla rumba, flamenco y jazz. Se ha propuesto recorrer el camino que anduvo en 1958 el legendario trompetista Miles Davis con la grabación de ‘Sketches of Spain’, que concilió el jazz con la música clásica española de Joaquín Rodrigo y Manuel de Falla.
La diferencia es que Davis era afroamericano, y Jerry es heredero de esa cultura y también de la española. El mestizaje le resulta más natural.
“El propósito del disco es explorar un horizonte nuevo”, explica Miguel Blanco, bajista, arreglista y director de la nueva orquesta de Jerry González. “Se ha dado muy poca experimentación en este ámbito en los últimos 40 años. Estamos intentando buscar nuevos sonidos. Y Jerry es el hombre perfecto para hacerlo. Está en el extremo más vanguardista del latin jazz. Y sugiere más de lo que dice. Tiene un exotismo oscuro que cautiva”.
También cautiva su manera misteriosa de tocar. Siempre oculta su rostro bajo una boina y unas gafas negras. Toca ladeado, concentrado, sin mirar al público, como si estuviera en otra parte. Y, cuando termina, sonríe como si no pudiera ocultar el orgullo o como si se hubiera percatado de que acaba de provocar un acontecimiento extraordinario.
Por eso cuando abre finalmente la puerta del apartamento para que entre el reportero que le va a hacer la entrevista causa una gran sorpresa. El mito del jazz se hace humano. Recibe al visitante en una pequeña habitación desordenada que le prestó un amigo. Tuvo que abandonar el apartamento donde se alojaba antes por tener problemas con el dueño. El único lugar para sentarse es la cama donde duerme. El estuche de la trompeta sirve de mesa para colocar el cenicero, los cigarrillos y un cepillo de peinarse.
La conversación comienza con un profundo lamento. “Estoy muy triste”, expresa. Y es que el pianista puertorriqueño Hilton Ruiz había muerto el seis de junio en Nueva Orleans tras permanecer en estado de coma debido a golpes recibidos en circunstancias extrañas. “Estoy jodido. Todos mis amigos se están muriendo”. Luego enumera los compañeros de batalla hospitalizados y los que perdieron la lucha contra el tiempo: “Siento mucha nostalgia cuando esa realidad me confronta”.
No le gusta hablar sobre sí mismo. Cuando tiene que exponer el concepto de su música coloca un documental sobre Los Piratas del Flamenco en un reproductor de DVD que parece una computadora portátil de juguete. Dice que su trompeta latina puede entrar en la música de los gitanos sin dañar su esencia. Y a la inversa: “He logrado meter a los gitanos en la música de Puerto Rico”.
Jerry sigue sin responder las preguntas e insiste en mostrar una serie de documentales que tratan sobre un plan de George W. Bush para controlar el planeta. También sobre la secta Illuminati que, según Jerry, quiere unificar la humanidad bajo un nuevo orden mundial. Se balancea de adelante hacia atrás mientras mira las imágenes. “Las he visto miles de veces”. Repite los diálogos de memoria como el niño que ha memorizado las escenas de una película de monstruos. Se ríe y se burla. Las imágenes muestran a George Bush padre en una alocución durante la primera guerra del Golfo. “Pobres soldados. No sabían lo que estaban haciendo. Estaban sacrificando sus vidas en nombre de ese maricón”, maldice. Y le desarticula una tos de perro viejo.
Nacido el 5 de junio de 1949 en el condado neoyorquino de Manhattan, Jerry González detesta el estado de psicosis que vive Estados Unidos tras los ataques terroristas del 11-S. “Nueva York vive una represión fatal. No quiero estar ahí. Y hay muchos prejuicios contra la gente que se ve diferente, como yo. Cuando la policía te amenaza por gusto crea mucha paranoia. No se puede vivir así. Recuerdo un concierto en los setenta con Eddie Palmieri en Central Park. La gente fumaba marihuana con cojones. Y no había ningún policía que molestara. Eso jamás pasaría ahora en Nueva York”. No le ayuda su aspecto de maleante. Los roces con la policía siempre le han acompañado. “No soy un criminal, soy un artista”, se defiende.
En España se siente libre. Lo más que le gusta es el público fiel y sincero. “Veo caras conocidas en todos los conciertos, you know. Y por dondequiera que voy me conocen. Yo flipé cuando llegué y caminé por la Gran Vía. La gente me llamaba ‘pirata’, ‘pirata’ ”. El truco de Fernando Trueba, que le había llamado en el documental “el último pirata del Caribe”, dio resultado.
La suerte le ha acompañado desde pequeño. Su padre era trompetista y le había enseñado a soplar los metales. Cuando tenía ocho años, su madre le envió a un campamento de verano para niños pobres en Nueva York. Andando por el bosque encontró una corneta enterrada en el fango. Como tenía sentido de ritmo y afición, no tardó en encontrar su lugar en las clases de música en la escuela secundaria.
A los 18 años ya tocaba las congas en la orquesta de Dizzy Gillespie. El maestro descubrió que el chico también manejaba la trompeta y le pidió que la tocara sobre el escenario. Jerry se negó. “Yo le dije que no podía, que no estaba preparado”. Pero 15 años después el alumno invitaba al maestro a tocar con la Fort Apache Band en sus giras por Estados Unidos. Esa orquesta dio a Jerry fama internacional. Contaba con destacados jazzistas estadounidenses y con el bajo de su hermano Andy. Fusionaron las músicas afrocaribeñas con el jazz, y crearon en 1980 el disco ‘Rumba para Monk’. La crítica considera que es uno de los mejores en la historia del género.
Ha caído la noche y Jerry González apaga el reproductor de DVD. Sólo entonces accede a responder las preguntas, pero ya no hay luz para verle el rostro. Es de noche y la habitación del mito del jazz no tiene electricidad.
Jerry enciende una vela con la mayor naturalidad del mundo, pero vacila cuando tiene que responder si se considera un loco o un genio.
“Los que dicen que estoy loco no tienen autoridad. No han pasado más de cinco minutos conmigo. Y los que creen que soy un genio, allá ellos. No me pongo ningún título grande. Pienso que todavía soy un estudiante de música”.
Edición de julio de 2006
Públicado en el periódico El Nuevo Día de Puerto Rico. 9 de julio de 2006
Copyright 2006 El Nuevo Día
Derechos Reservados de Autor
Herencia Latina