«Yo era un profesional y nunca había cantado bomba ni plena, pero como un músico toca al son que le bailan, aprendí el ritmo y grabé con 'El Gran Combo»
Por Josean Ramos
Tomado del Periódico El Nuevo Día
San Juan, Puerto Rico
Cierto día, para sacarle provecho a los vacilones de algunos compañeros músicos en una emisora de radio, el cantante y compositor dominicano, Joseíto Mateo, le pidió al saxofonista de la orquesta “Los Melódicos”, Melardo Guzmán, que le escribiera un merengue titulado “El Negrito del Batey”, como le decían, porque eso parecía su barrio de Villa Juana.
Ya Joseíto, hoy con 88 años, había cantado algunos merengues notables, sobre todo, del compositor Luis Kalaff, y despuntaba como uno de los máximos exponentes del tradicional género musical dominicano. De manera que al estrenar “El Negrito del Batey” en 1942, el público lo acogió como el himno de quien sería considerado en adelante “El Rey del Merengue”, veinte años antes de convertirse en el primer cantante de una orquesta boricua en formación, bajo el nombre de “El Gran Combo”
“Cuando estrené 'El Negrito del Batey', se formó una controversia porque decían que yo estaba fomentando la jacaranería, la vagancia, y empezaron a criticarme”, recuerda jovial, y luego canta las partes alusivas a la holgazanería: “A mí me llaman el Negrito del Batey, porque el trabajo es para mí un enemigo, el trabajo yo se lo dejo todo al buey, porque ese asunto lo hizo Dios como castigo…”
El número se popularizó en todo el continente y al final sus detractores optaron por bailarlo bien apambichao, al ritmo del coro: “Y digan si eso es verdad, merengue es mucho mejor, porque eso de trabajar, a mí me causa dolor”.
Antes de consagrarse como cantante y compositor, Joseíto debió trabajar en diversos oficios, a la vez que cantaba boleros y sones en múltiples cabarets de la capital, incluyendo en la “zona de tolerancia”, donde vivían las mujeres “de vida alegre”. En su pueblo natal, San Isidro, y luego en la capital, dentro de su entorno predominaban los cánticos religiosos en su herencia africana, cuyas cantaleterías practicaba su mamá, principalmente en las Fiestas de Cruz, adonde lo llevaba de niño. De tanto oírlos y cantarlos, a los diez años ya Joseíto dominaba el género folclórico.
Al despuntar la adolescencia, se las buscaba llevando agua a los peones de la construcción por 40 centavos diarios, y cuando estuvo más fuertecito, halando pico y pala por medio peso. Como buen piquero, era de los que iniciaba la jornada con una cantaleta de música caribeña, por aquello de que “cantando se olvidan las penas, cantando se olvida el dolor”. Hasta que un día se le presentó un señor que lo integró a un sexteto y así debutó en un cabaret a los 14 años, cantando y tocando maracas por dos dólares la noche, cuatro veces lo que se ganaba como piquero. Esa noche Joseíto llegó a su casa, botó la pala y el pico, y prometió dedicarse en adelante de lleno a la música.
En 1939 estaba cantando en un cabaret de Barahona del Sur, cuando irrumpió en el ambiente musical la vellonera, con los éxitos caribeños más importantes del momento. A su llegada, colocaron el artefacto en el centro del salón y botaron a todos los músicos, incluyendo a Joseíto Mateo, cuyo pasaje en la goleta “La Julia” pudo pagar con cinco pesos que recogieron las muchachas del cabaret.
Allá en la capital trabajó en una fábrica de muebles, a la vez que hacía sus “chivitos” musicales para mantenerse en el ambiente, hasta pegarla en grande con “El Negrito del Batey”.
Pero la nefasta figura del temible dictador Rafael Leónidas Trujillo, “El Chivo”, empañó su ascendente carrera artística, al asociarlo con su régimen porque cantaba con la Orquesta San José en La Voz Dominicana.
Buscando nuevos horizontes, consiguió permiso para viajar y debutó en Venezuela con Casandra Damirón y Tirso Guerrero, pero los detractores de Trujillo estaban en todas partes y lo presionaron con la intención de que se quedara. Para evitar problemas con el régimen, se fue a Curazao, donde encontró otro adversario de Trujillo y se metió en el consulado colombiano en busca de un visado. Allí le preguntaron si era enemigo de Trujillo, y al saber que no, le negaron el visado.
Ya después, consiguió una visa para viajar a Cuba y ahí cantó en diversos escenarios acompañado de La Sonora Matancera, alternando con la diva Celia Cruz. Esa experiencia lo puso en contacto con el ser que lo contrataría años después como el primer cantante de los futuros “Mulatos del Sabor”, Guillermo Álvarez Guedes. “Yo era un profesional y nunca había cantado bomba ni plena, pero como un músico toca al son que le bailan, aprendí el ritmo y grabé con 'El Gran Combo' el disco 'Menéame los mangos', que era un merengue en tiempo de guaracha”, rememora emocionado.
Y para demostrar sus dotes de adaptación se despide por ahora de sus hermanos puertorriqueños, al ritmo de un merenplena que dice así: “El merengue cibaeño y la plena que es ponceña, hicieron una fusión, de esta música tan buena…”
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