No es casual
que el más reciente trabajo de la agrupación
bogotana La 33 se llame Ten cuidado. Y no lo es
porque se trata de un guiño a uno de los pioneros de
la salsa, el panameño Rubén Blades, que en 1981
cantaba “Cuidado en el barrio, cuidado en la calle,
cuidado en la acera, cuidado adonde quiera, que te
andan buscando, por tu mala maña, de irte sin pagar”,
en el disco Canciones del solar de los aburridos, de
1981, en el que aún formaba esa sin igual sociedad
con el trombonista puertorriqueño Willie Colón.
Ten cuidado se lanzará este 4 de diciembre con una
fiesta en el Theatron, ese inmenso cine de antaño en
Chapinero hoy convertido en discoteca multiusos en
donde La 33 ha demostrado su potencia al lado de
leyendas como el puertorriqueño Henry Fiol. Quizás
esa manera de hacer guiños a la salsa de los setenta,
o mejor, a los días en que se creó ese raro y
discutido híbrido llamado salsa, es lo que ha hecho
que este grupo, fundado en el 2003 por los hermanos
Sergio y Santiago Mejía, haya encontrado un público
exigente, que no cree en cualquier cosa que se le
ofrezca, que estaba aburrido de tener que haber
migrado a la timba cubana como paliativo ante la
erotización salsera de los noventa. Esa gracia, la
de tender un puente entre un experimento urbano
llamado Fania, que luego se convirtió en una máquina
de hacer dinero, y este presente de aburridas
canciones y melodías que se repiten como mantras
maquinales, es lo que ha hecho que el marginal
proyecto de los hermanos Mejía haya pasado de ser un
experimento de una banda de muchachos encerrados en
una casa en Teusaquillo, en la calle 33 con carrera
15, de Bogotá, a un admirado grupo que en el momento
de escribir este texto estaba masterizando su disco
en Nueva York, esa ciudad en la que nació la salsa.
Con tres discos encima, La 33 debutó en el 2005 con
un trabajo homónimo en el que ya daban pruebas de
una juiciosa aproximación a un género que estaba en
decadencia. Lo suyo se debió a que los dos hermanos
habían oído durante años y sabían de la existencia
de una movida salsera en Bogotá, para nada nueva,
que se había instalado desde los mismos años setenta
en lugares legendarios como El Goce Pagano de la
Calle 22; Quiebra Canto y La teja corrida, al frente
de las Torres del Parque; Anacaona, en la carrera
séptima con 47; y más adelante, en lugares como
Salsa Camará, Son Salomé, Salomé Pagana, Galería
Café Libro y numerosos bailaderos en los cuales
aprendieron que Bogotá era un lugar salsero por
tradición. Y también lo hicieron sabiendo de
antemano que la salsa bogotana no era un invento
suyo, pues los precedieron magníficas orquestas como
Caña Brava, la primera orquesta femenina fundada por
Bertha Quintero y Jeannette Riveros en los años
ochenta; la misma Guayacán, que a pesar de ser muy
caleña se convirtió rápidamente en una asidua de la
ciudad, y otros experimentos urbanos que se
diluyeron cuando llegaron los noventa.
Y en esa década, los aún adolescentes hermanos Mejía
comenzaron a experimentar con el jazz y el ska, como
dos géneros híbridos en los que también cabía la
salsa. Sin embargo, los grupos de esos días también
se acabaron, y el entonces guitarrista Sergio Mejía
se fue para Canadá y al volver, comenzó con la
obsesión de que lo que quería tocar era bajo y
componer en clave de salsa. Así, en tan solo dos
años, el sonido de La 33 se regó como pólvora por la
ciudad. Al comienzo quisieron seguir siendo un grupo
de amigos que tocaba por el placer de hacerlo, y
que, muy a la colombiana, recibía sin mayores
aspavientos lo que pagaban los bares. Pero se
cansaron. Sabían que lo suyo tenía posibilidades de
crecer, de profesionalizarse.
Por eso, en su segundo disco, Gózalo, resistieron
las presiones e insistieron en un sonido que
rápidamente se convirtió en un sello indiscutible.
La salsa de La 33 suena como la salsa de los
setenta, pero suena también como música bogotana, y
eso, en palabras, es complejo de explicar: hay que
oírlo. Ese decidido estilo que los ha convertido en
una agrupación a la manera neoyorquina de tres
cantantes al frente y un portentoso grupo de piano,
cueros, bajo, y una tremenda sección de vientos con
Sergio Mejía como director y bajista; Santiago, su
hermano, como pianista; Guillermo Céliz, David
Cantillo y Pablo Martínez, en las voces; Cipriano
Rojas, en la conga; Juan David Fernández, en el
timbal; Diego Sánchez, en los bongoes; José Miguel
Vega, en el trombón; Felipe Cárdenas, en el saxo, y
Roland Nieto, en la trompeta.
Ahora, los muchachos de La 33, después de haber
estado en medio mundo, después de haberse subido al
lado de leyendas como Chucho Valdés, Los Van Van, y
tantos otros, se lanzan al ruedo con un disco
ambicioso: un disco de letras mucho más frenteras
(“tienes que olvidar el reggaetton”); en donde
declaran sus principios, y se arriesgan a cantar
Roxanne, de The Police, sin complejos, hacer funky
con boogaloo o hacer un tema de salsa caribeña
colombiana como Cartagena, que recuerda a Joe
Arroyo.
En fin, un disco poderoso que es toda una
declaración de principios: “la salsa no se acabao,
la salsa buena, callejera, es de la montaña
bogotana”.
Tomado de la
Revista Arcadia.com