LA CIEN HERMANITO ES COMO UN TEMPLO

 

"Hace treinta años escribí y publiqué este cuento en el periódico "Diario del Caribe",

comenzando el mito de "La Cien

 

 

 

El combo: de izq. a derecha Guillotin, Mireya (atrás), Gilberto Marenco Better, Julio Charris, Sigifredo Eusse (mano en el hombro atrás) Gaspar Hernández, Alvaro Rodríguez Lugo, durante la filmación del cuento.

 

 

 

 

 

 

 

A Pacho Bottia, que por el  cine

 se ha convertido en un fantasma

 

Por. ©Gilberto Marenco Better

Colaborador de Herencia Latina

Barranquilla, Colombia

Fotos de Gilberto Marenco

 

El inspector miró con cara de código penal al joven. Se arrellanó en la silla giratoria y dijo "bueno tú sabes el lío en que estas metido, así que cuenta sin rodeos todo lo que sucedió y no trates de justificarte porque te puede ir peor".

 

El joven miró al secretario que limpiaba los tipos de la máquina de escribir con un pedazo de plastilina morada. Tamborileó con sus dedos en el brazo del sillón, suspiró para destrozar un tarugo que tenía en la garganta, pasó un poco de saliva, se humedeció los labios con la lengua y comenzó...

 

Mire señor comisario, yo soy un man sano. Yo empecé a estudiar en la universidad, no porque me obligaron, sino porque quise. Yo soy el único de la cuadra que estudia en la U. y la gente de mi calle me quiere y me han dicho que si llego a ser un berraco convertirán mi casa en un museo y en toda la "Cita de la 50" erigirán mi estatua tallada por el cachaco Pedro. Yo nunca me he mudado de allí y no creo que lo haga. Mis viejos a veces han pensado en marcharse pero no se deciden pues tienen miedo a empezar de nuevo por otros lares. Yo trabajé a ratos en una carpintería para poder pagarme las cervezas y para dar las en "vaquitas" de las farras, y fíjese como es la suerte, un día se presento un cortocircuito en el poste de la esquina y se prendió. Total los bomberos sólo sirvieron para dar el parte oficial del incendio. Todo se acabó. De ahí en adelante era estudiar un poco y eludir las conversaciones de frente con el viejo mío que creía que yo era comunista porque recibía revistas de China y Cuba, pero a mí me gustaban por otra cosa: porque hablaban de la guerra mundial y me encantaba el tema. Yo nunca le jalé a la política por puro aburrimiento. Mi nota es más movida, es con la salsa. Desde chiquito iba a los bares que quedaban cerca de la casa para ver bailar a los muchachos de la cuadra que tenían tarjeta postal y que por lo tanto les servían cerveza.

 

 

 Ralphi Cien —el propietario de La Cien— en la tornamesa,

Julio Charris filma varias escenas, mientras Gilberto Marenco dirije.

 

 

En esa época usaba todavía pantalones cortos. A mí me los quitaron cuando comencé el bachillerato y eso que le dije a mi mamá cuando estaba en quinto elemental que me metían unas levantadas del carajo, pero ella sólo aceptó que era un hombrecito cuando las piernas se me empezaron a negrear con unos pelos largos churruscados. Con la entrada al bachillerato me solté más y pude dedicar los fines de semana a las tomatas, después de los partidos de bola de trapo y en esas conversaciones de esquina, los sábados por la tarde, fue que se habló por primera vez de La Cien. Era diciembre, los matarratones estaban florecidos y llenos de gusanos verdeamarillentos que son la ternura ondulante. El que habló de La Cien por primera vez fue El Indio, lo habían llevado allí para que bailara. El se la pasaba todas las tardes practicando en la sala de su casa los últimos pases que le sacaba a las pachangas de Joe Cuba, a las descargas de Joe Batan, a los sones de Joseito Mateo, al ritmo inolvidable de la Sonora Matancera, al Bugalú y al Jala-Jala con que arrollaba Richie Ray and Boby Cruz, y a la flauta de la orquesta Aragón, claro que lo máximo de todo esto era al Fania All Star, una orquestona que nos ponía full contentos y rumbosos. Junto con el Pulguita y el Polloboba formaban un trío de bailarines que se ganaban los sábados más de trescientas barras [pesos] no solo en La Cien, sino en la Casita de Paja de las Nieves o en el Apolo 11 de La Magdalena. Con esa plata comprábamos los caramelos con los equipos del Mundial de Fútbol, jugábamos a siglo y conseguíamos las aventuras del enmascarado de plata en sus tomos semanales ilustrados que llegaban desde México. Esa noche nos fuimos en patota a La Cien.

 

 

El Dr. Picaso un celebre melómano de la ciudad de Barranquilla, dando una cátedra de baile.

 

 

El plan era tomárnosla como si fuera nuestra y escuchar "El avión" (Riot) de Joe Bataan que estaba pegando fuerte por esa época. El  chasco fue grande cuando llegamos como a las ocho de la noche y ya no había ni una mesa libre. La gente estaba sentada en los sardineles y las  mesas llegaban hasta la mitad de la calle y al borde del arroyo de Rebolo. Los meseros eran más pilosos que el carajo y tuvimos que conformarnos con sentarnos en unas canastas vacías de cerveza. Fue una pea bacana la que tuvimos. Me acuerdo que vomité hasta el apellido y de ahí en adelante, señor comisario, fue como si nos inyectaran una extraña sustancia en la sangre y no podíamos pelar ni un viernes o un sábado. La Cien, hermanito es como un templo. Allí tienes todo lo que necesitas para no morirte: Música salsa de la mejor, un ambiente de hermandad y el Viejo Alfonso que tiene una carcacha y un revolver que parece de juguete, pero es para cuidarlo a uno. Si tratan de atracar a uno de sus clientes o le quieren formar bronca a la gente, lo corta por lo sano y nunca ha sonado un tiro allí. La Cien nunca ha sido escenario de una noticia de crónica roja y nuestro orgullo es ese. Por eso, por encima de todas las cosas, nosotros vamos los fines de semana a gozarla cheveremente con el "Sonero Mayor" el único picó que lo deja hablar a uno tranquilamente así se esté en todo su frente. La invasión más espectacular de La Cien, que entre otras cosas no tiene gran decorado, solo la adorna la vitalidad de la gente de corazón grande que ilumina el ambiente, además de los cinco minutos de pases que todos nos damos así no sepamos bailar, se hizo para un 8 de diciembre cuando me las ingenié para hacer una rifa con las dos últimas cifras de la Lotería del Atlántico de quinientos, pesos a diez pesos cada número. En par días se agotó porque yo puse en el encabezamiento de la rifa que el ganador debía gastarse el premio en la bebeta que iba a financiar la ganancia. Logramos juntar como tres mil barras y los doce del grupo nos duramos tres días y tres noches tomando allí. Sólo nos lavábamos la cara en una casa de enfrente donde tenemos vara alta y lo mismo la cagadita, si entraban ganas. Fue apoteósico y sirvió para consagrarnos ante los demás salsosos de Barranquilla.

 

 

El picó de La Cien se llamaba "Rumbavana", poco después se convirtió en "El Sonero Mayor".

En la parte superior el aviso original de La 100. El único que tenía, para 1978.

 

 

Pero el tiempo corre y el barro se pone duro. Ya ni las rifas entusiasman a la gente. Otros se casan y el sueldo deben compartirlo con el deber. Las nuevas generaciones se van tomando la calle y nos usurpan el derecho a jugar bola de trapo a determinada hora, en fin, señor comisario el esmierde total. Por eso fue que hice lo que hice. El viejo Rapache (Rafael Pacheco) cumplía años y todo el mundo estaba en la olla. Muchos de los que trabajaban estaban cesantes por las huelgas y yo toreando la lenguada de los viejos porque no quería cambiarme de ambiente ni de amigos. Primero se decidió a celebrar con una noche de pesca pero desechamos la idea porque no podía ir toda la vieja guardia. Entonces se acordó que se hiciera un sancocho en casa de Julito el radiotécnico, pues él ponía el bastimento y nosotros los guandúes y la carne salada. Se consiguió el dinero para la comida y unas botellas de ron varios cocos, quedaba el problema de la noche. Todos deseábamos terminar en La Cien, no solo por el cariño que le tenemos sino porque estábamos en precarnaval. Yo solo encontré la solución en la Biblia, en la parte en que dice "ayúdate que yo te ayudaré". Una semana entera me puse a practicar con una ganzúa para volverme experto en abrir candados, lográndole con relativo éxito. Me encomendé entonces al sagrado corazón de Jesús y con una mochila de cumbiambero me fui a las iglesias San Clemente, San Felipe, El Rosario, Guadalupe y Las Nieves, logre reunir un billete que no era mucho, pero servía de algo. El golpe maestro era en la iglesia de San Nicolás. Estudié el terreno un día entero, yo tengo una cara de piedad única. Así que hice mi itinerario por entre los santos que allí hay, de los menos populares a los más solicitados. Logré mi objetivo con el Arcángel de San Gabriel, con La Dolorosa, La Virgen del Carmen, San Martín de Loba, me volé el Sagrado Corazón que era mi guía espiritual y cuando llegué a La Inmaculada, uno de los de la defensa civil que allí estaba cuidando que no entraran locos a la iglesia, me descubrió y trató de agarrarme. Yo logré salir del templo pero desgraciadamente estaba un tombo en la esquina que me encañonó con su carabina gritándome "¡Alto!" Y me quedé como clavado en el sitio. Entre él y el man de la Defensa Civil me jodieron todo. Me quitaron la mochila y ahora dicen que se la pasé a un compinche y que me robé la plata de las partidas de bautismo y las actas de matrimonio, además de la plata de la venta de las veladoras y las novenas, pero le juro señor comisario, que yo sólo abrí unos cuantos cofres de limosnas porque estaba iluminado por El Sagrado Corazón de Jesús. Pero todos estos cargos son pichurria con el dolor que me da, señor comisario, no poderle celebrar el cumpleaños a Rapache en La Cien.

 

 

Aspecto general de La 100. En primer plano el periodista Sigifredo Eusse

 

 

 

 

Ahí estoy yo hace 30 años, en La Cien

 

X-17-78       3.45 p.m

Las Margaritas

 

 

 

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