“Sombras y más sombras.” Vida y obra de Freddy la bolerista.[1]
Por: Jairo Grijalba Ruiz. Exclusivo para Herencia Latina Popayán, Colombia, 6 de Febrero del 2012. jairogrijalbaruiz@gmail.com
Fotografía 1. La Freddy el día que se concretó la idea de hacer su único disco.
Introducción
A lo largo de la historia de la música popular han existido cantantes de dilatadas trayectorias como Ella Fitzgerald, María Teresa Vera, Mercedes Sosa, Sarah Vaughan, Celia Cruz, Elena Burke, Miriam Makeba, Libertad Lamarque, Toña La Negra, Graciela, Lola Flores (La Faraona) y Olga Guillot, que comenzaron sus carreras a muy temprana edad y permanecieron por varias décadas como protagonistas de primer nivel en los escenarios del mundo, dando de qué hablar casi hasta el día de su fallecimiento. Otras fabulosas intérpretes como Omara Portuondo y Totó La Momposina, con carreras igual de extensas que las de las mujeres arriba nombradas, siguen aún vigentes, prodigando su música excepcional por los cinco continentes. Igualmente hemos tenido divas de renombre como Celina González, Xiomara Alfaro, María Luisa Landín, Virginia López y Astrud Gilberto que fueron desligándose gradual y discretamente de la vida artística ya entradas en años, pero dejaron una huella imborrable en la memoria del pueblo.
También se han dado los casos de vocalistas geniales, de gran personalidad y carácter, cuyas carreras estuvieron signadas por la intensidad y el drama, al igual que sus vidas, y que fallecieron en plena madurez cuando aún les quedaba mucho más por dar. Entre ellas podemos recordar a Billie Holiday, Edith Piaf, La Lupe, Elis Regina y Dinah Washington. Todas cinco murieron consumidas por el vértigo de sus ansias de vivir y de probarlo todo, sin límites. Fueron calcinadas por sus propios excesos cuando aún eran jóvenes y estaban todavía gozando del fervor del público. Pese a lo dicho, los melómanos a lo largo y ancho del mundo, podemos seguir disfrutando en extenso la música de estas y otras mujeres de estatura superlativa porque fueron visitantes asiduas de los estudios de grabación y dejaron para la posteridad el prodigio de su talante artístico en decenas de discos inmortales. Discos que le han dado la vuelta al planeta y que persisten año tras año en el gusto del público.
La mujer de la que hablaremos en las siguientes páginas no encaja en ninguno de los ejemplos arriba mencionados, pero no por ello podemos dejar de considerarla tan grande y genial intérprete como todas las anteriores. A diferencia de ellas, grabó un solo disco durante su cortísima y fulgurante carrera. Un disco de larga duración hecho en 1960 que contiene solamente doce boleros. Sin embargo se trata de doce boleros magistralmente interpretados que bastaron para que su nombre quedara grabado en la historia con letras doradas.[2] Del disco en referencia se sabe que la carátula fue un trabajo deplorable hecho por un ilustrador gráfico cuyo nombre ha quedado en el anonimato. Tan deplorable resultó la carátula en mención que mereció un encendido párrafo de desaprobación en una famosa novela del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, premio Cervantes de literatura.
Pero no fue solamente la carátula lo único deleznable de ese grandioso disco sino que también han sido duramente criticados los arreglos musicales, el acompañamiento orquestal y hasta la técnica con la que se hizo la grabación, de la cual se ha dicho que atentaba contra la fabulosa e increíble voz de contralto de la cantante.
Esta mujer de la que les hablo pesaba alrededor de 350 libras según se ha dicho, asunto que se concluye además de su apariencia rolliza cuando observamos las muy pocas fotografías que se conservan aún de su breve y dramático paso por la vida. No era de aspecto grácil como Billie Holiday, ni tenía dulces los rasgos del rostro como Astrud Gilberto, tampoco era esbelta como Omara Portuondo, ni una consumada bailarina como Ana Gloria Varona. Mulata de extracción humilde, no pudo tener una educación vocal como Sarah Vaughan, cuya bellísima voz de contralto sin embargo paradójicamente sería su referente natural, en especial por su versión inmortal de ese esplendido “The Man I Love” de la autoría de George Gershwin que ella supo vocalizar con una calidad similar o superior a la de la tonadillera estadounidense.
La cantante de la que hablaremos en estas páginas no se pasó la mayor parte de su vida en escuelas de música, salas de concierto y teatros, encandilada por las luces del éxito y abrumada por los efluvios mezquinos de la gloria, sino que estuvo al menos doce años, casi la mitad de su existencia, en la cocina de una familia prestante de El Vedado, un barrio de La Habana, trabajando como empleada doméstica, desde que era una niña. Ella únicamente vivió veintiséis años, aunque hay autores que afirman que vivió veintiocho, de los cuales tan sólo los tres últimos constituyeron su efímera pero inmortal carrera musical; esta transcurrió entre 1959 y mediados de 1961.
De todas las divas arriba aludidas se conoce el lugar de la tumba donde yacen sus restos mortales y esta es al menos objeto de veneración por parte de una extensa cauda de admiradores. En cambio de la mujer que les hablo solamente sabemos que falleció súbitamente en San Juan, la capital de Puerto Rico, y que está enterrada en un lugar olvidado del cementerio capitalino. Las inolvidables reinas de la noche cuyos nombres hemos ya mencionado, cuando fallecieron fueron objeto de los más amplios despliegues mediáticos, sus sepelios fueron acompañados de centenares de fieles seguidores y a la infausta noticia de su fallecimiento quizás le fue concedida la primera plana de los diarios y revistas más importantes que se ocupan del mundillo del espectáculo, a diferencia de la mujer en comento cuyo deceso pasó casi desapercibido incluso para sus propios familiares. En su caso a la morada final la acompañaron no más que unos pocos amigos.
Así como su vida transcurrió entre las sombras, más allá de la muerte también ha sido cubierta por las sombras del olvido y borrada de circulación por el aparato mediático moderno ya que en los primeros planos no suele aparecer, salvo por unas contadas pero valiosas excepciones como la novela de Cabrera Infante, en cuyas páginas quedó fijada para siempre pero con un nombre ficticio.
Su vida fue un misterio porque no se sabe con certeza si nació donde se dice que nació, ni tampoco se conoce a ciencia cierta la fecha de su nacimiento. Así mismo las circunstancias de su deceso son oscuras tanto como las sombras de su tumba anónima, y como si esto fuera poco, se desconoce su nombre verdadero, porque como veremos más adelante hay cronistas e historiadores que dicen que se llamaba Fredesvinda García Herrera, otros dicen que se llamaba Fredelina García a secas y unos más argumentan que en verdad se llamaba Fredesvinda García Valdés. También sobre el nombre de su única hija hay dudas, puesto que algunos historiadores la llaman Grisel y otros Gisel.
De lo que si hay certeza es del calibre de su voz, una voz sobrenatural que parecía una erupción volcánica o un temblor de la tierra, y que hacía estremecer los corazones de quienes la escuchaban. Una voz como pocas, fuera de serie, inigualable, inimitable, incomparable, que igual enternecía o conmovía. La voz de una mujer que estaba dotada de una inteligencia musical poco común, caracterizada por un oído armónico despampanante y un sentido del ritmo casi nunca visto. Esa voz se forjó cantando a cappella en las noches de ebriedad de un bar del corazón habanero y quizás por ello la mujer se resentía o incomodaba cantando con el acompañamiento musical de una big band de cabaret como la que le pusieron casi obligadamente para grabar su único disco. Ella, que cantaba solamente boleros, se sentía mejor sin orquesta, quizás tan sólo con una guitarra filinera al estilo de la del extraordinario Pablo Cano, o tal vez como bien lo escribió el venezolano César Miguel Rondón, le hubiese bastado con un par de maracas y un bongó. Hay grandes artistas como Charlie Parker, Benny Moré, Louis Armstrong, Carlos Gardel, Miles Davis, Alfredo Sadel, Duke Ellington, Arsenio Rodríguez, Thelonious Monk, Antonio Carlos Jobim, Astor Piazzolla y tantos otros, cuya celebridad se ha incrementado incluso después de su muerte, alcanzando la categoría de mitos de la cultura popular. En el caso de Freddy, nombre artístico de la mujer de la que venimos hablando, a pesar de haber sido tan corta su carrera, su sorprendente voz la ha encumbrado también con los años -a más de medio siglo de su muerte- como una figura mítica de esa Habana inolvidable y de aquel Caribe cuyo caudal musical es inagotable.
Los antes nombrados sin embargo, quizás con las excepciones de Parker, Moré y Gardel, engrandecieron más el aporte estético que le hicieron a la humanidad por la extensión de su presencia vital, en cambio la Freddy ni siquiera llegó a los treinta años de edad. Por ello no deja de asombrarnos que no haya caído del todo en el olvido como lo vaticinó literariamente Cabrera Infante, y que por el contrario, su disco, más allá de las deficiencias formales, se esté convirtiendo hoy en día en una referencia antológica de nuestra historia musical y siga siendo reproducido y publicado profusamente por nuevas marcas disqueras que heredaron los derechos quizás funambulescamente de Puchito, la empresa que originalmente lo grabó.
La voz de esta mujer mitológica ha llegado hasta nuestros días gracias a la audacia, oportunismo y sentido de la historia de un acucioso productor discográfico independiente, el cubano Jesús Goris, dueño de la ya desaparecida compañía de discos Puchito, un sello fonográfico de enorme significado en Cuba, Estados Unidos y América latina, cuya historia está aún por escribirse, para que las nuevas generaciones tomen conciencia de la invaluable labor que esta firma desarrolló.
Resulta de la máxima importancia tener en cuenta que para la época en que Freddy se hizo inmortal gracias a su gesta interpretativa, el mundillo farandulero de Cuba era altamente desarrollado. Si solamente habláramos de mujeres, en la escena estaban en los primeros planos Elena Burke, La Lupe, Olga Guillot, Omara Portuondo, Celia Cruz, Leonora Rega, Marta Valdés, Celeste Mendoza, Doris de la Torre, Moraima Secada, Marta Strada, Francis Nápoles, Farah María, Esther Borja, Marta Justiniani, Xiomara Alfaro, Paulina Álvarez, Gina Martín, Ela Calvo, Amelita Frades, Gina León, Juana Bacallao, Isolina Carrillo, Merceditas Valdés, Teresita Herrera, Celina González, Olga Rivero, María Luisa Chorens y Clara Morales, entre otras. Estas mujeres fueron verdaderos emblemas de la canción cubana y se encontraban plenamente establecidas desde tiempo atrás en el ambiente bohemio habanero. La afirmación anterior hace aún más grande la hazaña de Freddy, ya que en una sociedad racista y férreamente estratificada en clases sociales como la sociedad habanera de esa época, una mujer surgida de la nada, mulata, analfabeta y además trabajadora doméstica, logró encumbrarse en la cima sin otro padrino que su propio talento, la poderosa fuerza y la belleza de su voz.
Conviene señalar que las circunstancias para triunfar no eran las más propicias ya que se trataba de una sociedad en transición del capitalismo al socialismo en ese año 1959 que ha quedado marcado para la historia por la irrupción de Fidel Castro y su ascenso al poder.
En tal sentido la industria discográfica cubana venía siendo rápidamente transformada por el afán de diversos productores interesados en dejar de prisa el país para radicarse en el exterior. Freddy contó con la buena suerte de que Jesús Goris, el hombre que contribuyó a registrar su voz para que quedara fijada con caracteres de oro en un fonograma inmortal, se encontraba residiendo aún en el país durante la primavera de 1960. Al año siguiente Goris se residenció en Hialeah, Florida y no retornó jamás a Cuba.
También el tránsito hacia el socialismo implicó el cierre de numerosos cabarés y bares que antes habían sido las fuentes de empleo de centenares de artistas fabulosos, perpetrado por unas autoridades gubernamentales interesadas equivocadamente en suprimir el pasado, tan sólo porque se trataba del pasado, para darle curso a las nuevas tendencias del llamado realismo socialista, enfoque estético evidentemente ideologizado mediante el cual la exquisita música cubana fue absurdamente intervenida por el estado.
Este proceso desestimuló en forma notable el mundo del espectáculo habanero que era uno de los más desarrollados del mundo, e implicó el cierre de muchos puestos de trabajo, no solamente para los artistas.
A pesar de lo dicho, y más allá de todo pronóstico en contrario, su disco fue un estruendoso suceso de popularidad, una suerte de explosión en mitad de la noche, que hizo añicos el letargo de los adeptos al sistema que caía y el escepticismo de los simpatizantes del modelo socialista que estaba entrando. Sin mucha promoción, como ha escrito Marta Valdés, ya que la artista era famosa antes de que su fonograma apareciera en el mercado, su único y excepcional larga duración fue recibido por el pueblo como una verdadera revolución musical, y desde entonces se convirtió en objeto de culto. A partir de aquel momento hasta hoy en día han transcurrido más de cincuenta años, sin que ese milagro del arte popular envejezca o decaiga. Por el contrario, todos los días cuando lo escuchamos se renueva y suena con mayor frescura, como si acabara de nacer; una suerte de mito del eterno retorno musical. Al amparo del negocio del entretenimiento internacional, de la mano del coreógrafo Rodérico Neyra y del famoso pianista Julio Gutiérrez, Freddy, quien no permaneció mucho tiempo en La Habana tras su rutilante y meteórico ascenso al estrellato, se adhirió a la suerte de otros compatriotas y colegas artistas quienes decidieron probar fortuna en el exterior.
No están bien documentados los datos de su periplo ni conocemos infortunadamente con total certeza cuáles fueron sus pasos más allá de Cuba. Solamente por la vaguedad de las informaciones de prensa y por los testimonios imprecisos de algunos coetáneos suyos sabemos que era artista exclusiva de Discos Puchito, que en la capital mexicana Julio Gutiérrez le estaba produciendo en el invierno de 1961 un segundo disco de larga duración que no llegó a salir a la luz pública, que tuvo que desprenderse dolorosamente de su única hija, una niña apenas, dejándola en manos de amigos de confianza en Cuba, para viajar al extranjero a cumplir el sueño de universalizar su fama, que de México, donde su presencia musical fue celebrada y reconocida, partió a Miami con una caravana artística del Cabaret Tropicana, también como artista exclusiva, que su mánager personal Néstor Baguer, la llevó de Miami, tras un rotundo éxito, a una gira aún más extensa que comprendía tres países de primera importancia en el contexto cultural latinoamericano: Colombia, Venezuela y Puerto Rico, que su pasó por Caracas fue apoteósico y que recaló en San Juan como una enorme ballena cansada, buscando el sosiego y el calor hogareño para desahogar su nostalgia de la patria perdida, en casa de otro músico, admirador y amigo llamado Bobby Collazo, y que en una noche de tragos y recuerdos, el 31 de Julio de 1961, su corazón no pudo resistir más la intensidad de esa vida de desgarramiento y lejanía, sucumbiendo para siempre. Como un aporte desde Colombia, al conocimiento de la vida y la obra de esta artista en el verdadero sentido de la palabra, quiero compartir las siguientes páginas con los gentiles lectores de Herencia Latina, recordando a la Freddy tras la conmemoración el pasado 31 de Julio del 2011 del primer medio siglo de su deceso. Para ello hemos hecho una selección de los más interesantes puntos de vista escritos por al menos una decena de cronistas de diversas nacionalidades, quienes en esta oportunidad nos entregan los relatos a veces poco menos que inverosímiles de las peripecias de una mujer cuyo genio no nos cansaremos de admirar. En las siguientes páginas encontraremos semblanzas de esta diva inolvidable, escritas por los talentosos Sigfredo Ariel, Mariví Véliz, Guillermo Cabrera Infante, Marta Valdés, Senén Suárez Hernández, Luis Cino, Enrique Romero, Raúl A. Fuillerat, Bernardo Viera Trejo y Adriana Bertorelli Párraga.
Que la Valdés, una compositora y cantante de tanto valor y Senén Suárez Hernández, músico y compositor insigne, se hayan ocupado de escribir sobre Freddy rescatando en parte su nombre del olvido, nos da una idea de hasta qué punto fue grande esta fascinante mujer.
La creadora del feeling
El habanero sello Puchito para el año 1960 tenía en su haber magníficas grabaciones de Arsenio Rodríguez y su Conjunto, y de la afamada Orquesta Sensación dirigida por Rolando Valdés. La Orquesta Sensación en esa época era una charanga a la manera francesa, pero de vanguardia, en la que el formato típico de flauta y violines se había ampliado con la trompeta de Alejandro ‘El Negro’ Vivar, uno de los más grandes especialistas de la isla, y el trombón de Generoso ‘El Tojo’ Jiménez, de quien se ha dicho que es el padre del trombón moderno en la escuela cubana. Ambos habían sido miembros estelares de la influyente orquesta del Benny Moré, conocida como La Banda Gigante. Jiménez fue además uno de los arreglistas de la Tribu del ‘Bárbaro Del Ritmo’, y dejó, tras una larga carrera artística, decenas de grabaciones importantes. ‘El Negro’ Vivar en los sesentas y setentas, trabajó y grabó en varias oportunidades en la ciudad de Nueva York con el maestro Ray Barretto y aparece en algunos de los discos del genial conguero neoyorquino. La Orquesta Sensación tenía como cantante a una de las voces insignes de Cuba, el maestro Abelardo Barroso, personalísimo exponente de su propio estilo, y uno de los paradigmas del canto popular en el continente. Barroso se había convertido por entonces en una leyenda. El sello de Jesús Goris fue para esa época una disquera emergente (establecida desde 1951)[3], con actividad en Cuba y en los Estados Unidos, y podía hacer grabaciones en Miami, La Habana o Nueva York, con los más altos estándares de calidad tanto artística como técnica, ya que empleaba los mejores estudios de grabación de aquel tiempo y el más competente personal del gremio[4]. Aparte de la Orquesta Sensación, grababan para Puchito la inigualable Olga Guillot, Eduardo Davidson (a quien algunos cronistas le atribuyen equivocadamente ser el creador de la pachanga) y José Fajardo con su estelar charanga. Como era de esperarse, en esa época hizo parte del rebaño de Goris la sin par Freddy, a quien llamaban en la disquera artística y publicitariamente “La creadora del feeling”. De otra parte, Goris tenía firmados al dueto de Celina y Reutilio, a Miguel De Gonzalo, a la Orquesta Riverside con el cantante Tito Gómez, y a otros artistas cubanos de importancia como Orlando Vallejo, quienes hacían parte de su elenco y publicaban sus discos a través de la marca Puchito. Algunas grabaciones de estos artistas posteriormente fueron reeditadas por el sello Antilla Records. Freddy realmente no fue ‘la creadora del feeling’, sin embargo los publicistas de la época la llamaban así seguramente para conseguirle más adeptos.[5] De nombre Fredesvinda García Herrera[6], Freddy fue en verdad uno de los más grandes y fugaces sucesos musicales de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta en Cuba, México, Puerto Rico, Estados Unidos, Colombia y Venezuela. Una estupenda fotografía de 1959 (Ver: fotografía 1) muestra a Freddy acompañada de Raymond, el famoso y talentoso coreógrafo cubano (de quien se ha dicho que la protegía y velaba por ella en la vida personal), junto a su manager Néstor Baguer, al lado de Jesús Goris, presidente y productor de Discos Puchito, dentro de la oficina de este último situada en La Habana, en el momento en que firma[7] el contrato que la ligaba a esa casa disquera, con quien hizo sus primeras y hasta donde se sabe únicas grabaciones (como ya dijimos produjo un solo disco durante su breve y trágica carrera).
Para la fecha en que tomaron la fotografía Freddy se destacaba como bolerista del prestigioso Hotel Capri[8] de la capital cubana. En su show denominado ‘Pimienta y Sal’ solía presentarse a regañadientes acompañada de una sofisticada orquesta con la participación del connotado maestro Rafael Somavilla en el piano y con el apoyo de la reconocida pianista, arreglista, orquestadora, productora y directora Aida Diestro, quien lideraba el afamado cuarteto Las D’ Aida. En sus antológicas grabaciones con Discos Puchito ella fue acompañada por la orquesta de Humberto Suárez[9], una suerte de jazz band. Suárez fue el director musical, arreglista y productor de los doce fonogramas que Freddy publicó mediante Puchito en un disco de larga duración que vio la luz en Abril de 1960 en La Habana. Estos son los únicos temas musicales que se conocen, dejados por esta particular bolerista. Uno de ellos es “Noche de ronda”, célebre tonada mexicana escrita por el emblemático Agustín Lara. Sobre Freddy ha escrito Sigfredo Ariel lo siguiente: “En el año 59, precisamente, debuta en el Casino del hotel Capri Fredesvinda García Herrera, ‘Freddy’ una mulata de trescientas libras de peso y una increíble voz de contralto que se había ganado la vida hasta pocos días atrás trabajando en el servicio doméstico. (…) En Enero del 60 Freddy está en Televisión compartiendo un gran show (…) patrocinado por la marca de tabaco Partagás, con Benny Moré y Celia Cruz. Es lo máximo a que puede aspirar la rolliza ex sirvienta. Canta “The Man I Love”, de Gershwin y “Night and Day”, de Cole Porter, ambas con letra en español, algo disparatadas, pero muy ‘sentidas’. (…) La sin par Freddy marcha contratada a Venezuela y luego a México, junto al incansable Rodney, que la conduce a Miami. Más tarde viaja a Puerto Rico, donde sufre un fatal ataque al corazón el 31 de Julio de 1961”.[10]
Freddy no solamente fue el personaje histórico real, la mujer ligada a los espectáculos habaneros, la reina de los cabarets de última hora, de aquella nocherniega y pecadora Habana a punto de cerrarse tras la llegada de Fidel Castro al poder, sino que además fue convertida en personaje literario de resonancia mundial por el extraordinario e inefable escritor cubano Guillermo Cabrera Infante (1929 - 2005), quien con el nombre de ‘La Estrella Rodríguez’ la incluyó como uno de los protagonistas femeninos de su aclamada novela ‘Tres tristes tigres’, una de las obras cumbres del llamado ‘Boom de la Literatura Latinoamericana’, ganadora en 1964 del prestigioso premio Biblioteca Breve que se otorga en España. El mencionado libro fue publicado en 1967 en Barcelona por la editorial Seix Barral. Cabrera Infante en Diciembre de 1997 obtuvo el codiciado premio Cervantes de literatura.
‘Ella Cantaba Boleros’ es en ‘Tres tristes tigres’ una suerte de novela dentro de la novela, y relata la historia de la noche habanera que en verdad es el principal protagonista de este libro singular. Cabrera Infante, refiriéndose a Freddy, escribió lo siguiente:
“Ahora que llueve, ahora que este aguacero me hace ver la ciudad desde los ventanales del periódico como si estuviera perdida en el humo, ahora que la ciudad está envuelta en esta niebla vertical, ahora que está lloviendo recuerdo a La Estrella, porque la lluvia borra la ciudad pero no puede borrar el recuerdo y recuerdo el apogeo de La Estrella como recuerdo cuando se apagó y dónde y cómo. Ahora no voy por los naicluses, como decía La Estrella, porque quitaron la censura y me pasaron de la página de espectáculos a la de actualidad política y paso la vida retratando detenidos y bombas y petardos y muertos que dejan por ahí para escarmiento, como si los muertos pudieran detener otro tiempo que no sea el suyo, y hago guardia de nuevo pero es una guardia triste.
Dejé de ver a La Estrella un tiempo, no sé cuánto y no supe de ella hasta que vi el anuncio en el periódico de que iba a debutar en la pista del Capri y ni siquiera sé hoy cómo dio ese salto de calidad su cantidad de humanidad. Alguien me dijo que un empresario americano la oyó en Las Vegas o en el Bar Celeste o por la esquina de 0 y 23, y la contrató, no sé, lo cierto es que estaba su nombre en el anuncio y lo leí dos veces porque no lo creí y cuando me convencí me alegré de veras: de manera que La Estrella por fin llegó dije y me asustó que su eterna seguridad se mostrara un augurio porque siempre me asusta esa gente que hacen de su destino una convicción personal y al mismo tiempo que niegan la suerte y la casualidad y el mismo destino, tienen un sentimiento de certeza, una creencia en sí mismos tan honda que no puede ser otra cosa que predestinación y ahora la veía no solamente como un fenómeno físico sino como un monstruo metafísico: La Estrella era el Lutero de la música cubana y siempre estuvo en lo firme, como si ella que no sabía leer ni escribir tuviera en la música sus sagradas escrituras pautadas.
Me escapé del periódico esa noche para ir al estreno. Me habían contado que estaba nerviosa por los ensayos y aunque al principio fue puntual había dejado de ir a uno o dos ensayos importantes y la multaron y por poco la sacan del programa y si no lo hicieron fue por el dinero que habían gastado en ella y también que rechazó la orquesta, pero sucede que no se fijó cuando le leyeron el contrato que estaba bien claro que debía aceptar todas las exigencias de la empresa y había una cláusula especial en donde se mencionaba el uso de partituras y arreglos, pero ella no conocía la primera palabra y la segunda se le pasó, seguro, porque debajo, junto a la firma de los dueños del hotel y del empresario, estaba una equis gigante que era su firma de puño y cruz, así que tenía que cantar con orquesta. Esto me lo contó Eribó que es bongosero del Capri y que iba a tocar con ella y me lo contó porque sabía mi interés en La Estrella y porque vino al periódico a darme explicaciones y atenuar mi disgusto con él por motivo de un gesto suyo que por poco me cuesta que no sólo no contara yo el cuento de La Estrella sino el cuento a secas.
(…) En el Capri había la misma gente que siempre, quizás un poco más lleno porque era viernes y día de estreno, pero conseguí una buena mesa. Fui con Irenita que quería siempre visitar la fama aunque fuera por el camino del odio y nos sentamos y esperamos el momento estelar en que La Estrella subiría al zenit musical que era el escenario y me entretuve mirando alrededor y viendo las mujeres vestidas de raso y los hombres que tenían cara de usar calzoncillos y las viejas que debían volverse locas por un ramo de flores de nylon. Hubo un redoble de tambores y el locutor tuvo el gusto de presentar a la selecta concurrencia el descubrimiento del siglo, la cantante cubana más genial después de Rita Montaner, la única cantante del mundo capaz de compararse a las grandes entre las grandes de la canción internacional como Ella Fitzgerald y Katyna Ranieri y Libertad Lamarque, que es una ensalada para todos los gustos, pero buena para indigestarse. Se apagaron las luces y un reflector antiaéreo hizo un hoyo en el blanco contra el telón malva del fondo y por entre sus pliegues una mano morcilluda buscó la hendija de la entrada y detrás de ella salió un muslo con la forma de un brazo y al final del brazo llegaba La Estrella con un prieto micrófono de solapa en la mano que se perdía como un dedo de metal entre sus dedos de grasa y salió entera por fin: cantando Noche de ronda y mientras avanzaba se veía una mesita redonda y negra y chiquita con una sillita al lado y La Estrella caminaba hacia aquella sugerencia de café cantante dando traspiés a un vestido largo y plateado y traía su pelo de negra convertido en un peinado que la Pompadour encontraría excesivo y llegó y se sentó y por poco silla y mesa y La Estrella van a dar todos al suelo, pero siguió cantando como si nada, ahogando la orquesta, recuperando a veces sus sonidos de antes y llenando con su voz increíble todo aquel gran salón y por un momento me olvidé de su maquillaje extraño, de su cara que se veía no ya fea sino grotesca allá arriba: morada, con los grandes labios pintados de rojo escarlata y las mismas cejas depiladas y pintadas rectas y finas que la oscuridad de Las Vegas siempre disimuló. Pensé que Alex Bayer debía estar gozando dos veces en aquel gran momento y me quedé hasta que terminó, por solidaridad y curiosidad y pena. Por supuesto no gustó aunque había una claque que aplaudía a rabiar y pensé que eran mitad amigos de ella y la otra mitad la pandilla del hotel y gente pagada o que entraba gratis.
Cuando se acabó el show fuimos a saludarla y, por supuesto no dejó entrar a la Irenita en su camerino que tenía una gran estrella afuera pintada de plata y con los bordes embarrados de cola: lo sé muy bien porque me la aprendí de memoria mientras esperaba que La Estrella me recibiera el último. Entré y tenía el camerino lleno de flores y de esa mariconería de los cinco continentes y los siete mares que es la clientela del San Michel y dos mulaticos que la peinaban y acomodaban su ropa. La saludé y le dije lo mucho que me gustó y lo bien que estaba y me tendió una mano, la izquierda, como si fuera la mano del papa y se la estreché y me sonrió de lado y no dijo nada, nada, nada: ni una palabra, sino sonreír su risa ladeada y mirarse al espejo y exigir de sus mucamos una atención exquisita con gestos de una vanidad que era, como su voz, como sus manos, como ella, simplemente monstruosa. Salí del camerino lo mejor que pude diciéndole que vendría otro día, otra noche a verla cuando no estuviera tan cansada y tan nerviosa y me sonrió su sonrisa ladeada como un punto final. Sé que terminó en el Capri y luego fue al Saint John cantando, acompañada por una guitarra solamente, donde su éxito fue grande de veras y que grabó un disco que lo compré y lo oí y que después se fue a San Juan y a Caracas y a Ciudad México y que dondequiera hablaban de su voz. Fue a México contra la voluntad de su médico particular que le dijo que la altura sería de efectos desastrosos para su corazón y a pesar de todo fue y estuvo allá arriba hasta que se comió una gran cena una noche y por la mañana tenía una indigestión y llamó un médico y la indigestión se convirtió en un ataque cardíaco y estuvo tres días en cámara de oxígeno y al cuarto día se murió y luego hubo un litigio entre los empresarios mexicanos y sus colegas cubanos por el costo del transporte para traerla a enterrar a Cuba y querían embarcarla como carga general y de la compañía de aviación dijeron que un sarcófago no era carga general sino transporte extraordinario y entonces quisieron meterla en una caja con hielo seco y traerla como se llevan las langostas a Miami y sus fieles mucamos protestaron airados por este último ultraje y finalmente la dejaron en México y allá está enterrada. No sé si todo este lío es cierto o es falso, lo que sí es verdad es que ella está muerta y que dentro de poco nadie la recordará y estaba viva cuando la conocí y ahora de aquel monstruo humano, de aquella vitalidad enorme, de aquella personalidad única no queda más que un esqueleto igual a todos los cientos, miles, millones de esqueletos falsos y verdaderos que hay en ese país poblado de esqueletos que es México, después que los gusanos se dieron el banquete de la vida con las trescientas cincuenta libras que ella les dejó de herencia y que es verdad que ella se fue al olvido, que es como decir al carajo y no queda de ella más que un disco mediocre con una portada de un mal gusto obsceno en donde la mujer más fea del mundo, en colores, con los ojos cerrados y la enorme boca abierta entre labios de hígado tiene su mano muy cerca sosteniendo el tubo del micrófono, y aunque los que la conocimos sabemos que no es ella, que definitivamente ésa no es La Estrella y que la buena voz de la pésima grabación no es su voz preciosa, eso es todo lo que queda y dentro de seis meses o un año, cuando pasen los chistes de relajo sobre la foto y su boca y el pene de metal: en dos años ella estará olvidada y eso es lo más terrible, porque la única cosa por que siento un odio mortal es el olvido”.[11]
No solamente el maestro Cabrera Infante, gloria de las letras hispanoamericanas, se ha ocupado de Freddy. En seguida damos paso a algunas crónicas sobre esta artista inmortal, escritas por otros destacados maestros de la narrativa en diferentes épocas y lugares:
Freddy La Estrella[12]
“La Habana, Cuba- No era nada ni nadie. No podía serlo. Era sólo una cocinera. Negra y gorda. Descomunalmente gorda. Para colmo, se llamaba Fredesvinda García Valdés. Trabajaba en la cocina de la mansión del Doctor Arturo Bengochea, el presidente de la Liga Cubana de Béisbol Profesional.
Cada noche, con un vestido barato y sus enormes sandalias sin tacón, sentada en el Bar Celeste, tomaba ron y escuchaba la victrola. Luego de varios tragos, empezaba a contonearse con la música y a cantar a media voz. En su otro mundo, Freddy[13] se sentía a gusto.
Una noche, apagaron la victrola y le pidieron que cantara. No tuvieron que insistirle. Freddy se sabía todos los boleros. Con su voz de contralto, venida directamente de Dios, los cantaba como nadie. Era como si hubiera vivido todos aquellos amores desdichados. Como si le fuera la vida en ponerle melodía a los pesares del alma.
El bar era frecuentado por artistas y músicos que recalaban en él cuando terminaban de trabajar en los cabarets cercanos. Freddy no permitía que la acompañaran. No necesitaba piano ni guitarra. Le bastaba con su garganta.
Cantaba a cappella. Con una insoportable dulzura triste que casi te reventaba el corazón. El que la oyera cantar un bolero, ya no podía olvidar esa voz. Tenía algo que nadie podía explicar con palabras.
Las madrugadas del Bar Celeste ya no lo fueron más sin el rito de que, a la medianoche, la victrola callara para, bajo el spotligh, darle vía libre a Freddy.
Alguna de esas madrugadas de extraña magia, Guillermo Cabrera Infante vio y oyó a Freddy. Años después la convirtió en uno de los personajes de Tres tristes tigres: la cantante Estrella Rodríguez. La estrella del monólogo en 8 partes de Códac, ‘Ella Cantaba Boleros’.
Sólo Cabrera Infante podía lograr un retrato como éste:
‘Con un vaso en la mano, moviéndose al compás de la música, moviendo las caderas, todo su cuerpo, de una manera bella, no obscena pero sí sexual y bellamente, meneándose a ritmo, canturreando por entre los labios aporreados, sus labios gordos y morados, a ritmo, agitando el vaso a ritmo, rítmicamente, bellamente el efecto total era de una belleza tan distinta, tan horrible, tan nueva’.
Una noche, llegó al bar Aida Diestro con alguna de las muchachas de su cuarteto. Se acercó a Freddy y le dijo que le encantaba su voz. Estaba dispuesta a montarle un buen repertorio y a proponerla para el show del Capri.
Con Aida, Freddy fue a la audición del Capri y firmó el contrato. Dejó para siempre la cocina del Doctor Bengochea para cantar profesionalmente.
Por estos días de Diciembre, se cumplen 46 años de que, en 1959, Freddy hiciera su debut televisivo en el programa Jueves de Partagás.
Fue un cuento de hadas rollizas y melancólicas. Ambientado en una Habana que ya había sido condenada por los que se decían sus redentores, no podía tener un final feliz.
El Bar Celeste ya no existe. Freddy tampoco. Su corazón no resistió tanta pena. Su voz quedó en un disco de larga duración grabado en 1960. El único que grabó. Una rareza para coleccionistas. La placa de acetato número 552 de la firma Puchito: “Noche y día, Freddy con la orquesta de Humberto Suárez”.
En el disco viene “La Estrella”, la canción que Ela O’ Farrill compuso especialmente para Freddy:
“No era nada ni nadie, ahora dicen que soy una estrella, Que me convertí en una de ellas para brillar en la eterna noche”.
Nadie volvió a cantarla. Hace poco la oí por Haila. A cappella. Fraseando a media voz. Con bomba. No pude evitarlo. Alcé mi vaso al cielo para saludar a una estrella que hacía guiños a la oscura noche habanera”.
Feddy cantaba boleros[14]
La estrella del feeling cubano casi medio siglo después
“Gorda, negra y pobre, Fredesvinda García Herrera (1935-1961)[15] se ganaba la vida como criada en las casas de la gente rica de La Habana. Había nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Matanzas[16] y de allí emigró a la capital en busca de una vida mejor. Soñaba con cantar y viajar por el mundo llena de fama y fortuna, como una estrella.
En sus noches libres iba al Bar Celeste, en Infanta y Humboldt, en el mismo circuito donde se encontraba el mítico Club Las Vegas y otros recintos nocturnos que dieron fama a la noche habanera de los años cincuenta. Allí iban a parar casi siempre los versátiles protagonistas de la novela ‘Tres tristes tigres’, de Cabrera Infante.
Allí se daban cita los personajes del ocio, el juego y el entretenimiento que hicieron de la isla un paraíso turístico y un escenario musical que consagraba, sobre todo a los músicos de Latinoamérica. Una noche, en el Celeste, le pidieron que cantara, apagaron todo, los equipos de sonido y la dejaron cantar a viva voz, a cappella.
Conocía los boleros más populares de la época. Los había aprendido en aquellos mismos lugares. Desde entonces comenzó a cantar en aquel bar. No mucho tiempo después aparecería publicado un comentario sobre ella en una revista de shows y farándula. Del cabaré del hotel Capri fueron a verla. Fue entonces cuando surgió su primer contrato y su vertiginosa y fugaz carrera. Era 1959, un año marcado por la épica y el cambio. Visitó Venezuela, México, Estados Unidos y Puerto Rico. Cantó en Tropicana y grabó un único disco, “Ella Cantaba Boleros”[17], en el que aparece Freddy, el tema que le escribiera la famosa compositora Ela O’ Farrill y que era el sobrenombre con el que se conocía. En 1961 murió. Desde entonces, su historia quedó sólo en la memoria de los más viejos. Hace un par de años, Jaila, una joven cantante cubana más apegada a la salsa, ha vuelto a reinterpretar este tema y con ello ha despertado el mito.
Corría la voz hace un par de años por La Habana de que en realidad Ela O’ Farrill había sido invitada a una cena en la casa donde trabajaba Freddy. Mientras esta cocinaba, cantaba. Fue entonces cuando la famosa compositora la escuchó y se acercó a ella. Le dijo a quienes la contrataban que ella no podía seguir allí, que tenía una voz única, y la llevó a la vida nocturna.
Acompañado por una jazz band, el volumen de voz de la cantante llena todo el ambiente, resuena triste e inmensa, sublima brevemente el momento. Dicen que Cabrera Infante la vio y por eso la convirtió en el personaje de ‘Estrella Rodríguez’ de su famosa novela. La describe gorda, con una hija, en la habitación oscura de uno de los apartamentos de Infanta, por donde acostumbraba trabajar. Caminaba de manera torpe por un universo negro. El aura de esta misma mujer la retomará en una de sus últimas novelas, ‘Ella Cantaba Boleros’, en la que dice, refiriéndose a ella: ‘El efecto total era de una belleza tan distinta, tan horrible, tan nueva…’
Ficha de artista.
Eso explicaba por qué había puesto en su voz la propia historia de su vida en la canción “Freddy”:
Ella cantaba boleros[18]
“En 1967 se publicó la novela ‘Tres Tristes Tigres’ (TTT), del premio Cervantes Guillermo Cabrera Infante, y sus capítulos más célebres fueron los que llevaban por título «Ella cantaba boleros», protagonizados por una tal ‘Estrella Rodríguez’ que, en la realidad, no era otra que Fredesvinda García Herrera, una mulata, empleada de servicio doméstico que, en las noches, se escapaba a cantar boleros en el Bar Celeste de La Habana bajo el nombre artístico de Freddy. Este es el fenómeno cósmico que dio aliento a TTT, y que convirtió a Freddy en un mito musical tan pesado como las doscientas cincuenta libras que pesó en vida. Aún hoy, algunos lectores no saben que ‘Estrella Rodríguez’ fue la encarnación literaria de Freddy. Los capítulos dedicados a Freddy (‘Estrella Rodríguez’) en TTT fueron tan memorables que, en un alarde de oportunismo y sequía creativa, le permitieron a su autor editarlos, en 1996, como una novela independiente con un nuevo capítulo cuya desmesura rondó la caricatura del propio Cabrera Infante. Pero esto es harina de otro costal, ahora lo que interesa para esta nota es la exuberancia de Fredesvinda García.
Fredesvinda nació en 1935 en Céspedes (Cuba) y durante su breve e intensa carrera artística se presentó en los cabarés de La Habana, México, Venezuela y, finalmente, Puerto Rico donde murió, de un ataque cardiaco (¡el corazón, claro!), el 31 de Julio de 1961. A propósito de su forma de interpretar el bolero, dijo el poeta José Agustín Goytisolo: […] su voz y sentimiento son tan hondos que parecía que cantara con la vagina. Por su parte, Cabrera Infante la describe de forma vivaz, en TTT, como la mujer de voz [...] suave, pastosa, líquida, con aceite ahora, una voz coloidal que fluía de todo su cuerpo como el plasma de su voz.[19] Con Freddy, su sentimiento y su áspera existencia, pasa lo que suele pasar con los grandes héroes del arte, que no hay testimonios, ya sean fotográficos, fílmicos, grabados o escritos, capaces de darnos una medida cabal de su arte.
A esta restringida categoría pertenece Freddy, quien fue en vida su propio arte; no funcionaria del arte, como abundan hoy, sobre todo en música, sino artista plena. Sólo grabó un disco con doce boleros y gracias a este fonograma hoy podemos aproximarnos a la medida de su arte. Si escuchar estos doce boleros de Freddy nos produce tanta felicidad, imagínense cómo sería oírla en directo, cuando se soltaba a cantar en cuerpo y alma, y abrumaba de dicha a los afortunados testigos.
Pese a las inevitables limitaciones de un fonograma, la voz contralto de Freddy, en ese su único disco, suena imponente frente a la frialdad e infidelidad de la tecnología discográfica y eclipsa con su fuerza y su sentimiento los arreglos orquestales de coctelería realizados por el inefable Humberto Suárez. Seguramente, la orquesta idónea para ‘La Estrella’ hubiera sido, en ese momento, la del maestro Bebo Valdés, pero esta suposición no es más que una confesión de nuestras veleidades y nada más. Para quienes nos conmovimos con la vida de ‘La Estrella’, narrada en TTT, el disco confirma con creces las expectativas generadas por el relato. Por tanto, seamos pragmáticos, ya que el azar no nos deparó la suerte de la experiencia directa, gocemos con los doce testimonios complementarios que nos sumergen en el amor, la amargura y la soledad, impregnados de la noche, el alcohol y el humo de ese elixir misterioso llamado Freddy. Sus doce temas son, en toda regla, doce implacables experiencias vitales que debieran estar prohibidas para los menores de 25 y para los insuficientes cardiacos.
En TTT, Cabrera Infante arremete sin piedad contra ese único disco grabado por ‘Estrella Rodríguez’, pero nunca ningún disco podrá reflejar el alma de un cantante, menos aún de una cantante como Freddy. Nos queda claro que la del disco no es la misma Freddy que, en directo, abrumaba de felicidad a los clientes del alba habanera, pero sería tan necio negar la feliz experiencia de los lectores de TTT como la de los oyentes del disco, máxime cuando es el único que pudo grabar durante su azarosa carrera, lo cual lo convierte en un documento sonoro exclusivo, un disco sobrecogedor para quienes conocimos a Freddy en TTT, un disco de boleros exquisito para quienes no la conocían y, en suma, un ramillete de poesías henchido de sentimiento y nostalgia para los militantes del amor y la música”.
El misterioso encanto de La Freddy[20]
“Cuando ya están llegando a sus finales los años cincuenta del siglo pasado dentro de la vida nocturna y bohemia de La Habana, es que se coloca como estrella esta interprete llena de secretos y misterios llamada Fredesvinda García Valdés, la gran Freddy.
En ese mismo tiempo en que se producían las noches íntimas de la Burke[21] con Portillo de la Luz[22] en el Gato Tuerto[23], las de una desenfrenada Lupe[24] en el Club La Red, o cuando nacía con todo esplendor en el Salón Rojo del Capri Gina León[25], El Sherezada con sus cojines en el piso sitio habitual de Elena y de Ela Calvo[26], José Antonio Méndez[27] en el Pico Blanco, Teresita Fernández haciendo volar la imaginación en su Coctel de 23 y N, o cuando mucho más temprano compartía la cena en el Monseñor[28] con el gran Bola[29], mientras que Frank Domínguez[30] descargaba en el Imágenes y la Burke lo hacía con Meme[31] al piano en el Club 21[32], ya esta mujer de imagen tan gruesa como su voz deambulaba por los portales de la calle Infanta repartiendo su voz rara y desconocida. En Tropicana, Sans Souci o en Montmartre las grandes divas como Rosita[33], Celia[34], Olga[35] o Ana Gloria Varona junto a Rolando derrochaban el buen arte de aquellos inolvidables espectáculos nocturnos entre tantos y tantos.
Las D’ Aida[36] de la gorda inigualable, Aida Diestro llenaban las tardes del Patio del Habana Hilton[37], mientras que el Benny hacía de las suyas por el Alí Bar y una Juana Bacallao que limpiaba las escaleras de una mansión donde trabajaba como empleada doméstica era descubierta por el maestro Obdulio Morales.
Esta era La Habana que vio nacer a la gran Freddy. Era así como transitaba La Habana bohemia hasta el amanecer cuando las grandes figuras del espectáculo terminaban su faena desayunando en el Bar Celeste de Infanta y Humboldt, o comiendo algunos asados en la plaza de Cuatro Caminos. Dentro de todo este universo bohemio, farandulero y musical, les decía, estaba Fredesvinda la criada de los Bengochea, que deambulaba por los portales de la calle Infanta y terminaba con un trago de ron cantando a dos voces con la victrola del Bar Celeste, ese que era el punto de reunión de los más afamados artistas de la época.
Fredesvinda, cantante negra de procedencia muy humilde y con una imagen sui generis que proyectaban sus 305 libras[38] de peso corporal de momento se convirtió en la gran Freddy de las noches habaneras, quien sólo pudo grabar un disco, en el cual incluyó su versión del éxito internacional de George Gershwin, “El Hombre Que Yo Amé”[39] y una de las primeras composiciones de la absoluta Marta Valdés, que ya por aquellos años había triunfado con su antológico “Y Con Tus Palabras”. La nostalgia que se ha producido con relación a la gran dama de las noches habaneras de los cincuenta por parte de aquellos que la conocieron y la disfrutaron y por los que curiosamente quieren descubrirla, la convierten siempre en noticia.
¿Quién fue Freddy? ¿Qué fue de ella? ¿Vive todavía? ¿Por qué fue tan corta su carrera artística? Fredesvinda, Freddy García Valdés, nació en 1933 en el pequeño pueblo de Céspedes en la provincia de Camagüey. En plena adolescencia se traslada a La Habana y trabaja como empleada doméstica pero ella, Freddy y no Fredesvinda la cocinera de los Bengochea, soñaba con triunfar una vez que llegara a la capital aunque su bautizo en la agitada ciudad habanera de los cincuenta fuera como cocinera.
Fuerza de voluntad, y afán por llegar a realizarse como cantante lograron que su vida cambiara.
Al menos comenzó por cantar junto a la victrola del Bar Celeste o quizás por los portales de la calle Infanta pero un buen día su voz se hizo escuchar y nació Freddy la estrella de las madrugadas bohemias de La Habana.
“La Cita”, de Gabriel Ruiz, y “Noche y Día”, de Cole Porter, fueron dos de los temas que la hicieron triunfar en los centros nocturnos de la capital, con la misma fuerza e intimidad que también triunfara en sus afamados portales o en su cuna como artista, el Bar Celeste.
Freddy se apoderó de estos lugares como su más genuino escenario por ello no dudo, que todavía habrá muchos que cuando caminan por esta calle o se acercan a esa esquina donde en una época brillara el mencionado bar, la imaginen y la puedan sentir con su potente voz, diciendo, eso, bésame mucho, (…) como si fuera (esta noche) la última vez, bésame, (bésame mucho), que tengo miedo (a), perderte (perderte) después.[40]
Apenas tres años de comenzar a cantar alcanza el estrellato y se convierte en la dueña de las noches habaneras.
Cuenta Marta Valdés que
un buen día ella y el compositor José Manuel Solís, decidieron buscarla,
y la encontraron precisamente allí, en el Bar Celeste.
Wilfredo Riquelme, integrante del cuarteto Los Meme desde su fundación, le entrega a Freddy su tema “Vivamos Hoy”, mientras que ella se apropia de las “Noches De Ronda”, del gran Agustín Lara. Cuentan los que la conocieron, que Freddy era una mujer joven, pero muy gruesa, de cara redonda que apenas tenía cuello.
Contrariamente, era una mujer con mucha distinción, y sobre todo, con una voz muy visceral (…), diferente, lo cual se unía a un estilo muy personal de decir el bolero.
La voz de Freddy y su proyección escénica quizás podían asustarnos de primera impresión, incluso, podíamos llegar a rechazarla pero pasados los primeros compases ya lograba enternecer a todos los que la escuchaban.
Sin lugar a dudas, creó un estilo de decir el bolero, no sólo por su imagen, sino sobre todo por su forma de decir, de proyectarse en el escenario o en la pista y por esa voz diferente, irrepetible y única.
Otro de los temas que Freddy incluye en su primer y único larga duración es el “Debí Llorar”, de Piloto y Vera, tema que ya se comenzaba a escuchar en la voz de Gina León, pero (…) Freddy hace una interpretación muy diferente, muy de ella, porque Freddy no se parecía a nadie, ni nadie se parecía a ella. En 1961, decide residir en Puerto Rico, actuando como lo hacía en La Habana que la vio nacer como estrella en bares e importantes centros nocturnos. Pero sin embargo murió en la pobreza.
Cuentan que músicos cubanos y puertorriqueños tuvieron que hacer una colecta para pagar sus funerales.
La causa de su muerte aún no se conoce, unos dicen que fue provocado por un derrame cerebral, otros por un infarto y otros por una insuficiencia cardiaca pero realmente la causa de su muerte con precisión se desconoce.
Su muerte al igual que su vida estuvieron llenas de misterios, muchos de los cuales nunca pudieron conocerse.
Esta mujer de una voz rara y que cantaba boleros de una forma muy peculiar, con una corta carrera artística, con una vida y una muerte llena de interrogantes y misterios y de la que sólo perdurará para siempre un (…) disco de larga duración y el recuerdo de aquellos que tuvieron la suerte de haberla visto triunfar en las noches bohemias de La Habana de finales de los cincuenta y principios de los sesenta”.
Fredesvinda García Valdés[41]
“Freddy la Gorda, sencillamente así la conocieron los noctámbulos habaneros de la mitad del siglo pasado, ella había nacido en el año 1933, en el reparto Las Mercedes[42] en la ciudad de Camagüey. En el año 1945, irrumpe en nuestra capital para dedicarse a cocinera, oficio el cual le habían enseñado sus progenitores.
Pero a esta jovencita quien poseía una obesidad, la cual rebasaba las 300 libras o algo más, le gustaba cantar, y en sus tiempos libres visitaba los bares sobre todo el ‘Bar Celeste’ situado en Infanta y Humboldt, y allí cantaba una y otra canción, a cappella, en ocasiones con la incomprensión de los dueños.
Pero como muchas veces sucede, la naturaleza resulta impredecible y dota a algún humano de cualidades especiales en todas las acciones de la vida y ésta generosidad donde más se destaca es en el inefable arte.
Esta joven cantó y cantó aparentemente en vano (…) aunque siempre hay un oído receptivo, alguien que la escuchó con su voz grave y una afinación colosal, la llevó a la dirección artística del Hotel Capri para tener la suerte de que la incluyeran en la producción ‘Pimienta y Sal’ en el año 1959.
La gorda como cariñosamente la llamaban algunos, sentía predilección por las canciones de feeling, también es significativo que su voz de ‘contralto en ocasiones sonaba como un contrabajo bien tocado, según el criterio del musicólogo Díaz Ayala’.
Jesús Goris, dueño de una pequeña disquera, la cual bautizó con el nombre de ‘Puchito’ quien tenía una excelente visión para escoger valores del arte musical desconocidos u olvidados, como fuera el caso de ‘Los Muñequitos de Matanzas’, ‘Abelardo Barroso y la Orquesta Sensación’, etc, escuchó a Freddy cantando en el cabaret ‘Capri’ escenario estelar en aquellos años, y sin perder un momento la conminó a que grabara en su empresa. La intérprete vio los cielos abiertos y comenzó a seleccionar el repertorio, pero no crean que fueron obras fáciles escogidas por la Gorda. Las canciones que grabó resultaron lo más difícil del repertorio de aquellos años y de todos los tiempos.
Entonces vamos a mencionar las obras, por ejemplo:
“El Hombre Que Yo Amé”, llevada a tiempo de bolero, original de George Gershwin, todo lo que escribió este talentoso compositor no resultaba fácil de interpretar. “Tengo”, bolero de Marta Valdés, sus exquisitas composiciones siempre resultan difíciles de cantar. Y al igual que las mencionadas canciones vamos a seguir relacionando las demás: “La Cita”, bolero de Gabriel Ruiz. “Noche y Día”, de Cole Porter, “Vivamos Hoy”, canción de Wilfredo Riquelme, “Freddy”, canción bolero de Ela O’ Farrill, “Noche De Ronda”, bolero de Agustín Lara, “Tengo Que Decirte”, bolero de Rafael Pedraza. “Debí Llorar”, canción bolero de Piloto y Vera, “Sombras y Más Sombras”, de Humberto Suárez, “Gracias Mi Amor”, canción de Jesús Faneity, y “Bésame Mucho”, bolero de ‘Chelo’ Velásquez. En estas grabaciones, todos los arreglos musicales fueron concebidos por el pianista compositor y arreglista, Humberto Suárez, los cuales aparecen en la siguiente relación con bastante influencia de jazz, no obstante para la época, se estimaban novedosos y progresistas. También es importante decir que este LP fue el único que grabó la fatal intérprete, por lo menos hasta donde hemos podido investigar, y que ha quedado como una joya del buen canto. LP Puchito 552 “Noche Y Día. Freddy con la Orquesta de Humberto Suárez”, La Habana. Salida anunciada en Bohemia, Abril 24, 1960, reeditado en CD Antilla, 50, en Big World en 1995 y CD Música del Sol, MSCD en 1998. Freddy, posteriormente marcha a México donde todo se le hace difícil y decide viajar a Puerto Rico, país en el cual sin pena ni gloria fallece la voz más grave de contralto que yo haya escuchado, a los 28 años de edad, el 31 de Julio de 1961. Su voz se sigue escuchando esporádicamente en la radio cubana, como un recuerdo de sus admiradores del ‘Bar Celeste’…”
La Freddy era cocinera antes de ser cantante.[43]
Transcribimos a continuación el texto del artículo.”
Freddy: una voz de 200 kilos[44] “Freddy. Se llama Freddy a secas. Como los reyes, Freddy I. O como los papas, Freddy XXIII. Pero, siempre, sin apellidos. Freddy y nada más: una hermosa voz de doscientos kilos. Freddy… Desde hace una semana Freddy estremece a los venezolanos con su estilo limpio, original, purísimo.
En las pantallas de los televisores, donde cabe a duras penas, Freddy suele asomarse para cantar “Noche De Ronda” como los ángeles. Pero cuando su recia humanidad, sus doscientos kilos se ponen en movimiento para repartirse, todo el pasillo del hotel, el estremecimiento se hace físico con las piernotas, los brazotes, el cuerpote de Freddy.
Soy así y no me molesta.
Me gusta comer bien y mucho. Lo que importa es cantar.
Freddy, hace cosa de seis meses, era una modesta cocinera en una barriada habanera. Por las noches, caminaba la calle Infanta, modesta avenida de la capital de Cuba, y, acompañada de amigos y amigas, dejaba escuchar su hermosa voz. Una noche saltó de la Infanta a la aristocrática pista del Hotel Capri y no necesitó más: su voz se popularizaba en pocos días, su estilo era imitado, sus discos volaban en los establecimientos y su rostro llenó ostentosamente las páginas de periódicos y revistas capitalinos.
Aquí me siento como en Cuba. Lo venezolanos son muy cariñosos y parece que les he gustado…
¿Enamorada de Venezuela? Freddy hace silencio. Muestra la foto de su hijo[45]. Sonríe y responde: Tengo algunos enamorados, pero no he escuchado promesas. Por ahora, cantar y gustar. Esto es todo…
Y Freddy se aleja estremeciendo el pasillo, el hotel, la calle, los cerros, la Plaza de El Silencio, Caracas, Venezuela… ¡El continente!”
Freddy La Cantante[46]
“En atención a la sana curiosidad expresada recientemente en un comentario del amigo Fuillerat a esta columna, me he tomado un par de días en destapar, pulir y ordenar como si fueran piezas de un rompecabezas, los recuerdos -siempre los mismos- que guardo de la malograda cantante cubana Freddy. A ellos les añado un resumen del testimonio que, con mucho cariño y extrema delicadeza, me ofreciera anoche la compositora cubana Ela O’ Farrill, afortunadamente de visita en esta ciudad, acerca de la canción que ella le dedicó y que Cubadebate ofrece a manera de ilustración acompañando mis palabras de esta semana para los lectores.
Ela vivía en el noveno piso del edificio de Infanta y Humboldt ubicado frente a lo que fue el bar Celeste, un sitio al que yo caracterizaría más bien como un café-bar, especie de paradero obligado al final de la noche para los músicos que, de regreso de sus actuaciones en los shows de los cabarets cercanos por aquel entonces a la barriada de La Rampa así como en la multitud de pequeños sitios donde era posible escuchar cada noche la buena y variada producción musical del momento, coincidían para reponer fuerzas con un buen sándwich y un café con leche mientras compartían las impresiones de esa jornada. Fue allí donde comenzó a aparecer noche a noche, una mujer dotada de una poderosa voz de contralto, que se sentaba a cantar, por ejemplo, una versión al español de “The Man I Love” (“El Hombre Que Yo Amé”) dando muestras de una musicalidad especial cuando intercalaba, entre frase y frase, unos tarareos equivalentes a los giros instrumentales que van armando los arreglos orquestales y que van funcionando como referencia a la armonía, elemento muy a tener en cuenta en este tipo de canciones conectadas con el repertorio de los hoy llamados “standards” norteamericanos (digamos, con el jazz). Alguien me dijo: ‘tienes que oír lo que hace con tu bolero “No Te Empeñes Más”…’. Salí a buscarla.
Ya me habían dicho que Freddy, a partir de las 10, cuando todavía los músicos no habían carenado en el Celeste, se sentaba un rato en una barra que estaba enfrente, en el cuchillo que hacen las calles de Infanta y San Francisco (¿o Espada?) y una noche, como a eso de las 10:30, me llegué al lugar y me di cuenta de que la tenía delante de mí. La escena se repitió bastantes veces a partir de ese momento. Estábamos en 1959 -de eso estoy segura, a juzgar por la animación y el tráfico en la zona a esas horas y por la sensación de seguridad en las calles. Tal vez haya podido ocurrir este episodio a comienzos del 60, a juzgar con la libertad de que yo misma gozara, de salir a la calle ya entrada la noche sin que, por ello, se originara un conflicto en mi hogar (muchas veces me daba cita frente al St. John’s o el Habana Libre con Elena Burke y Manolo –su marido.., dealer del Casino de este hotel, quienes por aquellos años eran mis vecinos muy cercanos, para regresar con ellos al barrio una vez terminadas sus respectivas actividades, ya bien entrada la madrugada). Desde que llegué al bar, una barra larga, abierta a la vista de la calle, identifiqué a aquella mujer gorda, sin otros afeites que no fueran la pulcritud y la sencillez de su atuendo y un olor suave a persona limpia. Seria, callada, delante tenía un trago de algo ‘a la roca’ y una caja de cigarrillos Salem. Me le presenté y (…) su respuesta fue cantarme mi bolero allí, a voz en cuello. Me aficioné a buscarla, no sólo por el placer que me producía su interpretación llena de creatividad donde ni un alpiste de la parte que había puesto yo como creadora, salía lesionado en letra o música.
Freddy me inspiraba admiración y respeto. Yo le pedía otra canción y otra y ella me complacía mientras miraba de reojo hacia la acera de enfrente. Tan pronto comenzaban a aterrizar los músicos en el Celeste, ella cruzaba y yo me iba hacia donde pudiera estar Elena para esperar a que la jornada se diera por terminada y regresáramos al barrio en el carro de Manolo sabiendo que me perdía la tanda que, con toda seguridad, Freddy estaba ofreciendo en cualquier mesa del Celeste por el solo placer de saber que los elogios de quienes la estaban escuchando no eran cosa de juego: baste decir que uno de sus más fervientes admiradores era Guillermo Barreto (‘Barretico’), el más exigente y quisquilloso de cuantos músicos allí se reunían.
Mi historia pica y se extiende y no quiero dejar fuera un solo detalle, así que tendré que repartirla en varias entregas.
2.
Cada vez que podía hacerlo, me llegaba al bar de Infanta, me le sentaba al lado y, al poco rato, le pedía que cantara algo. Ella me complacía y, por supuesto, invariablemente incluía, entre las dos o tres piezas que cantaba, el bolero mío –“No Te Empeñes Más”– que debió haber aprendido de la radio o la victrola en su primera y, por aquel entonces, única versión grabada en la voz de Fernando Álvarez con arreglo orquestal de Bebo Valdés.
Una de las piezas -siempre las mismas– de este rompecabezas que armo y desarmo cada vez que viene al caso el tema de Freddy, se refiere a la noche en que, al filo de las doce, cuando más inspirada se hallaba ella entonando algo con su poderosa voz, un vecino de los alrededores emitió a todo meter ese sonido digno de figurar en cualquier crucigrama cuyas tres letras, metidas entre signos de admiración, resumen el más despiadado ‘cálleselaboca’ en su ordinario ‘¡Sió!’. Ella, sin alterarse, terminó de cantar la canción, pagó su cuenta y, con la misma, cruzó la calle y se puso a cantar debajo del poste que estaba en la esquina del Celeste. Yo me paré a mirarla y me sentí como el ser privilegiado que presenciaba una escena de esas que sirven como portada a los Long-playings e imaginé el suyo y a ella famosa y en eso se me fue la mente un buen rato.
Dije Long-playings y me doy cuenta de que, en esta era de los MP y los CD, muchas de aquellas personas que no pasen de 40 años no tendrán idea del significado de ese término aterrizado, de pronto, aquí. En aquel tiempo, circulaban entre nosotros tres tipos de discos: uno pequeño con una pieza grabada por cada lado, que era el que funcionaba en las victrolas de bares, bodegas y demás establecimientos; uno algo más grande, al que se denominaba ‘extended play’ y la jerga popular identificaba como ‘extended’, con dos piezas por cada cara, y uno de doce pulgadas de diámetro que contenía doce piezas repartidas entre ambos lados al que en términos formales se denominaba ‘disco de larga duración’ y comúnmente aceptábamos, tal como aparecían sus siglas o su denominación estampadas en él, como ‘long playing’ o, sencillamente, ‘lon-pléi’ y que, a partir de los sesenta, cuando comenzó a resultar pecaminoso emplear palabras americanas, pasó a tener una desabrida denominación derivada de la sigla LD, es decir, ‘ele-dé’ (algo similar le pasó al feeling cuando se le hizo la cirugía plástica que lo enmascaró bajo el término filin). El ‘extended’ giraba a la velocidad de 45 revoluciones por minuto, de manera que los cubanos nos referíamos a él como ‘un disco de 45’ mientras que el más pequeño y el más grande giraban a 33 revoluciones y nos referíamos a ellos, respectivamente, como ‘un disco pequeño’ o ‘un long-playing’.
Pues bien, queridos amigos: aquella imagen de mujer cantando a la luz de un farolito de la calle Infanta, me hizo soñar con un disco que sólo existió en mi imaginación particular, un disco que no estaría regido por las exigencias de mercado alguno, donde el repertorio de primera que -en honor a las leyes del contraste– ella había ido configurando posiblemente (son imaginaciones mías también) bajo la influencia de la programación radial que escuchaba en el transcurso de las horas de dedicación a las labores domésticas que le servían para ganarse la vida. Ese disco -pensaba yo– pasaría a ser el mejor testimonio de su paso por el arte.
Posiblemente esa necesidad de compartirlo todo para poder degustar mejor lo bueno (tan preciosamente resumida por Pablito[47] en una de sus canciones) sea uno de los rasgos que caracterizan a las personas que –al decir de los más grandes de entonces- tienen o no tienen feeling.
Me dediqué a arrastrar personas sensibles hacia los sitios donde se encontraba, siempre lista para abrir su voz poderosa y entonar su canto, quien una vez, respondiendo a mi curiosidad acerca del origen de su nombre, dijo llamarse Fredelina, Fredelina García (quizás por enmascarar ese Fredesvinda que luego aparece registrado en diversos escritos y que me encantaría comprobar si responde o no a su verdadera identidad). El asombro particular de cada una de las personas que guardó su imagen y –añadiéndole ingredientes a gusto– fabricó a su antojo, en los años por venir, una historia propia, ha convertido en una leyenda a quien en vida fuera Freddy, la cantante.
3.
Alguien me habló de un sitio en el edificio –también de Infanta y Humboldt– que está en diagonal con el Celeste. Era un bar cerrado, del tipo que llamaban ‘pullman’ y, en una o dos ocasiones me fui con amigos a buscarla donde siempre para que, cómodamente sentados y libres de molestar a alguien, la conocieran y le dieran ese aliento que todos necesitamos cuando estamos empezando y no sabemos todavía por dónde vamos a seguir andando, sobre todo en el caso del intérprete, dependiente de tantos factores externos para darse a conocer. Estábamos en 1960 -repito-y todavía esos sitios eran negocios particulares. Doris de la Torre había acabado de grabar su también único disco en solitario, donde me dio la alegría de incluir tres canciones mías. Debe haber sido al calor de ese episodio cuando le conté de Freddy a Pablo Cano, el gran guitarrista, quien había acompañado a la cantante en un arreglo insuperable de “En La Imaginación” concebido especialmente para esa grabación. Cuando nos quedamos solos después que Pablo la escuchó, me confió una idea que se le había ocurrido: hablar en el Casino del Hotel Habana Libre para que le dieran la oportunidad de cantar algo así mismo, sola, como ella cantaba siempre, desde un pequeño espacio escénico situado a un nivel alto al fondo de la barra, donde se presentaban algunos números musicales. A lo mejor pasaba algo. Ella estuvo de acuerdo, nos citamos los tres y, en un carro pequeño que tenía el músico –tal vez un VW o un Fiat de aquellos que llamábamos ‘cotorritas’– nos dirigimos al lugar. Claro, que fue trabajoso que ella pudiera ubicarse en escena. El ruido y el movimiento del casino hicieron pasar inadvertidos aquellos preparativos que, realizados con toda discreción, hicieron posible que, en un abrir y cerrar de ojos, nuestra heroína comenzara a hacer sonar su versión al español de “The Man I Love”. Era tal el estruendo que, en las primeras frases me sentí culpable de haberla puesto en semejante situación. La voz, sin embargo, cubrió el espacio enorme que ocupaban las mesas; el juego no se detuvo pero el ruido sí fue tragado por el más aparatoso e impresionante silencio. Salimos felices, esperanzados, pero nunca se produjo un llamado para darle a la cantante la oportunidad que ansiábamos. Valió la pena, sin embargo, esta experiencia irrepetible.
Quise que Bebo Valdés la escuchara. Yo veía en él a la persona que había dado los primeros impulsos a mis boleros en el disco donde se lanzó, en grande, a Fernando Álvarez como solista. Bebo, tan amable, accedió a conocerla y escucharla -sin que mediara petición alguna de que por ello fuera a conseguirle trabajo. Yo solía darme el gusto de aparecerme de vez en cuando en los ensayos previos a la actuación de la orquesta de este músico grande y querido, en el estudio de Radio Progreso donde se presentaban en actuaciones para el público. La noche antes, busqué a Freddy, le conté y me pidió que pasara a recogerla por su casa a una hora de la tarde en que nos daría tiempo a bajar por toda la calle 27 y llegar a la emisora en un abrir y cerrar de ojos. Aquí les traigo la foto de la casa, ubicada en la calle J Nº 564 en El Vedado[48], algo modificada hoy pero, básicamente, la misma, una de esas casas divididas para muchas familias aunque, en aquel momento, disponía de locales muy pequeños donde dormir por el precio de 30 o 40 centavos. Pensé que ella estaría esperándome a la entrada pero no ocurrió así; pregunté por ella y me dijeron: ‘suba y doble a la izquierda y al final toque’. Así lo hice. Era un piso amplio con divisiones de cartón tabla y no había ni un alma; sólo los ronquidos que me dieron a entender que nuestra amiga se había quedado dormida. La llamé y no me contestaba, me acerqué a la puerta de donde se sentía venir aquella señal, toqué y me salió, medio asustada, medio dormida, sin peinar. Casi la regañé pues el tiempo estaba más que justo, me pidió que la esperara y en un dos por tres la tenía parada delante de mí, fresca como una lechuga, igualita a la Freddy de por las noches. Bajamos rápido las escaleras, cruzamos y nos dirigimos como un par de bólidos por todo 27. Claro que no pasó nada. Mis recuerdos llegan hasta el susto de esa carrera. No sé si pudimos entrar, si Bebo la llegó a escuchar. La memoria es así. Creo que la impresión del episodio anterior me sacudió de tal manera que sólo atiné a hacerle el cuento a unos amigos, un par de seres de otro mundo con quienes me veía varias veces por semana. Ellos quisieron ir a escucharla y nos citamos para el pullman una de esas noches. Freddy cantó como nunca (que es como cantaba siempre). Mis amigos, que ya venían preparados para la emoción además de impresionados por la forma en que yo les había descrito la estrechez del sitio donde ella vivía, le ofrecieron albergue en el modesto apartamento de azotea que compartían no muy lejos de allí, en la zona alta de El Vedado, donde podría hacer uso del espacio a sus anchas, por más que tuviera que dormir en el sofá-cama de la sala. Allí no le iba a faltar el alimento, las buenas condiciones para el aseo y hasta dispondría de una pequeña ayuda económica todos los días; podría disponer de todo el tiempo necesario para crear relaciones y continuar su lucha por abrirse paso. Fue grande la insistencia y muy sincero el ofrecimiento que ella aceptó. No se me va a olvidar la tarde en que fuimos a buscarla a la calle J en el carrito de una amiga. Uno de sus anfitriones subió para ayudarla a cargar sus pertenencias. Cuando ambos bajaron, se nos hizo un nudo en el corazón. Todo lo material que poseía Freddy cabía en una cajita que llevó ella misma sobre sus piernas, mientras nos regalaba una sonrisa de lado a lado.
4.
La vi alejarse con su buena compañía y subir ligerísima las escaleras. Durante un buen tiempo permaneció en su nuevo hogar. Luego supe que estuvo albergada en otras casas de amigos y, un buen día, me enteré de que ya comenzaba a tener oportunidades, que figuraría en el show del cabaret Capri bajo la dirección artística de Anido, un prestigioso hombre de espectáculos. Para esa ocasión, mi amiga Ela O’ Farrill fue invitada a componer una pieza que le serviría como tema de presentación a la cantante. Tal como dije al comienzo de esta secuencia, la compositora acaba de darse uno de esos salticos a La Habana con que suele alegrarnos. La tarde que fui a verla para que nos diéramos el abrazo de hasta luego, le pedí que me contara con pelos y señales cómo vino al mundo la hermosa canción que hemos estado disfrutando en el disco grabado por Freddy así como, más recientemente, en la espléndida versión de Haila. Ela me cuenta que yo le había estado insistiendo para que cruzara cualquier nochecita al Celeste o a los alrededores en busca de la cantante y se diera gusto apreciando no sólo su timbre sino, a la vez, su musicalidad tan especial. Dice la amiga querida que ella se reía con mis amenazas de tirar una piedra desde la calle Humboldt apuntando a su ventana del 9º piso para obligarla a bajar.[49] El encuentro nunca se produjo. Eran tiempos en que ella actuaba en sitios de los alrededores y sus horarios coincidían con los de las improvisadas presentaciones de nuestra estrella naciente, así fuera frente por frente a la casa de la compositora. Pasó algún tiempo y estando ella en una descarga de amigos, Anido se encontraba presente y sacó a la conversación, a propósito del proyectado debut de Freddy en la pista del cabaret del Hotel Capri, su preocupación acerca del tratamiento escénico que requeriría esta cantante totalmente desconocida, a los efectos de satisfacer al público que frecuentaba este tipo de espectáculos.
Fotografía 10. En el noveno piso de este edificio vivía Ela O’ Farrill, compositora del tema “Freddy”.
En la reunión se encontraba también un norteamericano -según Anido, una especie de mánager del cabaret o del hotel- quien, en medio de la conversación y luego de haber escuchado algunas referencias acerca de la compositora, se le acercó y le propuso crear una canción basada en la historia (pudiéramos decir a esas alturas la ya naciente leyenda) de aquella mujer. Ela cuenta que, mientras escuchaba a Anido y a este ‘señor alto y delgado’, se acordaba de mi ocurrencia. Les dijo que lo pensaría. Esa noche, de regreso a casa después de su actuación, abrió la ventana de su cuarto y lo que por ella entró no fue mi piedrecita sino la idea completa, de principio a fin, de la bella canción que corrió a anotar, a pulir y perfilar hasta dejarla tal como nos ha llegado. Lo demás fue conocer a su heroína, enseñarle letra y música, darle la pieza -posiblemente a Rafael Somavilla, quien debe haber sido el director de la orquesta que acompañaba el show por aquel entonces– y luego a Humberto Suárez, arreglista y director musical del disco que, más tarde, se decidió grabar bajo el sello Puchito, quién sabe si pensando ya en el viaje próximo de la cantante a México, a juzgar por la inclusión en él de piezas como “Noche De Ronda”, de Agustín Lara, “Bésame Mucho”, de Consuelo Velázquez y “La Cita”, de Gabriel Ruiz, enmarcadas en un estilo que no tenía puntos de contacto con el repertorio habitual de la cantante, inclinado de lleno a la canción y el bolero cubanos relacionados con el feeling, así como a versiones de canciones norteamericanas.
Las fechas probables en que ocurre esta parte de la historia pueden investigarse consultando los periódicos y revistas de la época. Avanzaba el año 60. A partir de Agosto la vida musical se volvió agitada, interesante, extremadamente viva para quienes éramos tan jóvenes así como para quienes no lo eran. Mi tiempo se repartía entre algunas responsabilidades que acepté, mis colaboraciones escribiendo sobre espectáculos en el periódico Revolución, una moderada vida como intérprete y una atención creciente al reclamo de figuras que, como Doris de la Torre y Omara Portuondo, al iniciar por todo lo alto sus carreras discográficas, incluían en ellas versiones insuperables de canciones mías. Freddy no se quedó atrás y, para mi gloria, dejó registrada en la placa que conocemos como el único disco suyo de que tengamos noticias, ese “Tengo” que me permití utilizar aquí como ilustración el Domingo pasado.
A partir del mes de Agosto de 1960 la vida me regaló la oportunidad de iniciar y llevar hasta lo más hondo una amistad con el compositor Julio Gutiérrez. Al calor de nuestras labores en la recién creada Sociedad Cubana de Autores Musicales -él como Presidente y yo figurando, junto a Ignacio Piñeiro y Sergio Francia, entre los tres vicepresidentes de la entidad– el año 1961 puso mar por medio entre nosotros dos cuando el entrañable amigo marchó a México como director musical y arreglista de una producción de cabaret encabezada por el gran coreógrafo Rodney, en la cual Freddy figuraba como atracción. Debe haber sido a finales de Febrero o comienzos de Marzo de 1961 cuando alguien puso en mis manos una carta de Julio Gutiérrez, fechada el 19 de Febrero, que he conservado con verdadero celo. En ella se refiere al estreno exitoso de la producción, la noche anterior así como al proyecto suyo y de Freddy de incluir mi canción “Tú No Sospechas” ‘que a ella y a mí (sic) me gusta mucho’ en un nuevo Long Playing de la cantante que comenzaría a grabarse a la semana siguiente en aquella ciudad. Fue la última noticia que tuve acerca de ella. Si el disco se grabó, con qué sello pudo haber sido, si algunos fragmentos de la grabación yacen en un almacén de cintas magnetofónicas en México por no haber resultado interesantes para los discósofos de entonces, es un misterio. Julio no regresó a Cuba. He leído que Freddy pasó a Puerto Rico y los diccionarios dicen que murió el 31 de Julio de ese mismo año en San Juan.
La carta venía acompañada de un recorte de prensa con la propaganda del show a que hace referencia mi amigo. Yo lo despedacé en un arranque de rabia porque no pude soportar el carácter ofensivo con que se permitían anunciar a la cantante aludiendo a su peso corporal y no a su arte.
Un par de cosas para terminar: he estado repasando los comentarios recibidos en el transcurso de estos cuatro domingos y no acierto a localizar uno donde alguien se refiere al poder unificador que tiene la música cubana. Es curioso que algo casi exacto, casi con las mismas palabras, afirma Julio Gutiérrez en los primeros párrafos de esa carta que me ha hecho sentirlo vivo y cercano cada vez que he tenido el valor de releerla. Dicen que la casualidad no existe. Yo veo las coincidencias entre lo que afirman el lector y el compositor separadas por medio siglo y pienso eso mismo que ambos sostienen y añado aquello que Harold[50] no se cansaba de repetir y que lo explica todo: ‘la música es un misterio’.
Ha sido un regalo para mí encontrar, donde no lo esperaba, personas nacidas, crecidas o maduradas a lo largo de este medio siglo lleno de saltos mortales para nuestra memoria musical y sentirlas nadando en amor hacia quienes han protagonizado una historia que –a fin de cuentas– siempre saldrá a flote porque tiene como tierra firme y escenario único al alma cubana”.
A raíz de las reacciones que se publicaron en el portal web Cubadebate con ocasión de las crónicas de Marta Valdés sobre la Freddy, la connotada compositora y cantante agregó el siguiente comentario en el mismo medio habanero el 22 de Septiembre del 2010:
“Estimados amigos que han enviado comentarios:
Ojalá vean este mensaje. Les estoy muy agradecida por darme ánimo para seguir adelante y pido calma y lucidez ante un tema que la vida me dio el privilegio de poder guardar entre mis experiencias más sensibles y aleccionadoras. Les aseguro que no estoy añadiendo una pizca de fantasía. Si algo estoy poniendo de mi cosecha es la necesidad –imperiosa a mis años y en agradecimiento a haber sobrevivido y tener un espacio como éste dónde hacer el cuento– de sacar las cuentas como son. Fue muy poco lo que pudo hacer Freddy para hacer memoria porque casi inmediatamente de haber comenzado su vida profesional, se marchó y decidió seguir camino. Ni siquiera dio tiempo a olvidarla como ha pasado con artistas memorables que nos regalaron algo de sus vidas. El disco que grabó aquí para el sello Puchito, el único que conocemos, que con el tiempo ha sido quemado y re-quemado por todas partes del mundo y comercializado bajo sellos con denominaciones bastante pintorescas, no llegó a tener promoción ni campaña de venta sino que, prácticamente nació y al mismo tiempo se hizo historia. En la medida en que podamos, a partir de estos recuerdos que pongo a disposición de ustedes, trataremos de reconstruir la imagen real de esta mujer de carne y hueso que, si bien recibió los ramalazos de esa subestimación abierta o solapada que muchos tienen a mano para quien es mujer, negra o gorda o las tres cosas o hasta dos de ellas, tuvo la suerte de poder abrirse al mundo en tiempos de revolución, cuando ya a ningún portero le estaba permitido vedar la entrada a alguien por no ser blanco. Si interrumpo el curso de mi escrito del Domingo próximo para intercalar estas consideraciones, corremos todo el riesgo de perder el hilo o –lo que es peor– enredar la pita. Mil gracias de nuevo por prestarme su atención y deséenme suerte”.
Del tamaño de su voz.[51]
“Ella, la que cantaba boleros, nació algún día de 1935 en Cuba, en un pueblo pobrísimo de Camagüey llamado Céspedes. No sabemos cuántos hermanos tuvo, ni si los tuvo o quiénes fueron sus padres. Sabemos que era pobre, que era negra e inmensa, y que por 1948 se fue a La Habana a trabajar de cocinera. Fue entonces cuando Fredesvinda García se convirtió en la Freddy, la estrella del Bar Celeste, la que cantaba sin música.
Fredesvinda o Fredelina, como alguna vez se le escuchó presentarse, llegó a La Habana en plena Cuba de Batista. Del segundo Batista. Cuando la revolución económica en Cuba estabilizaba los intereses económicos de Estados Unidos a través del líder de la mafia Meyer Lansky. La Habana se había convertido entonces, con la venia de Batista, en el patio de juegos de la mafia: del tráfico de drogas, de los casinos, de los carros lujosos, de luchas entre capos, del alcohol sin límites. El paraíso de todos los excesos posibles. Para darse una idea basta ver El Padrino II. Era la Cuba de las vitrinas panorámicas en las tiendas de diseñadores famosos, de las vacaciones del jet set, de visitas frecuentes de Marlon Brando, Ava Gardner, y por supuesto, de Frank Sinatra. Era la Cuba donde abundaba la champaña y la langosta. Un nirvana absoluto para que a una muchacha del campo con pretensiones de cantante y atrapada en una belleza enorme e incomprendida, se le quitara el hipo y se le elevaran los sueños. La Cuba en la que los perfumes franceses Guerlain todavía leían en su etiqueta: Paris, New York, La Habana.
La versión más conocida –y manoseada– de la vida de la Freddy, si bien él mismo aclara que no es una biografía, fue el homenaje que le hiciera Guillermo Cabrera Infante en capítulos incisos de su novela ‘Tres Tristes Tigres’, con el nombre de ‘Ella cantaba boleros’. Por mucho tiempo se pensó que esa ‘Estrella Rodríguez’ que Cabrera Infante dibujaba, esa cantante negra y colosal de unos ciento cincuenta kilos que describió con tanta belleza, pero también con tanto desdén, era un personaje de ficción: ‘… Con un vaso en la mano, moviéndose al compás de la música, moviendo las caderas, todo su cuerpo, de una manera bella, no obscena pero sí sexual y bellamente, meneándose a ritmo, canturreando por entre los labios aporreados, sus labios gordos y morados, a ritmo, agitando el vaso a ritmo, rítmicamente, bellamente… el efecto total era de una belleza tan distinta, tan horrible, tan nueva…’ Luego el escritor admitió que los capítulos de ‘Ella cantaba boleros’ fueron un homenaje a la Freddy después de enterarse de su muerte, aunque siempre aclaró que el suyo era un retrato repleto de fábula.
Ella guisaba de día y cantaba de noche. Después de terminar su jornada como cocinera en casa de Arturo Bengoechea, presidente de la Asociación Cubana de Beisbol, la Freddy se bañaba, (según Cabrera Infante, la ‘Estrella’ era anfibia, no sólo porque parecía una ballena y era totalmente lampiña, si no porque siempre estaba mojada: o estaba bajo la ducha o estaba sudando), se vestía, y en la noche se iba al Bar Celeste, lugar de encuentro de bohemios y artistas que quedaba entre las calles Infanta y Humboldt. Se sentaba a fumar cigarrillos mentolados junto a la rockola y tomaba ron hasta la madrugada. No hablaba mucho, sólo fumaba y sentía. Un día alguien apagó la rockola y le pidió que cantara, seguramente ya la había visto fumar, bambolear al ritmo su cuerpo inflamado y tararear a media voz. Un guitarrista se ofreció como acompañamiento pero ella no quiso, dijo que la música la llevaba ella por dentro y para qué más. Así que cantó a cappella con su voz absoluta, y desde esa noche, todas las noches.
Cantaba como un volcán, pero también era capaz de una ternura infinita que conmovía hasta las lágrimas. Con un registro de contralto, su voz era tan profunda que llegaba a parecer de tenor, incluso de barítono. Freddy tenía que sortear a diario el escrutinio de combinar un físico fuera de todos los parámetros con la sorpresa de la duda de si tenía voz de hombre o de mujer. Poseía, manipulaba, paseaba con su voz que dibujaba un lamento profundo. Parecía que cantara con la vagina. Reinventaba la música con un sentido único en el que a veces su público tardaba en reconocer los boleros de siempre. Cabrera Infante diría: ‘Hacía tiempo que algo no me conmovía así y comencé a sonreírme en alta voz, porque acababa de reconocer la canción, a reírme, a soltar carcajadas porque era “Noche de ronda” y pensé, Agustín (Lara) no has inventado nada, no has compuesto nada, esta mujer está inventando tu canción ahora: ven mañana y recógela y cópiala y ponla a tu nombre de nuevo: “Noche de ronda” está naciendo esta noche’. A media luz, con los ojos cerrados, Freddy cantaba con esa voz grave, tristísima, como salida del centro de la tierra, que partía el corazón en dos. Alargaba las frases, las hacía infinitas. Cantaba y lloraba.
La Habana nocturna se fue pasando la voz. Ya algunos sabían que en la madrugada se apagaba la rockola y el Bar Celeste se convertía entonces en el templo de la Freddy. Cada vez más se llenaba de músicos, de conocedores, que a su vez traían a otros a iniciarse en el arte de este animal extraño, hermoso y descomunal, que cantaba como un saxo barítono. La voz de Freddy, por sí sola, constituía un ritual de apareamiento. Cantaba y cantaba por horas, siempre en penumbras, siempre llorando. Una noche, demasiado tarde, algún vecino se quejó por el ruido del bar y le pidieron que callara. Entonces cruzó la calle y siguió cantando bajo un farol.
Fue descubierta en toda su humanidad por el empresario Carlos Palma, que le dedicó una buena crítica y, poco tiempo después, ya estaba cantando en el cabaret del hotel Capri, aunque, muy a su pesar, con obligado acompañamiento orquestal. La revista Habanera Show en su número de Julio de 1959 titulaba: ‘Del servicio doméstico surge una bolerista que ha de ser célebre’ y seguía: ‘Nuestro nuevo descubrimiento ha de ser explosivo y sin pecar de aspaventeros, podemos anticipar que estamos presentando en Freddy García a una de las boleristas más notables de Cuba y quizá del mundo’.
Con Freddy no había términos medios, no podía haberlos. Se bañaba hasta cuatro veces al día y se regaba con frascos enteros de agua de colonia de la cabeza a los pies. Obsesionada con los olores, se moteaba tanto talco que luego se convertía en anillos blancos alrededor del cuello corto que sostenía la gran luna oscura que era su cara. Se dice que le gustaban las muñecas y que a pesar de su voz total, era de una ingenuidad desarmante. Le encantaba pasear y recorrer las vitrinas fascinada por las luces de las tiendas y los maniquíes con vestidos de moda.
Luego del Capri y otros cabarets como Las Vegas y el Tropicana, vino su debut televisivo en Jueves de Partagás, un programa de variedades en el que cantó con Benny Moré y Celia Cruz. Sentenciosa como en todo, afirmó que estaba tan feliz que después de esa noche, ya podía morirse.
Ya Freddy era una estrella, aunque nunca fue famosa. Su voz quedó para siempre en un disco de larga duración el único, grabado en 1960 en la placa de acetato número 552 del sello Discos Puchito, el mismo que ya había grabado a Celia Cruz, Merceditas Valdés, Celeste Mendoza, Bertha Dupuy y Olga Guillot. Fueron doce temas recopilados en el disco: “Noche y día, Freddy con la orquesta de Humberto Suárez” con arreglos demasiado predecibles, lo que no deja de ser paradójico, sabiendo que a ella le gustaba cantar a cappella, sin acompañamientos. Sobre esto, César Miguel Rondón, autor de ‘El Libro de la Salsa’, opina: ‘El timbre de Freddy no se parecía a nada, era un sonido fuera de serie, un fenómeno, literalmente hablando. Tratar de hacerle un arreglo a aquella voz de trueno, que no era de hombre ni de mujer, era como intentar meter un camión dentro de un pitillo. Esa grabación requería a lo sumo, unas maracas y un bongó. Esa voz reinventó “Noche de ronda”. No era una voz para el melómano convencional’.
Hay quienes aseguran que el director de las películas ‘Calle 54’, ‘La niña de tus ojos’ y ‘Belle Epoque’, el premiado cineasta español Fernando Trueba, contempló la idea de hacer una película sobre Freddy que sería protagonizada por la contralto venezolana Neiffe Peña. No suena descabellado considerando los evidentes gustos musicales del cineasta y su interés por la música cubana. Prueba de esto es que su última película, ‘El milagro de Candeal’, fuera protagonizada por el gran pianista cubano Bebo Valdés y que su película ‘Calle 54’, un gran éxito tanto de crítica como de reconocimientos internacionales, viera premiada su banda sonora como mejor álbum de jazz latino. Se sabe a raíz de estos comentarios que Neiffe Peña, ahora radicada en México, estuvo en Cuba investigando exhaustivamente sobre la vida de Freddy e incluso logró entrar en contacto con Grisel, única hija de Freddy de quien hasta ahora sólo existían presunciones.
Gracias a la recomendación y perspicacia de Mario Vargas Llosa y de Javier Marías, según el mismo Cabrera Infante escribiera en el prólogo, ‘Ella cantaba boleros’ fue editada como un libro en sí mismo en 1996. A raíz de su publicación en España se reeditaron, en otro disco, los únicos doce temas que Freddy grabó, no más, sólo doce. Gracias a ese disco, que hoy todavía es una rareza para conocedores, se comienza a reconocer su importancia musical. Valdría la pena el experimento de limpiarlo de los arreglos cocteleros de Humberto Suárez, que hacen que la banda de jazz compita con esa voz que no tenía igual, para dejar a Freddy tan desnuda y despojada como ella era.
Acerca de su interpretación de la canción “Freddy”, especialmente escrita para ella por Ela O’ Farrill la misma Freddy declaró para la Revista Élite en su visita a Venezuela en 1960: ‘Siempre que la canto en público no paro de llorar. Mi público dice que soy dramática en escena. Yo no entiendo esto. Lloro porque me emociono y porque siento temor. El disco mío tiene una fotografía en la que estoy llorando. Es un mal sin remedio’. La canción, casi una autobiografía, dice: ‘No era nada ni nadie y ahora dicen que soy una estrella, que me convertí en una de ellas, para brillar en la eterna noche’.
Luego de estallar la revolución cubana en 1959, uno de los acontecimientos más controversiales del siglo pasado en América Latina, comenzaron a recoger las rockolas de todos los bares que Freddy frecuentaba: las montaron en camiones con la excusa de un operativo y se las llevaron. Primero una, después otra, después otra. Las dos caras de La Habana de los sesenta comenzaron a enfrentarse de madrugada, cuando a la misma hora en que unos salían del cabaret, otros ya iban en camino a cortar caña de azúcar. El gobierno revolucionario ya había expropiado las empresas norteamericanas radicadas en Cuba y todas las grandes compañías cubanas hacia Octubre de 1960. También había confiscado o clausurado todos los medios de difusión para esa fecha. Empezó el racionamiento, y como ya no había posibilidad de adquirir cosméticos importados, las mujeres comenzaron a delinearse los ojos con témpera y las oficinistas a dibujarse una raya negra al dorso de las piernas para simular que llevaban medias de nylon. (…) Fue entonces cuando Freddy se fue de gira a México, Colombia y Venezuela con la compañía de variedades de Rodérico Neyra, un mulato enfermo de lepra que llevaba guantes blancos para disimular su deformidad. Rodney, como le decían, era de una homosexualidad afectada y cáustica y se hizo tremendamente famoso por su tino como descubridor de estrellas, pero, aún más, como coreógrafo del Tropicana. Muchas estrellas de la música cubana de esa época, incluyendo a Celia Cruz, no dudaban en agradecerle parte de su éxito.
Del paso de Freddy por Venezuela quedan pocos recuerdos. Se presentó en el ‘Pasapoga’, cabaret de moda en los años cincuenta y sesenta, ubicado en la avenida Urdaneta. Cantó en Venevisión y se sabe que todavía en el diario Últimas Noticias existe un extraordinario archivo fotográfico prácticamente inédito. En una de esas fotos, aparece una Freddy grandiosa y feliz con un lazo en la cabeza, abrazando a una muñeca. Algunas de las publicaciones de la época reseñan el fenómeno de su visita, como lo demuestra la Revista Élite: ‘Desde hace unas semanas Freddy estremece a los venezolanos con su estilo limpio, original, purísimo. En las pantallas de los televisores –donde cabe a duras penas– Freddy suele asomarse para cantar una ‘Noche de ronda’ como los ángeles... Por la noche, la pista del night club donde trabaja se llena con su cuerpo y el night club todo se llena de su voz redonda y sonora que no se parece a ninguna. Freddy es aplaudida una vez. Y otra. Y otra más. Entonces, nadie ve el tronco de mujerota: todos ven su voz, su pureza, la ternura de sus expresiones...’
Luego de Venezuela, su gira continuó por Colombia, México y Puerto Rico, donde el último día de Julio de 1961, en una fiesta en casa del músico cubano en el exilio Bobby Collazo, compositor de éxitos como “Tenía que ser así” y “La última noche que pasé contigo”, bebiendo, riendo, cantando entre amigos y conociendo la fama a los veintiséis años, Freddy sufrió un infarto, el segundo. Y allí murió.
Y desde entonces, muchas conjeturas se han tejido en torno a la Freddy: por su volumen, por su timbre profundo y su vida áspera, casi hasta el final. Muchas presunciones sobre si realmente hubiera llegado a ser famosa de no haberse ido tan temprano.
Todavía hay quien se pregunta de qué tamaño fue o pudo haber sido. Pues del único tamaño que realmente importa: del tamaño de su voz”.
El epílogo de esta historia no podía ser más desolador. Freddy murió en San Juan de Puerto Rico[52]. Algunos artistas y allegados a la gran cancionera al parecer hicieron una colecta para darle cristiana sepultura. Tal vez fue Mirta Silva, aquella formidable cantante y compositora puertorriqueña, quien encabezó ese gesto de solidaridad y dignidad humana. Esta situación particular de sus honras fúnebres, sus pocas letras, su negrura, el sentido dramático de la vida y un disco hecho para Puchito Records, emparentan a Freddy con el maestro Arsenio Rodríguez (el legendario artista negro, invidente y revolucionario, autor del antológico bolero “La Vida Es Un Sueño”), quien también hizo un solo álbum para ese sello discográfico cubano ya desaparecido.
Los restos mortales de ambos yacen en el exterior de Cuba sin haber alcanzado la gloria tardía y la honra merecida de regresar a su patria. En San Juan está la tumba de Freddy y en Nueva York la de Arsenio Rodríguez. La hija de Freddy en Cuba ha pedido con insistencia que le informen en qué lugar está la sepultura, según ha trascendido en medios de prensa. La hija de Arsenio Rodríguez –Regla María Travieso Montecino- quien se enteró de su deceso por la radio, no pudo estar en el entierro de su padre, y hasta hace poco aún esperaba que algún día los restos mortales del ‘Ciego Maravilloso’ regresaran a su lugar natal. También en este último y trágico asunto se parecen los destinos de estos dos grandes artistas isleños.
Muro de comentarios sobre la época en la que vivió Freddy
“Este disco fue el primero que al menos yo escuché producido por Álvarez Guedes de la firma Gema, es un disco difícil para una cantante, un reto desde la voz más grave hasta los agudos y la media voz.
Elena (Burke) estaba en plenitud de forma para transmitir aquella intención que fue el movimiento del feeling.
Hay una canción: “Qué infelicidad”, del maestro Meme Solís que junto a “Interludio” de César Portillo de la Luz, “Sin ir más lejos” de Marta Valdés y “Tú mi desengaño” de Pablo Milanés, forman un grupo de difíciles canciones disonantes en las cuales el intérprete ha de tener una tremenda musicalidad para pasar el examen; es increíble que siendo Cuba un país tropical haya tenido tantas cantantes con la tesitura de contralto, ejemplo: Freddy que para mí fue el monstruo, Doris de la Torre, Leonora Rega, con uno de los matices de contralto más bellos que he escuchado, Martha del dúo Las Cappellas; en realidad nuestro país para orgullo nuestro fue un caudal de grandes intérpretes.”
Gracias.
Janczeck.[53]
“Para Ana Gómez:
Ana, el bar del cuchillo (se refiere al Bar Celeste), sigue ahí, maltratadito, pero ahí. La última vez que lo vi fue en 1996, creo que se llama ‘Silvia’ o algo así. El cuchillo está formado por las calles Príncipe y Vapor. San Francisco le rompe la punta. Mirando desde la calle Infanta de frente tienes el barcito, a la derecha una farmacia que funcionó hasta el año 90 más o menos y, a la izquierda, un edificio en cuyos bajos hubo algún comercio que hoy hace las veces de vivienda.”
Saludos.
Juergen, desde Suiza.[54]
“Espero
que algún lector pueda dar datos sobre la tumba de Freddy para que
Omar Mederos.
“La extraordinaria voz de la Freddy ha cautivado a muchas personas; en la actualidad trabajo en radio y cuando se difunden las pocas interpretaciones de esta cantante el hechizo es total, es como el famoso cuento del ‘flautista que hechiza a sus ratones’….”
José S. H.
Caracas, Venezuela.
“Estoy interesado en todo acerca de esta cantante (Freddy); estoy preparando un guión para una película acerca de su vida y si saben la dirección exacta de su hija o cómo contactarla por favor enviármela o decirme. Gracias. Vivo en La Habana. Cuba.”
Antonio Santana.
“Hacia finales de la década de 1950, Freddy terminaba sus labores como cocinera en una mansión del Vedado e iba al bar ‘Celeste’ a cantar, a cappella, canciones y boleros con un estilo muy personal y profunda voz de contralto. A este bar acudían también músicos, arreglistas y cantantes, pues estaba muy cerca de la emisora Radio Progreso que, noche tras noche, presentaba programas en vivo, ante el público, de orquestas y cantantes de moda (Benny Moré, el Conjunto Sonora Matancera, la Orquesta Aragón), además de que varias firmas fonográficas utilizaban sus estudios para realizar sus grabaciones.
Así, Freddy se dio a conocer a la bohemia de la ciudad. En 1959 y por mediación de un periodista, el cabaret del hotel Capri la hizo debutar en su show y la dio a conocer al público, lo cual la convirtió en ‘la revelación del año’, tal y como la bautizó la prensa.”
En 1960, grabó el que sería su único disco de larga duración (“Noche y día”. LP Puchito 552) con dirección y arreglos orquestales de Humberto Suárez, y en el cual combina piezas sentimentales de autores cubanos y mexicanos, y estándares norteamericanos, como “The Man I Love”, de George Gershwin, y “Night and Day”, de Cole Porter, adaptados al ritmo del bolero con letra en español. Más tarde inició una gira por México, Venezuela y Puerto Rico, donde encontró la muerte en 1961.
A pesar de su meteórica trayectoria, Freddy aparece a menudo en compilaciones antológicas de música popular cubana y sus grabaciones han sido reeditadas en varias ocasiones en diversos países.
En ella se inspiró Guillermo Cabrera Infante para el personaje de ‘La Estrella’ en la novela ‘Tres tristes tigres’. Los capítulos en los cuales aparece ‘La Estrella’ fueron recogidos más tarde por Guillermo Cabrera Infante en un volumen titulado ‘Ella Cantaba Boleros’. (…) Su voz se sigue escuchando esporádicamente en la radio cubana, como un recuerdo de sus admiradores del Bar Celeste.” [55]
“Jesús Goris, figura clave en la industria disquera cubana en los años 50 y fundador del famoso sello Puchito, falleció el pasado miércoles 16 de Agosto (del año 2006), por complicaciones de un accidente con un joven que patinaba en el andén a la salida de su casa en Hialeah el año anterior. Tenía 85 años y desde 1961 vivía en el exilio en La Florida.
Bibliografía
Acosta Sánchez, Leonardo, “Música y Descolonización”, Fundación Editorial El Perro y La Rana, Caracas, Venezuela, 2006, Colección Armando Reverón, Serie Laberinto. Gobierno Bolivariano de Venezuela, Ministerio de la Cultura.
-----, “Raíces Del Jazz Latino, Un Siglo De Jazz En Cuba”, Editorial La Iguana Ciega, Barranquilla, Colombia, 2001.
-----, “Descarga Cubana: El Jazz En Cuba, 1900-1950”, Ediciones Unión, La Habana, Cuba, 2000. -----, “Descarga Número Dos, El Jazz En Cuba, 1950-2000”, Ediciones Unión, La Habana, 2002.
-----, “Elige Tú, Que Canto Yo”, Revista Revolución y Cultura, La Habana, Cuba, 1975.
-----, “Otra Visión De La Música Popular Cubana”, Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2004.
-----, “Los Inventores De Nuevos Ritmos: Mito y Realidad”. Publicado por la revista Salsa Cubana, Año 4, Número 13, La Habana, Cuba, 2000, páginas 10 a 12.
-----, “La Realidad Sobre la Descarga, el Mambo y el Gran Cachao.” Texto originalmente publicado en La Gaceta de Cuba, La Habana, No. 6. Noviembre-Diciembre, 1997. Este mismo trabajo fue reproducido en el portal web http://www.herencialatina.com, en la edición de Junio del 2007.
Ariel, Sigfredo, Liner notes del álbum “Locura De Mujer” (A Riot Of Women). Traducción al inglés de Finola Griffin y Belén González. Ediciones Cuba Soul, Madrid, 2000.
Bertorelli Párraga. Adriana. “Del Tamaño De Su Voz”. Revista Marcapasos. 23 de Marzo del 2010.
Cabrera Infante, Guillermo, “Tres Tristes Tigres”, editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, Tercera Edición, Abril del 2005.
Cino, Luis, “Freddy La Estrella”, http://www.cubanet.org - Diciembre, 23 del 2005.
Delannoy, Luc, “¡Caliente!, Una historia del jazz latino”, Editorial Fondo De Cultura Económica De México, Colección Popular, 598, México, Agosto del 2001.
Díaz Ayala, Cristóbal, “Cuando Salí De La Habana”, Fundación Musicalia, San Juan Puerto Rico.
-----, “La Marcha De Los Jíbaros”, Editorial Plaza Mayor, San Juan Puerto Rico, 1998.
-----, “Música Cubana, Del Areito A La Nueva Trova”, Tercera Edición, Ediciones Universal, Miami, Florida, 1993.
-----, “Enciclopedia Discográfica De La Música Cubana 1925 – 1960”, Florida International University. Miami 2002. Disponible en el sitio web: http://gislab.fiu.edu/smc/bibliografia.html.
-----, “San Juan-New York: Discografía de la Música Puertorriqueña 1900-1942”, Publicaciones Gaviota, San Juan de Puerto Rico, 2010.
Fuillerat A., Raúl, “El Misterioso Encanto de Freddy”, Habana Radio, La Voz Del Patrimonio Cubano, Sección Culturales/De Nuestros Artistas, 1° de Mayo del 2007. Giro, Radamés. “Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba”. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2009. Grijalba Ruiz, Jairo. “César Portillo de la Luz. El Feeling En Perspectiva”, entrevista realizada en el club ‘El Gato Tuerto’, ciudad de La Habana, Cuba, Viernes 12 de Febrero de 1999.
Romero, Enrique, “Ella Cantaba Boleros”, Gramática Rítmica 15. Rinconete, Sección Acordes. Centro Virtual Cervantes. Instituto Cervantes (España), Viernes 15 de Septiembre del 2006.
Suárez Hernández, Senén, “Fredesvinda García Valdés”, Reflexiones y Vivencias, Cubarte. La Habana, Cuba, 12 de Febrero del 2006.
Valdés, Marta, “Freddy La Cantante”, Cubadebate, El Cerro, 19 de Septiembre del 2010.
Véliz, Mariví, “Freddy Cantaba Boleros”, Diario de Centro América, Ciudad de Guatemala, Sección Arte & Cultura, 8 de Octubre del 2009.
Viera Trejo, Bernardo, “Freddy: Una Voz de 200 Kilos”, Revista Élite, Caracas, 22 de Octubre de 1960. Este artículo, fue reproducido por el portal web Código de Barra el Martes 24 de Julio del 2007. Fuentes de las fotografías.
Las fotografías incluidas en este artículo provienen de las siguientes fuentes:
Fotografías 1, 7 y 13. Tomadas del trabajo discográfico “Locura De Mujer” (A Riot Of Women). Ediciones Cuba Soul, Madrid, 2000, con Liner notes de Sigfredo Ariel. Este disco se publicó en el año 2000. La restauración digital de estas tres fotografías estuvo a cargo de Marco Varela Junior, con base en mi archivo.
Fotografía 2. Tomada de EcuRed, edición del 28 de Noviembre del 2011.
Fotografías 3, 4, 8, 9, 10 y 11. Tomadas del portal web Cubadebate, edición del 19 de Septiembre del 2010.
Fotografías 5 y 6. Tomadas del portal web Código de Barra, edición del 24 de Julio del 2007.
Fotografías 14 y 15. Tomadas del Diario de Cuba, edición del 30 de Marzo del 2011.
Fotografías 12, 18, 19 y 21. Tomadas de la revista La Jiribilla de La Habana, Cuba.
Fotografías 16 y 17. Archivo personal de Jairo Grijalba Ruiz.
Fotografía 20. Tomada del portal web Penúltimos Días, edición del 3 de Marzo del 2008.
Fotografías 22 y 23. Tomadas del portal web ‘El Archivo de Connie’.
Nota sobre el autor
Jairo Grijalba Ruiz, nació en Popayán, Colombia, el 14 de Noviembre de 1962, es antropólogo graduado en la Universidad del Cauca, periodista cultural, historiador musical y melómano. Entre los años 1978 a 1992 y 1999 a 2010 estuvo dedicado a la radio, como director y presentador de varios espacios musicales especializados en jazz, blues y música latina. Durante el año 2009 produjo y presentó su propio programa de televisión, “La hora del jazz”. Ha escrito una serie de artículos sobre música popular publicados en prestigiosas revistas de su país y del exterior. Igualmente a lo largo de varias décadas ha estado ligado a diversos procesos de difusión y desarrollo del jazz en Colombia. Ejerció la cátedra universitaria en instituciones educativas de su ciudad natal entre los años 1994 y 2005. En el año 2011 escribió el libro “Biografía del gran músico colombiano Edy Martínez”. Actualmente prepara el libro “La música de Arsenio Rodríguez. Perspectiva cultural e histórica.”
Derechos Reservados de Autor
Herencia Latina |
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||