Linda: ¿La de Daniel?

Por Israel Torres Penchi

 

 

    ¿Quién se atreve a llamarla “Linda, la de Daniel” después de escucharla decir que si él está en el cielo, al morir ella prefiere quemarse eternamente en el fuego del infierno?

Pero, ¿quién no se arriesga a decir “Linda, la de Daniel” después de verle brotar dos lagrimones al tiempo de contestar si lo quiso: “Sí... yo creo que él fue el hombre de mi vida”?

 Linda, la de la canción, de quien al preguntarle a Daniel, siempre contestaba: “Yo no sé. Se fue”. Linda, la que en otra canción apareció confinada en un convento, “donde se cortó su pelo y entregó su alma a Dios”.

 

Para los que se quedaron con la curiosidad de saber a dónde se fue Linda, y si de verdad se metió a monja, ésta es la historia: "Se vivían los finales de la década de 1930. Linda contaba sólo 14 años y Daniel le llevaba 10. Marcano, el del cuarteto, tenía un estudio de fotografía en la 5ta Avenida entre las calles 111 y 112. Allí se reunían Daniel Santos, que era la estrella número uno del momento, Bobby Capó, Mirta Silva, Johnny Rodríguez y otros artistas. Linda iba por allí en bicicleta y Daniel empezó a enamorarla. También se veían en una barra que había en el 105 de la calle 102, donde se vendía pitorro, y Daniel se metía allí a darse el trago".
 “Como al año siete meses me llevó a un hotelito en la 51 y Broadway —el Albin Hotel— donde vivían muchos artistas. Me llevó ahí con engaños; yo era una nena y como estaba enamorada... y a la semana me dejó botá y sin comer y sin na’. Entonces volví con mi mamá”.

 

Aquella experiencia marcó el inicio de una relación de amorodio que duraría largo más de un cuarto de siglo.
 “Me dejó botá, pero eso fue la primera vez. Después era yo la que lo dejaba botao a él. Por eso la rebeldía; yo tenía coraje con él por eso que me hizo”.
El mito desfigura lo real y le puede dar apariencia de más valioso y atractivo. La historia de Daniel Santos está escrita en masculino, y el mito se monta sobre los sentires maltratados de cientos de mujeres. Linda se encarga de poner en perspectiva ese mito. Y ella sabe lo que dice.
 “Nadie conoce a Daniel como lo conozco yo. Yo soy su obra maestra. El me formó de todas formas”.   ¿Cómo? 

 

“Él me enseñó...”
Pero hay cosas de esa relación de las que ella prefiere no hablar. Y resumió las enseñanzas de Daniel con una escueta generalización: “Me enseñó toda su maldad... Él de lo bueno no sabía nada”.

Foto artística de Linda

A pesar de su autoimpuesto silencio, una cicatriz larga y ancha en el centro del pecho habla por ella. Se la dejó de recuerdos una prostituta a la que Daniel quizo poner celosa en un cabaret de Chicago. Otros recuerdos también hablan en su defecto.
 “En el escenario en Venezuela, en 1957, una vez que me fue a ver, yo en escena empezó a pelear conmigo y me gritó puta. Y se me fue para encima y yo le tiré una silla en los pies y él se cayó, y se levantó y yo le seguía tirando sillas en los pies y él se volvía a caer.... hasta que nos botaron de ahí a los dos.
 “Y en Lima, yo estaba haciendo un número de fuego y él estaba peleando conmigo y se quemó la cortina del teatro”.

Después de que Daniel dejó botada a Linda en el Albin Hotel, pasaron varios años sin verlo.   “Un día yo estaba contratada en Puerto Rico —yo era bailarina desde los 15 años; bailaba rumba y otros ritmos— en un lugar que se llamaba el Esquife Club en Villa Palmeras. ¿Y quién va ahí a verme? ¡Daniel Santos! Y empezó a hablar conmigo y ahí enganchamos otra vez”, relata Linda.

    “Ahí seguimos y vinimos a Nueva York. Pero tuvimos una pelea —lo de nosotros era pelear siempre— y me fui a Chicago... Allá me siguió Daniel. Y allá siguió con las peleas... Una noche nos estábamos presentando los dos en un club y él quería que yo me fuera para seguir con sus mujeres. Entonces me tiró un ‘pie’ (pastel) en la cara y se fue para el hotel. Cuando yo llegué, me había roto toda mi ropa. Al cabo rato estoy durmiendo y oigo una voz que decía: ‘Puuutaaa, puuutaaa, hija ’e la gran puta... te voy a matar’. Esa historia me da pena porque después vino con un paquetito de billetes y me dijo: ‘Mira mami, lo que traigo. Toma para que te compres ropa’ ”. Para, a renglón seguido, hacerle promesas imposibles. “Me dijo: ‘No te apures, que me voy a portar bien; yo no te hago esto más’.

    “Ese hombre como que me dominaba. Pero no quería que yo bailara y formábamos esas guerras... pero yo seguía bailando.
“Regresamos a Nueva York y cogimos un cuartito en la 70 y Broadway. Allí estuvimos como tres meses. Pero empezó otra vez con las mismas. Entonces Max Pérez me consiguió un trabajo en Normandía, en Francia, bailando para las tropas. Bailé allí como tres días, pero me gustó París y me quedé un año. Allí trabajé bailando rumba, que estaba de moda, y afro.
 “Entonces, cuando regresé de Francia en el 60, un amigo mío homosexual me llamó para decirme que Daniel grabó una canción bella, que se llama Linda. ‘Ese disco va a acabar, va a acabar...’ ”

La grabación que desataría lloriqueos a través de toda América —de norte a sur— entre millones de hombres a quienes se les ha ido un amor, se  hizo en una casa disquera pequeña en la avenida Lexington, entre la 115 y 116.
Esa canción se la compuso Pedro Flores a una mujer dominicana que él tuvo aquí en Nueva York que se llamaba Linda. El gran compositor boricua ponía todas sus canciones en un libro musical y Daniel las hojeaba para ver cuáles iba a grabar. Linda nunca le interesó a nadie. Dejemos que sea la protagonista de esta historia quien termine el relato.

“Una vez estábamos en el parque y él me dijo: ‘Mira mami, hay una canción que se llama Linda y te la voy a cantar a ti’. Después, cuando yo estaba en Francia, dondequiera que él se presentaba le preguntaban: ‘Daniel, ¿y Linda?’. Y él contestaba: ‘Yo no sé. Se fue’, y así fue que empezó la canción cuando la grabó”.

¿Saben por qué Linda nunca le dió méritos a esa canción?
“Hay una parte que dice: ‘Sabrá Dios cuántos le estarán pintando ahora, pajaritos en el aire’. Me estaba poniendo como estúpida, como si cualquiera me podía levantar con un cuentito”.

Pero lo que más indigna a Linda es un artículo en el periódico El Nuevo Día de Puerto Rico, donde Daniel dijo que ella había puteao desde California hasta Chicago.
“También dijo que cuando hacíamos sexo, que a mí me gustaba que me pegaran. ¡Y era a él que le gustaba! No sólo eso: le gustaba hacer el número tres”. (Dejamos al lector el entendimiento de esta afirmación, por honor al buen gusto, en la creencia de que conoce la rica variedad del acto sexual).

“Daniel Santos se enamoró mucho de mí porque yo le daba la guerra. Eso a él le gustaba. Yo no supe eso (el gozo obtenido del dolor) hasta después. Daniel (también) era un sádico, y yo era una nena atrevida; por eso fue que se enamoró de mí”.

Los años pasaban entre peleas y reconciliaciones, a cuyos intervalos, ella seguía su rumbo. Daniel la llamaba de vez en cuando, quizá con la secreta esperenza de que Linda rindiera su libertad de obrar de una manera u otra, de que se subordinara. Pero Linda estaba hecha de presentes, como Julia de Burgos, y Daniel se quedó esperando.

Hace unos 20 años, él se estaba presentando en un teatro latino en Broadway y ella fue a verlo. “Después me llevó a una barra de ésas que había que tenerle miedo. A él le gustaban esos bayús. Yo no quería, pero fuimos y allí todo el mundo saludándolo —la gente era loca con él, eso sí; ‘maybe’ a mí me gustaba eso— y empezó a beber, y yo le dije ‘me voy a tomar éste, pero no quiero más, vámonos’, pero se quiso quedar y yo le dije ‘espérame, que voy a la tienda, vengo ahora’ y todavía me está esperando”.

Ya no. La espera del “Inquieto Anacobero” por Linda terminó hace unos tres años con su muerte.
“Cuando me dijeron: ‘Linda, ¿tú sabes quién se murió? ¡Daniel!’, yo dije: ‘Pues que se joda’ ”. Pero empezó a sentirse enferma y la llevaron al hospital, donde despertó una semana más tarde.
“Mucha gente dice que era Daniel que me quería llevar, pero qué va, yo no creo en eso. Pero me trabaja... Mira, ahora mismo no me siento bien. ¿Quieres que te diga una cosa? Si me van a dar la gloria junto con Daniel, yo me voy al infierno”.
Para luego contradecirse cuando le preguntamos que si lo quiso.
“Parece que lo quise siempre. Todavía yo lo insulto, muerto como está, pero después me acuerdo de ciertas cosas y me da sentimiento. Pero no sé si lo quise. Sí... yo creo que lo quise. Yo creo que él fue el hombre de mi vida... y yo sé que yo fui su mujer”.

¿Linda, la de Daniel? A su criterio queda.

Tomado de:
http://home.coqui.net/ciales15/linda.html

Edición Diciembre 2005 - Enero de 2006.

Herencia Latina