|
|||||
El Alquimista de Sones
Por Josean Ramos Tomado del periódico El Nuevo Día San Juan Puerto Rico Siendo todavía un niño, el que sería virtuoso tresista, cantante y compositor, Mario Hernández, esperaba que su tío se fuera a trabajar para agarrar su guitarra, afinarla como él lo hacía, y sacarle algunos acordes que recordaba haber escuchado en las bohemias del barrio Sabana Abajo de Río Piedras. Al tío le extrañaba encontrar su guitarra bien afinadita, porque él siempre le soltaba las cuerdas antes de guardarla en su estuche. Hasta que un día, para sorpresa suya, encontró a Mario tocando guitarra en una parranda improvisada por el barrio y ahí se disiparon sus dudas. Ése, sin embargo, no fue el primer instrumento que tocó ni el que más le apasionó. Ya había experimentado con el bongó, pero su sonido no lo llenaba, así que cambió al bajo. Aunque le gustaba tocarlo, el único que tenía disponible era muy grande e incómodo y optó por la guitarra, que le agradó un poco más. También había incursionado ya como cantante en el programa “Tarima del arte” de Quiñónez Vidal, donde cantó dos números y ganó esa noche los máximos honores, más allá de la recordada “pesetita voladora”. Ya después quedó impactado con un sonido singular que escuchó por la emisora radial WKAQ, que no era de bajo ni guitarra ni cuatro ni mandolina, sino algo distinto a lo que conocía. Era el tres, instrumento nacional cubano que tocaba aquí “Piliche” con el Sexteto Puerto Rico de Leocadio Vizcarrondo, cuyo sonido lo cautivó al instante. Y con él quedaría prendado y marcado para siempre, hasta convertirse en uno de sus máximos intérpretes y difusores. “Tan pronto escuché el tres, no sé cómo lo hice, cogí la guitarrita vieja y chiquita de mi tío, le quité todas las cuerdas, peleé con él y se las puse de otra manera, siguiendo el sonido que había escuchado en la radio”, recuerda Mario. Y esa novedosa afinación de tres en una guitarra le permitió practicar los primeros acordes del instrumento que en adelante marcaría su rumbo musical. A los catorce retomó el instrumento en serio y, fascinado, se dio en tocarlo a todas horas, al extremo de buscarse líos con su mamá, que le pedía consideración con los vecinos, cuando ensayaba pasada la medianoche. Al año ya era un músico profesional del Conjunto Libertad, donde tocaba el tres y le hacía segunda voz a Ignacio Caraballo, “algo de locos”, según le decía Tito Puente por lo difícil que resultaba tal combinación, de tocar un instrumento melódico y cantar a la vez. Con esa agrupación se dio a conocer en el ambiente artístico, amenizando bailes en hoteles, fiestas patronales y privadas, bodas, y en toda celebración importante del momento. Pero en 1950, buscando un grupo más fuerte y que sonara mejor, fundó “Los Diablos del Caribe”, una orquesta de nueve músicos que se quedó con el mercado, interpretando sus grandes éxitos: “Si tú supieras” (su primera composición), “Mi único amor”, “Pica mi gallo”, “Enamorado”, y muchos otros en ritmo de bolero, guaracha, montuno, bolero son, danza o danzones, entre tantos más. Su primer disco “A bailar y gozar con Mario Hernández y sus Diablos del Caribe” causó revuelo entre los melómanos, sobre todo, por la claridad en la ejecución del tres, que distinguía a Mario entre los demás tresistas. La orquesta se mantuvo tocando con éxito en Puerto Rico hasta 1956, cuando Mario e Ignacio se fueron para Nueva York y allá la reagruparon con nuevos músicos caribeños, reforzando los metales con una tercera trompeta que le abría nuevas posibilidades interpretativas. Su primera presentación fue en el exclusivo Manhattan Center, donde los nuevos Diablos del Caribe marcaron la pauta a seguir para el pleno deleite de los más exigentes bailadores latinos. Buscando ampliar su oferta musical afín con los altibajos del mercado, poco después fundó su famoso Sexteto Borinquen, que dejaría profundas huellas en la historia de la música nuestra. Aunque estableció su residencia en la Gran Manzana durante las siguientes tres décadas, Mario viajaba con frecuencia a la Isla, armaba su versión de Los Diablos del Caribe aquí y se presentaba en múltiples escenarios, alternando y acompañando a los mejores músicos e intérpretes de la época. Un día lo mandó a buscar el dueño del memorable salón de baile El Palladium, Max Himman, y en adelante Los Diablos del Caribe tocaron en el prestigioso escenario neoyorquino hasta su clausura, lo que le permitió alternar a menudo con los tres “monstruos” del momento: Tito Rodríguez, Frank Grillo “Machito”, y Tito Puente. Para esa época, también acompañó a La Lupe, Tongolele, Resortes, María Luisa Landín, Panchito Riset, Davilita, y a Daniel Santos con La Sonora Matancera en Cuba. Uno de sus momentos inolvidables en Nueva York fue cuando visitó el Park Palace, y a petición del público tocó un par de piezas con Luis Cruz y su grupo Alfarona X, que le permitió conocer a uno de los grandes músicos de todos los tiempos, Arsenio Rodríguez “El Cieguito Maravilloso”. “El primer número que toqué esa noche era un bolero y Arsenio lo escuchó, pero no dijo nada; cuando toqué el segundo, una guarachita, parece que tenía la oreja ‘pará’, porque le impresionó un solo de tres que hice y me mandó a buscar”, rememora. “Me preguntó si era, blanco, negro o mulato y quién me había enseñado a tocar el tres con ese estilo tan peculiar. Le dije que había aprendido solo y me regaló una sortija que al otro día me robó mi compadre”, revela. A partir de entonces, se desarrolló una estrecha amistad que lo llevó a tocar tres meses en El Tropicana con el maestro tresista y virtuoso compositor cubano, autor del clásico “La vida es un sueño”, quien lo llegó a considerar el mejor tresista que había conocido, recuerda Mario. También recuerda que la primera vez que cantó Ismael Rivera con una orquesta, fue a los 14 años con Los Diablos del Caribe, cuando tocaban en un club nocturno de la Avenida Borinquen y se apareció allí. Según relata, Maelo le pidió que le tocara un numerito para él sonear y Mario lo complació, sin sospechar el nivel de clave y saoco que tenía aquel muchachito de la Calle Calma, el hijo de doña Margot. Mario no imaginaba entonces que años después, cuando Maelo ya se había consagrado como “El Sonero Mayor”, él tocaría el solo de tres en uno de sus más difundidos temas, “Las caras lindas” de don Tite Curet Alonso, y en otras canciones que grabaría con Los Cachimbos en 1972. Sucedió que la casa disquera estaba buscando un tresista para ciertos números y Maelo le dijo a Jerry Masucci que si no era con Mario Hernández, él no grababa. De manera que ante la insistencia del Sonero Mayor, mandaron a buscarlo a Puerto Rico para hacer el dúo del tres con la voz de Ismael, cantándole a las caras lindas de su gente negra. Entre las 114 canciones que recuerda le han grabado en más de medio siglo de actividad artística, figuran una docena a cargo del veterano salsero Johnny Pacheco, seis de su admirador Oscar D’León y las demás, con Rafael Cortijo, Celia Cruz, Pete “El Conde” Rodríguez, Johnny Albino y muchos otros pilares de la música caribeña. Hoy, a sus 84 años, activo en todas las facetas de su vida, sobre todo, en su gloriosa carrera musical que sigue cultivando con el Sexteto Borinquen, Mario Hernández camina por las calles de Río Piedras con su tres en mano, agradecido del cariño y respeto que a diario le devuelve su pueblo. Tan así, que su respuesta lo confirma, al advertirle que dejó abierto el cristal de su auto estacionado frente a la Plaza de la Convalescencia: “No hay problema, todos aquí saben que ése es el carro de Mario Hernández”. Derechos Reservados de Autor Herencia Latina
|
|||||
|