Mamá Africa De África para el mundo
Por Jon Pareles / El
autor es crítico de música de The New York
Times.
Es difícil para cualquier artista ser la voz de su nación y hablarle al mundo entero. Ser la voz de todo un continente tiene que ser exponencialmente más difícil. Pero la cantante sudafricana Miriam Makeba aceptó con voluntad y fuerza ambas encomiendas. A pesar de que alegó durante toda su vida que no era una cantante política, se convirtió en “Mama Africa” con la tenacidad de una activista y el oído de un músico. Murió hace una semana en Italia, a los 76 años, luego de un concierto. Tratando a sus oyentes como una comunidad global, Makeba cantaba en el idioma que eligiese, desde su propio xhosa hasta el swahili -la lingua franca del este africano-, desde el portugués al hebreo. También asumía posiciones políticas, en contra del apartheid sudafricano y del racismo en general, hasta el punto de poner en peligro su carrera cuando se casó con el defensor del “poder negro” Stokely Carmichael a fines de los 60 (se divorciaron a mediados de los 70). Aun durante tres décadas como exiliada y expatriada -el gobierno sudafricano revocó su pasaporte en 1960- siempre dejó claro que Sudáfrica era su hogar y su base artística.
Su voz, o mejor dicho, sus voces, eran irrefrenables. Siempre cosmopolita, Makeba conocía tantanto la música de Billie Holiday como sus viejas melodías xhosa como “The Click Song”, con sus sílabas percusivas, que se convirtió en uno de sus éxitos mundiales. Podía sonar ligera, cadenciosa y juvenil; podía sonar coqueta, “bluesy” o simplemente exuberante. Su voz también tenía una capa más cruda, más aguda: el tono de las canciones de las viejas aldeas y de las invocaciones a los espíritus, las tradiciones que le pertenecían desde su nacimiento -canciones que revisitó en su disco de 1988, “Sangoma” (Warner Brothers). Su enorme repertorio no incluía canciones estridentes de protesta, pero en sus nanas y temas de amor, en sus canciones festivas y sus llamados de unidad había un deseo de supervivencia invencible: una tenacidad jubilosa que podía traducirse de dos maneras, como memoria cultural profunda y como gesto inmediato de desafío. Makeba tiene que haber sido una aparición exótica en los años 60, festiva y ya con estatus de estrella en Sudáfrica, conquistando Europa y luego llegando a los Estados Unidos de la mano de Harry Belafonte. Valientemente, ya había cantado en un documental contra el apartheid, “Come Back, Africa”.
Varios videos de 1966 en YouTube muestran a Makeba, sus músicos en chaqueta y corbata, cantando en un elegante vestido largo con un patrón de piel de leopardo. Su música era diferente pero no inaccesible, especialmente con el carisma que ella tenía para presentarla. Antes de que nadie utilizara el término “world music” ella estaba creando ese estilo, haciendo de su herencia algo portátil pero preservando su esencia. Nunca fue una purista, pero siempre estuvo orgullosa de sus raíces. Makeba llegó a los Estados Unidos durante la época de las luchas por los derechos civiles y cantó en las marchas del reverendo Martin Luther King. Recordatorio visible de que la discriminación no ocurría sólo en los Estados Unidos, denunció el apartheid en un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1963. Es imposible saber qué estaba pensando cuando cantó en 1967 su famoso “Pata Pata” con pedacitos de narración en inglés -“‘Pata Pata’ es el nombre del baile que hacemos en Johannesburgo”, decía parte de la canción- a sabiendas que no podría volver a Johannesburgo hasta que hubiese un cambio de régimen. Makeba no tuvo la carrera usual de una cantante pop, pendiente de sus hits, de las tendencias y los mercados. Siguió, en cambio, los dictados de su conciencia y de la historia, convirtiéndose en un símbolo de integridad y de africanía. A lo largo de una carrera de cinco décadas, hasta su disco final, “Reflections”, de 2004 y en los conciertos, hasta el día de su muerte, cantó con una voz indiscutiblemente africana, una voz indiscutiblemente valerosa.
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