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Helio Orovio: todo por la música Por. PEDRO DE LA HOZ
La muerte de Helio, víctima de una tumoración maligna, impactó ayer a la comunidad musical cubana, donde se le respetaba por sus conocimientos y, sobre todo, por la fidelidad con que se entregó al estudio y promoción de los valores populares. Particularmente la pérdida fue sentida en Santiago de las Vegas, donde nació y nunca dejó de vivir el musicólogo. Y donde recibirá sepultura este martes a las 10:00 a.m. en la necrópolis local.
Del Diccionario¼ , la imprenta de la Duke University, en Estados Unidos, publicó en el 2003 una versión para el público angloparlante, bajo el título Cuban music from A to Z, calificado por la revista Billboard como "compendio imprescindible para comprender cuál es la real dimensión de esa pequeña isla en el continente de la música". Durante los noventa, la editorial de la Universidad de Oriente publicó una serie de separatas sobre los diversos géneros musicales cubanos. Particularmente valiosa resultó aquella donde analiza el danzón, el mambo y el cha cha chá, por el rigor con que testimonia el enlace de esas tres especies.
En esa misma década, Helio dio a conocer la excelente antología 300 boleros de oro —una sensación no solo para los lectores cubanos, sino para venezolanos y mexicanos, dominicanos y panameños, en cuyos países circuló profusamente el libro—y El bolero latino, una monografía dedicada al género. Más allá del ámbito musicográfico, el ensayo El carnaval habanero (2005), demostró la inquietud de un autor por fijar los trazos de una identidad.
Con la televisión tuvo una relación entrañable aunque por momentos controvertida. "No siempre como asesor pude desarrollarme a plenitud; es un medio muy difícil", dijo en una entrevista donde admitió haberse sentido realizado, al fin, con la banda sonora de la telenovela Al compás del son, de Rolando Chiang. Muchos lo recordarán respondiendo curiosidades musicales en 9550 hasta ganar el boleto a Moscú.
Helio también fue músico: ejerció la percusión en los conjuntos Casablanca, Habana Jazz, Zombie y Jóvenes del Cayo (allí sustituyó nada menos que a Tata Güines). "Un músico —como dijo alguna vez— infectado por el virus de la poesía". Dentro de esa expresión literaria entregó los poemarios Este amor (1964), Contra la luna (1970), El huracán y la palma (1980) y La cuerda entre los dedos (1991), en los que figuran textos sumamente apreciables en la corriente conversacional, como el antológico "La P de Pilar".
Pero en la defensa apasionada de la música cubana estuvo su fortaleza. No solo en sus escritos sino también en la sabiduría que trasladó a cada uno de sus contertulios de El Hurón Azul, en la UNEAC, su sitio preferido en las tardes.
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