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Esa pasión fría que venía del almaObsesivo, huraño y autodestructivo, el gran pianista Bill Evans tocaba para sobrevivir a sí mismo. Si la música lo era todo para él, todo lo demás le estorbaba.
Por José María García Martínez / El País (Madrid) El 12 de diciembre de 1979, Bill Evans (Plainfield, 16 de agosto de 1929-Nueva York, 15 de septiembre de 1980) tocó por primera y última vez en Madrid, en un recóndito sótano convertido en club de jazz del nada jazzístico barrio de Salamanca. Peter Pettinger, en su biografía del músico de reciente aparición (‘Vida y música de Bill Evans’, editorial Global Rhythm), recuerda “aquella actuación sobria” editada en disco (‘Live at Balboa Jazz Club’) que “hizo las delicias del centenar de personas que abarrotaban el pequeño club”. Para entonces, la costumbre del pianista de tocar con la cabeza gacha le había conducido a, casi, rozar con la frente las teclas del instrumento. A su figura extravagante y descoyuntada se unía ahora la terrible hinchazón de sus manos, producto de una hepatitis crónica agravada por el consumo de drogas. Algo que, asombrosamente, no parecía afectar su capacidad musical. En su paso fugaz por el Balboa Jazz Club, el pianista apenas cruzó palabra con nadie que no fueran sus dos acompañantes. Mucho menos se paró a presentar los temas a la audiencia. Su aspecto era el de un ser apesadumbrado, triste, solitario. Hoy sabemos que pesaba en su ánimo el reciente suicidio de su hermano, Harry, profesor de piano, alcohólico, a quien le unía una relación un tanto enfermiza. Evans vivía sus años más oscuros entregado a un lento e inapelable suicidio a plazos: “Quienes acudían a sus conciertos eran conscientes de que cualquier noche podía ser la última”, escribe Pettinger. Devorado por sus fantasmas familiares y personales, Evans tocaba para sobrevivir a sí mismo. Si la música lo era todo para él, todo lo demás le estorbaba; y, más que ninguna otra cosa, su propio público. No extraña que su mejor consejero musical fuera un psiquiatra.
A Bill Evans se le define en ‘Vida y música...’ como un ser obsesivo, fóbico, retraído, arisco, introvertido, huraño, inseguro y autodestructivo. En su carrera, pasó de ser un músico clásico que interpretaba jazz -era un experto intérprete de Liszt, Chopin, Milhaud, Rachmaninov, Robert Schumann, Debussy, Ravel...- a estar considerado como un insustancial “pianista de salón” -acusación que se mantuvo constante hasta bien entrados los años sesenta- y como uno de los dos pianistas más influyentes del jazz contemporáneo, junto a Thelonious Monk, a partir de su descubrimiento por las nuevas generaciones de aficionados. El último romántico del jazz luchó a brazo partido por mantener sus señas de identidad: esa “pasión fría” que partía de un sonido y un tiempo únicos e intransferibles: “Me saca de quicio que la gente quiera analizar el jazz como si fuera un teorema intelectual. No lo es. Es sentimiento”, dijo una vez. En abril de 1958, Miles Davis le llamó para integrarlo en su quinteto, con el que Evans grabó el, para muchos, mejor disco de la historia del jazz, ‘Kind of Blue’. El pianista, cuya participación definió la línea musical del conjunto en su nueva etapa, tuvo contra sí a la mayoría de los seguidores de Davis de raza negra; incluso, algunos de los miembros del quinteto -el caso del saxofonista John Coltrane- expresaron su disconformidad al líder. Harto de lidiar contra la hostilidad de los unos y el recelo de los otros, en octubre de ese año tiró la toalla. Para entonces, su relación de amistad con el baterista del quinteto, Philly Joe Jones, había hecho de él un consumado heroinómano. Si Evans pensó en retirarse definitivamente de la vida pública, se lo impidieron los prestamistas que le rondaban con la amenaza de romperle los dedos si no devolvía ipso facto el importe de sus deudas. Para su fortuna, al poco de su regreso forzado a la Gran Manzana, recibió el ofrecimiento de Max Gordon, el legendario mentor del Village Vanguard, para convertirse en el “músico de la casa” del local famoso por su piano infumable y el rugido habitual de una audiencia interesada en cualquier cosa menos en la música. El 25 de junio de 1961, Evans, junto a sus nuevos acompañantes -Paul Motian (batería) y Scott LaFaro (contrabajo)-, grabó en dicho local su primer disco en directo. ‘Sunday at the Village Vanguard’ es el testimonio imperecedero de un trío excepcional en el que todos sus integrantes tenían voz, voto y un lugar para expresarse; la piedra angular del trío de jazz moderno y una fuente de inspiración constante para generaciones de pianistas. La relación entre el pianista y LaFaro, un visionario de su instrumento, le había permitido tocar el cielo con las manos, aunque por poco tiempo: 10 días después de grabar ‘Sunday at the Village Vanguard’, el coche que conducía el contrabajista se salió de la carretera y su único ocupante falleció en el acto. Evans regresó a los infiernos. Dejó de tocar. Algunos conocidos suyos afirmaron haberle visto deambulando por las calles de Nueva York vistiendo la ropa de LaFaro... Finalmente, Bill Evans sobrevivió a todo, incluyendo el suicidio de su mujer, Elaine, después de que el pianista le anunciara su próximo matrimonio con una fan. Si su vida no fue un camino de rosas, a cambio, nos deja una obra imperecedera y tan abundante en discos oficiales como en grabaciones piratas. Vea el Video Bill Evans - Waltz For Debby http://www.youtube.com/watch?v=dH3GSrCmzC8
Herencia Latina
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