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Salsa: ¿Un
pájaro con las mismas alas del otro?
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Celia Cruz con la
Orquesta de Tito Puente
La foto es de Joe
Conzo |
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San Juan,
Puerto Rico
Tomado del
periódico Claridad
Publicado: lunes, 7 de noviembre de 2011
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No hay que darle mucha vuelta. El debate alrededor del origen de la
música conocida como salsa siempre ha girado alrededor de la musa
tropical de Cuba y Puerto Rico. Aun cuando en la actualidad la música de
la hermana República Dominicana, en especial el merengue moderno, es
considerado como salsa, no ha surgido un cabezón o una cabezona que
reclame el fenómeno salsero como uno dominicano. Tampoco en la ciudad de
Cali, Colombia, conocida como “la capital de la salsa”, ha surgido
argumento alguno que se pueda interpretar como un reclamo de maternidad
o paternidad del género. El tirijala siempre ha estado protagonizado por
las músicas que, yendo y viniendo de sus islas a la ciudad de Nueva
York, produjeron los músicos cubanos y puertorriqueños durante gran
parte del siglo pasado. Le invito a dar un vueltón por esas fechas para
recoger un par de datos que enciendan una breve fogata de ideas.
La música cubana, sin lugar a dudas, se fue erigiendo como reina del
universo sonoro caribeño desde que comenzó el intercambio cultural entre
las colonias de habla hispana de la región antillana en el Siglo XIX. Ya
para los primeros 30 años de la centuria número 20, la música popular
cubana le está produciendo un dinerito a la creciente industria disquera
de sus vecinos del norte. La música de las orquestas y conjuntos cubanos
comienza a crear un corredor, desde los nuevayores hacia el Caribe y
viceversa, por medio del comercio de grabaciones registradas en discos
de vinil. Para el momento ya los músicos cubanos le habían comprado el
concepto de big band a los gringos, le añadieron la percusión
afroantillana y plantaron bandera en la Meca musical del momento, Nueva
York. Machito y su Orquesta se convirtió en el modelo musical a seguir
para entrar al circuito de salones de baile y de allí al estudio de
grabación. Esta supremacía musical cubana estuvo respaldada por más de
una docena de sellos discográficos cubanos que producían y prensaban
miles de discos en suelo cubano para consumo principalmente de los
musicofílicos del exterior. Pero, fíjese usted como son las cosas, el
mismo sistema capitalista que respaldó el reinado de la música cubana es
el mismo que luego del triunfo de la revolución en 1959, y con el
bloqueo, produce su caída y posterior silencio en el escenario comercial
de la música caribeña.
Del lado del ala nuestra, los boricuas ya estábamos sonando en Nueva
York para alrededor de 1930. Las propuestas musicales de Rafael
Hernández, Pedro Flores y Manuel Jiménez “Canario” se encargaban de dar
identidad a la creciente población de boricuas al este de Harlem,
conocida como El Barrio. El movimiento migratorio puertorriqueño, que
dio comienzo luego de la Guerra Hispanoamericana de 1898, aumentando en
los años de la depresión económica y multiplicándose en los 1950, se
facilitó gracias a nuestra condición colonial. La ciudadanía
norteamericana, impuesta en 1917, nos hacia fácil la entrada y salida a
la metrópoli. Las orquestas de Tito Puente y Tito Rodríguez se disputan
la supremacía por la audiencia latina frente a su principal competidora,
la orquesta de Machito mientras corre la década de los ‘50. El público
oyente y el bailador tira la línea entre los cubanos y los boricuas.
Machito representa la “vieja guardia” y los boricuas Rodríguez y Puente
la innovación, sobre todo en los arreglos y sonoridades del big band.
Para Tito Rodríguez el músico y arreglista Ray Santos boricuatizó la
música de aires cubanos que pasó por sus manos. Mientras el otro Tito se
encargó de hacer lo propio para su orquesta, complaciendo ambos los
cientos de miles de boricuas que seguían invadiendo la capital del
mundo. El éxito de estas orquestas y otras tantas de similar complexión,
llevó a la industria de la música a exigirle la presentación de un
repertorio que también complaciera al público norteamericano. De esta
forma las propuestas musicales que comenzaron definiendo una identidad
para la comunidad caribeña y latinoamericana en los nuevayores,
terminaron trabajando para el “inglés”. Poco a poco el acceso a los
salones de baile para los latinos, y los que seguían llegando de Puerto
Rico a la gran ciudad, se fue limitando. El emigrante boricua que
llegaba en esos tiempos era mayormente el que se había movido del campo
a la ciudad, y de ahí a la gran ciudad, donde el desarraigo, la
marginalidad, el prejuicio y la hostilidad de la sociedad norteamericana
obligaban a la recreación del suelo patrio y el perenne sueño de volver.
En ese contexto urbano y en el espacio virtual que creó la guagua aérea
entre San Juan y Nueva York surge una expresión musical poderosa, en el
barrio más grande de la nación puertorriqueña, que la industria de la
música latina decide llamar salsa para mercadearla como objeto de
consumo cultural. El modelo visual y sonoro para esta nueva propuesta
musical ya lo había regalado el Combo de Cortijo con Ismael Rivera:
cantante y coristas al frente que bailan también, la sección de ritmo se
traslada de la parte de atrás de la orquesta al frente, justo después de
los cantantes y una sección de vientos reducida interpretando unos
arreglos agresivos. Eddie Palmieri es uno de los pioneros en el cambio
del formato de orquesta grande al de combo o conjunto. La Perfecta sigue
el modelo del Combo de Cortijo pero establece el sonido de dos trombones
para un formato más reducido. Es sobre este formato que despunta la
Orquesta de Willie Colón con Héctor Lavoe, una de las primeras en formar
parte del cuasi monopolio que llegó a ser el sello Fania. Figuras
boricuas como Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Pete “El Conde” Rodríguez,
Richie Ray y Bobby Cruz, Santos Colón, junto a la cubana Celia Cruz, el
dominicano Johnny Pacheco y más tarde el panameño Rubén Blades se
levantan como leyendas que narran y reconstruyen las identidades de la
gran comunidad latinoamericana. El fenómeno sonoro por su parte fue
fusionando elementos musicales antillanos de fuerte arraigo en el Caribe
Hispano. Principalmente se trataba de una reinterpretación,
transformación y apropiación de elementos de la música cubana de los
años 50 con una fuerte “boricuación” en los cambios de ritmo y
creatividad de los arreglos. No faltaron orquestas como la de Larry
Harlow, que copiaba casi literalmente la música cubana, pero el grueso
de la producción musical, tanto en los nuevayores como en la isla,
resultó innovadora.
En su momento, finales de los 60 y principios de los 70 de la centuria
anterior, esta música resultaba amenazante, ruidosa y vulgar para
conocedores y académicos. Hoy para esos mismos conocedores y académicos
es un fenómeno cultural motivo de estudios multidisciplinarios que
validan grados escolásticos. A mi juicio el valor de esta música reside
en su poder de haber sobrevivido la desaparición de Fania. El hecho de
que todavía se siga cultivando, principalmente por orquestas
puertorriqueñas, con sus altas y sus bajas en el mercado, demuestra el
poder de aglutinar grandes multitudes bajo, no ya solo de una identidad
caribeña si no de una identidad latinoamericana. Los principales
escenarios para la salsa ya no están en los nuevayores o en las
principales ciudades Antillanas. Cali, ciudad no caribeña de Colombia es
hoy la “Capital de la Salsa”. Parece que la salsa también descubrió que
el sur también existe.
Ante el fenómeno sonoro parece no importar el debate alrededor de su
origen. Quizá sería apropiado concederle tanto a la música cubana como a
la boricua un papel protagónico en la construcción de esta música tan
sabrosa. Después de todo puede que la salsa sea también de un pájaro las
dos alas.
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