Viva Cepeda
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Orlando "Peruchin" Cepeda
Por Edgardo Rodríguez Juliá
El reciente arresto de Peruchín Cepeda por posesión de drogas me entristece. Ahora bien, como siempre, el doblar de las campanas acongoja más por uno que por los demás. En 1958 Peruchín ganó el premio de Novato del Año de la Liga Nacional; él tenía veintiún años y yo doce. Lo idolatré. El baby bull estrenó la franquicia de los Gigantes en San Francisco. Era la época de los beatniks, la Guerra Fría, el cool jazz con sazón latina interpretado en sótanos oscuros como el Blackhawk; el arrebato de una ciudad hip tiene que haber seducido al hijo de Perucho Cepeda, el Peruchín, con su buena disposición para el rumbón de esquina. Cal Tjader le compuso el número Viva Cepeda y así se completó la mudanza de un equipo de pelota que, aunque tenía al también Cangrejero Willie Mays como guardabosque central, identificaba sus nuevos tiempos con el chamaco rumboso y jod..., el de la sonrisa alegre, porque apenas podía creer que hubiese llegado a Grandes Ligas, así medio zambo como siempre fue… Hoy Peruchín Cepeda tiene sesenta y nueve años y sigue jod...; yo tengo sesenta y no lo idolatro, aunque sí lo admiro por fresco y cara de lata.
Cuando vino a Puerto Rico, a mediados de los años noventa, lo acompañé casi invisiblemente en su ruta de purgación y reivindicación, camino al Salón de la Fama. Se trataba de hacernos olvidar el incidente en el aeropuerto, su arresto, el Mercedes Benz incautado con un zafacón de marihuana. Finalmente ingresó al Salón de la Fama en 1999. Ídolo de la infancia, desencanto de la madurez: Verlo manejarse en ese esfuerzo fue motivo de una crónica que titulé Tierra de héroes, y que se encuentra en el libro Peloteros. Lo que vi en Peruchín en aquel entonces me perturbó. Ya camino a la vejez exhibía las mismas complicidades de la adolescencia, ese ja ja ja del jod... que indaga en Lloréns por los puntos como si se tratara de un chiste privado entre panas que están quitaos. No me hizo gracia. De hecho, no me hizo ninguna gracia. Una de las constantes del adicto es coger a uno de pen... La crónica me costó algunos conocidos. Me quedé con la desazón de haber visto uno de esos casos Narcómanos Anónimos, que por un lado juran y perjuran estar limpios y por el otro aún les brillan los ojos cuando se les habla de mama droga.
Siempre me impresionaron las manos de Peruchín. Son enormes. Suficientes para cerrarse holgadamente sobre el bate más pesado que se usaba en su época, y luego hacer que zumbara el encuentro de la bola, como si fuera un látigo. Fue un gran pelotero. Era pintoresco, en esto parecido a muchos peloteros de su época; gozaba de esa particular idolatría que se cuece en la barriada y en los jangueos de esquina.
“Déjenlo quieto. Está viejo y más allá de cualquier redención terrena. Dejen que muera ‘abochornao’ y con poca sabiduría. La droga es vigilancia de toda la vida”.
Y ahora que no vengan los gringos -esa raza hipócrita- a querer sacarlo del dichoso Salón de la Fama del béisbol. Aunque no hay antecedentes de ofensa tan grave, el Salón de la Fama sí está lleno de temperamentos sociópatas. Desde Babe Ruth, que fue alcohólico y mujeriego impenitente, hasta Juan Marichal, que atacó al receptor de los Dodgers John Roseboro con un bate. Y ahí está esa perla de Georgia, Ty Cobb, supercab... en el terreno del juego y racista fuera del mismo, quizás redimido ante los ojos corporativos gringos por haber sido uno de los primeros accionistas de la Coca Cola, cuando ésta aún tenía reputación de alterar los nervios, justo como la cocaína.
Déjenlo quieto. Está viejo y más allá de cualquier redención terrena. Dejen que muera “abochornao” y con poca sabiduría. La droga es vigilancia de toda la vida.
De izq a der. Vince Guaraldi en el piano, Al McKibbon en el bajo, Cal Tjader en el vibráfono, Willie Bobo en los timbales y Mongo Santamaría en las congas. En el Palladium Hollywood de Los Ángeles a medidos de los años cincuenta. La Foto es propiedad de ©Chico Sesma.
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No es para nada difícil encontrar un disco sobresaliente de Cal
Tjader. Aún más entre aquellos grabados en el período 1956 y 59 cuando se
acompañaba de Mongo Santamaría en las congas, Willie Bobo en los timbales, Al
McKibbon en el bajo y Vince Guaraldi en el piano. Estos años y este grupo, Nat
Chediak, en el Diccionario de jazz latino los califica como la época dorada de
Cal Tjader.
Ya para la fecha habían grabado juntos varios discos, pero éste es uno de los
que refleja felizmente la música de Tjader, pura, sin invitados con instrumentos
de viento, cosa que deja apreciar, aún más, el feliz entendimiento que logró
este quinteto de músicos.
Y es que en este disco se puede sentir ese estado de transportación que a veces
son capaces de transmitir los músicos cuando hablan el mismo lenguaje, cuando se
puede intuir el gozo en la ejecución. No se molestan, se abren camino juntos,
conversan, disfrutan...
Reflejan también una época en que la música latina vivía buenos momentos si
consideramos que ese mismo año se había publicado Dance Mania de Tito Puente,
con su sonido neoyorquino y bailable. Y si había que buscar un sonido en
California claramente identificable, Cal Tjader lo consiguió en este Latin
Concert, un Latin jazz, con una banda reducida, que no quita las ganas de
bailar.
Entre los 9 temas, grabados en directo en el club Blackhawk de San Francisco, se
destacan las composiciones propias de Tjader, Viva Cepeda, Mood for Milt y
Lucero, donde Guaraldi, si antes no lo había dejado claro, se pasea con elegante
sabrosura, en el piano, y diciendo que la clave, pero sobre todo el sabor,
también lo puede poner un californiano.
También destaca el tema del conguero Mongo Santamaría Mi guaguancó, un ídem
donde sucesivamente él y el gran timbalero Willie Bobo se reparten los espacios
entre los coros para mostrar, también discreta, elegantemente, sin abuso, sus
dotes como solistas.
Uno de los discos que mejor refleja el espíritu de Cal Tjader. Una grabación que
ha envejecido muy bien y que además, permite disfrutar de los gigantes
Santamaría y Bobo.
Tomado del Nuevo Día. San Juan, Puerto Rico
Herencia Latina