Willie Salcedo – A este nadie le quita lo tocao

Por Rafael Baena

Tomado del libro ¡ Fuera Zapato Viejo !
Mario Jursich Durán
2014 - Bogotá, D.C., Colombia

Willie Salcedo

Willie Salcedo

Ha sido productor, empresario y uno de los congueros más reconocidos de la ciudad. Ha alternado con grandes de la salsa y junta a ellos vivió en 1980 una noche accidentada pero histórica para la salsa capitalina. Aquf un retrato de Willie Salcedo.

Han pasado 32 años desde aquella noche de agosto en que subió al escenario dispuesto sabre la gramilla de El Campín para dirigir su orquesta y oficiar de telonero en el concierto de la Fania All Stars. Todo de blanco hasta los pies vestido, exhibía orgulloso un elaborado peinado afro, y ahora, cuando empiezo a preguntarme si aún lo conservará, emerge de la multitud agolpada en la puerta principal de Unicentro con la cabellera rala y entrecana de la madurez y la evidente pretensíon de proyectar una imagen juvenil con sus jeans, zapatillas deportivas y una camiseta aguamarina que lleva impreso un lema tan largo como una declaración de principios.

Sin temor a equivocaciones puede afirmarse que Willie Salcedo es todo un clásico, un bogoteño representativo de esa variedad de individuos que en el Caribe denominan "costeños con gabardina" y que, a partir de cabezas de playa establecidas en los barrios Samper Mendoza y Santa Fe, se expandieron por toda "la nevera" [(Bogotá) (cachacos "persona de las ciudades del interior de Colombia")] con la intención de tomársela. La mayoría eran estudiantes de limitados recursos, pero tambíen había entre ellos jóvenes profesionales en busca de mejores oportunidades de trabajo y, claro, músicos, muchos músicos, algunos de los cuales financiaban sus estudios tocando en las fiestas de los cachacos.

Hoy Willie está contento. Por la mañana, en casa de la familia de su esposa en Ibagué, vio en televisión a la selección Colombia de futsal ganarle a Ucrania, toda una potencia, según él. Después se ha montado en su carro para viajar hasta Bogotá y llegar antes de la entrada en vigencia del pico y placa. Ya en la noche, estará frente al televisor para ver a la selección de mayores saltar a una cancha de New Jersey, donde se medirá frente al Brasil de Neymar y Kaká, nada menos; pero ahora tiene razones para estar optimista y no alberga dudas sabre la capacidad de Falcao, James y Cuadrado, que suelen hacer bien su trabajo en cualquier circunstancia.

Exactamente como Salcedo, porque si el mundillo de la música colombiana fuera un equipo de fútbol, su papel sería similar al de ciertos volantes de marca cumplidores del deber, tan eficientes que su presencia solo es percibida por los que tienen el ojo entrenado para darse cuenta de la función que cumplen en la cancha. Su talento no es de relumbrón y guiños de gloria, sino que es más afín a la discreción, a la capacidad de garantizar, sin aspavientos ni alharacas, un media ambiente propicio para que la defensa del equipo no haga agua y los delanteros brillen en busca el gol. En el pasado Leonel Álvarez fue esa clase de jugador y en el presente podría ser Edwin Valencia; hombres que, dándole una vuelta completa al símil, marcarían el ritmo de la orquesta, serían los percusionistas, los del golpe de tambor, los Willie Salcedo.

Si a él se le plantearan las cosas de esa manera, se correría el peligro de que la conversación derivara hacia el delicioso terreno del fútbol, alejándose del no menos placentero tema de la música, palabra que en el muy personal diccionario de Salcedo equivale a las dos sílabas de vida. Ambas son una misma cosa para este conguero —sería más apropiado llamarlo percusionista— nacido en 1952 en Corozal, entonces Bolívar y actualmente Sucre, en media de una familia de músicos. Su padre era el fundador de la Orquesta de Pedro Salcedo, la legendaria banda que en los comienzos de los años sesenta competia de tú-a-tú con los Corraleros de Majagual. Parecía que el talento para la música fiestera se daba silvestre en aquellas sabanas de Bolívar donde el pequeño Willie tarareaba las canciones de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Calixto Ochoa, Noel Petro, Lisandro Mesa y Alfredo Gutiérrez, quien "era el chacho" según Willie. Todos ellos estaban en la radio y el pequeño de ocho años practicaba con los timbales y la caja vallenata porque queria unirse a la agrupación de su padre, en la que dos de sus hermanos mayores tocaban los cobres.

Pedro Salcedo, además de ser el compositor de éxitos como "Corozal y Sincelejo", "Noche Corozalera", "La Estereofónica", "La Olla" y "La Pollera Azul", tenía el firme propósito de convertirse en empresario. Decidió mudarse con su familia y la orquesta para Barrancabermeja (en el departamento de Santander), donde además de pegarse a la rueda del progreso petrolero estaba la posibilidad, gracias a la situación geográfica, de viajar hacia cualquier ciudad de la costa o de "Cachaquilandia" donde sus servicios fueran solicitados.

Fue ahí en Barranca donde dos integrantes de la orquesta, Juan B. Madera y Wilson Choperena, registraron notarialmente en el 1963 "La Pollera Colorá", una melodía compuesta por el primero de ellos a la que el segúndo aportó la letra. En la cresta de la ola gracias a la exponencial difusión de su nombre, a la agrupación le salió un contrato para tocar en el Grill Provenzal de Bogotá, y Pedro dejó a su familia en el puerto mientras emprendía la conquista de la capital.

Su versatilidad le ha permitido acompañar a toda clase de intérpretes. Además de música de fiesta, Salcedo ha tocado entre otros con grupos de bolero, de jazz y de rock.

Su versatilidad le ha permitido acompañar a toda clase de intérpretes. Además de música de fiesta, Salcedo ha tocado entre otros con grupos de bolero, de jazz y de rock.

Al cabo de un año en que debío saltar matones para pagar los sueldos de los músicos y enfrentar mil problemas por causa del reiterado incumplimiento de los empresarios, decidió conminarlos para que le cancelaran lo adeudado o, al menos, lo ayudaran a traer a su familia desde Barranca.

De modo que el quinceañero Willie llegó a Bogotá en 1967, ya con una idea bastante formada de las técnicas de la percusión y la necesidad de trabajar para contribuir a la economía familiar, lo cual le permitió entrar a tocar las congas en la orquesta del Grill Candilejas, dirigida por Ramón Ropaín. Gracias a la calidad de sus músicos, el lugar era quizás el polo más atractivo de Bogotá de los años sesenta, y en él se presentaban todos los artistas importantes que la visitaban, lo cual significó para Salcedo acompañar a Luisito Rey, Javier Solís y una senora cubana llamada Celia Cruz, que venía en gira desde Venezuela precedida por cierta aura de fama.

Salcedo ya tenía decidido que lo suyo era la orquesta y no el bachillerato, y además de trabajar en el Candilejas tocaba la caja para acompañar a su hermano Luis Alfredo, acordeonista de un conjunto vallenato integrado por estudiantes de ingeniería. El grupo fue contratado por Pedro Domecq para la inauguración de sus bodegas en la Avenida de Las Américas, evento en el que estaba presente Lola Flores, cuyo percusionista enfermó de súbito. Todos los ojos miraron hacia el cajero vallenato, que terminó tocando los timbales para hacerle contrapunto al zapateado de la Faraona, que salió airosa del percance.

Lleno de confianza en sí mismo al descubrir cuán capaz era de adaptarse a las circunstancias más exigentes, Willie Salcedo no tardó mucho en llegar a la televisión, en una época en que los espectáculos no se grababan sino que salían al aire "en vivo y en directo", el principal de ellos uno que conducía Carlos Pinzón a las diez de la noche.

Willie recuerda que por entonces ya tocaba salsa, aúnque todavía sin saberlo porque faltaban años para que el término fuese acuñado y se universalizara. Toda su vida había escuchado hablar de ritmos antillanos como el son, la guaracha, la pachanga o el chachachá, y hasta el momento eso eran para él. En cualquier caso los músicos del Candilejas alternaban ya por entonces con la Orquesta Aragón, cuyo flautista colapsó en el escenario por causa de la altura, y con un grupo llamado Los Cinco de Oro, arrasador fenómeno que terminaría llamándose el Joe Cuba Sextet, el mismo de "A Las Seis Es La Cita / No Te Olvides De Ir ...". Es la misma época en que ofrece comprarle las congas a Ray Barretto, durante la primera visita de este a Bogotá. El niuyorquino accede y por doce mil pesos el muchacho se hace a las tumbadoras de su ídolo, las mismas que aún utiliza y que entonces pagó en cuotas durante dos años.

Un poco después de aquellas experiencias, que para Salcedo representan recuerdos algo más que entrañables, el maestro Ropaín renuncia a la dirección de la orquesta Candilejas para irse a trabajar en Estados Unidos. Deja otro director a cargo, pero Willie decide cambiar y se va a rodar por la noche bogotana, en la que conoce al Mono Díaz, baterista de moda que le dice “quiero que toques conmigo en ‘El As De Copas’”, otro bailadero de postín. Su ruta tambíen incluye presentaciones en el programa radial "La Hora Phillips" y en el auditorio de Radio Santa Fe, donde toca los domingos, hasta que el baterista Plinio Córdoba le presenta la oportunidad de sentar cabeza ofreciéndole ser su conguero en una meca de la música llamada Grill Miramar, lugar con decoración estilo art noveau donde Salcedo cree que empezó realmente su formación como músico y donde alternó con Jimmy Salcedo y su Onda Tres, Cuarta Generación y el grupo Mondragón, agrupaciones que atravesaban la calle hasta los estudios de Inravisión y luego hacían el recorrido de vuelta hasta el Miramar, convertido en un imán que atraía con su influjo a los integrantes de la incipiente farándula nacional.

Pero de todos los colegas con los que trabajo en aquellos años, Salcedo piensa que el pianista y arreglista peruano Alfredito “El Bravo” Linares fue quien más lo marcó, al decirle que no sabía tocar las congas: "Tocas al revés y no manejas el concepto de la clave", sentenció. El joven Willie reconocía que tocaba al revés, pero ¿tanto como no saber? La afirmación del maestro le dolió hasta el punto de que a partir de ese día iba a diario al hotel donde se alojaba Linares para exigirle: "Usted me dijo que yo tocaba mal y vengo a que me enseñe".

Linares, que sabía interpretar las congas por haber aprendido con Coco Lagos, uno de los mejores congueros del Perú, asumió la tarea y a partir de ese punto Salcedo arrancó a tocar la conga de manera diferente, a meterse "en ese viaje, a lo cubano", y empezaron a llamarlo para grabar músicos de todas partes, incluso desde el exterior. "Grabé con Leo Marini y con todos los artistas importantes del momento, porque me convertí en el número uno de la percusión en Colombia, el más solicitado". Al salir de los estudios, y después de cumplir sus compromisos en el Miramar, pasaba a tocar en La Pampa, rumbeadero ubicado en la carretera 13 con calle 5ó, y allí le llega una propuesta de los Reales Brass para irse de gira por el Perú, donde no solo toca con Lucho Macedo, con el maestro Quinto y con Tito Rodríguez sino que conoce por fin a Coco Lagos, su profesor por interpuesta persona, con quien sostiene varios duelos "porque se me metió en la cabeza que tenía que ser el mejor [conguero]".

Al regresar se convirtió en uno de los congueros favoritos de Colombia, alguien a quien era indispensable llamar para grabar discos, sin importar el género musical. Pero entonces empezaron los problemas con los sinfónicos y los filarmónicos, "con la gente que por haber estudiado en un conservatorio decía que a mí como conguero no me podían pagar lo mismo que a un violinista o a un pianista". Lleno de dudas, sin decirle nada a nadie, se dió a la tarea de aprender a tocar la batería para poder ganar más cuando lo llamaran a los estudios y se sumergió en un proceso consistente en doce o trece horas diarias de práctica, deteniéndose solo para comer y dormir. Cuando su esposa creía que quedaría definitivamente deschavetado, él se asomó de nuevo al mercado laboral y acompañó a la cantante Isadora en una gira nacional. Una cosa condujo a la otra y no solo se convirtió en baterista de Claudia de Colombia y de Óscar Golden, Leo Dan, Leonardo Favio y varios otros cantantes de la nueva ola, sino en un músico integral que asumió la percusión con un rigor casi científico. "¿Que querían congas? Ahí estaba yo. ¿Que querían güiro? Ahí estaba yo. ¿Que querían una campana? Ahí estaba yo. ¿Que querían una clave? Ahl estaba yo. Empecé a tocar de todo y aún lo hago", dice sonriente, burlándose tambíen de esa suficiencia que en Colombia se denomina sobradez y que en su caso es producto de la autoconfianza, de una seguridad adquirida gracias a la disciplina casi espartana que él mismo se impuso desde los primeros años de los setenta para lograr sobrevivir en un medio nada fácil, que hoy continúa reconociéndole sus calidades profesionales. Por algo será que en la más reciente produccion de Fonseca él estuvo a cargo de la clave vallenata, el bongó, las maracas y las congas, un hecho cuya mención sirve más que todo para señalar su vigencia, su capacidad de permanecer "en la pomada" y de pasearse por los diversos géneros.

Seis de los siete álbumes de salsa grabados por Salcedo y su Orquesta.

Seis de los siete álbumes de salsa grabados por Salcedo y su Orquesta.

Pero lo suyo sigue siendo la salsa, término que conoce desde que acompañó por primera vez a Celia Cruz en Bogotá. En aquel entonces la palabra servía para decir "Se Armó La Salsa", que era como decir "Se Armó El Bembé", "Se Formó La Rumba, El Mozambique". Al mismo tiempo, en la norteña Nueva York un gringo llamado Jerry Masucci intentaba sacar adelante un proyecto bautizado Fania All Stars, dentro del cual cupo la filmación de la película “Salsa”, que llegó a Bogotá para ser presentada en el Teatro Olimpia. La orquesta de moda en ese momento -1974- era la de Willie Salcedo, que tenía pegado un sencillo titulado "El Son De Ahora", y los empresarios la contrataron para presentarse antes de la proyección.

Son los tiempos de la discoteca El Scondite, donde la música suena en vivo en la “Calle 23” entre carreteras 5a y 7a, y de un fuerte movimiento músical impulsado en buena parte por gente llegada sobre todo desde Cali y Buenaventura, que busca bailar y escuchar salsa "dura", sonido puertorriqueño en la línea de Tito Rodríguez. Es un público exigente que no se deja “meter gato por liebre” y sabe diferenciar entre el sonido antillano y la "raspa" de agrupaciones como Los Graduados, Los Ocho de Colombia o Pastor López, tendencia músical propiciada por las casas disqueras de Medellín y Caracas a la que Andrés Caicedo hace referencia en aquella proclama de “Que Viva La Música: "El pueblo de Cali rechaza a Los Graduados, Los Hispanos y demas cultores del 'sonido paisa' hecho a la medida de la burguesía, de su vulgaridad. Porque no se trata de 'Sufrir Me Tocó A Mi En Esta Vida' sino de 'Agúzate Que Te Están Velando'".

Ya para entonces ese sentimiento embargaba a un gran número de bogotanos, proliferaban los bailaderos y la salsa empezaba a salirse de madre de tal forma que la legendaria Caseta Matecaña decidió traer a la orquesta de Pérez Prado y anteponerle las de Gabriel Romero, Lisandro Mesa y Willie Salcedo, que se alternaron el papel de teloneros.

Algo estaba pasando en la escena músical, y Salcedo, más que percibirlo, lo intuía; sobre todo porque para él "siempre ha habido revolución músical en Bogotá". La confirmación llegó cuando en agosto de 1980 se anunció un gran concierto de la Fania en El Campín. La expectativa era enorme, y las tribunas se llenaron desde muy temprano, pues hubo gente que hizo cola hasta con dos días de anticipación para no perderse a Lavoe, Blades, Pacheco, Feliciano y todas, todas las estrellas de ese olimpo llamado Fania.

La formidable carga emocional del momento requería teloneros de muchos quilates, y la orquesta de Willie Salcedo salió a enfrentar la bestia que rugía en las graderías. Nada más sentir el golpe de la clave y reconocer los éxitos del ídolo local, cierto aire mágico empezó a apoderarse del enorme auditorio, que a continuación recibió a Los Rodríguez en medio del delirio.

Con la vara en punto tan alto, entró el combo bravo con su grito de batalla: “Oye Qué Rico Suenan / Las Estrellas de Fania” y a partir de ese momento Bogotá quedó oficialmente inscrita entre las capitales salseras del mundo, si bien minutos después una falla irreparable en el sonido, justo cuando Santos Colón entonaba las primeras frases de un bolero, hizo que la ira se apoderara de la noche. Botellas, pedazos de graderías y baterías llovieron sobre el escenario y los espectadores que estaban en la gramilla del estadio, y el que iba a ser el momento más feliz del año se convirtió en una pesadilla de insultos, vidrios rotos y bolillazos por parte del numeroso piquete policial desplegado para la ocasión. Escondidos en la buseta que trasportaba a la orquesta de Salcedo, huyeron de la batalla Héctor Lavoe y otros miembros de Fania que se preguntaban qué carajos había pasado. Con la perspectiva del tiempo, Salcedo recuerda que "el problema con el sonido se originó en un empresario de mala onda que hizo sabotaje, pero jamás podremos saber la verdad".

Se reserva el nombre del saboteador, pero en la mirada se le nota que lo sabe, aúnque lo calle. Igual que calla todos los secretos profesionales acumulados a lo largo de una vida alternando con superestrellas y músicos oscuros en el escenario y en los estudios de grabación de las disqueras, pues en su faceta de productor músical, poco conocida para quienes no sean del medio, ha estado en contacto con lo más glorioso y lo más miserable de la condición humana. Recuerda cada detalle, pero prefiere la discreción, y es necesario algo de esfuerzo para que evoque aquel día en que intercedió a favor de un compositor muy pobre que se paraba en la puerta de los estudios con una flauta y unas partituras arrugadas, a la espera de que alguien le parara bolas y grabara uno de sus temas para poder llevar mercado a su casa. Se llamaba Jairo Varela, y Salcedo no solo incluyó su tema "Sufrir, Morir" en su disco “Salserísimo”, sino que persuadió a Yolandita Pérez, Noel Petro, Los Reales Brass y la Orquesta La Máxima para que hiciesen lo propio con otras canciones del hombre al que serviría como productor en la grabación del primer disco del Grupo Niche.

Pero más allá de esas anécdotas es poco lo que cuenta Salcedo. Por ejemplo, el tema de las drogas prefiere despacharlo rápido, sin ahondar demasiado, a pesar de ser él un personaje atípico, un abstemio en un medio ambiente en el que las drogas, desde la marihuana a la que se atribuyen propiedades paliativas hasta peligrosísimos asesinos como la heroína, la cocaína y el basuco, han hecho estragos en el gremio, no solo en Colombia sino en el mundo entero.

Droga y música, más o menos desde las primeras décadas del siglo XX, han subido juntas al escenario con frecuencia, y han sido muchas los despeñados en ese desfiladero. "Es cierto -dice Salcedo-, pero tambíen es cierto que los amigos que murieron por causa de las drogas, murieron en su propia ley, y eso hay que respetarlo".

Él no es ni mucho menos el único músico que ha sido capaz de sobrevivir incólume a la tentación de aguantar sin ayuda de fármacos el endemoniado ritmo implícito en ir del timbo al tambo, de un concierto a una grabación y enseguida de vuelta a otro escenario antes de subirse a un bus para cumplir en esta o aquella fiesta, pero su fórmula para lograrlo, para ser eso que en su tierra natal llaman “un tipo sano”, la obtuvo un 24 de diciembre de hace muchos años en Quito, cuando agobiado por un despecho amoroso bebió champaña hasta borrar la conciencia y amaneció en la cama con una mujer desnuda y dormida a su lado. Como resultó ser la esposa de un general, Willie tuvo la certeza de que el alcohol y el revólver del marido ofendido ocupaban el mismo lugar en la escala del peligro y decidió que de alcohol y de drogas "...nada de nada. Me abstengo desde aquel día, pero después me di cuenta de que en realidad no lo hacía tanto por miedo como por respeto. Por respeto a mi carrera y a mi familia, pero sobre todo por respeto a la música", dice guiñando un ojo. Seguro de si mismo porque en los tiempos que corren no todo el mundo puede contar que lleva grabados siete discos en los que no ha pretendido "tocar lo de nadie, sino tocar lo mio; y tampoco imitar estilos sino concentrarme en hacer salsa pesada, salsa brava, salsa de la buena". Sin perder de vista ese principio, ha grabado los discos “Willie Salcedo y su Orquesta”, “Willy "Salsero (Si Te Deja El Tren), Salserísimo, Si Me La Tocas..., Rumba brava sound, Willie Salcedo y su cacharrito” y “Salsa con elegancia”, título este que sin duda acorde con la desenvoltura que refleja cuando se despide con su bien llevada veteranía a cuestas y echa a andar alejándose al ritmo de "Con La Punta Del Pie", el tema que monta para este diciembre y con el que pretende confirmar que a él, el hijo de Pedro, “nadie le quita lo bailao, ni lo tocao”.

En los años ochenta, Salcedo apareció en numerosos programas de televisión. Un gran entusiasta de los ritmos caribeños como Fernando González Pacheco (que aquí aparece tocando las congas) lo invitó a su show en repetidas ocasiones.

En los años ochenta, Salcedo apareció en numerosos programas de televisión. Un gran entusiasta de los ritmos caribeños como Fernando González Pacheco (que aquí aparece tocando las congas) lo invitó a su show en repetidas ocasiones.

Hernando Salcedo Benavides, mejor conocido como Willie Salcedo, falleció a la edad de los 66 años, por la madrugada del jueves, 12 de noviembre de 2020 en Bogotá, Colombia por complicaciones de salud; al contraer el Covid-19.

Su esposa Diana Gómez lo despidió con un sentido mensaje en Facebook:

https://www.facebook.com/dimagoba67/posts/10223967608634224