YURI BUENAVENTURA: EL SONERO DE PARIS

 

Yuri Buenaventura. Foto de la Revista Antilla News

 

 

 

No me quitte pas

Il faut oublier

Tout peut s´ oublier

Qui s´enfuit déjá

Oublier le temps

Des malentendus

Et le temps perdu

A savoir comment

 

Jacques Brel, canción Ne me quitte pas.

 

 

Por Umberto Valverde

Colaborador de Herencia Latina

Cali - Colombia

 

Yuri Bedoya nació en Buenaventura – Colombia en 1967. «En el puerto de mar sobre el Pacífico» como escribió Petronio Álvarez y por donde llegaron los primeros discos impresos en 75 RPM, con la música del Trío Matamoros, de la Sonora Matancera y Rolando La Serie, uno de los boleristas más oídos en esta ciudad, por eso es explicable que en su última producción musical, Yuri Buenaventura incluya una versión de Las Cuarenta.

 

Su padre, Manuel Bedoya, un maestro de música y profesor de teatro, estudiaba francés, escuchaba música clásica y leía a Jean Paul Sartre. Su nombre fue una adaptación y un homenaje a Youri Gagarin, el primer cosmonauta soviético. Alguna vez lo trajo a Cali para asistir a unos cursos en el TEC, donde Enrique Buenaventura, le dejó una huella por su manera de hablar. Hoy en día, menciona esta coincidencia de haber adoptado un apellido de artista. Sin embargo, el futuro cantante se inclinó por estudiar biología marina. Cuando le tocó prestar el servicio militar viajó a Bogotá y después se fue a estudiar economía en la Universidad de París. Vendió una moto, una bicicleta y el tiquete a crédito. Llegó a París en 1988.

 

La salsa que aquí les traigo

La traigo de mis entrañas

De mi América Latina

 

Sus pocos ahorros, sólo 30 dólares,  lo obligaron a buscar una forma de vida. Primero, trabajar en una cafetería, como todo emigrante. Pero se negó a quedarse en esa situación.  Entonces, emergió el artista que llevaba adentro, la música que tenía en su memoria y se fue al metro a cantar y tocar el tambor. El tambor que viene de África, de sus ancestros, de esa musicalidad que nació en los esclavos. En el día de su suerte se encontró con Camilo Azuquita, un cantante panameño que había hecho un recorrido en Nueva York con la Fania All Stars.

 

La ocasión no pudo ser mejor,  Azuquita estaba Tito Puente. La oportunidad le llegó, empezó a tocar con la orquesta del cantante panameño. Después estuvo en un grupo Mambomanía, donde tocaba el piano el cubano Alfredo Rodríguez. Durante tres años vivió con una escultora, se dedicó a pintar, tocaba percusión y hacía coros con muchas otras agrupaciones.  Trató de hacer estudios musicales y los realizó con Ernesto Puentes en la sección de metales, con Orlando Poleo en tumbadora y con Sergio Barreto en bongó.

 

 Yuri nos amplia estas experiencias: “Cuando llegué a París tenía a mi favor la juventud, apenas 19 años, cuando a uno no lo para nadie ni nadie, yo estudiaba economía en la Universidad de París (Nanterre), donde empezaron los tropeles del 68. Frecuentaba un lugar que todavía existe: L” Escale, Rue Monsiur le Prince, en el barrio VI de París. En este lugar, bohemio y bello, tocaron guitarra Atahualpa Yupanqui y Violeta Parra. Era un refugio de los latinos porque, en medio de mucho humo, era un sitio de encuentro culto”.

 

Yuri nos cuenta más en detalle su vivencia: “En este lugar conocí a un cubano llamado Sergio Barreto, de los hermanos Barreto que llegaron en los años 30 a España. Fue él quien me enseña los secretos del golpe del bongo por un valor de 100 francos por semana. Con dificultad los ahorraba de la siguiente manera: 30 francos de la comida de la semana en el restaurante universitario, 25 francos de transporte y el resto 45 de la minúscula habitación en la que vivía. Cada mes, cuando le pagaba, Barreto me invitaba a Le rive gauche, en la Place Saint Michel en Barrio Latino, y empezaba a pedir ron. Le llame a esto el trago amargo porque mi dinero se esfumaba rápidamente en el alcohol”.

 

Yuri Buenaventura. Foto de la Revista Antilla News

 

Yuri Buenaventura se enamoró de una artista francesa que, de acuerdo a su memoria,  “me pedía que tocara el bongo durante el tiempo que ella trabajaba la escultora monumental. Ella también era modelo de los talleres de desnudo en las escuelas de pintura “La Grande Chemier” en el Barrio XIV, cerca de la Coupole, donde posteriormente lo invadimos con mucha salsa. Yo la seguía por todas partes como un perro, porque yo no tenía apartamento ni nada. A ella le gustaba que la siguiera, entonces dibujaba y pintaba. Durante dos años recorrí todos los museos. El mejor para mí es el “Musee d”Orsay”. Ni siquiera es el Louvre porque vive lleno de turistas y hay tantas cámaras llenas de flash que no dejan apreciar el arte. También me gustaron las salas pequeñas de la Rue des Escoles y el Museo del Escultor de Rodin. Ahí también hay salas de cine y me sirvió para descubrir la cinematografía de Bergman, Fellini, Godard y Orson Wells”.

 

Después de estar cuatro años al lado de Camilo Azuquita, iniciándome como utilero, cargando el vestuario y las partituras, pasando por ser corista, un 31 de diciembre, Azuquita me dijo: “Bueno, Yuri, tú ya tienes alas para volar solo”. Más que una frase de apoyo parecía que me sacara de la agrupación porque yo me sentía lejos de creer que podía ser solista y mucho menos líder de un concepto artístico en la salsa dura”.

 

En un concierto, hablando con la gente, sintió la necesidad de establecer una comunicación más directa con el público francés. Remy Kolpa Kapoul le hizo llegar la versión de Ne me quitte pas y lo relacionó con la casa disquera Mercury /Caracol, que por ese entonces participaba también de una emisora llamada Radio Latina. El disco lo sacó del anonimato y lo lanzó a la fama. Yuri Buenaventura no sabía en un comienzo todo el significado de este tema para la sensibilidad de los franceses. Y las puertas de París se le abrieron, pero también de otros países en Europa, en Dinamarca, recientemente en Hungría, Polonia, en La Polinesia, Túnez y Madagascar. Actualmente vende más en Francia que Marc Anthony, Oscar de León, Adalberto Álvarez y las otras agrupaciones de salsa de Colombia.

 

En la primera conversación con Yuri Buenaventura me habló de Yves Billón, uno de los mejores documentalistas del cine francés, a quien encontré, coincidencialmente,  en el hotel Caribe, de Cartagena, durante el Festival de cine del 2002. Billón se apasionó por la música, especialmente por la salsa, y decidió hacer una serie de documentales. Así inició el primero con Joe Arroyo y también contactó a Yuri Buenaventura. Billón me dijo: “La ventaja de Yuri es que canta en francés y tiene acento francés. Es como sí fuera de ahí”.

 

Yuri Buenaventura inició sus producciones musicales con Herencia Africana, en 1996; después Yo soy en 1999; Vagabundo, en el 2003; donde compartió con Roberto Roena, Jerry Rivas y realizó dos temas en dúo con Cheo Feliciano. En el 2004 se editó un compilativo llamado Lo mejor de Yuri Buenaventura y en el 2005 el álbum Salsa Dura, donde se expresa en su plena madurez, haciendo versiones de boleros  inmortales como Temes y Las Cuarenta (inicialmente un tango).

 

Desde 1997 conformó su propia orquesta, bajo la dirección de Andrés Viajara. Un año más tarde el trompetista José Aguirre asume esta responsabilidad.  Aguirre también se retira en busca de otros proyectos musicales, y sobre todo porque no deseaba viajar más. La mayoría de sus músicos son de Buenaventura o del Pacífico colombiano.

 

Yuri Buenaventura es más que un cantante, es un proyecto cultural, que tiene un nivel de calidad absolutamente profesional e internacional. Hace poco, en un conversatorio realizado en Cali, en el marco del Primer Festival de Bailarines de Salsa, compartiendo conversación con Alejandro Ulloa, Rafael Quintero, y con el autor de esta nota, se le hizo un nudo en la garganta y se le vinieron las lágrimas.

 

 ¿Por qué un cantante que se ha convertido en un icono de la salsa en Europa, respetado en Francia, donde se le invita al Festival de Biarritz como jurado de cine, no ha sido tenido en cuenta para hacer un concierto en ninguna ciudad de Colombia? Yuri Buenaventura sabe que ese momento llegará, pero es lamentable que se haya demorado tanto.

 

Hace días, saliendo del centro comercial Chipichape, me cantó en su carro su último tema en francés: Dans l¨eau de la claire fontaine, famosa canción de George Brassens, que se llamará en español La Bella y el Manantial, que hace parte de un álbum homenaje a este gran intérprete, producido por la casa disquera Mercury/Universal, en la conmemoración del 25 aniversario de su muerte, donde reúnen a más de diez cantantes franceses y un latinoamericano que es Yuri Buenaventura.  Cuando lo escuché la piel se me erizó y volví a sentir como en esa voz hay un artista con un sello inconfundible.

 

Yuri Buenaventura en sus 39 años que no aparenta, bajo de estatura, delgado, con cara de niño, que prefiere andar siempre de jeans y sandalias, con manillas de cuero, collares y escapularios, que usa de loción la Roger & Gallet, que le gusta el jazz y la música barroca, que considera a Dios como su artista máximo y que bebe vodka con licor de café o pide un express en la Librería Nacional donde se lo hacen especialmente, es un artista que ha planteado un nuevo camino para la salsa. No hace letras de compromiso político, pero expresa una sensibilidad poética que lo diferencia de la salsa comercial que se difunde preferencialmente en las emisoras, donde difícilmente le dan cabida a los temas de Yuri Buenaventura.

 

En el 2006 ha realizado cinco giras por Europa. Es lo mínimo que requiere para mantener el staff de músicos y técnicos. Ya no vive el París de antes, ahora no le queda tiempo ni para cortarse las uñas. Vive en giras de ciudad en ciudad, de país en país. Cuando termina la gira regresa a Cali, donde vive su familia y también todos los músicos que integran su orquesta.

 

París, la ciudad que Hemingway narró de la mejor manera, es una fiesta con la salsa de Yuri Buenaventura. En la Java, y en tantas otros sitios, como en teatros especiales, su presencia llena los recintos. El París de hoy es de sus socios en el trabajo musical. Ya casi no se mueve en metro, porque le parece complicado. En vehículo particular es imposible porque no hay parqueaderos. La opción que más usa es el taxi, en tanto el bus es muy lento.

 

El sonero de París ha cantado para el príncipe Alberto de Mónaco, para líderes africanos y cuando le da la gana canta a capella en Zaperoco, el lugar salsero de Cali, en los excitantes viernes que inevitablemente siempre frecuentamos.

 

 

RECUADRO

 

Viniendo de París hacia Bogotá en un avión de Avianca, escribí una de mis canciones, el Guerrero. A los aviones los llamo las casas móviles porque nosotros viajamos a Europa cada 45 días. En los vuelos aéreos me desconecto y me gusta escribir. En cambio es poco lo que le dedico a la lectura. En este año han sido casi seis meses y medio de gira con la orquesta sin tener en cuenta todos los viajes que he hecho solo a diferentes eventos, como mi última visita a La Habana y al festival de Biatrriz como integrante del jurado.

 

Cuando iba a grabar Herencia Africana, el productor me dijo que me regresara a Colombia de inmediato para hacerlo. Tenía una fiebre altísima y no tenía cupo. Un funcionario de Avianca, por entonces, Sergio Ríos, una persona muy especial con todos los colombianos que pasaban por situaciones difíciles, convenció al comandante del vuelo para que me embarcara. Así fue como llegué a Colombia y grabé mi primer álbum.

 

En cuantos hoteles tengo recuerdos especiales del Hotel Hilton de la ciudad de Evian, en el lago que hace frontera con Suiza. El Hotel du Palais en Biatrriz, al sur de Francia. El hotel Martines, en Cannes; en la Costa Azul. El Sofitel, de Bora Bora, en Tahití. Claro, el hotel Waldorf Astoria, de Nueva York, donde pido un whiskey Lagavuline, pura malta de Escocia. En Italia, el hotel Plaza de Roma. En París, el hotel Pavillon de la Reine. En Marruecos, en la ciudad de Rabat, el hotel Hassam II. Por último, el famoso “Hotel Mama”, el mejor de todos, en Buenaventura.

 

 Edición de diciembre 2006 - enero 2007

 

 

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Herencia Latina