Salseros: ¿somos o no somos?

 

 

Hubiera querido decir que de una forma u otra, nuestra salsa sobrevivirá porque nada ni nadie podrá detener el sabor y la sandunga que la caracteriza. Pero sería un cliché gastado y abusado. Y pensé entonces en el desastre en nuestra hermana república de Haití

Por Tony Sabournin

Admito que la evolución de la salsa no conlleva la importancia ecuménica de un plan universal de salud. Como tampoco tiene la importancia del crimen, o mucho menos el calentamiento global. Pero para nosotros, los salsómanos por antonomasia, el futuro de nuestro amado género musical, que en su historia ha tenido periodos de mayor o menor popularidad, es de sumo interés. Especialmente cuando su ausencia de su hogar matriz, Nueva York, es dolorosamente palpable, y cuando su desaparición gradual en su residencia adolescente en Puerto Rico es palpablemente dolorosa. Las causas son muchas y variadas, aunque ninguna altamente justificable.

A veces la culpa la tiene el medio ambiente. Los clubes de salsa desaparecieron de Puerto Rico durante los 90 con la proliferación de las fiestas patronales que proporcionan entretenimiento musical gratis. Por ende, nadie paga $20 de admisión cuando puede bailar con su orquesta favorita en cualquier pueblo de la isla por el módico precio de cuatro cervezas y dos alcapurrias.

Ante cualquier tela de juicio la radio comercial sigue siendo el obvio yugo de este asfixiamiento cultural. En Nueva York las emisoras decidieron que la salsa era música para viejos y tenían que enfocarse en buscar la audiencia reguetonera. Puerto Rico, antes de la concatenación radial a principios de siglo, contaba con más de 100 estaciones independientes. Hoy sólo existe una estación de salsa a tiempo completo, Z-93, que programa casi exclusivamente música del ayer. Esta situación impide la difusión de la nueva música de las viejas estrellas, obligadas a competir con sus viejos éxitos, así como el desarrollo de los talentos locales, mientras margina la exposición de los sonidos de los países donde la salsa progresa y se difunde hacia todos los rincones del mundo, como por ejemplo, Cuba y Colombia. Sin embargo, gracias a la internet, con su plétora de salsa más profunda, profusa y variada, la grey salsera tiene una alternativa que amplía la estrechez cultural de la radio comercial, así como una grúa que cava, lenta pero inexorablemente, la tumba de esta última.

No obstante, el peso de la culpa de este subdesarrollo recae sobre los propios artistas, algo que me enseñó el legendario fenecido arreglista, timbalero y bon vivant Louie Ramírez hace algunos años. “Yo quiero hacer salsa con instrumentos clásicos. Con tubas. Con oboes. Pero los disqueros que nos pagan quieren lo mismo todo el tiempo. Y nosotros los complacemos sin protestar para seguir guisando y seguir cobrando”.

Hubiera querido concluir con unas palabras de aliento. Que de una forma u otra, nuestra salsa sobrevivirá porque nada ni nadie podrá detener el sabor y la sandunga que caracteriza nuestra música. Pero sería un cliché gastado y abusado.

Y pensé entonces en el desastre en nuestra hermana república de Haití. Y en el desborde compasivo de solidaridad y ayuda humanitaria emitido por artistas de todo el mundo. Por los artistas dominicanos. Por los reguetoneros de Puerto Rico. Y noté el vacío de la ausencia de los salseros hacia esta causa (al menos, al cierre de esta publicación), en desperdicio de una ocasión idónea no sólo para incorporarse a una épica justa, sino para también dar una prueba tangible de su poder de convocatoria masivo, indicio palpable de su remanente rentabilidad discográfica. Y pensé en las sabias palabras dichas en mi niñez por mi padre, no por coincidencia, haitiano de ascendencia.

“Por eso somos lo que somos. Por eso estamos donde estamos”.

 

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